Luces y sombras en la nueva cura de la hepatitis C
A finales de 2013, la Agencia de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos aprobó el sofosbuvir, un nuevo fármaco para la cura de la hepatitis C, un virus que se contrae por contacto sanguíneo, que afecta principalmente al hígado y que sufren alrededor de 150 millones de personas en el mundo (un número cinco veces mayor que el de personas afectadas por el virus del VIH/sida).
Aunque la hepatitis C se considera una enfermedad curable, lo cierto es que no siempre lo es. Más de 350.000 personas mueren cada año a causa de enfermedades relacionadas con un virus que no presenta síntomas en el 80% de los casos y genera enfermedades crónicas, cirrosis o cáncer de hígado, antes de ser detectado. Los tratamientos actuales (principalmente mediante interferon y ribavirina) son caros, se administran mediante dolorosas inyecciones y pueden causar graves efectos secundarios.
Un tratamiento a base de sofosbuvir (siempre combinado con otros compuestos) duraría entre 12 y 24 semanas, la mitad de tiempo que los tratamientos actuales, y se administra por vía oral. Las pruebas realizadas han demostrado un gran porcentaje de éxito además de una enorme reducción de efectos secundarios.
Para su comercialización en EEUU, Gilead, la empresa bioformacológica californiana que ha desarrollado el sofosbuvir, ha fijado el precio de 24 semanas de tratamiento en más de 61.000 euros: es decir, 728 euros por pastilla. Su nombre comercial: Sovaldi. El coste de producción de ese mismo tratamiento oscila entre los 94 y los 182 euros (de 130 a 250 dólares).
En los últimos meses, la preocupación de pacientes y organizaciones giraba en torno al precio estipulado para estos medicamentos en países de ingreso medio, allí donde vive el 75% de la población mundial por debajo del índice de pobreza y donde residen más de 100 millones de personas con hepatitis C.
Gregg H. Alton, vicepresidente ejecutivo de Gilead, ha anunciado que la compañía ya negocia con fabricantes de genéricos en India para fabricar tratamientos con los que abastecer a 60 países de entre todos aquellos clasificados como de ingreso bajo o medio, con la idea de introducir en el mercado su tratamiento de 24 semanas a un precio que rondaría los 1.400 euros.
Rohit Malpani, director de política y análisis de la Campaña de Acceso a Medicamentos Esenciales (CAME) de Médicos Sin Fronteras (MSF) advierte: “Cuando has empezado por un precio tan desorbitado en Estados Unidos, puede parecer que estás haciendo un gran descuento, pero el precio que Gilead anuncia que cobrará en los países más pobres está aún muy por encima de lo que la gente puede permitirse”.
Todo aparenta ser una jugada generosa de Gilead para conseguir la concesión de una patente para el medicamento Sovaldi en la India, asunto que actualmente se negocia en la Oficina de Patentes India. Pero no lo tendrá fácil. Y es que I-MAK, una iniciativa para el acceso a medicamentos, presentó una oposición de patente al considerar que el 'sofosbuvir' no representa una verdadera innovación ya que sus tecnologías y compuestos ya eran conocidos. La sombra del evergreening se proyecta inmensa de nuevo.
I+D, un sistema fracturado
El altísimo precio que Gilead va a cobrar por sofosbuvir – tanto en países ricos como en desarrollo – y su lucha por la consecución de la patente en la India – la farmacia del mundo – dejan en entredicho el sistema de Investigación y Desarrollo (I +D) actual. Y estos hechos no son los únicos acontecidos recientemente: podríamos añadir varios más.
Por ejemplo, las palabras del CEO de la compañía farmacéutica alemana Bayern declarando que ellos no desarrollan un medicamento para el cáncer para el mercado indio sino para pacientes de países occidentales que pueden costearlo. O la filtración de documentos que desvelaban un plan secreto elaborado por la gran industria farmacéutica –Big Pharma– para hacer que el Gobierno surafricano diese marcha atrás en su batalla por la obtención de patentes para medicamentos esenciales. O el abandono de la compañía farmacéutica sueco-británica AstraZeneca de sus estudios para el desarrollo de medicamentos para la tuberculosis, la malaria y otras enfermedades olvidadas, todas muy presentes en países pobres, para centrarse en el desarrollo de medicamentos para cáncer, la diabetes o hipertensión, con mucho peso en los países ricos. Y éstos son sólo algunos ejemplos recientes.
“El sistema de I +D, basado actualmente en patentes, monopolios y precios altos en los medicamentos para recuperar costes, no funciona y necesita ser arreglado” alega Manica Balasegaram, director ejecutivo de la CAME. “Estamos viendo una ausencia completa de I+D en temas de necesidad real, especialmente en las enfermedades que afectan a los pobres”.
Las compañías argumentan que los altísimos costos de I+D han de ser recuperados con las ventas del nuevo producto, siempre protegido con patentes que se extienden durante muchos años y que les brindan un monopolio en el mercado. La lógica comercial dice que los beneficios vendrán de los mercados más lucrativos, es decir, de los países más ricos.
De este modo, las enfermedades más presentes en los países en desarrollo se van olvidando, así como las vidas de los pacientes que ven como quedan sin cura o con una totalmente fuera de su alcance.
Organizaciones como MSF apuestan por un sistema de I+D renovado, acorde a las necesidades médicas y de la salud pública. Modelos de negocio alternativos pueden ser creados y desarrollados para pagar los costos de I+D; modelos que incentiven la innovación de las compañías mediante recompensas justas y transparentes al alcanzar los objetivos marcados, apoyados por Agrupaciones de Desarrollo de Producto, encargadas también del desarrollo de medicamentos, pruebas de diagnóstico o vacunas, y respaldados siempre por una organización dedicada a promover fondos comunes de patentes para los nuevos productos, como el Medicines Patent Pool.
Éstas son sólo algunas de las muchas pautas que habría que seguir para conseguir un sistema justo de I+D y dejar de escuchar, al fin, cifras desorbitadas para sufragar tratamientos vitales, que hay medicamentos creados sólo para la gente con dinero, que ya no interesa estudiar tratamientos para enfermedades que afectan a los países menos desarrollados o que, bajo el más oscuro secretismo, hay grupos farmacéuticos de presión que pretenden influir a los gobiernos para legislar en contra de la salud de su propio pueblo, tan falto de recursos, tan escaso de tiempo, tan ajeno a su propia suerte.
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El artículo refleja la opinión de su autor y no representa, necesariamente, el posicionamiento de la Campaña de Acceso a Medicamentos Esenciales de Médicos Sin Fronteras