A las 22:45 horas, apenas se ve a nadie en las calles del barrio madrileño de Lavapiés. El hielo acumulado desde hace días y las temperaturas bajo cero mantienen a los vecinos en sus casas, pero Mor no para de caminar en plena noche por el centro de Madrid. Deambula por los estrechos recovecos libres de nieve, sortea los árboles caídos por el temporal y baja con fluidez cuestas resbaladizas a pesar de no llevar el calzado más apropiado para el gélido suelo de la capital. Pasea, solo pasea, sin un rumbo establecido. Busca engañar al frío.
Sus pantalones de tela fina y estampado típico senegalés no se lo ponen fácil. Una capucha y dos gorros de lana, uno sobre otro, cubren su cabeza y orejas, pero sus manos desnudas ya empiezan a doler. Las frota y sigue caminando. Es su estrategia para evitar que las bajas temperaturas calen en su cuerpo tras el paso de la borrasca Filomena. “Y para no darle vueltas a la cabeza”, añade Mor a elDiario.es durante su paseo nocturno. “Si me paro, hace más frío. Y también pienso más. Pienso en todo lo que quería conseguir aquí y lo que me he encontrado”, dice el joven, que carece de un lugar donde vivir desde hace dos meses. Su nombre es ficticio, le da vergüenza que alguien pueda identificarlo.
“Hace mucho frío, pero eso es lo de menos”
Antes de embarcar hace un año en una patera desde las costas senegalesas con dirección a las Islas Canarias, nunca imaginó, cuenta, que sería tan difícil regularizarse. Ni que fuese tan complicado conseguir algún trabajo a pesar de estar sin papeles. Tampoco que acabaría dando vueltas solo en plena madrugada en un Madrid cubierto de hielo porque hace demasiado frío como para tumbarse a dormir en el suelo. “Hace mucho frío, pero eso es lo de menos. Hay gente que me pregunta cómo me puede ayudar, que si quiero una manta o algo caliente, pero no me gusta que me den cosas. Yo lo que quiero es tener papeles y trabajar”, reflexiona mientras el vaho sale por su boca.
Las bajas temperaturas acartonan sus piernas, pero ese no es el mayor de sus problemas. Llegó a Tenerife a finales de 2019, cuando ya se percibía un importante aumento de las llegadas de migrantes a Canarias. Entonces, los traslados a la península no estaban tan limitados como meses después. En dos semanas, tras pedir protección internacional, viajó a Madrid, donde fue acogido por Cruz Roja en un centro para solicitantes de asilo. Allí permaneció hasta el 15 de agosto, cuando la organización le comunicó que debía abandonar el centro tras el rechazo de su petición. Se quedaba en la calle y, explica, se fue a vivir a una casa okupa, junto a algunos compatriotas, hasta que la policía los expulsó.
De un centro de acogida a la calle
Hace cerca de dos meses, justo cuando empezaba el frío –el habitual en Madrid–, empezó a pasar sus noches a la intemperie. Desde entonces, suele intentar dormir en algún punto del barrio de Lavapiés y, algunas madrugadas sube a casa de Modou a descansar unas horas. “No me gusta quedarme en una casa que no es mía, no quiero ayuda ni abusar. Voy alternando y, cuando duermo allí, subo tarde, de madrugada, cuando se vayan a dormir, para no molestar mucho tiempo”, detalla el senegalés. También lo hace, de nuevo, para no pensar. “Si voy muy pronto, me meto en la habitación de mi amigo y no me duermo… y entonces mi cabeza no para”, dice Mor.
Esta noche dormirá bajo un techo, en casa de Modou. A las tres de la madrugada sube a la vivienda, se introduce en el cuarto de su compatriota y, tal y como está, se tumba en el suelo, junto a la cama. No se quita el abrigo, ni sus dos gorros. Sabe que, aunque está a resguardo, allí también pasará frío. Su colega, también senegalés, sin papeles y dedicado a la venta ambulante, no puede pagar las facturas desde el confinamiento. No tiene luz en casa.
