José María “Chema” Vera atiende a eldiario.es en una parada exprés en Madrid escasos días antes de poner rumbo a Nairobi. “Viajo con cierta frecuencia”, suelta sin poder disimular una risa tímida. Vera, que hasta septiembre estaba al frente de Oxfam Intermón en España, es el nuevo director general de Oxfam Internacional. Desempeña el puesto de forma interina, hasta que el comité de selección elija a la persona que sustituirá a Winnie Byanyima, ahora directora de ONUSIDA.
“La parte bonita ha sido sentir la confianza de los compañeros. No es un tiempo fácil. Nunca lo ha sido”, resume Vera, primer español en ocupar este cargo en la confederación internacional, que tiene presencia en más de 90 países.
Sin embargo, adelanta que no se va a postular para reemplazar a Byanyima de forma definitiva en unos meses. “Creo, y esto una cosa muy personal, que tiene que ser otra mujer poderosa del sur quien lidere la siguiente etapa larga de Oxfam Internacional, que como todas las organizaciones, ha estado fundamentalmente llevada desde el norte. Tiene que ser una mujer, también”, afirma convencido.
Dice que ha llegado a la dirección de Oxfam Internacional en un momento que “no es fácil”. ¿Por qué?
No es fácil por las circunstancias externas. Nuestro director de programas dice que es raro el día que no le llega un aviso o una llamada, de que no se haya producido una acción o de seguridad, o de cierre de espacios de la sociedad civil en los países en los que estamos. Más allá del área de trabajo de cada organización, lo que es común es el cierre del espacio de la sociedad civil. Cada vez en más países, cada uno desde donde esté… pero se va atornillando. Y esto es muy difícil para una ONG en la que hace tiempo optamos por el enfoque de derechos humanos y en la que queremos luchar contra la pobreza sabiendo que solo podemos hacerlo enfrentando las desigualdades. Eso exige una posición política, una voz, una denuncia, apoyar movimientos sociales y organizaciones en los países en los que estamos.
Lo vemos en circunstancias extremadamente diversas, desde países africanos a países como Nicaragua, a los ataques a las defensoras en Colombia o en Honduras. De una forma u otra, pero el espacio se va a apretando. Esto se une a la sensación de que somos conscientes de las crisis que hay. Ya no es un cambio climático que se va instalando: es una emergencia climática, una crisis estructural de desigualdad extrema que está rompiendo sociedades por la mitad. Y sin embargo, la lentitud de la respuesta es como si todavía fuera el agua que se va calentando poco a poco con la rana dentro. Esto supone un reto que va rápido, la sensación de tensión exponencial es mucho mayor ahora que la de hace años. Quizás este sentido de urgencia es la única manera para abordarlo.
¿Y a nivel interno?
A nivel interno es también un tiempo difícil, porque hay un replanteamiento de las organizaciones de justicia global. Muchos paradigmas de la ayuda al desarrollo ya se han caído, pero eso no quiere decir que las organizaciones nos hayamos adaptado del todo a esa ruptura.
Toca adaptarse a ello. No de una manera adaptativa, sino de una manera transformadora. ¿Qué quiere decir una organización grande como Oxfam, con voz global? ¿Qué nos dicen las movilizaciones sociales tan vibrantes que se están produciendo? ¿Cómo transformamos nuestro rol y nuestras estructuras? Es un desafío muy fuerte. Ahora que estamos en un momento de replantearnos nuestra visión estratégica y nuestro modelo organizativo, es muy importante.
Mencionaba la crisis climática. ¿Cómo debe incorporar una organización del calibre de Oxfam esta emergencia global en su trabajo contra la desigualdad?
Son dos cosas. El repensamiento interno, sobre cómo asumimos también la emergencia climática internamente. Es algo que creo que toda persona, familia, institución, empresa, Gobierno o país tendría que hacer. ¿Qué supone para nuestro hacer y nuestros propios seres? Otra cosa es nuestro trabajo externo, donde nunca hemos dejado de estar en el eje de cambio climático. Por ejemplo, en la parte más pública, fuimos muy activos hasta el Acuerdo de París. Estamos posicionados en desigualdad económica y social, pero siempre hemos estado en cambio climático, sobre todo desde la constatación de que si alguien sabe de esto son las miles de comunidades con las que trabajamos, para las cuales el impacto devastador del cambio climático es una realidad... de ayer.
Es fantástico escuchar a los jóvenes decir: “Es nuestro futuro”. También lo es la movilización que alerta del peligro de desertización de una parte del suelo español o del futuro de las especies. Es cierto todo, hay que pelear por ello. Pero nosotros, además, por lo que peleamos es por el daño que la crisis climática hizo ayer. No solo el que va a hacer mañana. Miles de familias han abandonado sus tierras sin querer irse. No querían migrar ni desplazarse y lo han tenido que hacer ya. Y están en campos de desplazados, en Etiopía o en Kenia, o en toda la banda saheliana. Hay niños que están malnutridos en Guatemala exclusivamente por los efectos del cambio climático y por falta de medidas para adaptarse a él.
