Así rescató una diputada polaca a dos sirios atrapados en la frontera entre Polonia y Bielorrusia

Samuel Nacar

Hajnowka (Polonia) —
18 de noviembre de 2021 22:23 h

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Desde hacía semanas, Karam y Pita veían en los telediarios cómo cientos de refugiados estaban cruzando la frontera entre Bielorrusia y Polonia. El primero había escapado de Siria a Líbano varios años atrás. Desde allí, cogió un avión que lo llevaría a Minsk. Sabía que Pita saldría desde Damasco en los mismos días. Decidieron reencontrarse en la capital bielorrusa para emprender juntos su viaje hacía Europa.

Cuando a finales de octubre Karam y Pita llegaron a la zona fronteriza cerca de Kúznica, Polonia, se encontraron con 1.000 migrantes más atrapados en los escasos metros que separan la frontera bielorrusa de la polaca. Se había montado un campo improvisado entre las dos vallas que separan los dos países. El mismo lugar donde, según el Gobierno bielorruso, ya no queda nadie.

Bielorrusia anunció este jueves que los campamentos de migrantes construidos apresuradamente en su frontera con Polonia habían sido despejados, en una señal de que Minsk busca ahora desactivar la crisis política desatada con su país vecino y la Unión Europea.

Las noches que Karim y Pita pasaron en esa tierra de nadie, el termómetro llegó a marcar menos nueve grados. Los sirios ni siquiera tenían una tienda donde refugiarse. Allí permanecieron hasta que, según cuentan, los militares bielorrusos “cortaron” la verja de la frontera polaca.

Empezaron a empujarles para que cruzasen al otro lado: “Fueron los militares bielorrusos. Habían cortado la alambrada de la frontera polaca, y nos pegaron para que cruzásemos a Polonia”, explica Karam días después a elDiario.es. A uno de sus compañeros, cuenta, le rompieron las costillas.

En cuanto entró al bosque junto a varios compañeros, el grupo de migrantes se agarraron las manos con fuerza y caminaron a oscuras entre la vegetación. A los pocos kilómetros tuvieron que parar, mientras el resto del grupo continuaba. Su amigo, con las costillas rotas por los golpes que les habían ocasionado los militares bielorrusos, no podía seguir. Dejaron de caminar, sacaron una lona negra y la utilizaron como techo. Se juntaron mucho uno al otro para intentar mantener el calor. No querían hacer fuegos para no ser vistos por los militares polacos, se tumbaron y esperaron.

Así los encontraron, el pasado 2 de noviembre, un grupo de activistas que llevan meses ayudando a los migrantes que cruzan la frontera. Estaban empapados y doloridos.

Más de 200 voluntarios, entre jóvenes polacos y gente local, llevan desde agosto repartiendo mantas, comida y acogiendo a gente en sus casas. Por la noche, algunas casas desperdigadas por la zona próxima a la frontera encienden una bombilla verde para que los migrantes puedan verlas desde el bosque y sepan que allí podrán ser acogidos.

La mayoría de los voluntarios estaban allí antes del aumento de la llegada de migrantes a la zona –debido a la crisis entre Bielorrusia y Polonia–, con el objetivo de proteger la reserva natural de Bialowieza. Cuando llegaron los refugiados, ya estaban tejidas las redes de solidaridad.

Cuarto intento

Era la cuarta vez que Karam trataba de cruzar la frontera. En los tres intentos anteriores, habían sido devueltos a Bielorrusia. Para llegar hasta Bielorrusia, Karam había pagado 3.000 euros por el visado y el billete, al igual que Pita. Llegó directo desde Beirut a Minsk.

Una vez en Minsk, estos jóvenes sirios cogieron un taxi que los llevó a la frontera. Pagaron 100 euros cada uno por el viaje en taxi. Hacía solo mes y medio que el Gobierno polaco había aprobado una ley que permite a los guardias expulsar de forma inmediata a aquellos que cruzan la frontera de forma irregular.

“Acciones de rescate”

Desde entonces, el trabajo de los activistas se había vuelto aún más complicado en la zona fronteriza. Para ayudar a las personas atrapadas entre ambas fronteras, los activistas acuden a parlamentarios como Anita Sowinska, diputada del partido de la oposición Nueva Izquierda.

“Anita, necesitamos que vegas con nosotros al bosque, hemos encontrado a cuatro sirios que llevan allí escondidos varios días y uno de ellos tiene las costillas rotas. Es la tercera vez que lo intentan”, le dijo una de las activistas en un grupo de Signal con el que se organizan.

Eran Karam, Pita y sus amigos. Estaban bloqueados en medio del frondoso bosque de la reserva natural de Bialowieza. Durante los dos días y medio que la diputada había estado por esa zona, había tenido que participar en cinco “acciones”, como llaman los activistas a la búsqueda y ayuda a los refugiados escondidos en los bosques. Cada una de esas operaciones se activan cuando un migrante ha conseguido contactar con los teléfonos de los activistas para pedir ayuda. Entonces, envían su ubicación y se organiza la búsqueda.

Adentrarse en el frondoso bosque supone caminar durante horas intentando llegar a la ubicación exacta. De noche es aún más complicado. Ninguna luz ilumina la zona. La mayoría de migrantes se esconden debajo de árboles caídos o en zonas donde no puedan ser vistos y, aterrados, no se atreven a salir hasta que descartan que quien ha venido es un grupo de militares, sino voluntarios que quieren ayudarles. El bosque está plagado de zonas empantanadas.

“Cuando me llamaron, quedamos con las activistas. Tenían un coche súper antiguo y no tenían nada de dinero, pero ellas aún siguen ayudando a la gente. Son héroes”, dice la parlamentaria polaca a elDiario.es. Tras aparcar el vehículo y caminar 1,5 kilómetros por el bosque, la diputada vislumbró la gran lona negra bajo la que se resguardaban Karam, Pita y varios compañeros.

El encuentro

Cuando llegó, los migrantes presentaban síntomas de hipotermia, describe la parlamentaria. Las voluntarias les dieron mantas, agua y comida. Llevaban días sin comer. Y entonces empezaron a ver las posibilidades de sacarlos de allí. Avisaron a los medios para intentar hacer la máxima presión y evitar la devolución de los potenciales refugiados. Cuando les explicaron que tendrían que llamar a la Policía, a Karam se le cambió la cara.

“¿A la Policía? No, no, nos hará volver”, rogaba el sirio.

Anita Sowinska les pidió que confiaran en ella. Los sirios accedieron, arreglaron los papeles para que la parlamentaria pudiera actuar como su representante y esperaron a que llegara la Policía. Después de esperar durante tres horas, los agentes irrumpieron en la zona y pudieron empezar los trámites para solicitar asilo en Polonia.

“Anita fue nuestro ángel”, dice Karam, que ya está junto a Pita y sus amigos en un centro de refugiados. Sowinska volverá en unos días a la frontera para intentar seguir ayudando desde su posición de parlamentaria. La diputada dice estar asustada.

“Tengo miedo de que el conflicto siga escalando. Al Gobierno le interesa y cree que le está dando más votos y poder. Desde mi posición política tengo que hacer todo lo posible para desescalar el conflicto. No deberíamos de jugar el juego de Bielorrusia. Tengo miedo del primer disparo porque entonces Lukashenko habrá ganado”.