Manik dice que, para encontrarse con él, basta con acercarse a los alrededores del centro de salud de Lavapiés. No es sanitario, es cocinero, pero desde hace tiempo pasa por allí más de lo que le gustaría. Cuando no acompaña a algunos de sus compatriotas en sus consultas o trata de conseguir una cita que no llega, Manik está en su casa, pendiente del teléfono, por si entra una llamada de un vecino enfermo al que sus médicos no logran entender.
El bangladeshí empezó a ser intérprete voluntario de bengalí en el ámbito sanitario poco después del fallecimiento de Mohamed Abul Hossain, vecino de Lavapiés que murió el 26 de marzo en su casa tras llamar durante seis días al teléfono activado por la Comunidad para atender casos de coronavirus y al 112. Con patologías cardiovasculares previas, Hossain presentaba síntomas respiratorios cada vez más graves de COVID-19 pero ni él ni su familia consiguieron respuesta sanitaria hasta que ya fue demasiado tarde.
En varias de aquellas llamadas desesperadas al teléfono de información para casos de coronavirus, Mohammad Fazle Elahi, presidente de la asociación Valiente Bangla, estaba detrás del teléfono describiendo los síntomas una y otra vez para solicitar una ambulancia en pleno estado de alarma, pero los teleoperadores, asegura, le insistían en hablar con el paciente, que apenas hablaba español y a quien no entendían. Para Valiente Vangla, la inexistencia de un servicio eficaz de interpretación y los problemas derivados de la barrera idiomática influyeron en la falta de atención médica sufrida por Mohamed Abul Hossain.
No apagar nunca el teléfono
Por eso ahora Manik no deja de estar pendiente del teléfono: teme despistarse y no responder a una llamada. Nunca lo apaga, ni para dormir, porque cada vez que suena recuerda a Mohamed Abul Hossain. “No hay un horario. Cuando una persona está ingresada, quizá me llama por la mañana porque no entiende algo de su medicación. Luego, a las las 12, va a verle su doctor y me llaman de nuevo. Por la noche, necesita algo y me llama por si puedo decírselo a enfermería…”, enumera el intérprete voluntario.
Días después de la muerte Mohamed Abul Hossain, nació la Red de Intérpretes Voluntarias del barrio de Lavapiés, de la que Manik forma parte, “ante la necesidad del personal sanitario de transmitir a sus pacientes de origen migrante las recomendaciones de cuidados y protección ante la pandemia”. Desde entonces, más de 30 voluntarios han atendido “un millar” de llamadas realizadas desde centros de salud, hospitales y farmacias, explica el colectivo, que urge a la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid a que “garantice un equipo de personas intérpretes mediadores” suficiente para que “ninguna persona quede excluida de la atención sanitaria por la barrera idiomática y cultural”.
Ahora pide a la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid que garantice un equipo de personas intérpretes mediadoras para que ninguna persona quede excluida de la atención sanitaria. elDiario.es ha preguntado al Gobierno regional sobre el número de intérpretes con el que cuenta el sistema madrileño de salud y en qué centros sanitarios funciona el servicio de traducción telemática, pero aún no ha obtenido respuesta. La fuerte demanda de la red de voluntarios evidencia una necesidad que el Ejecutivo autonómico sigue sin cubrir.
Desde la Red, detallan, se ha realizado una mediación en diferentes lenguas (bengalí, wólof y árabe, etc) a profesionales de los Hospitales 12 de Octubre, la Fundación Jiménez Díaz o el Hospital Militar Gómez Ulla, y de distintos centros de salud de la ciudad. Su labor ofrece atención telefónica 24 horas para resolver dudas, acompañar en los procesos de enfermedad o realizar el seguimiento de tratamientos médicos.
“Llama gente desesperada porque el médico no le entiende”, resume Manik. Durante el primer estado de alarma, en pleno pico de contagios, el teléfono no paraba de sonar ante posibles casos de COVID-19. El bangladesí ha tenido que escuchar los partes médicos de pacientes ingresados en la UCI de hospitales de Madrid para después informar a sus familiares. A veces ha dado malas noticias, pero nunca la peor: “Ninguna de las personas a las que he ayudado ha fallecido. Cuando sale una persona del hospital me da mucha alegría, me dan las gracias y se me agranda el corazón”, dice aliviado. “Ahora puedo ayudar a la gente, como tanto me ayudaron a mí”.
“Hay mucha gente que no sabe cómo puede ir al médico”
Manik llegó a España en 2012 y pasó los primeros tres años en situación irregular. “Estaba perdido, la Red Interlavapiés me apoyó muchísimo con los papeles, cuando yo no entendía nada”, agradece el intérprete voluntario. Conoce el dolor de vivir en un lugar sin documentación y conocer la lengua. Ahora busca ayudar a derribar esa barrera idiomática que tanto le costó sortear a él.
