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El Mundial que los brasileños deberían ganar

Isabel Ortigosa, @isabelortigosa

InspirAction —

64 años después, Brasil vuelve a ser el anfitrión de la gran fiesta del fútbol. 32 días, doce ciudades, 31 equipos clasificados, 11.000 voluntarios, más de 60 partidos, cientos de miles de espectadores… Más allá de ser uno de los más grandes exponentes mundiales de este deporte, Brasil es un país apasionado por este deporte. Durante estas semanas, los brasileños soñarán, respirarán, vivirán fútbol.

Y sin embargo, en un país que ama el fútbol, la presidenta Dilma Rousseff fue abucheada en la inauguración de la Copa Confederaciones, en Brasilia, por casi 80.000 aficionados de clase media. Los medios de comunicación de todo el mundo se han hecho eco durante meses de las protestas ciudadanas con motivo del Mundial. Las principales ciudades brasileñas han acogido a miles de ciudadanos que demandan inversión pública en educación, sanidad o transporte. Con consignas como “Sin salud, no hay Mundial”, “No quiero Copa, quiero salud y educación” o “FIFA go home”, los brasileños han salido a las calles.

Incluso grandes estrellas del fútbol brasileño se han sumado a las protestas. Romario criticó con dureza la “escandalosa” inversión estatal para el Mundial. Rivaldo señaló en Twitter :“Es una vergüenza estar gastando tanto dinero en esta Copa del Mundo y dejar los hospitales y escuelas en condiciones tan precarias”. “¡Quiero un Brasil más justo, más seguro, más saludable y más honesto! {…}, entro en el campo inspirado por esas movilizaciones. Estamos juntos”, indicó Neymar en Instagram.

Y es que mientras en Brasil el 18,6 % de la población vive en la pobreza, el Mundial de Fútbol será el más caro de la historia: más de 10.000 millones de euros. Las obras de construcción o reforma de los recintos que albergarán los partidos, cifradas al principio en 800 millones de euros, han superado los 2.700. Los costes en adecuación de infraestructuras, estadios, aeropuertos, transporte y seguridad, han supuesto una inversión total superior a la que efectuaron Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 juntas. Sólo la financiación de las obras ha aumentado el nivel de endeudamiento de las ciudades sede de este evento deportivo en un 30% de media.

Esta gran inversión fue justificada en su momento con el archiconocido argumento de que el retorno sería altamente beneficioso para el país: un estudio realizado por FVG / Ernest & Young indicaba que el impacto del Mundial podría suponer casi 60.000 millones de euros para el PIB de Brasil en 2019.

Sin embargo, a estas alturas este argumento no parece ser tan claro. La agencia de calificación de riesgo Moody's advirtió en abril de que la celebración del Mundial de Fútbol tendrá un impacto “poco duradero” sobre la economía de Brasil. “El estímulo económico asociado a los juegos es pequeño en comparación con la economía del país”, señaló la analista Bárbara Mattos. “El evento generará aumentos de corta duración de las ventas, siendo improbable que afecten considerablemente a los beneficios”. De los esperados 700.000 turistas sólo llegarán unos 300.000, indicaba José Wagner Ferreira, presidente de la Academia Brasileña de Eventos y Turismo.

Los efectos que sí se están sintiendo son otros, y ciertamente no muy positivos: inversiones públicas desmesuradas, aumento de precios para la población local, dificultades en el acceso a la vivienda, desalojos, explotación laboral y sexual, entre otros. Por si fuera poco, como indica el columnista Vinicius Torres en el diario Folha de S. Paulo, lo que en principio parecería ser una ocasión festiva, ha acabado siendo tratado como una operación “literalmente de guerra, con las Fuerzas Armadas actuando con carácter disuasorio tanto en la retaguardia como en la contención”.

Quien por el momento sí está comprobando la rentabilidad de su inversión es la FIFA, que ya ha obtenido 1.380 millones de dólares de beneficios gracias a la venta de entradas, derechos de transmisión televisivos y merchandising. Estos ingresos, que suponen un 10 por ciento más que los obtenidos en el Mundial de Sudáfrica, no tendrán repercusión en la población brasileña.

Ante estas cifras, ¿Qué queda para la inversión en salud o educación? ¿Qué queda para la lucha contra la pobreza, en uno de los diez países más desiguales del mundo?

El problema, en realidad, no es sólo lo que Brasil está gastando, sino también lo que está dejando de ganar: el país dejará de ingresar entre 179 millones de euros, según las estimaciones más conservadoras, y 386 millones, según otros, debido a las exenciones fiscales que la Federación Internacional de Fútbol Asociada (FIFA) ha conseguido para las empresas patrocinadoras del Mundial. El mismo Tribunal de Cuentas de la Unión habla de que tan sólo el gobierno federal dejará de ingresar más de mil millones de reales (unos 322 millones de euros).

Todo ello es posible gracias a la Ley de la Copa , aprobada por el Gobierno brasileño en 2010, por la que tanto la FIFA como sus empresas subsidiarias y asociadas están exentas de pagar los impuestos que les corresponderían normalmente. Estas empresas pueden importar a Brasil, sin pagar impuestos, todo tipo de productos, desde alimentos, a trofeos o medallas, o materiales de construcción. Las empresas también estarán exentas en la celebración de “actividades que se consideren relevantes para la realización, organización, preparación, comercialización, distribución, promoción y clausura de las competiciones”.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el 18,6 % de los brasileños, más de 37 millones de personas, viven todavía en la pobreza. Un sistema fiscal justo, en el que las empresas pagasen los impuestos que deben, sería una herramienta crucial para financiar servicios públicos de calidad y ayudar así a superar la brecha de la desigualdad en el país. Sin embargo, los alrededor de 200 millones de habitantes de Brasil, asistirán este año a la ceremonia en la que se les escapa la oportunidad de tener una mejor educación o una mejor sanidad, entre otras prestaciones.

Somos conscientes de que a pesar de los avances que se han producido en materia social, Brasil sigue siendo uno de los países más desiguales del planeta. Erradicar la pobreza y la desigualdad es una decisión política, y las exenciones fiscales injustas dificultan su consecución, impidiendo la distribución de la riqueza y restando eficiencia y equidad al sistema tributario. No sólo en Brasil, sino en todo el mundo. En América Latina y el Caribe, considerada por el programa para el Desarrollo de Naciones Unidas la región más desigual del mundo, su uso lastra el futuro de la población más vulnerable.

Pero la sociedad brasileña está reaccionando: las protestas son cada vez más generalizadas, y muchas organizaciones de la sociedad civil de todo el mundo les apoyan. Desde la ONGD española InspirAction, por ejemplo, hemos lanzado la campaña “Las jugadas de la FIFA”, para recoger firmas y pedir a Joseph Blatter, presidente de la FIFA, que se comprometa a no volver a imponer este tipo de condiciones abusivas a los países que acojan el Mundial en el futuro.

Los brasileños merecen un juego limpio. En esto, merecen ganar. No sólo unos pocos. Todos.