ENTREVISTA | Erika Castellanos

“Tener VIH fue mi oportunidad para hacer algo bueno con mi vida”

La historia de Erika Castellanos es la historia de tres batallas: contra sí misma, contra la discriminación a las personas LGTBI y contra la propagación del VIH en el mundo. Pero cuando empezó su conflicto por sentirse mujer, aún no sabía que cada una de sus causas le daría las fuerzas y las herramientas necesarias para esta última batalla.

“Para prevenir el sida hacen falta más que pastillas y condones”, dice enérgica y con una sonrisa imborrable. “Hay que acabar con las barreras que impiden a las personas acceder a tratamiento o información, y una de ellas es la represión contra las personas LGTBI”, destaca Castellanos, activista trans y miembro destacado de la junta directiva de las comunidades de Centroamérica y Caribe del Fondo Mundial de la lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria. 

“No podemos hablar de VIH si no hablamos de poblaciones clave, porque en América Latina hemos visto que las leyes discriminatorias hacia personas LGTBI  o la falta de normas que blinden sus derechos humanos pueden provocar a su vez grandes retrocesos en la lucha contra el sida”, explica la activista durante su visita a Madrid con el objetivo de reunirse con diputados españoles junto a la ONG Salud por Derecho para pedir que España vuelva a aportar financiación al Fondo Mundial, suspendida desde 2011.  

Su historia aglutina el sufrimiento y la superación de las llamadas 'poblaciones clave'. Como mujer trans VIH positiva, su experiencia le dice que todo está relacionado, que la lucha para acabar con la epidemia del sida y la defensa de los derechos humanos de las personas LGTB, prostitutas, drogodependientes y reclusas deben ser una. Y sin fondos internacionales que apoyen la labor de la sociedad civil, insiste, los Gobiernos que más reprimen a estos colectivos no dejarán de hacerlo.

12 horas sin ir al baño por miedo

En el instituto en Belice, su país natal, Erika prefería pasar 12 horas sin ir al baño para no tener que decidir si usaba el de chicos o el de chicas. “Si iba al de hombres, me podían pegar, pero tampoco me atrevía a usar el de mujeres”. Solo era uno más de tantos miedos despertados por su identidad de género.

“Siempre tenía miedo de que alguien me lastimase. El cansancio de cuidar lo que digo, lo que hablo, cómo hablo, cómo camino. Estar en una constante mentira, fingiendo todo el rato, dando excusas. Usar el transporte público es algo terrible. Siempre burlas, siempre maltrato”, recuerda la activista.

Esta es la época de su primera batalla, la lidiada contra sí misma. “Siempre peleaba con cómo me sentía. Al vivir en un ambiente tan religioso, fueron muchos años en los que pensaba que sentirme mujer era pecado. Me costó mucho aceptarme, tenía grandes temores de si eso era malo”. En aquel momento, su familia reforzaba esa imagen negativa de su identidad de género e intentaba cambiarla. “Me enviaron a una clínica para curarme”.

Aunque aún mantenía la sensación de estar haciendo algo malo, durante su adolescencia asumió que no podría cambiar jamás su identidad de género. Fue cuando las discusiones con su familia y la incomprensión de sus allegados le empujaron a huir. “Necesitaba irme a otro lugar para no sentir esa presión social para cambiar quien yo era”. Migró de forma irregular a México.

Sin trabajo y bajo el estigma que pesa sobre la transexualidad, acabó durmiendo en la calle durante meses.

— Entonces, ¿prefería dormir en la calle que volver a casa?

— Sí.

— ¿Por qué?

— Me sentía libre. Podía ser quien yo quería y no tenía que fingir. Nadie me decía que cambiase, que estaba mal. Incluso viviendo en la calle me sentía más feliz. No es nada fácil, pero todo proceso complicado aporta un aprendizaje.

Fue entonces cuando empezó a ejercer la prostitución durante siete años y cayó en el mundo de las drogas. Acabó en la cárcel, donde estuvo seis meses. También fue allí donde venció su primera gran batalla.

“En la cárcel tuve que sobrevivir. No dejé de ser objeto de burla, me subastaron con los reos la primera noche. Pero también me dio la oportunidad de pensar qué quería hacer en el futuro y me dio la oportunidad de dejar las drogas”, reflexiona.

De beneficiaria a líder por la prevención

Cuando obtuvo la libertad, fue diagnosticada de VIH en 1995. “Mi pareja tenía sida y corrimos riesgos innecesarios”, admite la activista. “En ese tiempo el pronóstico vital era muy corto. Me dijeron que viviría entre seis meses y dos años”. Más de 20 años después, cuenta que pensar en el poco tiempo de vida que tenía le empujó a estar donde ahora está. “Era la única oportunidad de hacer algo bueno en mi vida”.

