¿Irán es o no es una dictadura? La polémica está servida. Mientras los portavoces oficiales mantienen que en Irán se vota cada cuatro años, los detractores del régimen creen que el poder omnipotente de los clérigos impide que Irán sea considerada una democracia. Cuando aterrizas en Teherán hay dos mandamientos obligados: no criticar nunca en público al Guía Supremo si no quieres tener problemas y tomar el pulso al país a través de las conversaciones con la gente, que opina sobre Irán con relativa libertad.
Toda ciudad persa, grande o pequeña, tiene bazar. Allí se gesta la opinión dominante y se organizan movimientos y revoluciones. Fueron los bazaríes de Teherán los que pagaron el flete del avión que devolvió a Jomeini a Irán y ha sido la presión de los comerciantes la que ha obligado al régimen a sentarse en la mesa de negociaciones de Ginebra y a intentar para forzar un acuerdo que revierta el grave deterioro de la economía. El bazar es una fuerza invisible, pero evidente.
¿Qué significa que Irán sea una República islámica? ¿Obliga a los iraníes a ir a la mezquita? Cuando paseas por Damasco, El Cairo o Yakarta, la mezquita está siempre en la línea del horizonte. El paisaje urbano está plagado de alminares y la llamada a la oración marca la vida cotidiana. Somnoliento, de madrugada, el muecín es el peculiar despertador en cualquier país islámico. En Teherán, con casi 15 millones de habitantes, no. La mayoría de iraníes no va habitualmente a la mezquita ni cumple con sus oraciones diarias. El persa, ario de origen, hace lo contrario de lo que le dicen que tiene que hacer, lo que no significa que una parte de la sociedad no sea muy conservadora. Pero la esencia de la república islámica está en su organización política.
Los enemigos oficiales: EEUU, Israel y los árabes
Las fotografías de los Guías Supremos Jomeini y Ali Jamenei, a miles, están en todas partes, igual que las de los mártires de la guerra Irán-Irak, que traumatizó al país en la década de los ochenta y causó un millón de muertos. Este es el primer signo de identidad: la rivalidad legendaria entre árabes (Irak) y persas (Irán).
Cada 4 de noviembre, desde 1979, el régimen celebra la toma de rehenes de la Embajada de los Estados Unidos de Teherán. Este año, otra vez, decenas de miles de manifestantes salieron a la calle, quemaron banderas de barras y estrellas y pintaron murales contra “el gran Satán”. En los colegios, en el más pequeño pueblo del país, los profesores jalean a los niños: “Death to America”, “Down to US”, “Down to Israel”, o “Abajo la arrogancia”. Las gargantas infantiles lo gritan con ardor guerrero.
Mientras tanto, en las conversaciones privadas no se trasluce para nada esta agresividad y un grupo de turistas de Nueva York -muy pocos, eso sí- visita Persepolis sin temer por su seguridad. En EEUU, Rohani tiende la mano a Obama y sus ministros negocian en Ginebra el acuerdo nuclear.
Así las cosas, no es extraño que la literatura oficial esté trufada de palabras que revelan paranoia: espías, complot, traición, secretos, marionetas, infiltrados, enemigos. Incluso las mujeres veladas que acuden a manifestaciones contra el régimen son, según portavoces oficiales, hombres disfrazados pagados por manos extranjeras. Por su parte, es imposible saber lo que la población opina de forma científica: los sondeos están prohibidos por ley.
La casa como refugio
En la calle, todo es apariencia. La tradición y la religión han tomado los bulevares, mientras en casa las mujeres se quitan los velos, se bebe alcohol, se escucha música prohibida, se baila, se leen libros censurados y se ven decenas de canales de televisión de todo el mundo a través de antenas parabólicas ilegales. Pero el Estado interviene poco en lo que pasa dentro de las casas: es un espacio sagrado.
Ahora, poco a poco, esta libertad doméstica sale a la calle: las iraníes se maquillan, algún atrevido se pone corbata (está mal visto llevarla, no está prohibido, pero no se pueden vender) y por las noches, en los parques, hay quién se atreve a pasear un perro, que tampoco está permitido.
