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Juan Manuel Pardellas, autor del libro 'En este gran mar'

La historia de los cayucos 'perdidos' que desde África no llegan a Canarias y aparecen en América

El escritor Juan Manuel Pardellas.

Laura Prieto Gallego

3 de mayo de 2024 22:32 h

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Unos pescadores encontraron el barco a varios kilómetros de la costa, en una área difícilmente accesible, en Bragança (Pará, Brasil), el pasado 13 de abril. Al principio pensaron que estaba vacía, pero la pequeña barcaza de fibra de vidrio transportaba ocho cadáveres, a los que se sumó otro que se localizó posteriormente a pocos metros. Días después, las autoridades brasileñas confirmaron que la embarcación había partido de la costa de Mauritania después del 17 de enero y quedó a la deriva, recorriendo alrededor de 4.800 kilómetros hasta el otro lado del Océano Atlántico.

Los cuerpos, en tal estado de descomposición que en un primer momento costó saber cuántos eran, procedían de Mauritania y Mali, según ha podido saberse por sus documentos de identidad. Varios días después del hallazgo, el superintendente de Pará, José Roberto Pérez, informó de la identificación de los nueve pasajeros, fallecidos “muy probablemente por falta de alimento y agua”.

La rapidez con la que se han conocido algunos detalles no suele ser habitual. Muchas veces nunca llega a conocerse la identidad de las víctimas, su origen o el lugar al que querían llegar, ni siquiera cuántas eran. En 2021, Associated Press documentó el hallazgo de hasta siete de estos cayucos perdidos y con cadáveres a bordo, que habían salido de África Occidental con rumbo a Canarias, pero que se perdieron en el camino sentenciando a morir de sed y deshidratación a sus pasajeros. Es un ejemplo más de los horrores a los que se enfrentan los migrantes en la ruta migratoria canaria, la más mortífera, que se cobró casi mil víctimas en 2023, según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM).

Hace ya más de 15 años, Juan Manuel Pardellas inició una investigación sobre uno de los primeros “barcos fantasmas” de los que hay registro, el destartalado yate Bonny and Clyde que, en 2006, en plena crisis de los cayucos, apareció en Barbados con 11 cuerpos momificados, de los 48 chicos que se sabe que viajaban en él. Todos ellos procedían de Senegal y Mali, y fueron muriendo uno tras otro, después de quedar a la deriva porque su barcaza tuvo un problema en el motor.

Hace unos meses, el entonces redactor de El País y actual consultor, sacó a la luz el libro En este gran mar (Gaveta Ediciones). En él, Pardellas reconstruye la historia de los chicos que se subieron en aquel bote y conversa con los familiares que nunca volvieron a saber de ellos. “Cada vez que hay una noticia como la que hemos conocido ahora, en la que un barco se pierde y aparece con varios muertos, los familiares reviven el dolor y la tragedia de sus fallecidos”, cuenta en una entrevista con elDiario.es. 

Cuando se enteró de este nuevo naufragio, tan parecido al que relata en su libro, ¿qué es lo primero que se le vino a la cabeza?

Para ser absolutamente sincero, lo primero que pensé es que es imposible que sólo nos hayamos enterado de un caso, porque desde el verano del año pasado hasta hace prácticamente unas pocas semanas, una cantidad altísima de cayucos enfilaron directamente a la isla de El Hierro, la más alejada de la costa africana. Por lo que me comentan los que saben de navegación, los migrantes se alejan intencionadamente de la costa de Senegal y Marruecos para huir de la vigilancia marítima, arriesgándose a ser arrastrados por las corrientes. Son decenas y decenas de embarcaciones repletas de personas las que no han llegado hasta Canarias y eso es lo primero que se me pasó por la cabeza cuando escuché esta noticia. Que tiene que haber muchos más botes.

Este tipo de noticias no siempre tienen un especial impacto mediático y, de hecho, en el libro hace referencia a ello. ¿Es falta de interés o, quizá, el público está “narcotizado” ante estas tragedias?

