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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El negacionismo, la neolengua y el Caudillo

  • En un telediario público, el Dictador es aún hoy con gran naturalidad “Caudillo por la gracia de Dios”, deteniendo nuestra historia en el blanco y negro y dejando al espectador estupefacto

Españoles, Franco no ha muerto. Está entre nosotros, con su aliento en nuestra nuca. Está en las querellas que denuncian el menoscabo de su honor, está en el juez juzgado, en el arte crítico criticado.

Esto es lo que con humor e ironía plantea la pieza del artista plástico Eugenio Merino, Always Franco, una figura hiperrealista del dictador en una nevera de coca-cola, como el lugar donde inmortalizar y salvaguardar su imagen y legado. Por su obra satírica, Merino se enfrenta a una demanda presentada por la Fundación Francisco Franco por daños contra el honor del “anterior jefe de Estado” por la que podría indemnizar a esta organización con 18.000 euros. Honores, que ni el propio Merino entiende, por haber sido retirados ya todos ellos por el Ayuntamiento de Madrid, entre otros.

Sin embargo, ni Merino, ni sus compañeros de la Plataforma Artistas Antifascistas se han amedrentado un ápice, y como respuesta han montado sus Jornadas contra Franco, una exposición “para el escarnio público del dictador y por la defensa de la libertad de expresión.” Para Merino, la Fundación Francisco Franco ya ha conseguido lo que quería. Marginado y silenciado, no estuvo presente en Arco 2013 tras haberlo hecho en los últimos 10 años. Y es que según el artista, nadie quiere mojarse, nadie quiere entrar en este tema.

El periodista Gerardo Rivas, como Merino, corrió la misma suerte, cuando, creyendo ejercer su derecho de libertad de expresión y amparado en el derecho a la verdad de los ciudadanos, se atrevió alegremente a afirmar en un artículo que la Falange Española de las Jons contaba con “un amplio historial de crímenes contra la humanidad.” ¿Si?, pues querella al canto. Y admitida a trámite por un presunto delito de “injurias con publicidad” y un “temerario desprecio a la verdad”. Hoy Rivas se enfrenta a una indemnización de 15.000 euros por constatar una verdad histórica, “científica y suficientemente” demostrada, como han afirmado prestigiosos historiadores como Ian Gibson y Paul Preston.

Y es que Franco, compañeros, no se toca. Jueces, Periodistas y artistas se dan a menudo de bruces con un negacionismo estructural con enormes tentáculos que lo abarca todo, desde las butacas del Congreso a los sillones de la Academia de Historia. Esta misma, en su Diccionario Biográfico Español, una obra que ha recibido 6,4 millones de euros de dinero público, concede a Franco los denominativos “Generalísimo” o “Jefe de Estado” y afirma que “[Franco] montó un régimen autoritario pero no totalitario”. Como si de un técnico del Ministerio de la Verdad en la distopía Orwelliana se tratase, Luis Suárez, autor de las perlas, exalto cargo del régimen franquista y presidente de la Hermandad del Valle de los Caídos, hace uso de una neolengua para reescribir la historia y falsearla. El malo ya no es malo, es neobueno. Es difícil imaginar mayor burla. Piensen en una biografía oficial de Adolf Hitler, financiada por los bolsillos de los contribuyentes alemanes y escrita por la Señora Leni Riefenstahl. Resulta una entelequia.

But Spain is different. Vicenç Navarro no cree que el maquillaje sea casual. Se debe a “un proyecto conservador altamente exitoso que tenía por objeto presentar [al régimen] como caudillista, autoritario, liderado por un general, que limitaba la expresión de libertades sin intentar, sin embargo, cambiar la sociedad ni imponer una ideología totalizante a la población. Ni el régimen era fascista ni era totalitario. Este negacionismo, dice Navarro, tiene una función política de enorme importancia, y es que quienes ocupan importantes estamentos de poder tienen profundas raíces en el régimen anterior.

La Transición a la democracia impuso a nuestra sociedad un halo de silencio y desmemoria. El artículo del ABC de ayer, “Memoria maltratada” de José Utrera Molina, ministro durante la dictadura de Franco, y suegro del actual ministro de Justicia Ruiz Gallardón, es fiel ejemplo de ello. En él, Utrera Molina nos indica cómo bienpensar hacia el futuro: “Mientras esa ley [de Memoria Histórica] tan injusta como innecesaria siga en vigor, los españoles están condenados a ver, una y otra vez, la cara de un bando y la del otro cuando todo tendría que ser ya tumba, recuerdo de grandezas y olvido de miserias.” Sí, mejor olvidar las miserias que afrontar una imputación en Argentina por crímenes contra la humanidad, como así han solicitado a la jueza Servini la Red ciudadana contra los crímenes del franquismo (Red Aqua).

La perversión del lenguaje tampoco es inocente. El robo de las palabras es, como dice Eduardo Galeano, un delito que ha de ser perseguido. Cada vez aceptamos con mayor naturalidad que las palabras dejen de significar lo que significan, dice el autor uruguayo, conformando una realidad manipulada, una distorsión ilegítima de la historia. Así, en un telediario público, el Dictador es aún hoy con gran naturalidad “Caudillo por la gracia de Dios”, deteniendo nuestra historia en el blanco y negro y dejándo al espectador estupefacto, tarareando esa de Gardel de Veinte años no es nada. Pero no son veinte, son cerca de cuarenta. Cuatro décadas, que no es poco, de agravios a nuestra memoria.