Una “democracia” tutelada por el hermano mayor
En Irán hay prisioneros políticos y ejecuciones. Pero el gobierno mantiene que nadie es condenado a muerte actualmente por delitos de opinión y que la justicia es independiente. El Presidente Rohani, un conservador convertido en reformista, ha prometido redactar una carta de ciudadanía y mejorar la situación de los derechos humanos en el país.
El Ministro de Asuntos Exteriores Javad Zarif, vehemente, afirma que Irán es una democracia y que en ningún otro país de la zona cuatro presidentes han sido elegidos y reemplazados en las urnas en los últimos veinte años. Pero las cosas no son tan sencillas: en la elección directa a Presidente de Gobierno de este año, el Consejo de los Guardianes, que tiene derecho a veto, autorizó solo ocho candidaturas entre 680 que pretendían presentarse.
En 2012 pasaron la criba 3.400 candidatos a parlamentarios entre los 5.300 que pretendían competir en las legislativas. Un 36% fueron rechazados. Al final, de los 290 congresistas elegidos solo nueve fueron mujeres contra más de 40 clérigos.
Para presentarte tienes que ser licenciado universitario, defender la república islámica, ser musulmán practicante (a excepción de los que representan a minorías religiosas autorizadas como zoroastrianos, armenios o judíos!), tener buena salud y entre 30 y 75 años de edad.
Es habitual también que no prosperen las leyes aprobadas por la cámara legislativa porque las ha vetado el Guía Supremo o el Consejo de Guardianes “por no estar de acuerdo con la sharia”.
Los poderes del guía supremo
Los ciudadanos no eligen al Guía Supremo, que es el Jefe de Estado. Su nombramiento depende de una Asamblea de “Expertos”, formada por 86 juristas, elegidos cada ocho o diez años.
Mehdi, de 50 años, vive en Teherán y lo cuenta con claridad: “Alí Jamenei manda en el Ejército y la policía, controla la justicia, los medios de comunicación (radio, televisión y principales periódicos) y dirige la economía”. “Si quiere, puede cesar al Presidente de la República y rechazar las leyes que aprueba el Parlamento. Tiene todo el poder en sus manos”, asevera.
El Guía Supremo nombra al Presidente y a seis de los doce miembros del Consejo de Guardianes y al Presidente del Tribunal Supremo, que nombra a los otros seis personajes que componen el mencionado Consejo.
“El que sí es elegido por los ciudadanos de forma directa es el Presidente de la República. Por ley, no puede ser mujer. Tiene que ser un musulmán entre 25 y 75 años, sin antecedentes penales y no haber servido al Sha. Es elegido por cuatro años en unas elecciones en las que votan los mayores de 18 años, aunque para presentarte tienes que pasar el filtro del Consejo de Guardianes”, continúa Mehdi.
El Corán regula la vida diaria y se convierte en ley
La sharia es un código de conducta, inspirado en el Corán, y dictado por distintas autoridades religiosas. En Irán es un sistema legal completo. La sharia otorga un gran poder político a los líderes religiosos y les permite influir sobre las decisiones políticas, por encima de los líderes laicos. Actualmente hay en Irán alrededor de mil ayatollahs, con capacidad para dictar normas que regulen la vida cotidiana.
Esto a veces origina gran confusión. “Tras la revolución islámica – nos cuenta Muammad, un anciano de Isfahán- el país estuvo debatiendo durante años si se debía permitir jugar o no al ajedrez. En principio estuvo prohibido, pero luego se autorizó porque dejaron de considerarlo un juego de azar”. Hablamos con Muammad en la Plaza Real, Patrimonio de la Humanidad, donde hay miles de tableros de ajedrez a la venta. El Corán prohibe “los juegos de azar, ídolos y flechas de la suerte a los que considera abominación de las obras de Satanás”, dice Muammad. En Persia no está permitido el casino, la ruleta o la lotería.
Ayatollahs con fans, webs y teleoperadores
AyatollahsLos ayatollahs que tienen muchos seguidores acaban siendo marja, de los cuales no hay más de treinta vivos en Irán. Los marja crean jurisprudencia a través de las fatuas, normas de obligado cumplimiento. Cada uno de ellos cuenta hoy con páginas web, centrales telefónicas, y cobran altísimos impuestos que les convierten en hombres extraordinariamente ricos.
