Un día ellas decidieron que su país, esa Colombia herida por mil batallas sangrientas, iba a dejar de aplastar su presente, iba a dejar de segar su futuro. Sus historias cuentan cómo la sociedad ha trabajado silenciosamente para esta paz que apenas se vislumbra. Con las negociaciones entre el gobierno y las FARC como telón de fondo, los testimonios de estas valientes resuenan con más fuerza que nunca y plantean los desafíos de una Colombia nueva.
A Luz Marina Bernal le mataron a su hijo, “un muchacho muy especial a pesar de su discapacidad y de no saber leer ni escribir”. Los militares lo acribillaron por ser, según ellos, el jefe de una banda narcocriminal. Pero el absurdo era demasiado evidente. Aunque tenía 27 años, la mente de Fair Leonardo Porras Bernal era la de un niño de 10.
Sólo el empecinamiento y la fuerza de Luz Marina consiguieron convertir el asesinato de su hijo en el primer 'falso positivo' –el eufemismo con el que se bautizó a estas ejecuciones– reconocido por un tribunal. Un crimen que cristalizó otros miles, otras miles de muertes silenciosas de jóvenes campesinos, ejecutados por las fuerzas armadas haciéndolos pasar por bajas de combatientes. El sangriento resultado de los 'incentivos' económicos del Gobierno a los soldados para ganar una guerra imposible. La Fiscalía General contabiliza al menos 4.500 casos.
En 2013, cinco años después de que Marina acudiera a reconocer el cadáver, los asesinos de Fair Leonardo fueron condenados a más de 50 años de cárcel. “La verdadera memoria de este país es el trabajo que cada una de las víctimas estamos haciendo”, asegura ella. “Porque si nosotros dejamos de hablar de los nuestros ellos de verdad se mueren”.
Las palabras de Luz Marina forman parte del particular coro que reúne la periodista española Lula Gómez en el documental Mujeres al frente. La ley de las más nobles, realizado bajo el auspicio de ONU Mujeres y con el apoyo de Oxfam Intermón. El filme resume las entrevistas a siete colombianas valientes, que desde sus diferentes lugares y vivencias reclaman una sociedad más justa e igualitaria. Como Nelly Velandia, de la Asociación Nacional de Mujeres Indígenas y Campesinas de Colombia, que estuvo en las negociaciones de La Habana para dar una visión de género a la agenda de la pacificación. “Más allá de una dejación de las armas, son necesarias verdaderas transformaciones sociales, empezando por lograr la distribución equitativa en el trabajo doméstico”, defiende frente a la cámara.
O Luz Marina Becerra, que desde la asociación Afrodes pelea contra la triple marginación que sufren las mujeres afro en la guerra “por mujeres, negras y pobres”. “No habrá paz si no hay un cambio estructural del país en el que se escuchen las voces de los más desfavorecidos: la población afro, las mujeres, los indígenas…”, sostiene.
Hace más de diez años Patricia Guerrero fundó la Ciudad de Mujeres cerca de Cartagena de Indias. En la Ciudad que construyeron ladrillo a ladrillo mujeres desplazadas impera la no violencia y la solidaridad. Además, se trabaja con los niños en temas de género para no caer en el patriarcado y la violencia. “El desplazamiento afecta principalmente a los más vulnerables: mujeres, niños y niñas”, explica esta abogada feminista y ex jueza.
“La reconciliación es posible, pero solo si decimos las verdades. ¿Cómo vamos a construir una sociedad pacífica, callando? No puede haber impunidad en el caso de las mujeres. Y si no hablamos de violencia sexual, entonces, ¿de qué paz van a hablar a las mujeres?”, se pregunta Guerrero.
Beatriz Montoya, que dirige la Asociación de Mujeres del Oriente Antioqueño, se encarga entre otras cosas de reunir a desmovilizados y víctimas intentar que dialoguen y se entiendan. “Porque esos hombres (de las FARC, del ELN, los paramilitares… ) pensaban que estaban haciendo el bien por la patria, creían que estaban limpiando el territorio del daño que el bando contrario hacía… Pero al escuchabar a sus víctimas se desmoronaban. Y al tiempo, las víctimas empezaron a descubrir que tras esa maldad había cantidad de motivaciones que les había llevado a la guerra: la pobreza, un sueldo, amenazas, la ignorancia…”, resume.
Una de esas personas que tomó las armas fue Vera Grabe, una de las dirigentes del grupo insurgente Movimiento 19 de Abril o M19 (que se desmovilizó a inicios de los años '90). “Pienso que lo que hizo el M19 contribuyó a cambiar cosas en el país, pero también que hoy la guerra se agotó. Porque la guerra hoy no genera transformaciones; sino que ayuda a mantener un estado de cosas”, analiza la exguerrillera, que hoy dirige el Observatorio de la Paz.
El documental, que se hizo realidad por la férrea voluntad de otra mujer –la directora, Lula Gómez– frente a las dificultades de producción y de financiación, todavía no tiene fecha de estreno. “La paz requiere coraje y valentía”, resume Vera Grabe. Estas mujeres tienen de sobra.