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Kamil Ahmed, la única periodista del campo de refugiados de Dadaab

Moulid Hujale

The Guardian —

Sentada en un pequeño contenedor, Kamil Ahmed, de 20 años, se prepara para salir en vivo en su programa de radio. “Siento que toda la comunidad me está esperando”, afirma la única periodista mujer de esta emisora radiofónica, mientras mira su cuaderno.

En este estudio de radio improvisado funciona la única emisora del campo de refugiados de Dadaab, en Kenia. La FM Gargaar (el nombre significa “ayuda” en somalí) emite en somalí y hace llegar información de suma importancia a las más de 200.000 personas que viven en Dadaab. Además, entretiene y provee apoyo psicológico a los refugiados atrapados en este apartado campo que existe desde 1991.

Hoy, Ahmed va a hablar de la importancia de la lactancia materna. “Cuando hablamos de estas cosas, llama mucha gente para participar. La mayoría son mujeres, porque temas como la lactancia las afectan directamente”.

Nunca hubo tanta sed de información en el campo como ahora. Hace tres años, Kenia anunció el cierre del complejo, así que los refugiados viven con la incertidumbre de qué pasará con su futuro y la amenaza de tener que regresar al conflicto en Somalia.

Los refugiados de Dadaab se sienten aislados del resto de Kenia y África oriental, por eso se aferran a sus aparatos de radio para estar al tanto de las noticias locales y regionales.

“La emisora FM Gargaar ha sido uno de los medios de comunicación más efectivos para los refugiados de Dadaab”, asegura Assadullah Nasrullah, funcionario de ACNUR en Dadaab. “Nos ayuda a difundir importantes mensajes sobre salud, educación, repatriación voluntaria, registros y otros programas humanitarios”.

Conectando Dadaab con el mundo

FM Gargaar también conecta a los refugiados con el mundo exterior a través del servicio BBC Mundo y Voz de América. “No podemos confiar solamente en la información que nos proveen la ONU y las organizaciones humanitarias. Necesitamos una fuente de información independiente”, afirma Fadumo Ahmed, una madre de cinco niños que tiene una pequeña tienda en el campo.

“El cierre inminente del campo ha afectado todo, incluso nuestros comercios y nuestro sustento, así que la radio es importante para estar atentos a las cambiantes decisiones políticas del gobierno de Kenia”, cuenta Ahmed. La emisora recibe apoyo de ACNUR, pero la dirige un grupo de jóvenes periodistas que estudió y creció en el campo.

En 2008, Ahmed tenía nueve años cuando su padre fue asesinado en Mogadishu. Ella vio a su madre embarazada atravesar el duelo junto con la desesperación de haber perdido al proveedor del hogar. Tuvieron que huir del país y llegaron a Dadaab para reconstruir sus vidas. “Perdí a mi padre, me tuve que ir de mi pueblo, de mi escuela”, recuerda Ahmed. “Pero encontré paz y esperanza en Dadaab y en seguida me matriculé en la escuela”.

Sin embargo, no abundan oportunidades en el campo. “Cuando acabé la escuela primaria, no pude ir al instituto así que me matriculé en un programa para jóvenes de un año de duración ofrecido por el Consejo Noruego para Refugiados. Allí aprendí las nociones básicas de periodismo”, explica.

Casi todas las jóvenes que comenzaron el curso con ella lo han abandonado o han regresado a Somalia. Por eso, Ahmed es la única periodista mujer en el campo.

Su voz en las ondas de radio ha incentivado a otras jóvenes a apuntarse para trabajar en la emisora. “Ahora les enseño el trabajo a otras jóvenes que han venido a trabajar con nosotros”, dice con una sonrisa. “Para mí también es bueno, porque tengo personas en quienes confío, que me apoyan y que pueden cubrir mi trabajo cuando yo no puedo hacerlo”.

Pero en esta comunidad conservadora, no todos están contentos con el trabajo de Ahmed. Algunas personas la critican por hacer “el trabajo de un hombre” y le dicen que debería dejarlo y casarse.

“La verdad es que estoy orgullosa de mi trabajo y mucha gente me respeta, pero hay otras personas a quienes no les gusta lo que hago. Me presionan mucho, pero cuando me insisten con que me case yo me río y no les doy importancia”, remarca. “Tengo una madre amorosa que me apoya y que me defiende todo el tiempo. La única opinión que me importa es la de ella”.

Una cárcel abierta

Ahmed cree que su ambición es mayor a los desafíos que enfrenta. Quiere ir a la universidad y en algún momento regresar a Somalia aunque es consciente de que es uno de los sitios más peligrosos del mundo para una periodista.

“Sé lo peligroso que es para alguien como yo, pero realmente quiero regresar”, asegura. “Mi madre nunca me permitiría poner en riesgo mi vida, así que tengo que esperar en este campo que parece una cárcel”.

Muchas personas aquí se refieren a Dadaab como una cárcel abierta, por las estrictas normativas impuestas por el gobierno de Kenia. Muchos refugiados sienten que la falta de identidad y de libertad de movimiento les está coartando su potencial.

“Si intento matricularme en talleres o cursos de comunicación en otros países, no podría ir porque no tengo pasaporte ni documento de identidad para viajar. Esto me desalienta de buscar oportunidades fuera de Dadaab”, señala.

Esta misma frustración la comparten la mayoría de los jóvenes que viven en el campo. Por eso la radio es una conexión tan importante con el mundo exterior. Cuando en 2013 comenzó a emitir la FM Gargaar, Dadaab tenía medio millón de habitantes, más de cinco veces su capacidad original. Actualmente, la población de acerca a las 217.000 personas.

Pero lo que motiva a Ahmed es la importancia de su trabajo. Ella produce, edita y presenta sus propias historias y programas.“Es mucho trabajo y somos pocos trabajando en la emisora, así que tenemos que aprovechar los recursos que tenemos”, dice. “Pero cuando toda una comunidad depende de ti para informarse, haces lo que haga falta para cumplir sus expectativas”.

Traducido por Lucía Balducci