Tras la verja metálica del antiguo crematorio hindú de Ceuta, solo quedan los restos de quienes se refugiaron entre sus muros anaranjados. Unos colchones destartalados, una bolsa con algo de comida, varias mantas y un par de zapatillas. De allí salieron a la carrera Mohammed, Marwan y Oussama cuando las redadas policiales, que baten la zona para devolver a los migrantes sin apenas trámites, se han hecho ya insoportables por este punto de la ciudad. Mirando hacia todas direcciones, desencajados, aterrados y heridos, quienes abandonaron minutos antes su guarida aparecen entre la vegetación del monte donde ahora se esconden.
Cada vez hay menos jóvenes marroquíes recién llegados deambulando por las calles del centro de la ciudad. Los que aún no han sido devueltos, se dispersan en grupos pequeños y esconden de las constantes redadas policiales. Algunos llegan a vestir con monos de obra para “disfrazarse” o “vestir elegantes” para despistar a los agentes. Otros, como Mohammed y sus amigos, encontraron por redes sociales que el antiguo crematorio era un buen escondrijo donde evitar la persecución policial, hasta que fueron descubiertos. Ahora, como ya lo hacían decenas de migrantes, se ocultan en el monte, aunque evitan permanecer mucho tiempo en un mismo lugar. Mientras algunos vecinos les ayudan proporcionándoles mantas y comida, otros avisan a la policía cuando se los encuentran y, poco después, irrumpen los furgones.
Desde el “acuerdo” alcanzado entre España y Marruecos, por el que el país vecino acepta la devolución de los adultos que entraron a nado en Ceuta la semana pasada, la Policía Nacional y la Policía Local de Ceuta recorren la ciudad, por la noche y a plena luz del día, en busca de jóvenes marroquíes en situación irregular. Según un portavoz de la Delegación del Gobierno en Ceuta, las personas detenidas son trasladadas a una de las naves del polígono del Tarajal, desde donde son entregadas a las autoridades marroquíes, cada dos horas, en grupos de 40 personas. Generalmente son trasladadas directamente en furgones policiales, según varias fuentes próximas al dispositivo.
Varios migrantes y algunas redes vecinales que prestan asistencia a los recién llegados denuncian que algunas de estas persecuciones llevan consigo agresiones policiales. 7.800 personas ya han retornado a su país de origen, bien de forma voluntaria o forzosa, aunque son procedimientos completamente distintos, Interior no diferencia a la hora de proporcionar esas cifras. El departamento dirigido por Fernando Grande-Marlaska asegura que “no le constan” las agresiones que aseguran haber sufrido los migrantes durante las redadas. La Policía Nacional de Ceuta niega que se produzcan estas batidas policiales, pues dice que los retornos son “voluntarios”.
Un agente me dijo: “No corras que disparo”
Mohammed habla con dificultad, porque casi no puede abrir la boca. Se agarra el labio inferior con ambas manos para mostrar el interior de este, desgarrado por su lado izquierdo. “Había ido anoche a buscar comida, porque hay gente que nos dice que toquemos la puerta y nos dan algo de cenar, pero de camino apareció la policía”, cuenta el joven marroquí, de 28 años. “Me dio con la porra en el labio, me lo ha roto, pero me conseguí escapar”. Le acompañaba un amigo. “A él le dieron una paliza y le dejaron ahí tirado. Un vecino se lo ha llevado a su casa para que pudiese dormir y recuperarse”.
Hablamos con ellos cuando acababan de ser sorprendidos de nuevo unos minutos antes por tres furgones de la Policía Nacional. “Empezamos a escuchar, '¡eh, ¡eh!', y salimos corriendo del crematorio. Para salir, al encontrarse cerrado, deben ascender a la zona superior del muro que lo protege y saltar hacia el suelo para huir. ”Un agente me dijo '¡No corras que disparo! Me enseñó una pistola'. Al correr, llegaron a darme, pero no me agarraron“, describe Marwan, de 25 años, entre la oscuridad de la noche que ya ha caído en el monte. Lleva un pie descalzo, cubierto solo con un calcetín, y cojea.
