Los líderes rohingya están pidiendo a las autoridades de Bangladesh que levanten la prohibición de usar Internet impuesta a un millón de refugiados en la ciudad bengalí de Cox's Bazar. Dicen que los rumores y el pánico sobre la COVID-19 están disuadiendo a la gente de hacerse el test.
Las restricciones para comunicarse están exacerbando las ya de por sí difíciles condiciones de los refugiados rohingya procedentes de Myanmar. Familias de hasta ocho personas viven en la misma habitación de unas estrechas chozas de bambú, usando inodoros y grifos comunitarios. En algunas zonas, hay escasez de elementos tan básicos como el jabón.
En esta ciudad de Bangladesh sudoriental, a 20 millas de la frontera con Myanmar, los organismos de ayuda han advertido una y otra vez por la facilidad con que que el virus podría propagarse por los campamentos sin capacidad médica para enfrentarlo. Según los datos de la Organización Mundial de la Salud hasta el 10 de junio, 35 refugiados dieron positivo en las pruebas de la COVID-19. Tres personas han muerto y hay 30 en cuarentena, aunque se teme que haya más casos no detectados.
El brote ha coincidido con la temporada de gripe, aumentando la confusión sobre los síntomas, pero desde la comunidad explican que la gente está evitando acudir a los centros médicos porque temen ser trasladados a instalaciones de aislamiento. Se ha informado de dos personas que huyeron de la cuarentena la semana pasada porque creían que los enviarían a centros alejados de su familia.
Muchos de los desplazados rohingya refugiados en Cox's Bazar huyeron a Bangladesh en 2017, después de que Myanmar iniciara una represión militar contra ellos, una minoría musulmana, con “intención genocida”, según la ONU.
Las condiciones son cada vez más desesperadas después de tres años en los campamentos, con personas sin acceso a la educación o a un medio de subsistencia. Desde principios de año, muchos han intentado huir de Cox's Bazar embarcándose en peligrosos viajes marítimos hacia Malasia, a más de mil quinientos kilómetros distancia. Entre ellos ha habido muchos atrapados en el mar durante meses debido al cierre de fronteras con que los países reaccionaron a la pandemia del coronavirus. Esta semana, Malasia ha detenido a 270 refugiados después de que su pesquero de arrastre, con daños, fuera interceptado por la guardia costera del país.
Bangladesh interceptó otro barco que transportaba a cientos de refugiados de Cox's Bazar y lo escoltó hasta Bhasan Char, una remota isla de cieno, aparentemente para reducir el riesgo de introducir el virus en Cox's Bazar.
Otros refugiados temen correr la misma suerte aunque el Organismo de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) haya dicho que hay 200 camas en centros de aislamiento y de tratamiento de infecciones respiratorias graves, además de cientos más en proceso de instalación.
Mohammad Shaiful tiene 25 años y vive con su esposa, su tío y su hija de un año en el campamento. La desinformación, dice, se ha propagado a toda velocidad. “Corre el rumor de que van a matar a la gente en cuarentena”, explica. “Como si los médicos les estuvieran inyectando algo que causa las muertes. Además, los médicos están 'contagiando' el coronavirus a personas que ni siquiera lo tienen y matándolas. La gente tiende a creer en esos rumores en lugar de pensar un poco”.
A los refugiados les piden que mantengan una buena higiene y el distanciamiento social, pero al mismo tiempo se han reducido los trabajos de las ONGs para minimizar el riesgo de transmisión. Aunque siguen los servicios esenciales, como la alimentación y el saneamiento, un dirigente comunitario se queja de que en su zona los retretes se habían vuelto inutilizables por falta de mantenimiento.
“Honestamente, no estamos practicando el lavado de manos y las medidas de sanidad porque las ONGs responsables del lavado de manos y de la higiene y el saneamiento no vienen al campamento”, dijo Mohammad Jaffa, líder comunitario en el campamento 7 de Cox's Bazar.
Tun Khin, presidente de la Organización Rohingya de Myanmar en el Reino Unido, menciona el agradecimiento de los rohingya a Bangladesh por haberlos acogido en Cox's Bazar, pero pide que permitan la conexión a Internet para que la gente pueda recibir información y noticias fiables sobre la pandemia. “No pueden seguir lo que está pasando en el mundo y saber cuántas personas han muerto. Necesitan saber lo que está sucediendo con la COVID-19 para poder aprender y entender que es un peligro para toda la comunidad”, dijo.
El gobierno bengalí ha dicho una y otra vez que hace mucho más por los rohingya que el resto de países y que la prohibición de Internet se debe a razones de seguridad.
Abu Tahir, de 37 años, que vive con su esposa y tres hijos, dice que se habían cerrado los mercados y las tiendas pero que la gente no podía permanecer aislada todo el día dentro de sus pequeñas habitaciones. “No sé qué pasará si doy positivo en el test de coronavirus. No estoy tan seguro de esto de la cuarentena. Si algo me va a pasar, me gustaría tener a mis hijos y a mis seres queridos cerca. Dicen que no hay tratamiento para esta enfermedad, ¿entonces qué sentido tiene aislar? Ya hemos pasado por mucho. Pero sobrevivimos porque el Todopoderoso tiene un lugar especial para nosotros. Va a cuidar de nosotros”, explica Tahir.
Traducido por Francisco de Zárate