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THE GUARDIAN

Refugiados gitanos ucranianos acampan en la estación de tren de Praga ante la falta de ayuda

Robert Tait

Praga (República Checa) —
31 de mayo de 2022 21:55 h

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La estación central de tren de Praga parece la viva imagen de la normalidad. Hace un sol primaveral y han regresado muchos turistas, que habían estado ausentes durante los momentos más duros de la pandemia de COVID-19. En el andén, una mañana entre semana, dos alemanes miran con curiosidad la estatua de Nicholas Winton, el corredor de bolsa británico que ayudó a escapar de la Checoslovaquia ocupada por los nazis a 669 niños, en su mayoría judíos, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, a pocos metros, cientos de gitanos se refugian en el único lugar que les queda desde que se unieron a los millones de ucranianos que huyeron de la invasión rusa. A diferencia de otros, a los que se les ha ofrecido un lugar de acogida como refugiados, ellos no han encontrado un lugar al que ir ni nadie que les brinde apoyo. 

La mañana que The Guardian visitó la estación, dos niños pequeños jugaban sin supervisión, peligrosamente en la zona del borde del andén. Cerca, una joven madre dormía sobre una manta mientras su hijo pequeño gateaba sobre ella. La escena refleja una situación de crisis que se ha agravado con los días, a medida que cientos de refugiados romaníes se han ido instalando en el suelo de la estación y en un tren que está parado de 9 de la noche a 5 de la madrugada y que se ha convertido en un improvisado tren-cama, aunque las agencias de ayuda humanitaria han alertado que las condiciones son insalubres.

Más de 500 personas se hacinan cada noche en alojamientos que originalmente estaban pensados para albergar a 260 personas solo por una noche, pero algunos ya han permanecido hasta 10.

“No nos aceptaron”

Los cooperantes y voluntarios afirman que están desbordados y abrumados. “Esta es la situación de mayor importancia que se vive en estos momentos en la República Checa”, dice Geti Mubeenová, coordinadora de crisis de la Organización de Ayuda a los Refugiados (OPU).

Junto con otros grupos de voluntarios que están ayudando en la estación, la OPU tenía previsto dar por terminada su misión a finales de mayo en un esfuerzo por presionar al Gobierno para que proporcione un alojamiento más adecuado a los romaníes.

“Nuestra organización se activó con el objetivo de proporcionar información, pero ahora nos enfrentamos a una crisis humanitaria. Ya no es sostenible”, dice Mubeenová.

Fuera de la vista de los pasajeros habituales, en una zona sellada de la ornamentada estación de la época de los Habsburgo, las familias gitanas -en su mayoría mujeres y niños, algunos ancianos y discapacitados- se sientan y se tumban, rodeadas de bolsas con pertenencias y protegidas por guardias de seguridad, muchos de ellos también de origen romaní.

Muchos esperan que las autoridades checas decidan su estatus y si pueden optar a un alojamiento permanente. Otros se encuentran en una situación aún más desesperada.

“Intentamos inscribirnos para obtener la protección de refugiados en el centro de registro, pero no nos aceptaron y no nos dieron ningún documento que explicara por qué”, explica Zanna, una adolescente de Kiev madre de tres hijos, que afirma haber llegado a Praga con su familia cuatro días antes.

“Vinimos aquí buscando un lugar donde quedarnos, pero en lugar de eso estamos tirados en el suelo como perros. Estamos agotados y ya no tenemos energía. Estoy desesperada”, dice. Los cooperantes señalan que este testimonio es parecido al de muchos romaníes que llegan a la ciudad.

Desde que Vladímir Putin ordenó la invasión militar de Ucrania el 24 de febrero, la República Checa ha expedido unos 350.000 visados de protección temporal a refugiados. Pero muchos gitanos se han enfrentado a un destino diferente, impulsados, según Mubeenová, por un prejuicio antigitano muy extendido en la República Checa y los países vecinos. Muchos de los romaníes que salieron de Praga con destino a Alemania regresaron poco después. Entre ellos, algunos que denunciaron que la policía de Dresde, en Alemania, se negó a permitirles desembarcar del tren.

El limbo de la doble nacionalidad

Las autoridades checas afirman que muchos de los gitanos que llegan no cumplen los requisitos para obtener el estatus de refugiados porque son ciudadanos de la UE con doble nacionalidad ucraniana y húngara, gracias a la política promulgada por el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en 2011, de ofrecer la ciudadanía a los húngaros étnicos de la región ucraniana de Transcarpatia.

