En el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla permanecen más de un centenar de ciudadanos sirios. Ninguno quiere quedarse en España y menos aún la ciudad autónoma, de donde no pueden salir a pesar de ser solicitantes de asilo por una ley de 2010. Todos tienen familia en diferentes países europeos y esperan pacientes reunirse con los suyos y empezar una nueva vida. Este lunes a mediodía más de 60 sirios pedían ser trasladados de forma inmediata al continente europeo con una sentada pacífica en la Plaza de España de Melilla, justo a las puertas del Palacio de la Asamblea del Gobierno local.
Es una espera que para algunos supera los tres meses y que está empezando a minar la entereza de unas familias que lo han perdido todo y sólo buscan que se les dé un trato de favor que intuyen lógico debido a que no poseen más que lo puesto y que huyen de una guerra que Antonio Gutierres, Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, ha calificado como “la gran tragedia de este siglo. Una desgraciada calamidad humanitaria que conlleva sufrimiento y un desplazamiento sin precedentes en la historia reciente”.
Hace más de dos años que el estruendo de las bombas silenció las vidas de millones de sirios. En todo este tiempo, más de tres millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus casas para intentar sobrevivir. Según ACNUR, poco más de dos millones de refugiados sirios se han instalado en los países limítrofes. El resto ha huido, en su mayoría, lejos de oriente próximo buscando países prósperos donde tradicionalmente han existido colonias de sirios y en los que tienen más posibilidades de dar un futuro próspero a sus hijos.
Al principio, la mayoría de ellos tomaba la ruta del norte, buscando llegar a Francia, Bélgica o Alemania a través de Turquía, Grecia y la Europa del este. Pero, las férreas políticas migratorias, el crecimiento de movimientos neonazis y el colapso de este itinerario ha permitido en los últimos meses un aumento de la llamada ruta magrebí.
Este nuevo camino recorre todo el norte de África, permitiendo a muchos sirios instalarse en países más tranquilos y que comparten en muchos casos idiomas y costumbres. Otros en cambio recorren Egipto, Libia, Túnez, Argelia y Marruecos con el único objetivo de llegar a Europa a través de Melilla.
El origen bereber de muchos de ellos y el conocimiento de las lenguas árabe y tamazight les permite acceder fácilmente a este enclave español colándose entre la multitud agolpada en los pasos fronterizos, escondiéndose en vehículos o utilizando pasaportes marroquíes falsos.
En Melilla se penaliza la petición de asilo
Melilla y Ceuta cuentan desde el 1 de enero de 2010 con un régimen especial para los peticionarios de asilo. A pesar de ser españolas, estas dos ciudades autónomas están fuera del tratado Schengen de frontera común europea.
En el resto de Europa, mientras se tramita la petición, a los demandantes se les da una cartilla amarilla con la que pueden moverse libremente y sin restricciones al menos por el país responsable del estudio de asilo, según dicta el Convenio de Dublín.
Sin embargo, en estos enclaves españoles se les da una tarjeta roja en la que especifica que no podrán cruzar fronteras ni salir de la ciudad en la que se encuentran tramitando el estatus de refugiado.
A esto hay que sumar que el tiempo máximo de estudio del temor fundado de persecución que dicta la ley para una petición urgente de asilo, como es la de una familia que huye de una guerra civil, es de un máximo de tres meses. En cambio, en Melilla, el estudio en profundidad de los motivos para la concesión de asilo suele tardar entre nueve meses y dos años.
Estas circunstancias dejan en situación de desventaja o penaliza de alguna forma a aquellos refugiados que llegan a estas ciudades autónomas y están propiciando que los sirios allí enquistados no piden asilo porque no quieren quedarse atrapados en los CETI sin posibilidad de integración en la sociedad ni de reunión con sus congéneres en los países de destino.
Este tema es “delicado” y “se ha trasladado ya” a las autoridades competentes, asegura la responsable de comunicación de ACNUR en España, María Jesús Vega, quien indica que desde la organización se está exigiendo el cumplimiento de los plazos estipulados en la ley, así como un “trato especial a los ciudadanos de países generadores de refugiados”; y anima a los sirios, a pesar de todos los inconvenientes, a pedir asilo “aunque no vayan a quedarse en España, porque es bueno que se empiecen a estudiar sus situaciones”.
“Las bombas me lo han quitado todo. Sólo quiero reunirme con mi familia”
Cada uno de los sesenta y dos seres humanos venidos de Siria y que permanecen tirados en las calles del centro de Melilla pidiendo justicia y compasión carga a sus espaldas con una historia dramática y de profundo dolor que les acompañará el resto de sus días y que sólo pretenden intentar dejar atrás.
Es el caso de Amjad y Radda, un joven matrimonio que llegó hace mes y medio al enclave español en el norte de África con una pequeña mochila con ropa y algunos juguetes para el pequeño Mohamed.
Él es sirio de origen palestino; ella, palestina huida a Siria. Ambos regentaban una peluquería en Damasco que ahora no es más que un amasijo de escombros. La guerra les ha quitado el negocio, la casa y las ganas de seguir luchando por su tierra.
Su único objetivo ahora es llegar lo antes posible a Alemania donde Amjad tiene familia. Allí quieren darle una buena educación a Mohamed y sueñan con que crezca feliz en Europa y nunca recuerde todo el sufrimiento vivido en su niñez.
No quieren pedir asilo para no pasar más tiempo en Melilla. Ni siquiera pretenden quedarse en España: “Quiero empezar una nueva vida. Las bombas me lo han quitado todo. Sólo quiero reunirme con mi familia en Alemania”.
Un problema que se repite y que tiene solución
Esta misma situación que viven ahora más de un centenar de personas, la mayoría niños, en Melilla, ocurrió ya en el verano pasado cuando comenzaron los combates y bombardeos más fuertes en territorio sirio.
El 13 de septiembre de 2012, el joven Mohamed Amine se subió a un árbol frente a la sede de la Delegación del Gobierno y, provisto de una soga, un mechero y una lata de gasolina amenazó con suicidarse y culpar al delegado, Abdelmalik El Barkani, si no le dejaban reunirse con su hermano mayor en Alemania.
Amine había escapado de las revueltas de su país hacía más de un año y medio, y llevaba interno en el CETI casi 13 meses. Se pasó todo el verano protestando frente a la Delegación y haciendo huelgas de hambre que no dieron resultado. La frustración de no entender por qué su caso no conmovía ni a ciudadanos ni a políticos, junto al hecho de perder la comunicación con su familia en Damasco, terminó por romperle por dentro.
“Si mi familia ha muerto en los bombardeos, yo ya no quiero seguir viviendo”, decía entre lágrimas encaramado a la copa del árbol este comerciante sin estudios que no había pedido asilo porque “creí que mi situación estaba tan clara que no haría falta”.
A pesar de que El Barkani dijo que no se le daría trato de favor y aseguró que con Amine “se tendrá que llevar a la práctica el expediente de expulsión”, finalmente, y a los pocos días, fue trasladado a Barcelona y de allí a Frankfurt, donde pudo reunirse con su hermano.