Estas son las historias escondidas en los rescates de Proactiva Open Arms que Italia intenta impedir
Detrás de las 59.000 vidas que la ONG Proactiva Open Arms ha salvado desde que decidió fletar un barco para dar respuesta a las miles de muertes que se estaban produciendo en el Mediterráneo, se esconden 59.000 historias. Relatos de todo tipo que se encuentran en varios puntos: el dolor, la incertidumbre, el miedo, el horror vivido en países como Libia, pero también la supervivencia y la esperanza de encontrar un futuro mejor en suelo europeo.
El equipo del Open Arms sigue sin poder regresar al mar. Este martes, el juez instructor de Catania, en Sicilia, ha confirmado que la embarcación permanecerá por el momento amarrada en el puerto de Pozzallo y acusa a la ONG de “favorecer la inmigración ilegal”. El fiscal de otra ciudad, Ragusa, volverá a examinar el caso y decidirá si pide una nueva orden de inmovilización del barco en los próximos días.
Mientras, la organización catalana suma cada día nuevos apoyos: más de 256.000 personas han firmado una petición para pedir la liberación del barco y decenas de ellas han repetido en las redes sociales una consigna: “Si salvar vidas es un crimen, entonces yo soy un criminal”. De fondo, el miedo a que se pierdan más vidas. Como las de Dumbia, Segen, Sami o Doris, rescatados por la organización en sus dos años y medio de misiones en el Mediterráneo.
Dumbia
Dumbia fue rescatada junto a sus cuatro hermanas de 15, 13, 7 y 5 años en enero de 2017. Viajaban solas desde Trípoli y se embarcaron en una patera de goma junto a decenas de personas. En el fondo, la gasolina derramada y mezclada con el agua de las olas impregnó la ropa de los ocupantes y causó quemaduras graves en la piel a varios de ellos. Dumbia no resultó herida y desde el primer momento se ofreció a echar una mano con el idioma al equipo de Proactiva Open Arms.
La adolescente había escapado junto a sus hermanas de Costa de Marfil, su país natal. Huían porque su familia paterna quería practicarles la mutilación genital, algo que sí lograron con su hermana mayor, según explica en un testimonio recogido por la ONG. “Nuestro padre le dijo a nuestra madre que nos iba a practicar la ablación, pero nosotras lo rechazamos”, relata la menor. “Nos amenazaron con no dejarnos ir más a la escuela. También amenazaban a nuestra madre. Su hermana, con la ayuda de otro hermano, decidió sacarnos del país. Pedimos ayuda a Europa para poder continuar con nuestros estudios”, señala.
“Sus tíos las acompañaron hasta Libia y entraron solas, eran unas crías”, recuerda Guillermo Cañardo, coordinador médico de la ONG. “Dumbia era una niña muy responsable y muy espabilada, colaboraba muchísimo, nos ayudaba haciendo de traductora con los heridos. Era como la primera de la clase, atenta a todo”, añade.
Durante las horas que pasó a bordo, Dumbia se encargaba también de cuidar a sus hermanas. “Estaban tristes, cansadas”, sostiene el coordinador. También recuerda el semblante serio de la menor. “Son como adultos. Vemos niños de cinco años que tienen la mirada de una persona de 50. Cuesta mucho hacerles reír”. Las menores fueron finalmente desembarcadas en Sicilia. “Eran cinco niñas con toda la vida por delante luchando por que respetaran su cuerpo y poder estudiar, son historias de dignidad humana”, concluye el responsable de la ONG.
Sami
Dátiles y agua. Es lo único que llevaba Sami, refugiado sirio, en su pequeño bote de goma cuando fue encontrado solo en medio de la inmensidad del Mediterráneo tras 20 horas de travesía. El Open Arms se encontraba en la zona por casualidad, tratando de aprovechar un breve pronóstico de buen tiempo después de tres días sin poder navegar por mala mar el pasado diciembre. Escasos minutos antes de poner rumbo al norte, los jefes de misión ordenaron a los voluntarios que no dejaran de vigilar con los prismáticos mientras abandonaban la zona. “Vimos en el horizonte algo raro, nos acercamos rápidamente. Estábamos bastante trastornados”, dice Riccardo Gati, jefe de misión.
Sami tenía 31 años y había huido de la guerra en su país natal. Llevaba cerca de tres años en Libia, donde –indica el responsable– trabajaba como enfermero, pero la desesperación por su situación le llevó a echarse al mar desde una playa del país vecino.
