Había un destino escrito para Phiona. El de Harriet, su madre; el de Night, su hermana mayor; el de la mayoría de niñas que nacen en Katwe, uno de los suburbios de Kampala, la capital de Uganda. Vender maíz, mandioca, curry, casi cualquier cosa en las afueras del mercado de Kibuye; encontrar pronto a un hombre, tener hijos, y repetir el círculo.
Había otros destinos peores. El ajedrez la salvó de todos ellos. Phiona Mutesi tiene hoy veinte años. A los nueve descubrió ese tablero de 64 casillas y piezas blancas y negras gracias a un proyecto gestado por un joven entusiasta y visionario, Robert Katende, y su vida empezó a cambiar. Tanto, y de manera tan sorprendente, que Phiona comenzó muy pronto a competir al más alto nivel y en 2012 obtuvo el título de Candidata a Maestra por la Federación Internacional de Ajedrez. Esta joven prodigio ha seducido incluso a Disney, que en septiembre estrena una película basada en su vida, “La Reina de Katwe”.
“En realidad, lo que me interesaba era la comida”, reconoce Phiona Mutesi al recordar su primer encuentro con el ajedrez. Está sentada junto a su entrenador, Robert Katende, en una habitación de la SOM Chess Academy, tras ellos se acumulan trofeos y libros. Es su semana de vacaciones y la han reservado para atender las múltiples peticiones de medios de comunicación que reciben últimamente, “unos 15 emails por día”. Conversan con eldiario.es por videoconferencia, Phiona ya no parece tan tímida como se dice que era.
Cuando tenía tres años, su padre murió de sida. Pocas semanas después vio también morir a su hermana Juliet. “Lo perdimos todo, tuve que abandonar el colegio porque mi madre no podía pagarlo, nuestro día a día era luchar por conseguir algo que comer. Con nueve años nos echaron de la casa donde vivíamos porque no podíamos pagar el alquiler, dormíamos en la calle, habíamos perdido la esperanza”, recuerda.
Fue su hermano Brian quien le habló del programa de ajedrez, una iniciativa que había puesto en marcha Robert Katende junto a la organización Sports Outreach dirigida a niños de Katwe: aprendían a jugar a cambio de un plato de comida. Todas las tardes a la misma hora el pequeño desaparecía hasta que, un día, su hermana decidió seguirlo.
“La recibí como a cualquier otro niño que venía. En aquel entonces había muy pocas chicas, tan solo dos, el programa estaba dominado por chicos. Phiona tenía unos nueve años. Quería que se sintiera cómoda y le dije a Gloria, que tenía cinco años, que le enseñara todo lo que ella sabía. No era mucho, los nombres de las piezas, algunos movimientos…”, cuenta Robert.
Ese primer día no fue fácil, Phiona se peleó con algunos de los niños que se burlaron de ella. Pero regresó al día siguiente. Y al otro. Y a los dos meses empezó a jugar contra los chicos y ganó por primera vez. “El ajedrez empezó a interesarme cuando gané a un chico, no tenía grandes sueños ni nada de eso, sólo quería seguir derrotándolos”, admite. “Para ellos fue sorprendente que una chica en solo dos meses fuera capaz de ganarle a un chico que llevaba allí tres años”, explica su entrenador.
Phiona destacaba, tenía un talento innato para el ajedrez. Este deporte, que en Uganda era más propio de familias acaudaladas, se convirtió en el centro de su vida, lo que mejor controlaba, lo que le hacía evadirse de la realidad de Katwe. En enero de 2007, prácticamente un año después de su llegada, ganó el campeonato nacional sub-20 del país. Competía contra las mejores jugadoras de Uganda, adolescentes de 18 y 19 años, de buena posición económica. Con solo 11 años se convirtió en la mejor jugadora junior de ajedrez. Y repetiría. “Ahí me di cuenta de que estábamos ante algo muy especial”, dice Robert.
“No podía creer que me estaba pasando a mí”
En agosto de 2009, un equipo salido del proyecto de Katende (Ivan Mutesasira, Benjamin Mukumbya y Phiona Mutesi) representó a Uganda en un torneo internacional celebrado en Sudán. Ganaron. “Eran niños del suburbio de Katwe llevando la bandera de su país. Solo eso ya era una victoria. Se enfrentaron y ganaron, fue algo tan increíble que nadie lo podía creer”, recuerda Robert. Habla de aquella competición como “un torneo-milagro”, pues la Federación Ugandesa de Ajedrez había recibido fondos para enviar el equipo y pudo, cuenta, escoger a los mejores en función del mérito y no a quienes pudieran permitirse económicamente el viaje.