Nuestro eje, sin que seamos una organización medioambiental, es el impacto humano ya, ayer. Y por tanto, tenemos que exigir financiación y medidas para adaptación e incluso para daños y perjuicios que ya se han producido. También, la mirada desde la desigualdad, porque el cambio climático es otra manifestación de la desigualdad. Tanto en la génesis -quién contamina más y quien ha contribuido al calentamiento global- como en las consecuencias -quién la sufre más y tiene una capacidad menor para adaptarse porque tiene menos recursos-.
Sin minimizarlo: por supuesto, el agro europeo va a sufrir mucho más el impacto del cambio climático, pero su capacidad adaptativa -por seguros agrarios, por capacidad propia… - es mucho mayor que la del campesinado saheliano, que ha contribuido menos y lo sufre más.
¿Debería el sector de la cooperación incluir más la lucha contra la crisis climática en su trabajo contra la pobreza?
Sin ninguna duda. No solo sumándonos a las movilizaciones, sino aportando experiencias, ejemplos, historias, investigación, políticas. Una presencia mucho más intencionada, con un valor añadido, para una presión social suerte. Es sustancial y es inherente a nuestra misión. Ya no es solo el criterio de la sostenibilidad como algo transversal. Se ha convertido en algo de vida y muerte para las comunidades con las que estamos trabajando.
El PSOE y Unidas Podemos han llegado a un acuerdo para un Gobierno de coalición. Después de años de recortes que han dejado la cooperación en niveles raquíticos, ¿qué pediría al nuevo Ejecutivo?
Empezaría con algo muy básico. Me gustaría que los líderes políticos en el nuevo Gobierno, y no me refiero solo al aparentemente posible presidente, se interesen por la cooperación internacional. No solo como un mecanismo de solidaridad internacional, que también, sino como la mejor manera de responder a los retos globales que nos acaban afectando a todos los españoles, no solamente a otras poblaciones.
Es imposible generar una hacienda pública justa sin una fiscalidad justa global, y eso exige cooperación internacional. Es imposible luchar contra el cambio climático solo desde las fronteras españolas, sin una contribución a favorecer una transición económica y energética justa en los países que están en su momento para el desarrollo. Es imposible pensar en una política de asilo y refugio solamente desde la arena nacional. Tiene que fortalecerse mucho más con una cooperación que incorpore la acción humanitaria integral en los países donde hay conflictos. No puedes pensar en un país que vende armas a Arabia Saudí mil veces más que la acción humanitaria que lleva al conflicto de Yemen. Hay que revertirlo.
No es una cuestión, como se ve desde ciertos sectores de la izquierda, de una cooperación tirita, que va solo a las consecuencias. Hace tiempo que la cooperación va a las causas. Hace tiempo que estamos apoyando la lucha contra la corrupción en muchos países, a las mujeres y a los movimientos feministas en toda América Latina y en África, a las defensoras de derechos humanos. Si los líderes políticos no creen en eso, nunca va a haber una apuesta por unos presupuestos o reformas estructurales. El próximo Gobierno tiene que creerse la solidaridad internacional y el elemento transformador de la Agenda 2030, que es global. Se nos va a medir por lo que hacemos aquí, y nuestra contribución transformadora sobre lo que pasa fuera.
Por ahora, estamos bajo mínimos. Nuestra cooperación internacional hoy está en unos niveles de irresponsabilidad internacional. Con caídas del 70%, y el 80% en nuestra acción humanitaria. Con unas subidas marginales. Cambiar estructuras, una nueva legislación y recuperar ilusión en unos equipos profesionales espléndidos requiere intención política.
¿Cómo ha vivido desde dentro esta década de caída libre?
Han sido duros. Hemos visto cómo una cooperación internacional que emergía con fortaleza política, con una dimensión presupuestaria muy significativa aunque necesitada de cambios estructurales, a partir del 2011 empieza a sufrir una laminación continua. Incluso vimos en algún momento cierta inquina. Fue la política pública más recortada de todas en los presupuestos españoles y vino unido de un desinterés. Claro que los sucesivos secretarios de Estado de Cooperación se han peleado por su política pública, pero no han encontrado tracción en sus ministros o en sus presidentes para permitir que esta política fuera mucho más relevante. Y eso que, con la agenda 2030, la cooperación deja de ser una política asociada con la acción exterior, con el mundo diplomático… y debería convertirse en un elemento integral de la política de desarrollo sostenible, en la que España sola no puede. Se acabó, no hay posibilidad.