Hace muecas de dolor al caminar y tiene que ser ayudado por alguno de sus compañeros. “Cada vez me duele más. Una de las veces que ha venido la policía estaba cansado, no miré donde pisaba y me caí”.
Mientras corrían evitaban mirar para atrás. Cuando lograron agruparse, dos de ellos no estaban: “No han vuelto, no sabemos si los han capturado”. Todos aseguran que quienes les persiguen son la Policía Nacional, que recorren la ciudad en furgones. elDiario.es estuvo presente en una de las detenciones realizadas a dos chicos marroquíes en las proximidades en la frontera del Tarajal.
Oussama estaba por la playa Benítez este viernes cuando se encontró con una nueva redada. “Salí corriendo, casi me coge, pero escapé”, dice el joven, que parece menor de edad. Cuenta que para intentar frenarle llegó a darle con la defensa en el brazo. Nos lo muestra y el golpe es visible. Dice que tiene 16 años pero no quiere ir a la nave donde los menores son alojados temporalmente porque teme ser expulsado a Marruecos.
Lo mismo le pasa a Mohamad, también de 16 años. Se queja de un dolor punzante en la misma rodilla que le habían operado hace un tiempo en su país. Tanta carrera no le está viniendo bien y cada vez le molesta más. El adolescente rebusca en su riñonera de colores hasta encontrar un inhalador para el asma. Está vacío. “Se me ha acabado y estoy mal, cada vez respiro peor. Además por la nariz tampoco suelo respirar muy bien. Siento que me ahogo”, describe el muchacho, entrecortando sus palabras con una tos constante.
Pasan las once de la noche en el monte Hacho, próximo al mar, y el frío húmedo parece meterse en los huesos. El adolescente solo tiene una sudadera de abrigo y se prepara para pasar la noche a la intemperie, repartiéndose las pocas mantas con las que cuentan. Tampoco quiere ir al centro de menores: “Necesitaría que fuese seguro que no me van a sacar a Marruecos porque no me fío. Me encuentro muy mal, pero prefiero esto que volver”. El muchacho, procedente de Tetuán, había estado ingresado en el hospital hacía unas semanas por sus problemas de respiración, pero, cuando se enteró de que la policía fronteriza marroquí permitía la entrada a España el pasado lunes, no quiso esperar más.
Mohamed ha migrado a España preocupado por su futuro. “Mis padres son mayores, tienen 65 años. Como se mueran, me quedo sin nada, porque tienen una casa de alquiler. No quiero acabar en la calle”. El grupo de amigos, todos originarios del mismo barrio de Tetuán, pasa la noche con la mosca detrás de la oreja, con la ansiedad de ser sorprendidos por la policía mientras descansan entre la vegetación.
Poco después, otro joven urge al resto del grupo a dispersarse y esconderse por el monte. Se ven algunas luces de linternas en lo alto de la montaña. Empiezan a correr despavoridos, hasta que uno de ellos tranquiliza al resto. “¡No es la policía!, pero nos vamos”.
Mohamed pide ayuda desesperado. “No podemos dormir y mi salud no es buena. Me duele tanto la boca...”, dice el joven con el labio desgarrado por mensaje a elDiario.es.
Pero ni siquiera se fían del hospital. Varios voluntarios y trabajadores de ONG acuden a atenderle. Envían un vídeo de su boca a una sanitaria, que les da las indicaciones necesarias para poder tratarle de manera temporal. De manera rápida, para evitar que nadie los vea y llame a la policía, entregan un enjuague para evitar una infección y confían en que sea suficiente. En las últimas horas, este veinteañero ha estado escondido entre los juncos próximos al mar, ha subido a lo más alto de la montaña y ha vuelto a descender para esconderse de nuevo en una zona acantilada: “Hoy pensé que iba a morir. Me persiguieron, me escapé por el monte y luego me caí”. Pasa los días con una ansiedad constante ante la posible detención, pero prefiere mantener esa tensión que regresar a Marruecos.