Phiona y sus compañeros nunca habían ido al aeropuerto. Nunca habían montado en un avión. Ni habían estado en un hotel. Ni habían visto, y menos dormido, en una cama de esas. Nunca habían tirado de la cadena (Phiona lo hizo una y otra vez, asombrada del proceso). Ninguno de ellos había podido elegir nunca antes qué comer. “No podía creer eso me estuviera pasando a mí”, dice ahora la joven.
A Sudán, le siguieron las Olimpiadas Mundiales, celebradas en Siberia (Rusia). Nadie esperaba que Phiona se clasificara para ir y lo hizo en segunda posición (de cinco). Fue la primera vez que compitió un equipo femenino por parte de Uganda, hasta entonces solo se había financiado la participación de equipos masculinos. Phiona tenía 14 años cuando se enfrentó a las mejores jugadoras de ajedrez del mundo.
¿Cómo era esto posible? Le preguntaban una y otra vez a Robert Katende. Él explica que el ajedrez tiene mucho que ver con la vida de estos niños de los suburbios: “Es un juego de supervivencia. Tiene que ver con muchos conceptos relacionados con eso, pensar soluciones antes de que la situación se presente. Tienes unos recursos y según el uso que hagas de ellos, tu estrategia, tu plan, así te va a ir. Eso se identifica mucho con el estilo de vida de estos niños. En los suburbios viven para sobrevivir, tratando de averiguar qué va a ser lo próximo, dónde te vas a quedar, si es seguro, cómo hacer para comer…”. Esa es la clave de su trabajo con el ajedrez, “aplicar los principios del juego en la vida para transformarla”.
“Yo no sabía lo que era Disney”
Fue a partir de 2010 cuando su historia saltó las fronteras ugandesas. La noticia de sus logros llegó a un periodista y escritor estadounidense, Tim Crothers, que se desplazó hasta Katwe y escribió un artículo sobre ella que, poco más tarde, se convertiría en el libro “The Queen of Katwe” (en inglés, “La reina de Katwe”). Los medios internacionales empezaron a hacerse eco de esta niña-prodigio y Disney puso sus ojos en Phiona.
“Yo no sabía lo que era Disney, me dijeron que iban a hacer una película sobre mí pero yo no tenía ni idea, luego empecé a averiguarlo y cuando lo supe todo fue muy emocionante”, dice Phiona, que espera que la película “sirva para que quienes han perdido la esperanza la recuperen”.
“Phiona ha hecho historia en el país”, resalta Robert. En 2013, fue reconocida en la cumbre “Women in the World”, celebrada en Nueva York. Allí cumplió uno de sus sueños, jugar contra Garry Kasparov. “Querían darme una sorpresa porque era mi ídolo”, confiesa. En Nueva York la nombraron Woman of Impact y recibió 25.000 dólares que, en parte, emplean para empoderar a otras niñas. La academia de ajedrez ha crecido y cuenta ahora con cinco centros en otros suburbios. Tienen 80 niños en el de Katwe y entre 30 y 40 en el resto. Phiona y los mayores se han convertido en instructores y enseñan a los más pequeños.
“Esto va más allá de Phiona”
Robert Katende está orgulloso de sus chicos y chicas. “Para mí, esto va más allá de Phiona. Hay muchas historias de éxito. Cuando ves que estos niños, que no tenían oportunidades, ahora estudian, van a la universidad, están trabajando, sientes que puedes tener un impacto y romper la cadena. Siento que la cadena se ha roto”. Phiona Mutesi es tal vez el ejemplo más asombroso, pero hay otros. Ivan Mutesasira no había pisado la escuela y ahora es profesor de matemáticas y física en Tanzania. Y de ajedrez.
– Phiona, ¿dirías que el ajedrez ha cambiado tu vida?
– Sí.
– ¿Cómo?
– De muchas maneras. Había perdido la esperanza y la recuperé. Ahora espero convertirme en Grandmaster y también en abogada. He podido ganar algo de dinero y comprar una casa para mi madre fuera de Katwe, he vuelto a la escuela. Todo esto es gracias al ajedrez. He podido ir a países que son muy diferentes de donde yo vivía, mucho. Se ha hecho un libro sobre mí, ahora una película…
– ¿Imaginabas algo así?
– No, yo no imaginaba nada, a mí me interesaba el plato de comida.