Durante la noche del pasado viernes varias patrullas de la Unidad de Prevención y Reacción (UPR) de la Policía Nacional expulsaban de forma violenta a los 18 sirios que todavía quedaban acampados en la Plaza de España de Melilla en protesta por su situación de desamparo político y social: después de huir de la guerra y pedir asilo, están encerrados en la ciudad autónoma hasta que se tramite su solicitud. Piden cruzar a la península y acceder a Europa.
Los agentes llegaron con rapidez, arrancaron todas las pancartas de la plaza y se dirigieron a gritos a los jóvenes y familias allí tiradas en el césped: “Tenéis dos opciones: os vais y os lleváis todo o, si os quedáis aquí, las mantas, cartones y abrigos nos los llevamos nosotros”. Los sirios, que no entendían las órdenes en español, comenzaron a levantarse y a hacer ademán de entregar la documentación a los policías. Entonces éstos comenzaron a echarlos de la plaza y a arrebatarles los cartones que les sirven de aislantes en las frías y húmedas noches de otoño en Melilla.
“Pero, ¿dónde vamos a ir?”, señaló sorprendido un joven en un castellano afrancesado: “Si no tienes dónde ir, te metes en un portal o dónde te dé la gana, pero aquí no te quedas ni tú ni ninguno”, expuso uno de los agentes. Los más jóvenes no sabían qué hacer: no tenían dónde ir, pero no podían quedarse sin su ropa de abrigo; y daban pasos en falso y buscaban en los alrededores a alguien que les tradujera las órdenes policiales. Estaban allí, no sólo para reclamar una solución a su situación administrativa después de huir de una guerra civil donde lo han perdido casi todo, sino porque realmente se encuentran en la calle, ya que la Jefatura Superior de Policía todavía estudia su situación, por lo que no tienen plaza en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI).
En cambio, la única familia, con niños pequeños incluidos, que permanecía acampada este viernes lo hacía porque alguien les robó el bolso donde tenían todo el dinero que han traído desde Siria y no podían seguir pagándose la pensión donde duermen. Tienen plaza en el CETI pero no quieren volver: “Allí a los sirios y los argelinos se nos trata como perros, no tenemos derecho a nada. Parece que no saben que escapamos de la guerra”, aseguraba el padre de familia. Finalmente, los sirios decidieron pasar la noche en la plaza y la policía, que prohibió a los periodistas tomar imágenes, les arrebató las mantas y enseres de abrigo como castigo.
Adnaan: de las balas a la calle
Uno de los chavales que duerme estos días tirado en los jardines de la Plaza de España de Melilla es Adnaan. Este joven sirio, de 20 años de edad, huyó hace poco más de seis meses de la masacre humanitaria que acontece en su país. Dice haber estado en medio de tiroteos y haberse librado por poco de ser alcanzado por una bala.Llegó a Melilla hace dos semanas y desde entonces duerme en la calle: “Ya no puedo más. Necesito comer bien, ducharme, afeitarme y poder pensar en otra cosa”, comenta compungido mientras mira al vacío con unos ojos verdes y profundos que dan cuenta del dolor y de la desesperación.
Como ocurre con la mayoría de ciudadanos que comparten idioma o rasgos físicos con los magrebíes, Adnaan debió entrar a Melilla con documentación marroquí, por lo que todavía se estudia su expediente y, a pesar de portar su pasaporte original sirio, no puede ser acogido en el centro de inmigrantes.
Familias separadas por el ADN
Otro de los graves problemas de estas personas que emigran hacia Europa es la reagrupación familiar. Para evitar la apropiación indebida de niños, a las familias que llegan al CETI se les exige un análisis de ADN que certifique que los menores son hijos biológicos de los adultos que los portan.Mientras el resultado de las pruebas llega –que en algunos casos ha tardado hasta más de un mes y medio- los niños son separados de sus padres y llevados a los centros de menores. Si las pruebas son positivas, las familias se reagrupan y, si no, siguen separadas y se estudia qué medidas legales tomar.
En esta situación se encuentra la familia de Abdelkader, un comerciante de ropa que salió hace un año de Aleppo, al norte de Siria, con toda su familia. Sufrió mucho durante el largo camino necesario para atravesar Egipto y Argelia. Su intención es llegar a Bélgica donde tiene parientes y amigos que esperan para acogerles.
Abdelkader ha llegado a Melilla con sus cinco hijos, todos menores de edad. Le han arrebatado a los que no son bebés y los han enviado al Centro de Menores de La Purísima. Lleva semanas esperando los resultados de los análisis y, a pesar de estar agobiado con la situación, asegura que “no nos queda más que esperar, seguir luchando y creer en que todo saldrá bien al final”.
Entiende que se hagan pruebas para que la gente no cometa delitos y no se aproveche de la situación humanitaria, pero dice que no siempre los análisis llevan razón. Explica que en Oriente Próximo también se adopta, por lo que las pruebas de ADN no valdrían en este caso. Y comenta que, lo lógico sería tener a la familia reunida mientras se esperan los análisis y, si son negativos, separarla; pero no separarla nada más llegar.
Presos pero con esperanza
El resto de familias que han vuelto al centro de acogida lo han hecho con la promesa de que su situación se va a tramitar y a resolver en un periodo máximo de dos meses. Ellos insisten en que se sienten “presos” en Melilla y que la sensación de huir de una guerra y verse atrapado en esta ciudad “es muy frustrante”.
Desde instituciones como el Defensor del Pueblo o ACNUR se lucha por convencer al mayor número de sirios para que soliciten el asilo y así poder ir estudiando en profundidad los diferentes casos y tramitando expedientes con mayor rapidez. Con que uno sólo de ellos pidiera asilo, se podría tramitar el de la mayoría de todos los que están en la misma situación en poco tiempo, aseguran abogados e instituciones.
Ellos son reticentes a la hora de pedir el estatus de refugiado en Melilla y Ceuta porque saben que normalmente va en perjuicio de sus intereses. Así lo denunciaba el relator especial de la ONU para el racismo, Mutuma Ruteere, que veía clara discriminación en la gestión del asilo en estas dos ciudades españolas, respecto del resto.