Para Alfonso Armada, Xavier Aldekoa es periodista porque “no va con el reportaje escrito de antemano y sigue viajando, para ver con sus propios ojos”. Para Xavier Aldekoa, Alfonso Armada es periodista “porque escucha”. En momentos diferentes, los dos han tratado de contar qué sucede en África con estas premisas: para entender la compleja realidad del continente y desprenderse de ideas preconcebidas, es necesario viajar mucho y escuchar aún más.
Sobre ello conversan en África adentro, el tercer número de la colección Voces, de la Revista 5W, que se ha presentado este sábado en Madrid. En sus páginas, los periodistas intercambian su visión sobre las grandes crisis humanitarias que azotan al continente de norte a sur, pero también sobre el auge del ciberactivismo, el aumento de los liderazgos femeninos o el papel de la ayuda humanitaria. Recorren sus países, lo que fueron y lo que son, critican los estereotipos que aún siguen pesando sobre el continente y reflexionan sobre las migraciones internas y hacia Europa.
“La migración también es la persona que se queda atrás: la madre que hace dos años que no ve a su hijo, el niño que aspira a ir a Europa porque su hermano ha llegado”, asegura en una entrevista con eldiario.es Aldekoa, también autor de otros dos títulos: Océano África e Hijos del Nilo. “En lugar de ver la inmigración como una oportunidad, se ve como amenaza y al final está provocando el propio suicidio de Europa”, sostiene Armada.
Les devuelvo la pregunta que lanza la Revista 5W : ¿Cómo se cuenta África?Revista 5W
Xavier Aldekoa (X.A.): Admitiendo que es imposible, porque es un continente diverso y que, para una sola persona con medios relativos, es imposible de contar. Pero partiendo de ese fracaso inicial luego se trata de patearse mucho el terreno. De saber que lo principal y lo indispensable del periodismo en general y de África en particular es escuchar las historias, intentar comprenderlas y tener la humildad suficiente para admitir que el reportaje que ibas a hacer, quizás no existe.
Alfonso Armada (A.A.): Se cuenta igual África que Lavapiés: saliendo a la calle con un lápiz, un cuaderno y unas buenas botas. Y tomándote el tiempo para ver a la gente, mirarla a los ojos, escuchar y contar historias. África es enorme y tenemos tendencia a convertirlo en un conjunto unitario, pero lo decimos siempre: hay muchas Áfricas y necesita mucho tiempo, y muchos viajes.
X.A.: El tiempo te afina las preguntas, poder pasar de la herida solamente, a hacer preguntas sobre la vida. Eso solo se consigue con el tiempo y te permite pasar la barrera de víctima, a ser humano al que le ha pasado algo terrible, o positivo.
¿Cómo fue la primera vez que pisaron el continente? ¿Qué ideas preconcebidas llevaban y cómo cambiaron?
X.A.: Yo la había soñado mucho antes de llegar porque era una pasión que tenía desde pequeño. Recuerdo el día que llegué a Malí con poco más de 20 años. Pensaba que iba a encontrar muchas respuestas, que iba a volver más sabio. El cambio es que vuelves cada vez con más dudas y más preguntas, y eres más consciente de la enormidad de cosas que no sabes.
A.A.: Yo tenía una idea muy infantil de África, basada sobre todo en Tintín. Recuerdo las chocolatinas Nestlé, que tenían estampillas de África con animales y tribus. La campaña del Domund y Julio Verne. Lecturas y películas ingenuas. Esa era mi visión, un conjunto de imágenes inconexas. Y entonces llegué a Ruanda, en 1994, durante el genocidio. Iba con mucha curiosidad y lo que más me impresionó fue la potencia de la naturaleza, el olor de la tierra después de la lluvia. Y cómo me trataba la gente. Notaba que decían: “¿Pero adónde vas tan deprisa? Escucha, atiende”.
Se critica la visión negativa que predomina en las coberturas y que África es más que los cuatro jinetes del apocalipsis (hambre, pobreza, guerras, enfermedades). Pero también hay que contarlo. ¿Cómo logramos el equilibrio?