“En Libia, los sirios son considerados gente rica, les roban. Sami llevaba mucho tiempo viviendo con miedo, estaba siendo explotado en el trabajo, no le pagaban. Vivía en un ala del hospital y no se atrevía a salir. Una vez, logró huir de un intento de secuestro. Nos contó que no aguantaba más, y era consciente de que o le rescataban o moría”, señala el jefe de misión.
Cuando lo localizaron, estaba en estado de shock. Después durmió durante horas. “He tenido mucha suerte”, repetía. De acuerdo con la ONG, con la que Sami mantiene el contacto, ahora se encuentra en Alemania, pero su intención es llegar a Suecia, donde vive su pareja. “Siempre me pregunto cuántos Samis habrá. Este chico tuvo mucha suerte, pero ¿cuántos hay que no la tienen?”, sentencia.
Doris
Doris no se llama Doris. La tripulación del Open Arms jamás supo su nombre, ni de dónde procedía. Tampoco su edad, aunque quienes estuvieron con ella aseguran que apenas superaba los 20 años. Sin embargo, recuerdan bien su mirada “completamente perdida”. Fue rescatada junto a 167 personas el pasado 27 de julio en una de las jornadas más duras que recuerda la ONG. En el barco deshinchado también había 13 cuerpos sin vida, entre ellos los de dos mujeres abrazadas, relata Anabel Montes, jefa de misión.
Doris estaba en cubierta, desnuda, cuando la responsable se le acercó. “Ella estaba en shock, todos venían en un estado físico y emocional terrible. Recuerdo que quería ponerle un pijama. Tenía las piernas llenas de heridas, pero no dejaba que la mirara ni que la vistiera”. Mientras, Doris trataba de apoyar su mano en la espalda de otra chica rescatada, que dio un grito. “La enfermera le levantó la camiseta y estaba llena de mordiscos infectados, otra mujer me hizo una señal con la boca, las habían mordido”, comenta la jefa de misión.
Según la ONG, prácticamente la totalidad de las mujeres a las que han auxiliado han sufrido agresiones sexuales en Libia. “Partimos de que todas las mujeres han sido violadas, pero lo de esta chica fue salvaje. Otra joven nos dijo: 'A mí me han violado, pero lo de ella ha sido peor'. Tenía un desgarro inmenso, no podía moverse, tuvimos que sedarla y trasladarla en camilla”, sostiene.
“A otra chica la habían violado antes de subirla a la barca. Fue uno de los rescates más brutales que recuerdo por el estado en el que estaban. Habían sufrido torturas, todas venían con cortes, quemaduras de cigarro...”, concluye. Finalmente, Doris fue trasladada junto al resto de ocupantes a otro barco de mayor capacidad.
Segen
Cuando subió a bordo del Open Arms, Segen apenas podía pronunciar su nombre. El hambre había hecho estragos en su cuerpo. El joven, procedente de Eritrea, tenía 22 años, medía 1,75 y pesaba solo 35 kilos, según indica la ONG. Llegó muy débil, después de una travesía en la que pasó más de un año y medio encarcelado en Libia, según su relato. Fue rescatado en una de las últimas operaciones del Open Arms, el 11 de marzo, junto a 93 personas –casi todas eritreas– que viajaban en una embarcación a la deriva. Él estaba en el centro.
En el recuento de rescatados, a Segen le pusieron una etiqueta con el número 37 en la muñeca. Es lo primero que vio Kepa Fuentes, fotógrafo voluntario de la ONG. “Recuerdo subirlo al barco, no se podía poner en pie, era piel y hueso. Le dimos agua, muy poquita. Casi no podía articular palabra. Hablaba con la mirada. Tenía una mirada muy potente”, relata.
El voluntario recuerda a Segen yendo al lavabo “como podía”, sujetándose a los hierros del barco. Estuvo un rato con él y le hizo algunas fotografías. “Con ayuda de otro refugiado me contó que estuvo preso y fue esclavizado en Libia durante un año y medio. También había sido torturado. Es lo único que pudimos hablar”, comenta.
Segen recibió atención médica, pero ya era tarde. Tras desembarcar en la localidad de Pozzallo, el puerto siciliano donde sigue atracada la misma nave en la que el joven llegó a tierra, fue trasladado a un hospital cercano. Murió a las 24 horas. “Segen dejó de ser una etiqueta, tuvo un nombre. Pero las historias se repiten, todos pasan por las mismas barbaridades. Es un ejemplo más de que solo buscan una oportunidad para vivir”.