“Desde que construyeron la valla en Oujda el paso es mucho más peligroso. Hay heridos y muertos, por el foso y la barrera”, asegura Ibrahim, el chairman (líder) de la comunidad de Gambia, buen conocedor del terreno. En 2014 Marruecos anunció la construcción de una barrera a lo largo de la frontera con Argelia, desde la costa, que ha encarecido y complicado las rutas para llegar a Europa. Un investigador a cuyo trabajo ha tenido acceso eldiario.es ha documentado la muerte de cuatro personas desde enero en esta zona.
Ibrahim calcula que tiene 36 ó 37 años y que lleva unos 10 de viaje desde que salió de su país, incluida una deportación desde España, un volver a empezar el camino desde Senegal y los tres últimos años en Oujda. Ahora, cruzar es un poco más difícil por el muro que está levantando Marruecos con su país vecino.
“Marruecos está construyendo una valla dotada con detectores electrónicos para protegerse de las amenazas terroristas, la inmigración ilegal y el contrabando”, declaró el ministro del Interior, Mohamed Hassad, en una respuesta parlamentaria en julio del año pasado.
Sin precisar cuál sería la longitud de la barrera, Marruecos ha ido ampliando el muro vallado, con tramos de 1,5 a tres metros de altura. Se construyó un tramo inicial de 40 kilómetros al que siguió otro de 70 km y está proyectado uno más de 30 km hasta la ciudad de Jerada. Se han instalado diez torres de control y se ha equipado con cámaras. Casi al mismo tiempo, los argelinos empezaron a cavar un foso en su lado de la frontera, aunque Marruecos reprocha a sus vecinos –la frontera terrestre permanece cerrada desde 1994– la falta de cooperación.
“Cada vez que reforzamos la seguridad en las fronteras llega la tragedia”, se lamenta el investigador sobre migraciones Hassan Ammari, que ha documentado la muerte de cuatro inmigrantes subsaharianos en la frontera desde enero de este año: un camerunés, un nigeriano, un ghanés y uns persona de nacionalidad desconocida. Él mismo fue a buscar uno de los cadáveres, el del joven nigeriano, Efoanimjor Kenneth George, el 21 de enero: “Hacía frío y llovía y el foso de la parte argelina se llenó de agua. Apenas iba abrigado. Creemos que después los argelinos lanzaron el cadáver a la parte marroquí”, asegura. Fue enterrado en Oujda el 20 de febrero.
“Entra menos gente. Antes venían 20 personas a la semana y ahora entran unas 10 personas al mes, pero siguen llegando”, explica Ibrahim, haciendo el recuento comparativo. “Pero si tienes dinero, cruzas. Éste es un país de comercio, sobre todo en esta zona, donde mucha gente vive del contrabando de mercancías y de personas”, añade. No es ningún secreto que en Oujda, como en cualquier ciudad fronteriza, se mercadea de un lado al otro de la frontera con gasolina, aluminio, cigarrillos, ropa y calzado. “Comercio informal tolerado”, como dicen en Ceuta y Melilla.
Otras rutas más caras y peligrosas
La nueva valla ha encarecido los precios de los pasadores de inmigrantes. “Antes podían pasar más libres, sin pagar. Ahora han convencido a la gente de que deben pasar forzosamente por los traficantes de personas para poder llegar de Argelia a Oujda por los puntos más habituales, así que estas pequeñas redes están mucho más activas”, analiza Ammari. Lo que antes costaba 20 ó 30 euros con un “guía”, ahora cuesta 50 ó 60.
También están cambiando las rutas de entrada. En los últimos meses, han llegado inmigrantes desde el desierto del Sahara, atravesando el norte de Mali hasta el sur de Argelia y de ahí, a Marruecos, sin subir a Oujda, al norte. Es un viaje aún más peligroso: “Vine desde Mali en un 4x4, con otras 15 personas, encajados en el coche, sin poder movernos. Dos de ellas murieron en el desierto”, explica Diabaté, un joven maliense de 17 años que planea volver a Argelia porque en Marruecos no encuentra trabajo. Ha abandonado el sueño europeo.
El blindaje de la frontera con Argelia contrasta con la calma que se respira dentro de la ciudad en la que se ha convertido la Facultad de Derecho y Ciencias de Oujda, la célebre “Fac”, que conocen todos los inmigrantes subsaharianos recién llegados desde Argelia. Es el primer punto de descanso en Marruecos después de un largo viaje. Allí conviven unas 300 personas de distintas nacionalidades que hacen vida en tiendas fabricadas con madera y plásticos. Mucho más sólidas, sin embargo, que las de hace unos años porque ya no hay redadas de madrugada de la policía en la Fac, como hasta hace un año.
Desalojo de los campamentos más próximos a España
En los últimos meses, la prioridad de Marruecos ha sido alejar a los inmigrantes de las fronteras con Europa. Apenas hay 150 personas en el monte Gurugú, después de los traslados forzosos de febrero pasado y la imponente presencia policial en la zona de Nador, en la frontera con Melilla. Oujda, a 134 km de Nador por la nacional 2, queda todavía alejada de las fronteras europeas, por eso la Fac ya no parece ser una prioridad para las fuerzas de seguridad.
En el ambiente flota una rara normalidad. Unos juegan al fútbol y otros van y vienen de entrenar. Tres jóvenes guineanos hacen sus abluciones antes de rezar en una de las dos “mezquitas” –dos espacios señalizados con piedras en el suelo– de esta parte del campus. Un grupo de jóvenes senegaleses descansa a la sombra después de transportar varios bidones de agua desde el otro lado de la facultad. Ahmed, recién llegado de Guinea, espera a que sus padres le envíen dinero para intentar cruzar.
Una decena de malienses, sentados en sillas de plástico fuera de las tiendas, se reúne para hablar del problema de espalda de Diarra, un joven de 18 años que cayó hace dos desde la valla de Melilla y se lesionó la columna vertebral. Desde hace semanas, las placas que le colocaron le molestan y quiere quitárselas. Por allí pasa un liberiano, recién llegado: “¿Hay alguien que hable inglés?”- pregunta mientras busca un hueco entre las más de 40 tiendas, agrupadas por nacionalidades, que se alinean a lo largo de uno de los muros de la facultad. Unos pasan unos pocos días, otros se instalan en habitaciones, en apartamentos compartidos en la ciudad. Ibrahim lleva tres años en la Fac y dice no se rinde: “El hombre no está hecho para desanimarse”.