Se llamaban Yaguine Koita y Fodé Tunkara. Eran dos adolescentes de Guinea-Conakry que murieron congelados en el tren de aterrizaje del avión que los llevaría a Bruselas, donde buscaban una oportunidad para estudiar. Lo explicaban los fallecidos en una carta localizada en sus bolsillos, dirigida a las autoridades comunitarias. El escrito conmovió a Europa aquel verano de 1999. Más de 20 años después, poco parece haber cambiado. Este jueves, un niño de unos diez años ha aparecido en el tren de aterrizaje un avión que volaba de Abiyán, la capital económica de Costa de Marfil, a París.
“Su muerte no tuvo ningún efecto. En los años 1999-2000, esta carta sacudió a la gente, pero luego se olvidó”, advertía este verano a RFI Liman Koita, padre de Yaguine. Las muertes de estos dos adolescentes de 14 y 15 años arrancaron muchas promesas a los líderes europeos. “Son ustedes para nosotros, en África, las personas a las que hay que pedir socorro”, decían en una carta carente de reproches, en la que explicaban los motivos por los que querían alcanzar el viejo continente.
“Les necesitamos para luchar contra la pobreza y para poner fin a la guerra en África. A pesar de todo nosotros queremos estudiar y les pedimos que nos ayuden a estudiar para ser como ustedes en África”, escribían en francés Yaguine y Fodé.
Además de la misiva, ambos llevaban fotos familiares y sus certificados escolares para dejar constancia de que eran buenos estudiantes. Ese era su mayor deseo, disfrutar de la educación a la que no podían acceder en Guinea. “Tenemos muchos colegios pero falta educación y enseñanza, salvo en los colegios privados, pero hay que tener mucho dinero y nuestros padres son pobres, aunque hacen lo que pueden para darnos de comer”, explicaban.
Los dos acudían a una escuela carente de recursos, recuerda Jesús Romero, portavoz de la Comunidad San Egidio, que puso el nombre de ambos a un colegio de Guinea y contactó con el entorno familiar. “Al igual que otros niños, Yaguine y Fodé fueron descartados por el sistema económico y educativo, pero tenían una gran capacidad y deseo de aprender, de ayudar a su país y su familia”, señala Jesús, recordando que ese es el objetivo de quienes arriesgan sus vidas para llegar a Europa. Según la OIM, en 2019 murieron 143 migrantes dentro de las fronteras europeas, aunque 1.317 fallecieron en el Mediteráneo, en un intento por alcanzar el continente.
Una tragedia que se repite 20 años después
“Les pedimos que hagan una gran organización que sirva para que África avance”, escribían a los dirigentes comunitarios Yaguine y Fodé. Poco ha cambiado desde entonces. “Todas estas muertes son la consecuencia de unas fronteras cada vez más cerradas y externalizadas. En lugar de salvar vidas en el mar, Europa ha creado una agencia paramilitar, Frontex, cuyo presupuesto se está disparando, sobre la que no tenemos ningún control democrático y que ataca públicamente a las ONG”, denuncian en su web los responsables de la ONG belga Amistad sin fronteras, que ayudó a repatriar los cuerpos y sigue rindiendo homenaje a los menores cada 2 de agosto junto a sus familias.
También señalan que la situación continúa igual o peor en Guinea-Conakry, un país donde sus habitantes sufren la escasez de agua potable y la falta de acceso a la electricidad y otras infraestructuras. “La falta de empleo es el verdadero flagelo de la población”, afirman. “Los discursos de las autoridades sobre 'autoempleo', 'éxito individual' y 'formación' como soluciones al problema están ampliamente difundidos, pero son totalmente ilusorios. Mientras esta situación socioeconómica no se resuelva, la gente no dejará de intentar emigrar, a pesar de los peligros, porque es la única esperanza de mejorar su condición”. En 2018, los guineanos fueron la tercera nacionalidad entre los migrantes que llegaron a España.
La mayoría de quienes alcanzan Europa de forma irregular lo hacen por mar, pero otros se arriesgan en contenedores frigoríficos, bajos de camiones o trenes de aterrizaje. El de Yaguine y Fodé fue el primer caso mediático, pero en los últimos años han continuado encontrándose personas migrantes fallecidas por congelación o aplastadas en los compartimentos de los aviones. Las temperaturas descienden a -50°C entre 9.000 y 10.000 metros, la altitud a la que vuelan los aparatos, y las carcasas de los trenes de aterrizaje no se calientan ni se presurizan.
El único caso registrado de muerte en un tren de aterrizaje en 2019 saltó a los medios hace seis meses, cuando el cadáver de un hombre cayó en el jardín de una vivienda en Clapham, un barrio residencial del sur de Londres. Se trataba de un polizón que se había introducido en el tren de aterrizaje de un avión procedente de Nairobi, Kenia. Aunque sus pertenencias fueron encontradas en el compartimento del avión, aún se desconoce la identidad de la víctima, de unos 30 años. Según las últimas hipótesis de la investigación, podría tratarse de trabajador del Aeropuerto de Nairobi, pues la autoridad de Aviación Civil de Kenia considera “improbable que un extraño” hubiera podido violar la seguridad.
Entidades como ACNUR o la OIM han insistido numerosas veces en la necesidad de facilitar rutas seguras a Europa. 20 años después, las familias de Yaguine y Fodé siguen reclamando justicia. Desde la ONG belga, presentes en el homenaje que tuvo lugar en Guinea este verano, explican que el luto no ha terminado para el padre de Yaguine, quien tuvo que soportar intentos de difamación y amenazas de las autoridades guineanas. Junto a la tumba, la madre de Fodé, que se mantiene vendiendo carbón vegetal en pequeñas bolsas de plástico tras perder a tres de sus cuatro hijos y a su marido, dijo alto y claro que el sacrificio de Yaguine y Fodé no había sido en vano.