Algunos de los titulares de pasaportes húngaros afirman ahora que fueron engañados para que solicitaran los documentos, sin entender qué consecuencias tendría la doble nacionalidad. Varios cuentan a The Guardian que se marcharon de la República Checa a Budapest, en Hungría, pero que han regresado a Praga después de que las autoridades húngaras rechazaran sus pasaportes por considerarlos falsos.

Poseer la ciudadanía de la UE les protege de la deportación en virtud de las normas de Schengen y les permite circular libremente entre los Estados miembros, pero también les deja potencialmente en el limbo cuando los Estados no están obligados a proporcionarles alojamiento en virtud de los acuerdos de estatus protegido.

Mubeenová afirma que solo uno de cada cinco ocupantes de la estación tiene la nacionalidad húngara. La suerte de los demás, que a menudo se enfrentan a obstáculos para presentar solicitudes o incluso para entrar en los centros de registro, es un reflejo de la percepción oficial, que no percibe a los gitanos como refugiados de buena fe.

De refugiado a “turista social”

Vít Rakušan, ministro de Interior checo, ha afirmado que la afluencia de gitanos está vinculada al crimen organizado y ha hablado de la necesidad de combatir el “turismo social”.

En este sentido, Mubeenová dice que ha asistido a reuniones con representantes del Ayuntamiento de Praga, la policía u otras autoridades locales y se ha dado cuenta de que “la narrativa ha cambiado: se ha dejado de hablar de refugiados y se ha empezado a hablar de inmigrantes económicos y turistas sociales”.

“Los representantes oficiales me han dicho que los solicitantes romaníes no tienen los documentos necesarios para pedir protección, pero lo cierto es que a menudo ni siquiera se les permite presentar solicitudes y eso no es legal”, asegura. 

Un portavoz del Ministerio de Interior checo -responsable de la tramitación de los refugiados- afirma que los que se encuentran en la estación de tren y han solicitado protección temporal tienen derecho a un alojamiento proporcionado por el Estado, incluyendo en instalaciones temporales en el barrio praguense de Troja. “Sucede que algunas personas rechazan esta oferta y vuelven a la estación principal. Sin embargo, también hay personas que permanecen en la estación que no tienen derecho a la protección temporal o que ni siquiera la han solicitado”, apunta.

“Cuando se presenta una solicitud de protección temporal, se evalúa, de acuerdo con la legislación vigente, si el interesado tiene derecho. Si resulta que el solicitante es ciudadano de otro Estado miembro de la Unión Europea, no se puede conceder la protección temporal”, añade.

Peor que hace tres meses

La situación cada vez más grave de la estación ha hecho que los estudiantes de Medicina que trabajan como voluntarios hayan denunciado casos de varicela, sarampión, hepatitis A, piojos, sarna y tuberculosis. Los bomberos desinfectan las instalaciones tres veces al día.

Las restricciones higiénicas impiden a las agencias de ayuda distribuir alimentos calientes y cocinados. A falta de comidas regulares, muchos refugiados salen durante el día y se dirigen al centro de Praga, donde algunos recurren a la mendicidad.

Jan Vágner, director de la estación, describe la situación actual como “más difícil” que al principio de la crisis de los refugiados, cuando más de 5.000 personas bajaban de los trenes procedentes de Ucrania. “Aunque el número es mucho menor ahora, tenemos que hablar con todos ellos de forma individual y trabajar estrechamente con ellos, pero no contamos con el tipo de ayuda adecuada”, dice.

Sin embargo, en medio del caos, un hombre cuenta una historia relativamente feliz. Extremadamente delgado y con gorra blanca, Heorhii Stan, de 37 años y originario de Odesa, se estaba preparando a viajar a Viena con sus cuatro hijos para recoger a su mujer tras haber solicitado con éxito el estatuto de protección en la República Checa. Este alivio se acentúa tras haber pasado cuatro noches en la estación de tren, una experiencia que describe como “dura y desesperante”, antes de ser trasladado a un campo de refugiados aislado, generalmente reservado para los gitanos, en el bosque de Bohemia. “Quiero integrarme en el país y que mis hijos vayan a la escuela”, dice. “Y quiero trabajar”, agrega.

Traducción de Emma Reverter