Heriberta Estrada tiene de 78 años y, de ellos, ha tardado 70 en tener agua potable en su pequeña casa de Chinandega, en el noroeste de Nicaragua. Desde que recuerda, hasta hace apenas unos meses, ha cargado un bidón sobre su cabeza para transportarla desde el río hasta su hogar, lo mismo que siguen haciendo, cada día, sus vecinas de comunidades cercanas. Heriberta y su hija Benemérita ya no gastan así sus fuerzas, pues forman parte de las 3.500 familias nicaragüenses beneficiadas por un proyecto realizado por Alianza por la Solidaridad, en colaboración con su socia Amunorchi, que ha logrado colocar “un grifo” en los hogares más humildes del departamento de Chinandega.
“Nunca pensé que esto podría pasarme, es un sueño: abrir el grifo y mirar cómo cae líquido. No me canso de verlo y de pasar la mano por debajo para darme cuenta de que es real”, reconoce agitando los brazos, mientras una sonrisa ilumina sus ojos. No tener agua en su casa ha supuesto una dura y triste pérdida de tiempo en su vida. Caminatas de kilómetros que le hicieron perder la oportunidad de aprovechar la escuela, dedicarse a su familia o recuperar fuerzas. Son días, meses y años que ha pasado midiendo lo que podía beber para saciar la sed. Siempre escatimando para asearse y no sentirse sucia. Días, meses y años viendo a sus seres queridos enfermar por beber agua contaminada.
Ahora, su cara salpicada de arrugas refleja felicidad y el increíble cambio que ha supuesto la llegada del agua potable a su vivienda, en el municipio de Cinco Pinos, en un distrito donde, sin ser desértico, el 40% de la población no dispone del 'vital líquido', como lo llaman los vecinos.
Es una zona de malas carreteras y con las comunidades aisladas unas de otras. El lugar donde nos encontramos tiene clima tropical seco, con escasas lluvias y un verano muy caluroso. No hay muchos recursos hídricos y estos (ríos, cascadas, quebradas) se secan con facilidad. Además, hay problemas de deforestación porque la gente necesita cortar leña para el consumo y para la ganadería.
El programa de Alianza por la Solidaridad, financiado por el Fondo para Agua y Saneamiento de la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo (AECID), comenzó en 2012 y finalizará a lo largo de 2015. Gracias a él las familias disponen de agua en casa con solo abrir un grifo y también de letrinas, que se revisten para que no filtren al acuífero. Pasado el tiempo, los residuos de la letrinas quedan transformados en abono orgánico que se utiliza en los cultivos. Los municipios beneficiados son Villanueva, Somotillo, Santo Tomás, San Francisco del Norte, San Juan de Cinco Pinos y San Pedro del Norte.
Derecho Humano al Agua: de calidad y sin mal sabor
En los trabajos, Alianza por la Solidaridad ha empleado mano de obra comunitaria, lo que ha mejorado su formación de cara al futuro. El programa incluye también la reforestación de la zona: los árboles son fundamentales para intentar aplacar los efectos de la sequía y proteger las zonas de recarga hídrica.
Con el trabajo que realiza la ONG española se pone fin a un panorama de mujeres que soportan sobre sus cabezas el peso de bidones de 20 litros de agua; niños y niñas que no iban a la escuela porque debían caminar durante horas para llegar a los ríos y pozos; y familias, que enfermaban porque bebían agua contaminada.
Omar Aguilar, integrante del equipo técnico de Alianza en Nicaragua, explica cómo es el proceso: “Si encontramos un pozo hacemos una prueba de bombeo para ver si tiene capacidad suficiente. Lo reactivamos, lo mejoramos y lo utilizamos. Instalamos una bomba eléctrica y ponemos un tanque de almacenamiento en las viviendas. Las tuberías se colocan donde la familia dice que quiere tener el grifo”.
Eso, en el caso de que el pozo disponga de agua de calidad. Si no, hay que perforar y encontrar una nueva fuente de suministro. “Con el Derecho Humano al Agua nos referimos no solo a llevar el suministro, sino a que éste sea de buena calidad y que no tenga mal sabor”, aclara Aguilar. El equipo técnico de Alianza se encarga además de analizar el líquido en el laboratorio para determinar si es apto para el consumo.
La comunidad de El Cerro es una de las beneficiadas por este proyecto. Ermisenda del Socorro lava ropa en su casa con el grifo al lado. “Antes tenía que caminar horas para llegar a unos lavaderos que hay en el río. Me quitaba mucho tiempo y tenía que volver además con un bidón de agua para otras tareas del hogar. Me dolía el cuello del peso”, cuenta. Iris Ramona Mejía, su vecina, tiene un hijo de siete años, Josué, que sufre una discapacidad. “He notado muchísimo las ventajas de tener el agua en casa para cuidarle. Es de buena calidad y le sienta bien. Antes siempre se ponía enfermo con diarreas y vómitos”, señala. Su marido, José Soriano, es agricultor. No tener que desplazarse a diario a ríos y pozos le deja más tiempo para dedicarse al campo y al trabajo con los animales.
Familias que se turnan para cargar bidones
Estos testimonios contrastan con el de comunidades vecinas que aún no tienen agua potable. El proyecto está pendiente de una segunda fase que permitiría ampliar los beneficios a más vecinos. En El Naranjo, Yariksa, de 12 años, se levanta todos los días a las cuatro de la mañana para ir a recoger agua a un pozo y poder estar de vuelta a las siete para entrar a clase. Su madre explica que toda la familia tiene que turnarse para acarrear bidones. “El rendimiento de un niño que bebe poco agua o de mala calidad es bajo; si además tiene que acarrearla, se nota en su concentración en clase”, advierte Omar Aguilar.
También el pequeño Osmar Aguilera tiene que levantarse bien temprano para ir a lavarse al pozo antes de ir a la escuela. Como él, los vecinos de El Naranjo aún tienen que poner el agua a calentar al sol para tratar de eliminar las bacterias; aún tienen que recoger la que les llega en forma de lluvia y almacenarla para los meses más secos. Por eso esperan con ilusión el día en que por fin puedan tener un grifo en casa y vivir la misma felicidad que hoy refleja la cara de la anciana Heriberta.