Khomeini se convirtió en marja con 61 años. Alguna de las fatuas que dictó sorprenden. Las recoge su libro 'La explicación de los problemas', que incluye su definición de lo que es impuro: “la orina, los excrementos, esperma, sangre, el perro, el cerdo, el hombre y la mujer no musulmanes, el vino, la cerveza y el sudor del camello que come basuras”. O su prohibición de casarse con la propia madre, hermana o suegra, o de mirar de forma lúbrica a una mujer que no sea la propia, un animal o una estatua.
A menudo surgen conflictos entre clérigos. Es ya legendaria la descalificación del ayatollah Yusef Sanei. ¿El motivo? Lo cuentan Khodaverdi, en el bazar de Tabriz (Azerbayán) donde se mezclan turcos, armenios, turcomanos y kurdos que hablan media docena de lenguas distintas, la principal de las cuales es el azerí, una variante del turco: “Sanei proclamó que el Islam prohibía el desarrollo de la bomba atómica y los atentados suicidas. Mantenía también que las mujeres eran iguales a los hombres y que podían ser presidentes o jueces sin limitaciones. Como su doctrina no coincidía con la oficial, un grupo de clérigos de la ciudad de Qom hizo todo lo posible por desautorizar sus enseñanzas”.
Asignaturas pendientes: economía y derechos humanos
El Gobierno de Irán ha dado un primer paso consiguiendo en Ginebra un principio de acuerdo sobre el conflicto nuclear. Necesita con urgencia 100.000 millones de dólares de inversiones y hará todo lo posible para reactivar la economía en los próximos años.
Los observadores internacionales no esperan que el bloqueo económico se levante antes de un año y medio, pero el pacto suizo es esperanzador si se tiene en cuenta que el 80% de los ingresos de divisas de Irán vienen del petróleo y del gas natural.
La eliminación de sanciones es el único paso posible para devolver la estabilidad al rial, reducir el paro y la inflación (que está alrededor del 30% anual, pero que ha llegado a superar el 40% en algunos momentos).
724 ejecuciones en los últimos 18 meses
Irán es, tras China, el país del mundo donde más se aplica la pena de muerte. Amnistia Internacional calcula que 724 personas han sido ejecutadas en los últimos 18 meses, la mayoría acusadas de narcotráfico. Este castigo coexiste con la flagelación o la amputación.
Otro sector que sufre la represión con mucha intensidad es la prensa. En este caso Irán comparte el dudoso honor, con Turquía y China, de ser el país más beligerante con los medios de comunicación. Los periodistas en prisión descendieron en 2013 de 45 a 35, según un informe del Comittee to Protect Journalists hecho público esta semana.
Las dificultades para la prensa extranjera para informar sobre el país siguen siendo enormes, aunque la red ha tomado el relevo de los profesionales para dar a conocer al mundo la vulneración de derechos humanos, lo que ha provocado la constante detención de blogueros, el cierre de cibercafés y la cancelación de cuentas de internet.
“Pueden censurar y limitar la información de la prensa extranjera, pero en el tiempo de internet no nos pueden quitar los teléfonos. Cada internauta se convierte en un reportero”, explica Ahmad, un joven internauta de Kermán de 25 años.
A pesar de las asignaturas pendientes que tiene Irán en el campo de los derechos humanos, la desigualdad de trato de la comunidad internacional pesa sobre los iraníes. A una opositora al régimen islámico, Fatemeh, de 30 años, de la ciudad de Isfahan, se le hincha la vena patriótica cuando recuerda que “el mundo trata con especial dureza a mi país. Irán ha dejado de cumplir seis resoluciones de Naciones Unidas pero uno de los vecinos de la zona se ha saltado 34 sin que haya recibido ninguna sanción ni bloqueo económico”.
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Los nombres de los iraníes que aparecen en estos reportajes no corresponden a sus nombres reales puesto que el periodista entró en el país como turista para evitar las limitaciones que se imponen a la prensa extranjera y para evitar las represalias que se pudieran derivar de sus opiniones