Yo creo que más lo segundo. Hay interés y, afortunadamente, vivimos un momento en el que, en el periodismo español, casi todos los medios de comunicación cuentan con alguien que habla de inmigración, refugiados, etc. Pero sí que creo que, poco a poco, nos hemos acostumbrado a escuchar que un barco naufraga con decenas de personas o que desaparece en el mar. Pienso que nos falta bucear un poco más en lo que hay detrás, o igual falta ir hasta el origen mismo del suceso. Ir hasta el lugar donde se produce y hacer un seguimiento mayor.

Hadj Sano, familiar de una de las once víctimas del yate y personaje clave en su libro, tuvo muchas dificultades para que se abriera una investigación en España sobre aquellas muertes, ¿se investigan lo suficiente estos casos?

El problema de base es que no hay registros porque el propio movimiento migratorio exige una cierta confidencialidad y secreto, por tanto, al no haber un listado de personas que emigran es difícil estimar cuántas vidas se pierden por el camino. Nos movemos, como dice un capitán marítimo en el libro, en una estadística imposible en la que, de cada tres botes que salen, uno no llega. Si lo multiplicamos por unas cien personas en cada uno de ellos, pues imagínate cuántas han podido fallecer en veinte años. Es un número imposible de asimilar.

Nos movemos, como dice un capitán marítimo en el libro, en una estadística imposible en la que, de cada tres botes que salen, uno no llega

A lo largo de su investigación, viajó a Senegal y Cabo Verde, donde pudo hablar con familiares de algunos de los desaparecidos en aquella tragedia, ¿ha vuelto a saber de ellos?

Sigo en contacto con ellos a través de Sano que, digamos, es mi puente con el resto de familias. Y ellos, cada vez que hay una noticia parecida, o cada vez que aparece un barco al otro lado del Atlántico con fallecidos, reviven el dolor y la muerte de sus seres queridos.

¿Cómo afrontan estas familias un duelo así, sin poder enterrar a sus seres queridos y, muchas veces, sin respuestas?

Lo primero para ellos es la tristeza enorme de la pérdida de un ser querido, pero también la tristeza del fracaso de todo un proyecto familiar. Aquellas personas les confiaron a esos chicos, que, digamos, eran los más preparados del núcleo familiar y a los que eligieron porque eran los que tenían más posibilidades, sus joyas, su dinero... y pusieron en ellos todas sus esperanzas de prosperar.

La muerte de estos chicos, tan jóvenes, es una pena inconsolable. Las personas que me encontré eran absolutamente inconsolables. Aparte del abandono institucional: no hay gobierno, no hay ninguna organización ni nadie que se encargue de ellos, de su pena y de sacarlos del estado en el que están. Eso es ya de por vida.

En aquel viaje conoció la vida de algunos de aquellos jóvenes que se embarcaron en el Bonny and Clyde rumbo a Canarias, pero nunca llegaron. ¿Qué vio en su viaje?

Cuando estuve allí me encontré hogares muy humildes, sin electricidad, con un baño que era una cloaca para decenas o varias decenas de personas, con pocas opciones de alimentación, o pueblitos muy pequeños con los bienes suficientes para hacer una comida al día. Lo que me encontré es a gente muy, muy humilde.

Una de las imágenes que más me impactó y que incluyo en el libro es, además, desde mi punto de vista, icónica de lo que realmente es el “efecto llamada”. El “efecto llamada” no es una ley, ni la regularización de cientos de miles de personas. Es un póster, como el que tenía en su habitación el primo de Sano [una de las víctimas], que fabricó él mismo en su habitación con imágenes de héroes de Hollywood. El “efecto llamada” es una antena parabólica en la aldea más remota del corazón de África, es decir, toda la información que llega hasta allí, a través de la televisión o de Internet, de cómo es la vida en Occidente, en Europa, en Estados Unidos...

Y ellos se preguntan constantemente por qué no pueden aspirar a un mundo así. Lo que está en su cabeza es ayudar a su familia, con un concepto de familia mucho más amplio que el nuestro, y tener una vida mejor. Una aspiración que considero más que legítima. Probablemente nosotros, en su misma situación, haríamos lo mismo.

La muerte de estos chicos, tan jóvenes, es una pena inconsolable. Las personas que me encontré eran absolutamente inconsolables

La historia que cuenta en el libro pasó hace ya casi 20 años, en plena crisis de los cayucos. ¿Cómo ha cambiado la migración en la ruta canaria en este tiempo?