X.A.: Hay que contar también lo negativo. No se trata de irnos al otro lado, se trata de equilibrar la información que llega de allí para entenderla mejor. Las guerras, las hambrunas y las dictaduras hay que contarlas con toda su crudeza. Lo que hay que hacer es tratar a la otra persona con respeto y aprovechar el privilegio de poder entender lo que pasa en el mundo y tener diferentes visiones.
A.A.: Tiene que ver con la complejidad, aplicada al periodismo y la vida general. Estamos en un momento de sobresaturación informativa. Es la sensación de estar más perdidos que nunca, a pesar de que contamos con más medios que nunca para conocer la realidad. Pero como hay tanta saturación, mucha gente se siente abrumada y busca explicaciones periodísticas simples.
Además, los medios al final hemos convertido casi en norma que las buenas noticias no son noticias, y mucha gente se ha desentendido porque solo contamos lo malo. En el caso de África esto ha funcionado de forma más descarnada aún. Muchos medios dan espacio a África cuando confirma el prejuicio de que es un lugar sin esperanza. Esto es un desprecio a una realidad más compleja. La realidad presenta aspectos terribles y maravillosos, y en África esto pasa de forma exponencial.
¿Qué parte de la realidad actual del continente no se está contando en los medios de comunicación cómo se debería?
X.A.: No se habla demasiado de conflictos como Sudán del Sur o República Centroafricana. Pero también hay buenas noticias como la expansión de todas las iniciativas tecnológicas del continente. La introducción de los móviles está cambiando el continente. Los paneles solares que están cambiando las aldeas: donde antes no llegaba la luz ahora se puede cargar una radio o un móvil.
Tampoco se cuenta cómo se están vertebrando los movimientos sociales. La población es muy joven y cada vez está más educada. Ahora hay muchas más posibilidades de acabar la secundaria que de sufrir una hambruna. La juventud está conectada con el mundo, así que puede aspirar a otra manera de vertebrar la sociedad y va a salir a la calle a reivindicarlo. Veremos caer Gobiernos que no den respuestas a estas reivindicaciones y cómo se modifican sociedades por la fuerza que tienen los jóvenes africanos.
Por último, en la cuestión migratoria no vemos los aspectos humanos y sociales que hay detrás, solo lo político. La migración también es la persona que se queda atrás: la madre que hace dos años que no ve a su hijo y no sabe nada de él, el niño que aspira a ir a Europa porque su hermano ha llegado o toda esa gente que no se atreve a seguir adelante pero tampoco a volver hacia atrás por la humillación que supone.
A.A.: Hace mucho que no hago información sobre África, pero me sigue fascinando. Convendría volver a los Grandes Lagos. Sería muy interesante contar lo que está ocurriendo en Burundi, que otra vez se está despeñando hacia el desastre, y en Ruanda, por todo lo contrario: es uno de los países más prósperos de África aunque es un régimen autoritario que ha sido implacable a la hora de limitar cualquier referencia étnica y reprimir a la oposición.
¿Es esa expansión tecnológica que mencionan uno de los grandes cambios que han observado en el continente?
X.A.: Sí, y es una transición que se ha saltado pasos. Nosotros pasamos del teléfono fijo al celular, del ordenador de mesa al portátil. Aquí han pasado de no tener teléfono a tener un móvil que les sirve para todo, para saber lo que ocurre en el mundo. Esto tiene consecuencias en la vida de la gente. Ahora un pastor puede llamar a la ciudad para saber a qué precio está el queso antes de decidir si va.
También ha vertebrado muy bien el ciberactivismo en diferentes partes del continente. El movimiento social Lucha, de Congo, está conectado con el colectivo Y'en a Marre en Senegal o con otros grupos en Burkina Faso o Togo. Esto dota a la reivindicaciones por los derechos humanos de una estructura mucho mayor, porque van cooperando entre ellos, algo imposible hasta ahora. Desde la época colonial siempre ha sido más fácil conectar una capital con Reino Unido y Francia que con la capital del país vecino, a 200 kilómetros.
