De Colombia a Indonesia: estas mujeres están en pie contra el aceite de palma
Farwiza Farhan se deja la piel para preservar los bosques de orangutanes y elefantes de Indonesia. A miles de kilómetros, en Camerún, un grupo de mujeres recibe el apoyo de Marie Crescence Ngobo para poder ganarse la vida de nuevo. Catalina no puede decir su nombre real, por el miedo a las represalias que supone defender la tierra en algunas zonas de Colombia. A todas les une su lucha contra el aceite de palma.
Todas son mujeres, activistas y con su labor combaten los abusos que esconden las plantaciones industriales de palma aceitera, que arrasa con la biodiversidad de los ecosistemas tropicales y con las economías tradicionales de sus pueblos.
Farwiza, la guardiana de los bosques indonesios
Farwiza Farhan siempre quiso volver al sitio donde se había enamorado del mar. Nacida en Aceh, la provincia más occidental de Indonesia, su familia se mudó debido al conflicto separatista en la región y se instaló en la jungla de hormigón de Jakarta, la capital del país. La guerra terminó en 2005 y ella, como tantos otros, aprovechó la oportunidad para volver cuando terminó sus estudios en Biología Marina en 2011.
Pero la paz para los acehneces trajo la guerra contra los bosques de la región, amenazados por la rápida expansión de las plantaciones de palma de aceite. El más atacado fue el ecosistema Leuser, uno de los lugares con mayor biodiversidad del planeta donde viven especies únicas como los orangutanes o los elefantes de Sumatra.
“Yo no sabía nada sobre Leuser antes de empezar a trabajar en su protección pero me di cuenta de lo importante que era preservarlo”, asegura en una conversación con eldiario.es. Entonces, comenzó una lucha que la ha llevado a sentarse en un helicóptero junto a Leonardo DiCaprio, en el documental Before the flood, que el actor dirigió para alertar acerca del cambio climático y cómo lo acelera la palma.
Aunque su lucha está íntimamente ligada a los bosques, pasa menos tiempo en ellos de lo que le gustaría. “No es realmente como lo había imaginado. Paso mucho tiempo entre papeles de leyes y demandas en tribunales”, afirma la bióloga y activista. Ha estado detrás de varios procesos judiciales para preservar los bosques de Sumatra, el último de ellos una demanda contra el gobierno regional de Aceh por su plan de desarrollo que prevé la deforestación de buena parte de Leuser.
“Aunque perdimos, supuso un cambio en las reglas del juego: los habitantes de Aceh se dieron cuenta de que podían pedir que se protegieran sus derechos sin recibir represalias”, explica. En Indonesia, ser una mujer activista no siempre es fácil. “Es a menudo un desafío doble o incluso triple”, afirma Farhan. “Como mujeres, no nos animan a que tengamos sueños”. ¿Y cuál es su sueño? “Que el ecosistema Leuser sea preservado para siempre”.
Marie (Camerún): “Las mujeres son las más afectadas”
Al contrario que en otros lugares del mundo, donde el aceite extraído del fruto palma comenzó a conocerse con la llegada de las grandes explotaciones industriales, en África Occidental no solo ha sido durante siglos la base de las comidas tradicionales, sino que se usaba para elaborar aceites, jabones y otros productos básicos en la vida de las comunidades locales.
En Camerún, aún hoy, en cruces de caminos o en mercados informales, no es raro encontrarse con vendedoras de este sabroso aceite de tono rojizo al alcance de las mujeres para la alimentación de sus familias y la generación de ingresos. Pero, con la expansión cada vez mayor de las tierras dedicadas a la producción industrial de la palma aceitera, son muchas las familias que ya no pueden acceder a su fruto.
Esta situación llevó a la ingeniera Marie Crescence Ngobo a dar un paso al frente y liderar la lucha por la soberanía alimentaria de las principales afectadas por la expansión de las plantaciones de palma en el país: las mujeres.
“Las plantaciones se han instalado en zonas donde ya vivían y trabajaban las mujeres, lo que supone una pérdida total de sus ingresos. No desaparece solo el árbol de la palma, sino también otros recursos que daba el bosque: madera, árboles medicinales, biodiversidad...”, resume Ngobo, coordinadora de la Red de Actores de Desarrollo Sostenible en Camerún (RADD).