Trabajó como voluntaria en un centro de cuidados paliativos. “En ese tiempo solo recibía a gente que iba a morir. Eran abandonadas por sus familias porque tenían miedo y no sabían qué hacer. Las acompañábamos en sus últimas horas”.

Cuando murió su pareja, regresó a Belice para intentar cambiar la situación. “Había una gran disparidad en la calidad de los servicios de personas VIH y decidí hacer una red de personas infectadas para organizarnos y poder hacer abogacía para mejorarlos”, cuenta. El empujón de las formaciones y apoyo del Foro Mundial contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria las transformó en activistas para liderar los procesos de cambio de legislación en sus países. 

“Una auténtica transformación social”

“Trabajar en la prevención del sida implica una auténtica transformación social”, defiende la activista. Sitúa uno de sus mayores logros en Belice, donde su Código Penal castigaba las relaciones sexuales LGTBI hasta con 10 años de prisión.

Esta normativa, asegura Castellanos, además de discriminar a las parejas homosexuales o transexuales, afectaba también a la lucha contra el sida. “Muchos hombres gays temían hacerse las pruebas de VIH porque preguntaban con quién habían tenido sexo, es decir, te obligaban a reconocer en un lugar oficial que prácticamente eras un criminal”. 

En agosto de este año, la Corte Suprema de Belice declaró inconstitucional la norma. “Era una gran barrera que conseguimos derribar después de tres años de lucha y el fortalecimiento de la sociedad civil gracias a la financiación de la ayuda internacional”, apunta Erika. 

Por qué es importante no olvidar a la “población clave”

Desde los colectivos sociales que trabajan en la prevención del VIH insisten en que no hay grupos de riesgo, sino prácticas. La relación entre el sida con las llamadas poblaciones clave –homosexuales, transexuales, drogodependientes, prostitutas entre otras– también ha aumentado el estigma sobre ellas, señalan. No obstante, los organismos internacionales que buscan la erradicación de la epidemia a nivel global destacan la importancia de mantener un foco específico en ellas, sobre todo en aquellos países en los que la represión social y política es elevada. 

Durante la primera gran cita para caminar hacia el reto de acabar con la epidemia en 2030, marcada por los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, varios colectivos afectados por el virus, como los transexuales y los consumidores de drogas, quedaron excluidos de los compromisos más firmes. La decisión se debió al rechazo de países como Rusia, Camerún, Arabia Saudí e Irán, cuyos gobiernos tienen políticas y leyes discriminatorias con esta población. 

En el caso de regiones como América Latina y Caribe, donde trabaja Castellanos, las organizaciones sociales especializadas en VIH identifican las dificultades derivadas del estigma hacia la población LGTBI. “La discriminación social e institucional en, por ejemplo, hospitales o centros de atención, es un gran impedimento y provoca que mucha gente abandone el tratamiento”, dice Castellanos. 

“Por ejemplo, si una mujer trans acude a un servicio de salud y  le llaman por el nombre legal masculino, no querrá regresar. O si le empiezan a cuestionar el porqué de su identidad de genero, tampoco”, describe.

La activista cita un caso que le marcó especialmente: “La pareja de un chico hondureño estaba enfermo y, a pesar de ser la única persona que tenía, no le permitían estar con él en el médico para apoyarle en su tratamiento. Su novio cada vez seguía menos el tratamiento y finalmente se murió. Cuando el chico reclamó su cuerpo, no se lo daban. Estuvo un tiempo en el congelador porque no se lo querían entregar a él por no reconocer su noviazgo”.  

Por eso, insiste Erika, los triunfos como el logrado en Belice tras la derogación de la ley antigay son tan importantes para la lucha contra el sida. 

Aquella victoria la llevó a aquellos años en los que simulaba ser una persona que no era. La trasladó a aquel tiempo en el que temía represalias cuando mostraba a la verdadera Erika. La condujo a las historias de tantas personas con VIH que no acudían al médico por miedo a ser castigadas, o por el simple hecho de tener que escuchar en público un nombre con el que no se veían representadas.

Viajó a sus tres últimas batallas y ganó fuerzas para continuar. “Me sentí tan feliz. Porque tuve una niñez y juventud muy dramáticas por vivir en un entorno con tanta de discriminación... Esto es un gran reconocimiento para que las futuras generaciones no tengan que vivir el tormento que hemos vivido”.