A.A.: La llegada de China también es importante. Necesita nuevos mercados y han sido muy hábiles. Han buscado alianzas estratégicas con países punteros de África. Están consiguiendo una red clientelar de amistades con los poderes constituidos en cada país que le permite acceso a los recursos mineros y ofrecer su tecnología para construir carreteras, estadios, vías férreas.
X.A.: Seguramente, con una actitud cruel, pero efectiva: no le importan los derechos humanos, porque ellos también tienen suficiente en casa. Solo hacen negocios, con quien sea al otro lado de la mesa. Y gana la influencia poniendo millones encima de la mesa.
Las migraciones son también la persona que se queda atrás, ha dicho Xavier. Cuando en África Adentro habla de los migrantes que ha conocido, destaca que su motivación principal para irse “no era el dinero, sino el amor a su gente”.África Adentro
X.A.: No solo ocurre en África, pero los flujos de migrantes y refugiados africanos es un tipo de migración “hacia atrás”, que siempre mira hacia atrás. El migrante se arriesga de una manera superlativa a que le secuestren, le conviertan en un esclavo, a morir en el desierto o ahogado porque hay alguien. El motor que le empuja es ese amor a los suyos, a su familia, sus hijos o su aldea. Cuando llegan a Europa, la mayoría trabaja pensando aún hacia atrás. Las remesas que se envían de Europa a África Subsahariana son mayores que la ayuda humanitaria. La gente envía dinero a casa con el pensamiento de regresar después de unos años.
La columna vertebral en todo esto ese amor, el arriesgarse por los suyos. En la fundación de EEUU, cuando llegaron los irlandeses, por ejemplo, había más individualismo en este movimiento. Iban a salir adelante, a buscarse una nueva vida y el pasado quedaba muy atrás. Aquí no ocurre así: la gente sigue siendo muy consciente de sus raíces.
A.A.: Yo tengo mis dudas, pensando, por ejemplo, en la inmigración gallega a América Latina o la inmigración actual de América Latina a Europa. Nadie deja voluntariamente su tierra si pudiera desarrollarse allí. Es un sentimiento humano: cuando tu tierra no te da para mantener a tus hijos, tienes tendencia a irte. Pienso en los gallegos en Argentina que enviaban dinero a casa y volvían cuando podían. Esa nostalgia es un sentimiento universal.
X.A.: ¿Pero no crees que la nostalgia es algo moderno? Quienes fundaron EEUU tenían una sensación de “allá lo dejo”, porque las distancias además eran enormes.
A.A.: Sí, es un término moderno. Pero, fíjate, la gente que se estableció en EEUU trató de recrear en el nuevo espacio ese componente étnico con su música o su comida, por ejemplo, los italianos, que siguen teniendo tradiciones profundamente vinculadas con su pasado.
Alfonso opina que hay aspectos de la odisea de los migrantes africanos que no se están contando. ¿Cuáles son?
A.A.: El problema fundamental es que no somos negros, aunque los negros también lo cuentan. Ha habido muchos periodistas que han hecho las mismas rutas y han intentado experimentar en sí mismos las dificultades que supone atravesar todo un continente, atravesando barreras como mafias, controles policiales y extorsiones. Si te metes en una patera, como blanco, tienes una garantía detrás y nunca vas a contarlo igual.
“La inmigración es ahora la gran prueba para ver hasta qué punto Europa es fiel a todo lo que ha defendido durante años”, defienden.
X.A.: En Europa estamos mirando las fronteras para taponarlas cuando el problema lo tenemos a la espalda: en el crecimiento de la extrema derecha, ese intento de proyecto de muerto, de conservar lo último que te queda. Todas las sociedades que han sabido aprovecharse del potencial de la migración son las que han salido adelante. Es absurdo que, teniendo un continente aquí al lado con tantos lazos culturales o idiomáticos, no lo aprovechemos y solo lo veamos como una amenaza o un problema político. La extrema derecha lo está sabiendo aprovechar.