El año pasado hubo un periodo de llegadas, que va desde verano hasta prácticamente final de año, vinculado a una fuerte crisis política en Senegal, que provocó una explosión impresionante de salida de embarcaciones. En este caso, eran personas que realmente veían cómo su vida corría peligro y huían de una represión que hacía muchísimos años que no se veía en Senegal. Pero, más allá de esto, lo que ha cambiado es el perfil de las personas que deciden emigrar por mar. Es un perfil que se ha diversificado en estos últimos años y ya no son sólo chicos jóvenes, sino que cada vez vemos más mujeres y niños. Antes venían los jóvenes más preparados de la familia y ahora todo el que puede.

Hay otro elemento que no estaba tan presente en 2006, que es la extrema derecha. ¿Cómo ha cambiado el discurso sobre los migrantes?

Yo creo que el discurso de extrema derecha no ha cambiado respecto a aquellos años, pero lo que sí ha cambiado mucho son los principios del resto de partidos. Es decir, nadie se explica por qué, de la noche a la mañana, encontramos una solución inmediata para las regularizaciones y se dan permisos de trabajo y de residencia a cientos de miles de refugiados ucranianos; pero nos cuesta tanto hacer lo mismo con unos pocos de miles que vienen desde el África subsahariana.

Lo que no tiene sentido es que se apliquen unas normas para los migrantes y refugiados que son rubios, caucásicos, de piel blanca, y otras para los subsaharianos de piel oscura, de los que –con todos los respetos– podemos aprovecharnos porque son mano de obra. Creo que esto tiene mucho que ver con que los preceptos de la extrema derecha estén enraizándose en los partidos tradicionales.

Cuando realizó la investigación, no existían agrupaciones de familiares de los desaparecidos ni tantas ONG que se encargan de monitorear las embarcaciones. ¿Si volviera a cubrir esa misma noticia en la actualidad, cree que tendría más facilidades?

Seguramente sería más sencillo. Gracias a esas redes que se están tejiendo es mucho más fácil identificar los cuerpos o avistar barcos que quedan varados, aunque de fondo está el problema de la clandestinidad que exige el propio movimiento migratorio. Eso es lo que dificulta las identificaciones y, también, contar la historia. Otra cosa que ha cambiado en estos últimos 20 años es la comunicación. Antes, lo normal era que las personas no se pusieran en contacto con sus familias hasta que no tuvieran un trabajo estable o alguna forma de ganarse la vida y enviar dinero a sus casas. Ahora ya no es así. Ahora lo más importante es que la familia sepa que han llegado bien. La comunicación es más fluida, pero lo que no ha cambiado es la presión sobre los que sobreviven.

¿Qué fue lo más complicado de contar esta historia?

Si no llego a acceder a las fuentes oficiales, en este caso, al sumario policial de Barbados, no hay libro. Todo se hubiera movido en una hipótesis. Hubiera podido escribir una novela con un trasfondo real, pero gracias a ese sumario pude construir una historia verídica de lo que sucedió. Por supuesto, localizar a los familiares y poder contactar con ellos fue muy difícil, y sólo fue posible gracias a Sano, a este senegalés que me contactó cuando vio la noticia y gracias al cual se pudo contar con un listado de víctimas, es decir, el mérito de esta historia es tanto mío, por escribir el libro, como de él.

La comunicación es más fluida, pero lo que no ha cambiado es la presión sobre los que sobreviven

¿Qué se puede hacer para evitar que estas muertes se repitan año tras año?

Yo creo que podemos ayudar escuchando y prestándole más atención a esta realidad. Insisto mucho en lo que ustedes están haciendo, en dedicar cuanto más espacio posible a conocer las historias de estas personas que de deciden emigrar, cuáles son sus motivaciones, qué es lo que quieren y cómo podemos ayudarles.

Quizá deberíamos de plantearnos un estilo de vida que fuera solidario con las poblaciones de donde salen los recursos materiales que nos permiten vivir como vivimos. Y, lo que es más importante para mí, tenemos que escuchar, escuchar y escuchar, y escuchar a quienes viven en estos territorios sin imponer nosotros lo que ellos deben hacer en estas zonas.

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