Además, al haber menos tierra disponible para la agricultura local, los precios suben en el mercado y se convierte, a su juicio, en “un modelo que multiplica el hambre, las frustraciones y los abusos de todo tipo”.
Estos abusos, explica, van desde la persecución a la que son sometidas cuando producen y venden su propio aceite de palma, a delitos más graves como las agresiones, físicas o sexuales, dentro de las propias plantaciones del monocultivo. En este momento participan en una campaña para pedir a la comunidad internacional que cese esta violencia contra las mujeres.
Ngobo es una firme defensora del trabajo en red. Hace dos años, se unieron a otras organizaciones en la localidad de Mundemba para luchar contra la adquisición masiva de tierras. También ofrece herramientas a las campesinas para devolver el valor y promocionar sus propios productos, y promover así una agricultura local y sostenible que permita a las mujeres volver a generar sus propios ingresos.
Catalina (Colombia): defender la tierra entre amenazas
A diferencia de Camerún, en Colombia el corozo (el fruto de la palma) “no se come”, dice Catalina. Con su activismo, defiende que la tierra sirva para producir alimentos tradicionales de su zona, los Montes de María, y no para exportar palma.
Esta mujer no revela su identidad porque, si bien la violencia paramilitar ha dado una tregua en la región, persisten las amenazas y este es uno de esos lugares de Colombia en los que defender el territorio, o simplemente una idea, puede suponer una sentencia de muerte.
En Maríalabaja, un municipio de la región de Montes de María, las comunidades afrodescendientes, indígenas y campesinas guardan en su memoria la historia del terror paramilitar, que perpetró masacres como la de El Salado, en el año 2000, donde al menos 60 personas fueron asesinadas.
Aterrorizada, la gente huyó masivamente, dejando atrás sus tierras y sus casas. Cuando volvieron, todo aquel territorio, donde hasta entonces había convivido el monocultivo de arroz con la agricultura campesina tradicional, era ahora una plantación de palma de aceite. Y entonces comenzó la lucha por la supervivencia de la comunidad negra en Maríalabaja.
“Esta tierra era de abundancia. Todos los días salían camiones llenos de ñame, de yuca, de frijol y frutas a Cartagena, incluso a Medellín. Ahora ya no queda nada, porque la tierra la plantaron con palma y salen plagas, y porque el clima ha cambiado y ya no llueve cuando tiene que llover”, lamenta Catalina.
Para ella, como para muchos de sus vecinos, la palma llevó el desastre a Maríalabaja: acabó con la abundancia de comida y, sobre todo, contaminó el agua de la única represa a la que tienen acceso en el pueblo. “Está contaminada por los agroquímicos. Por eso todas las mujeres tienen infecciones vaginales; hay muchas enfermedades de la piel, principalmente en los niños, y también enfermedades renales”.
Basta bañarse para sentir la picazón. Y la tarea cada vez más difícil de conseguir agua para beber recae, literalmente, sobre las cabezas de las mujeres, que cargan los pesados barreños de agua que recogen de las zonas del embalse donde está menos turbia.
Catalina, con treinta y pocos años y dos hijos, se ha convertido en una de las más reputadas referentes de esta comunidad de campesinos afrodescendientes. Su casa es un punto de encuentro al que llegan vecinos pidiendo ayuda para rellenar formularios para solicitar indemnizaciones, pues este pueblo ha sido reconocido como víctima del conflicto que durante 60 años ha desangrado el país.
Sin embargo, la activista asegura que estas ayudas son “migajas” que “solo llegan a unos cuantos” y “hacen daño” porque dividen a la comunidad e introducen casas de cemento y ladrillo en poblados donde hasta ahora predominaban materiales autóctonos como barro y árboles, más ecológicos y frescos.
Catalina rechaza esta idea de progreso que menosprecia sus formas de vida ancestrales. Y quiere que su tierra vuelva a ser lo que fue antes de la llegada de la palma: la despensa de una región entera.