A.A.: La inmigración es el test fundamental de nuestra identidad política, moral e histórica. Hay una manipulación tremenda de las cifras en este discurso cargado de ideología: “olas, inmigración salvaje, asalto a las vallas”. Que la reacción de parte de los políticos sea cultivar el miedo buscando rentabilidades políticas a corto plazo está poniendo en peligro la propia naturaleza europea, que es lo que ha convertido Europa en un imán para personas de todo el mundo: con todos sus defectos, un espacio democrático, derechos humanos y desarrollo comercial y cultural. En lugar de ver la inmigración como una oportunidad, se ve como una amenaza y, al final, está provocando el propio suicidio demográfico y cultural de Europa.
En el último Consejo Europeo cobró fuerza la idea de crear centros de detención en el norte de África para clasificar a los migrantes que quieren llegar a la UE. Con su experiencia en el continente, ¿qué les pareció?
X.A.: Es aberrante y un paso más en las decenas de políticas obscenas que está tomando la UE. Desde hace años, pero en los últimos meses aún más, están subcontratando las fronteras en países que no respetan los derechos humanos. Argelia y lo que queda de Libia están taponando la entrada de migrantes. Taponar es una palabra que aparentemente no mata, pero taponar mata.
En Níger, están abandonando a miles de personas a la vez en la frontera y les dicen que tienen caminar al otro lado. Antes, les roban todo. Las rutas son más peligrosas y más largas, por lo que hay más riesgo de muerte. Si le das poder a un país para que haga lo que quiera, implica una impunidad que se traduce en esclavitud, secuestros o torturas. Si subcontratas las fronteras, cierras los ojos ante esto. Evitas que se mueran en tu orilla pero propicias estos abusos.
A.A.: Es una política criminal y que demuestra una gran ceguera. Libia es un caso paradigmático. Y después, culpabilizas a quienes aplican el derecho humanitario, como Helena Maleno u Open Arms, a quienes tratan como si fueran grupos mafiosos, lo que demuestra la penosa talla moral de los políticos que tienen este discurso tan obsceno.
En su diálogo también recuerdan el eterno debate, el papel de la ayuda humanitaria en África. Aunque son necesarias para paliar emergencias, también, dicen, perpetúan algunos de los problemas del continente.
X.A.: Cuando hay una emergencia, hay que salvar vidas. Pero se ven demasiados ejemplos de historias que se perpetúan y nutren un engranaje económico brutal. Es el caso de los cascos azules en Congo, cuando a 10 kilómetros de la base violan durante cuatro o cinco días a una aldea de mujeres. Algunas ONG utilizan dramas humanitarios para hacer negocio, pero poner todo en el mismo saco es muy injusto. Yo me he encontrado muchas manzanas podridas pero también a mucha gente que arriesga su carrera y su vida por ayudar.
A.A.: Es algo para matizar, pero de fondo está el debate entre justicia y caridad. Se trata de paliar una situación dramática, evitas que muera gente, pero no vas a la raíz del problema. A veces se convierten en una válvula de escape para que la situación no estalle y perpetúan, de alguna manera, situaciones injustas que necesitan soluciones políticas y económicas de envergadura. Hablando con unos sacerdotes mexicanos en Nairobi, me decían: “Llevamos aquí 30 años y esto es la pescadilla que se retroalimenta”.
X.A.: Es curioso, porque no nos sale de carrerilla ninguna ONG que trate de prevenir la guerra, el estallido del conflicto, que al final es el estadio que más desastre genera. Suelen basarse en el postconflicto, muy bien, pero el otro lado fundamental. Es sintomático, porque esto no da dinero. Esta sería una ayuda invisible y efectiva.
Dedican una parte de su charla a los liderazgos femeninos del continente. ¿Está viviendo África su propia ola feminista?
X.A.: Hay un despertar de la conciencia, el paso previo al movimiento. Por supuesto, las mujeres son conscientes de que las oprimen. El otro día, en Uganda, a una chica la habían casado con una persona más mayor. Lo había aceptado, porque “así son las cosas”. Pero días después, me dijo: “Solo espero ser la última, que mi hija no tenga que pasar por esto”. Esto es el cambio indispensable para que las cosas sean diferentes, ahora bien, todavía hay una gran cantidad de mujeres que siguen sufriendo discriminación.