Las marcas y cicatrices de cortes en su rostro la delatan. La cosa empeora cuando muestra las de cigarrillos apagados en su pecho. Solo tiene 32 años, es una mujer joven pero las constantes palizas de su marido y el sufrimiento diario han envejecido su rostro. Aunque ha conseguido llegar a Europa, sus ojos ya no brillan. Tiene miedo, no es capaz de aguantar la mirada más de unos segundos.
Hace más de cuatro meses que Amina (nombre ficticio) abandonó la capital paquistaní, Islamabad. No lo hizo sola. Le acompañan sus tres hijos. La mayor, Ilen de siete años, Haliffa de cinco y Owen de tan solo dos. Fatema aún no ha nacido pero poco le queda. En menos de una semana su cuarto hijo verá la luz, o la sombra de la oscura vida por la que ha pasado su madre.
La joven abandonó hace cuatro meses su casa. Aquello se había convertido en un auténtico infierno. Su marido se casó por segunda vez cuando nació su tercer hijo. “El segundo matrimonio fue el desencadenante de todo. A partir de ese momento comenzó a despreciarme, a pegarme. Mi vida y la de mis hijos se convirtieron en una auténtica pesadilla”, relata en un inglés básico. Su familia tampoco la ayudaba, asegura.
Cansada de esconderse siempre, de no encontrar ayuda en nadie, decidió armarse de valor y abandonar su casa y familia. Quería llegar a Madrid, donde dice tener familia. “Lo único que quiero es vivir en paz. Alejarme de mi marido, que en los últimos años se ha convertido en una persona violenta, irreconocible. Al principio el miedo me paralizaba pero mis tres hijos y la pequeña Fatema, que llegará en cinco días, es lo que me da fuerza para andar a una nueva vida”.
“Quiero llegar a España, aunque tenga que ir a pie”
El trayecto no iba a ser fácil. Debía cruzar Pakistán hasta llegar a Afganistán, país vecino. Después, recorrer Irán hasta alcanzar Turquía, punto de encuentro de los refugiados de diferentes nacionalidades. Es allí donde las mafias turcas se aprovechan de la desgracia de miles de personas. No ha habido mayor negocio en 2015 que los refugiados que cruzan el Egeo. Embarcaciones de 400 euros la plaza en las que los traficantes llegan a sacar 60.000 por bote. Y fue en una de estas lanchas en la que Amina y los tres pequeños subieron sin saber muy bien a qué isla griega llegarían. La suya fue Lesbos.
Cuando bajó andaba perdida. Llevaba a su espalda miles de kilómetros recorridos, ayudada por mafias, y en muchas ocasiones por sus piernas y fuerza de voluntad. “Quiero llegar a España, aunque lo tenga que hacer a pie. Ya he caminado mucho hasta llegar a Turquía, eso no es problema para mí. Solo me preocupa qué va a pasar cuando nazca Fatema”, relata a eldiario.es.
El primer paso es sencillo. Al llegar los refugiados a la isla, autobuses del ACNUR los trasladan al Campo de Registro de Moria, a escasos metros de Mytilene, la capital. Allí proceden a inscribirse, ya que sin ese papel no podrán comprar el billete de ferry destino a Atenas. Y así hizo ella. De allí pasó a un campo transitorio para familias en situación vulnerable. Durante dos meses se han ocupado de ella, de los niños, y de las revisiones ginecológicas que debe pasar. Pero hay algo que ella siempre tuvo claro: no quería parir en Lesbos, sino en Atenas, y así será.
Este miércoles partió hacia la capital griega. En el puerto de Mytilene la despedía mucha gente que ha estado trabajando con ella e intentando hacerle la vida más fácil, voluntarios españoles como Pilar, Nuria, Urko, Elvira o Julio. No podían evitar llorar tras su partida.
A su llegada al puerto, ha sido trasladada a una casa de acogida donde se quedará hasta que se recupere del parto de Fatema. Los voluntarios del campo en el que ha pasado los últimos dos meses se han encargado de su atención y de que los niños estén bien cuidados hasta que recupere la fuerza suficiente para continuar su viaje. ACNUR ya está estudiando su caso. Se trata de una situación vulnerable. Su vida correría peligro en Pakistán en caso de ser deportada.