Su móvil guarda numerosas fotos de tarjetas sanitarias, pasaportes e informes médicos enviados por aquellos compatriotas que le confían su documentación para poder responder las preguntas del personal administrativo al intentar conseguir una cita para una prueba PCR u otras consultas médicas. “Hay mucha gente que no sabe cómo puede ir al médico. No saben cómo tienen que coger una cita. Me envían todo y yo llamo o voy al mostrador”, detalla.
No siempre es falta comprensión, denuncia Manik. “Cuando escuchan mi voz, a veces percibo un tratamiento distinto, porque es una voz de migrante”, sostiene el bangladesí, quien reconoce haberse visto forzado a llamar a compañeras españolas de la Red de Acogida Solidaria para que fuesen ellas quienes llamasen a emergencias, ante el excesivo retraso en el envío de ambulancias en casos urgentes. “Entonces, todo se aceleraba”, apunta.
Escuchar las ruedas de prensa para informar en distintos idiomas
Hannan empezó a ser intérprete de forma desinteresada a los 15 años, cuando se chocó de bruces con las dificultades de decenas de vecinas marroquíes en Badalona, donde vivía entonces. Ella, recién llegada junto a su familia, recibía clases de español en un centro social: “Vieron que avanzaba más rápido que muchas de las señoras que iban a clase conmigo y, de repente, empecé a acompañar a mis compañeras y a amigas de mi madre cuando tenían que ir al médico de cabecera o tenían que ir al colegio para hablar de sus hijas e hijos”, recuerda otra de las voluntarias de la red.
Ante la declaración del primer estado de alarma, Hannan, que ya vivía en Madrid, se dio cuenta de que la información sobre la pandemia debía llegar a todas las personas, independientemente de su lengua, en un momento en que parecía tan complicado entender las recomendaciones y restricciones. Hannan comenzó a escuchar cada sábado, como una periodista más, las ruedas de prensa de las autoridades. Una vez comprendidas las novedades más relevantes, enviaba audios a decenas de mujeres de habla magrebí con información oficial sobre las medidas sanitarias, el marco jurídico ligado al estado de alarma y explicaciones sobre ese nuevo virus del que poco sabíamos entonces.
A raíz de su iniciativa, estas mujeres empezaron a solicitarle apoyo para las distintas necesidades que surgieron durante la pandemia. “Muchas personas que no hablan el castellano no sabían cómo transmitir su estado de salud al médico, en un momento en que todo era telemático. Algunos por síntomas compatibles con la COVID, otras ataques de ansiedad o enfermedades crónicas.... Veía que aguantaban en casa por la dificultad para comunicarse con su centro de salud”, describe la voluntaria. “Yo llamaba, miraba qué centro de salud le correspondía, le contaba el caso. Intentaban comunicarse con la paciente y, si no se entendían, yo entraba en la ecuación”.
Hannan continúa pendiente del móvil para dar respuesta a las numerosas peticiones de ayuda que recibe. Compatibiliza esta tarea con su trabajo y el cuidado de sus dos hijos: “No me paro a valorar en qué momento tengo que dedicar a ello, en qué momento tengo que responder y cuándo tengo que parar. Es algo innato, que sale en el momento y, evidentemente, a veces genera conflictos, porque tengo que mermar el tiempo de cuidado de mis dos peques para dedicarlo también a las otras personas por un acto de justicia”, señala la intérprete. “Todo esto me atraviesa”, dice la mujer.
El sindicato de manteros
Aunque no forman parte de la red, desde el Sindicato de Manteros y Lateros de Madrid, también dedicaron horas y horas a la facilitar la información acerca de las recomendaciones sanitarias, así como sobre las restricciones relacionadas con el estado de alarma. “Recibimos varias llamadas de enfermos a los que no enviaban una ambulancia y, cuando intermediábamos, ya lo hacían. A veces me daba la sensación de que era una cuestión más de racismo que de barrera idiomática”, sostiene Malick Gueye, portavoz del colectivo que repartió una renta básica entre los manteros más necesitados gracias a una caja de resistencia.
Por otro lado, Salud Entreculturas lleva años exigiendo el impulso de la contratación de intérpretes y mediadores interculturales profesionales en los servicios sanitarios madrileños. La organización realiza su labor habitualmente en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid pero, tras la declaración del estado de alarma, ofrece intervenciones de mediación cultural en toda la región de manera telemática.
El equipo de intérpretes voluntarios de Lavapiés mantendrá su labor mientras sea necesario pero, tras siete meses intensos de trabajo desinteresado, pide de nuevo a la Comunidad de Madrid que muevan ficha: “Centenares de traducciones a todas horas. Pacientes cuya vida dependía de su mediación. Pusieron el cuerpo y la voz a la emergencia. No pidieron nada y lo están dando todo. Ahora es el momento de que las autoridades sean conscientes de las vidas que se han salvado por estas mediaciones y asuman su responsabilidad”.