“Él también pasa mucho frío y tampoco tiene muchas mantas, así que yo duermo así… ”, dice Mor, señalando su ropa. En casa de su compañero también guarda sus escasas pertenencias. Los manteros de Madrid, que salían adelante de forma austera con la venta de productos en la calle, no han podido levantar cabeza desde marzo debido a las restricciones sanitarias y el aumento del control policial en las calles.
Modou, quien le recibirá horas después en su casa, lleva más de tres años en España –el plazo mínimo para regularizarse por la vía del arraigo– pero aún no ha podido obtener sus papeles ante la dificultad de encontrar un trabajo a jornada completa y con contrato indefinido, uno de los requisitos establecidos para conseguir la residencia por esta vía. Mor, que solo lleva un año, observa los casos de muchos paisanos con desesperanza: “¿Cómo pueden estar tanto tiempo sin papeles? Si los tuviese sería más productivo para España que estar aquí caminando por la nieve”, añade el joven, al que aún le quedan dos años para tener la opción de obtener la documentación a través de uno de los pocos canales abiertos en la Ley de Extranjería para quienes entran al país de manera irregular.
Nunca es fácil, pero Mor llegó a España en un momento aún más complicado para intentar construir una nueva vida sobre los habituales obstáculos a los que se enfrenta una persona sin papeles. Poco después de su llegada a Madrid, el confinamiento, como a todos, impedía la realización de cursos de inserción laboral durante el tiempo que estuvo acogido por Cruz Roja. Una vez en la calle, salir adelante a través de la venta ambulante, una de las pocas opciones de trabajo para las personas en situación irregular, es prácticamente imposible. “La situación es casi igual que en marzo. Está siendo muy difícil, la precariedad acabará con ellos”, dice Malick Gueye, portavoz del Sindicato de Manteros y Lateros de Madrid.
Mor señala el roto de su bolsillo izquierdo para ejemplificar la dificultad para encontrar un forma para, como repite una y otra vez, “buscar la vida”. “En Navidad, vendía globos brillantes para los niños en Sol. Un día vino la policía y, cuando empecé a correr, un agente me agarró de aquí y me lo rompió”, describe el senegalés. Toda la mercancía le fue confiscada. “Es imposible, sin papeles no podemos hacer nada…”.
Desconfianza a los albergues para personas sin hogar
Sabe que podría intentar pasar la noche en albergues habilitados por el Ayuntamiento para personas sin hogar. Desde la ONG Karibu alertan de que la población en situación irregular se está encontrando en situaciones de “extrema vulnerabilidad” durante la borrasca. “Estamos en contacto con mucha gente que vive en casas sin luz, como en la Cañada, pero en este caso están invisibilizados. Sin agua caliente, sin luz... Hay gente que vive en la calle y les hemos pagado hostales para estos días. A muchos les da miedo ir a los recursos para personas sin hogar por si les detienen por no tener papeles... ”, alerta Nicole Ndongala, directora de la organización. “No me gustan esos sitios con mucha gente. Me da miedo que alguien me robe algo o haya problemas”, opina Mor. El joven repite una y otra vez a lo largo de la conversación de su temor a acabar “en problemas”.
Cuando lo dice, se acuerda de su hermano mayor. Ese al que hace décadas que no ve, que también abandonó su país para migrar a Canarias en patera en 2006, durante la anterior crisis migratoria vivida en el Archipiélago. Tiempo después pudo saber que pasó años en la cárcel, pero poco más conoce de su paradero. “Desde que he llegado no he parado de buscarlo, pero no lo he encontrado y mi familia me pregunta mucho por él…”.
En esas llamadas, también le preguntan por su propia vida. Responde con evasivas. “Les digo que bien, que vivo en una casa. No les puedo decir que estoy así”, dice señalando con sus brazos una plaza completamente blanca por la nieve. Frota sus manos de vez en cuando pero no tirita, ni se queja del frío hasta que se le pregunta. “Sí, tengo mucho frío”, responde antes de acabar con su coletilla habitual: “Pero lo peor está aquí”, dice señalando su cabeza. “Muchos problemas para buscar la vida”.