Hemos pasado años duros, de defender y pelear mucho. Han sido años en los que el sector se ha visto reducido y ha habido menos oportunidades. Ahora se cuenta quizá con el cuadro profesional más potente y mejor formado. La gente llega ahora con una formación que no teníamos cuando yo empecé hace más veinte años. También, el respaldo de la ciudadanía sigue creciendo, en socios y donantes, pero no se corresponde con el respaldo político. España es el país con mayor apoyo a la población a la cooperación internacional de toda Europa, después de Chipre. Los sucesivos ministros nos han dicho: “Pero la gente no se manifiesta en la calle por el presupuesto para la cooperación”. La gente se ha manifestado por muy pocas cosas y lo hace por luchas que siente dentro, tampoco se manifiesta por otras 25 políticas públicas. Pero el respaldo a la cooperación en España es amplio.
Ha hecho referencia a paradigmas de la cooperación que han caído. ¿Se refiere también a lo que muchas veces se critica desde ciertos sectores, como el llamado 'complejo de salvador blanco', el 'rico blanco ayuda a negro pobre'?
No solo, pero es una de ellas. Claro que en la cooperación finalmente hay un flujo de fondos desde países con más capacidad financiera hacia países del sur. El reto es cómo desacoplas el dinero del poder. Siempre hay que seguir exigiendo rendición de cuentas y buena gestión, pero esto implica que las soluciones no vengan desde oficinas, sino que haya ese desplazamiento del poder hacia países del sur, lo que quiere decir equipos fundamentalmente nacionales. Nuestros equipos son nacionales por encima del 90%. El concepto de cooperante tradicional se ha transformado, lo que no quiere decir que no siguen haciendo falta conocimientos muy expertos, como en las emergencias humanitarias.
A su vez, ese personal nacional cada vez tiene que tener una capacidad mayor de escucha de las organizaciones sociales para ver cómo adaptamos nuestro rol y nuestro valor añadido mejor a ese movimiento por el cambio. Muchas veces es en forma de experiencia y conocimiento, otras veces es desde atrás, otras veces es con conexión internacional, llevando por ejemplo la denuncia de las mujeres defensoras en Colombia a la UE o a EEUU. Pero la detección requiere mucha humildad y mucha escucha. Esa es la forma de transferir poder a quien lo debe tener.
¿El sector tiene esa asignatura pendiente?
No hay otra. Creo que hay algunos mecanismos que no ayudan mucho, como los tipos de convocatorias, el formato de proyecto cerrado, con unas exigencias de reporte muy basadas en lo financiero y poco en el impacto en las comunidades. Queda mucho camino. Ahora, apoyar a la sociedad civil en el Sur global es de vida o muerte, además. En muchos países se está, desafortunadamente, en resistencia. Antes había agendas de derechos sociales, económicos, fiscalidad, condiciones laborales dignas que están regresando a los derechos civiles y políticos fundamentales. No se puede alzar la voz por una fiscalidad justa porque se me está persiguiendo, amenazando y se me puede asesinar.
La OCDE ha advertido de que se ha reducido la ayuda que se destina a los países más empobrecidos. ¿Es una tendencia peligrosa?
Estamos viendo una regresión en la ayuda oficial al desarrollo. Hay una vuelta a intereses geoestratégicos, políticos y comerciales de muchos donantes. EEUU es el paradigmático, pero hay un cuarto interés que no estaba hace 20 años cuando yo empecé en esto, porque el comercial era muy fuerte: el interés migratorio.
¿Qué opina de esa deriva? Las ONG europeas han constatado que la Unión Europea destina fondos de cooperación a control migratorio en terceros países.
Es tremenda y es una de las cosas que más daño pueden hacer. La cooperación al desarrollo está para erradicar la pobreza, luchando contra la desigualdad, la injusticia de género y la emergencia climática, y bastante es hacerlo bien así. Si le metes algún añadido y además “si podemos aportar a la empresa española o americana para que penetre”… No, no es un chicle que puedas estirar.
Meter el elemento migratorio es una injusticia y una distorsión. Estás enviando fondos de cooperación para el desarrollo a fines que no lo son, como el control migratorio. Pero además estás sesgando políticas nacionales. Estás aportando financiación a Níger, castigado por la emergencia climática de una forma brutal, para apoyar a las fuerzas armadas y policiales, controles fronterizos, hotspots más o menos explícitos y para la contención en un país de origen que no se caracteriza por el respeto a los derechos de la población.
Es una mirada que no prima los derechos, prima la contención y control. Después está el discurso que concibe la migración solo como un problema a frenar sin ningún tipo de planteamiento alternativo, como recuperar una política de asilo justa y que responda a las Convenciones de Ginebra. La única prioridad es el control y además se está pervirtiendo el uso de los fondos de la cooperación para el desarrollo, que ya pocos y bastante sensibles son.
¿Han detectado esta tendencia desde sus programas, que los organismos les exijan para llevar a cabo sus proyectos un fin migratorio?
No, nunca lo habríamos aceptado. De hecho lo hemos denunciado. Sí que ha empezado a aparecer un efecto secundario: el elemento de empleo, juventud, dar la oportunidad de que la gente no tenga que migrar. Ese derecho a no migrar, cuando sabemos que quienes migran por razones económicas y buscando una oportunidad mejor no son precisamente los más pobres. Han aparecido alguna vez en algún proyecto y lo hemos hablado con funcionarios de la Comisión Europea. Algunos Estados miembros [grupo de Visegrado], los más duros en temas migratorios, han exigido que todo programa de la Comisión lleve un indicador de cuántas personas ha hecho que no migren. Es una estupidez de tal calibre, un desconocimiento de lo que la cooperación es…
Desde las ONG trabajamos para luchar contra las injusticias y la desigualdad y por el desarrollo. La consecuencia que eso tenga en el factor migratorio no nos incumbe. Es una decisión libre que las personas toman, como la han tomado a lo largo de toda su vida. Pensar de una manera simplista que quienes están en pobreza extrema pasen a estar solo en una pobreza relativa va a suponer menos impulso migratorio es una simpleza tremenda. Desde la Comisión se han hecho cosas mal pero han intentado resistir esa presión hasta donde han podido. Claro que hay una contaminación, y la securitización de la ayuda al desarrollo es una de las peores señales de hacia dónde va la política internacional.
Toma las riendas de una ONG que aún vive la resaca del escándalo de los abusos sexuales tras el terremoto de Haití, en 2010, revelado hace casi dos años, con un informe muy duro de la Charity Commission de Reino Unido el pasado verano.
Es una prioridad esencial, no por acabar con una crisis que hace tiempo que pasó o por recuperar ingresos o reputación, sino por nuestro compromiso con las mujeres, con nuestro equipo y la población con la que trabajamos. Mi reflexión sobre esto es que el compromiso Oxfam contra la prevención y la lucha contra el abuso y explotación sexual no es nueva. Empieza hace muchos años, cuando ocurrió el caso de Haití teníamos estructuras y mecanismos. Pero no era suficiente. Ahora estamos haciendo una inversión mucho más significativa. Hemos triplicado aproximadamente nuestra inversión económica en protocolos, manejo de los casos, investigadoras, atención a las víctimas…
También es un cambio cultural, la conciencia de que las situaciones de desigualdad son estructurales, que no hay organización que a priori pueda decir que es perfecta. Trabajamos en contextos extremos, donde los riesgos con la población local pueden ser especialmente elevados por la vulnerabilidad y solo se enfrentan con determinación, políticas, protocolos, inversión… Y a pesar de todo, solo se puede enfrentar con cambios culturales, que son más largo plazo. Yo siento que, aunque tarde años, lo estamos viendo. Lo intentamos hacer con humildad, haciendo un ejercicio serio que lleva muchos años y se ha redoblado tras el caso Haití para ser implacables.
¿Cuál ha sido el impacto a nivel económico, en número de socios, en reputación? ¿Cómo tratan de recuperar la confianza de la población, tanto los donantes como la que apoyan con sus proyectos?
Estuve en Haití a los cinco meses con organizaciones feministas locales. Su apoyo era absoluto. Destacaban que estaba mal, por supuesto, pero seguían confiando en la organización. El respaldo que hemos sentido desde muchas comunidades, organizaciones sociales y específicamente feministas ha sido muy alto porque una creencia en la organización en su conjunto porque llevamos muchos años junto a ellas.
La tormenta mediática, por supuesto, tuvo un impacto económico en socios y reputación. Pero la inmensa mayoría de los socios se quedaron, lo que dice mucho de su confianza y su fidelidad. No solo hablamos de España, Estados Unidos, Holanda, Reino Unido, Hong Kong... aquellos donde la base de socios es más significativa. Ha habido y sigue habiendo impacto económico, por lo tanto hay que hacer todo lo mejor posible con menos recursos. Esto es indudable
No hemos pretendido hacer ningún show, simplemente tratamos de demostrar que nos lo tomamos en serio. Que queremos estar al máximo nivel, específicamente en protección y cultura de acoso y abuso. Demostrar que seguimos siendo tan serios como nos han considerado siempre, sobre todo la sociedad española, que es uno de nuestros atributos mayores. Hacer todo lo posible por que la transparencia sea máxima y por seguir trabajando bien, sobre todo con nuestra base social, con los medios, los partidos políticos y con las empresas para ir recuperando. No con fuegos artificiales, sino con un trabajo bien hecho.