Una chica de 17 años llega al hospital. Está embarazada, sabe que será niña y la llamará Andrea. Su marido la espera fuera, mientras a ella la trasladan a una sala de preparto. Da a luz ahí mismo e inmediatamente ve a su hija moviéndose, todavía unida al cordón umbilical. Escucha su primer llanto mientras las enfermeras la envuelven en una sábana, se la llevan y le dicen que nació muerta.
“Me la robaron”, afirma Patricia Giménez, de 48 años. Lleva 31 buscando a su hija. “Yo era muy joven, estaba embarazada de seis meses y medio, y de repente comencé con dolores de parto. Apenas llegué al hospital, me dijeron que mi bebé iba a nacer muerto porque era prematuro”.
No lo entendía. “Tuve un embarazo bueno, sin problemas, y yo notaba cómo la niña se movía dentro de mí. Luego me llevaron a una sala de preparto, porque decían que las de parto estaban ocupadas. El lugar era muy oscuro, raro y grande, y solamente había una camilla”, recuerda.
La historia de Patricia data de 1984 en la ciudad argentina de Mendoza, sacudida por la última dictadura militar (1976-1983) en el país sudamericano. Entonces no era ninguna novedad escuchar hablar de personas desaparecidas, de niños usurpados de sus padres o incluso del secuestro de mujeres embarazadas.
El llamado Proceso de Reorganización Nacional profundizó el método del terrorismo de Estado para eliminar no solo a guerrilleros, sino también opositores en general. Según las organizaciones de derechos humanos, dejó un saldo de 30.000 desaparecidos, y con el tiempo se demostró que hubo una práctica sistemática de apropiación de recién nacidos. Madres despojadas de sus hijos y asesinadas después del parto, mientras sus niños eran entregados o vendidos a familias adeptas al régimen militar.
Por aquel entonces, cuando Patricia fue madre, la pesadilla parecía haber acabado y se empezaba a hablar de un nuevo camino hacia la libertad. No fue su caso. Después del parto, la anestesiaron, le practicaron un legrado y le impidieron ver a su bebé cuando despertó. “Me decían que no era posible porque psicológicamente no lo iba a poder superar, y que ya tendría más hijos. Me dieron el alta y me fui con mi familia, desolada y con los brazos vacíos”, cuenta sin apenas respiración.
Hoy, el convencimiento de que su hija sigue con vida le ha llevado a poner la denuncia 30 años después. Con ello se ha convertido en una voz referente para un grupo creciente de mujeres que han pasado por capítulos similares y que, por miedo, no se atrevieron a hablar. Hasta ahora.
“Creé una página en Facebook, que se llama Hija mía, te robaron cuando naciste, y de esta manera, empezaron a acercarse una infinidad de mujeres a quienes les sucedió lo mismo que a mí. Pensé que había empezado esta lucha yo sola, y me sorprendí al ver lo acompañada que estaba”, dice Patricia con una energía y un dinamismo que la caracterizan.
“Todas nos fuimos sin un certificado de defunción, sin un acta de nacidos muertos, sin nada. Si la verdad es que todos esos bebés fallecieron, que nos prueben que lo hicieron y que nos muestren qué hicieron con esos cuerpos. Necesitamos respuestas urgentes”, reclama.
Hijos en busca de su identidad
Son las nueve de la mañana, es sábado y todas las personas que van llegando se sientan en círculo. Escritos a mano en un trozo de papel que cuelgan con una aguja en sus camisetas, se identifican con sus nombres de pila, sin apellido. No hay huellas genealógicas. Todos buscan su verdadera identidad, todos fueron adoptados ilegalmente.
Como cada semana, los hijos e hijas que saben que fueron apropiados se reúnen con la psicóloga de la Red Argentina por la Adopción, Erica Curia, con quien iniciaron sesiones de terapia para resolver la angustia y encontrar pistas que les lleven a su origen biológico.
“Estoy en búsqueda pero es muy difícil. Todos lo sabían menos yo, y de repente pasé a ser un investigador privado, porque nadie te quiere decir nada”, explica José García, de 42 años. Con 15 años se enteró de que fue adoptado, pero en ese momento “no se dio cuenta de lo que acababa de descubrir”.
Hace un año, cuando murió su madre, volvieron todos los fantasmas del pasado. “Voy por la calle buscando algún parecido en las manos, en los rostros… Además, no cuento con los medios necesarios para costearme (una prueba de) ADN y los archivos de los hospitales se quemaron todos, o eso es lo que dicen”, asegura.
Cualquier persona que nació antes del 10 de diciembre de 1983 en Argentina –día en que se asumió un Gobierno constitucional elegido por sufragio– y tenga dudas sobre su identidad, puede contactar con la asociación civil Abuelas de Plaza de Mayo. Esta organización tiene como finalidad localizar y restituir a sus legítimas familias todos los niños secuestrados desaparecidos por la represión política, exigiendo castigo a todos los responsables.
Emprenden un trámite de búsqueda procediendo a la realización de un análisis comparativo del ADN con los grupos familiares de desaparecidos que se conservan en el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG). El escrutinio y el análisis genético relacionado a las víctimas de desaparecidos en la dictadura son gratuitos, mientras que las personas con casos de filiación y parentesco no vinculados a crímenes de lesa humanidad deben pagar alrededor de 300 euros para realizarse los estudios, cifra que muchos de ellos no pueden permitirse.
“En la Argentina se habla siempre de la época de la dictadura, de los desaparecidos y de las madres que tuvieron a sus hijos en cautiverio y luego fueron vendidos por los militares. Pero esto que me pasó a mí y a todas estas mujeres ocurre en plena democracia. Tengo casos hasta del año 2010. Están robando bebés en la actualidad”, constata Patricia.
Se manifiesta cada sábado en las plazas de la ciudad de Mendoza, junto a todas las mujeres que la contactaron, con el objetivo de juntar firmas para solicitar al Parlamento la aprobación del Programa Provincial de Búsqueda Universal de Identidad de Origen y Biológica.
“Por el momento, el único banco genético que existe está vinculado a las víctimas de desaparecidos en la última dictadura. Creemos que es muy importante que se abra uno para todos los ciudadanos en general para acelerar las investigaciones correspondientes. Esto es trata de personas, es tráfico de bebés. Les están robando la identidad a nuestros hijos”, declara.
Bebés en venta
“Los más caros son los rubios de ojos azules. Los morenitos con pelito duro son mucho más baratos y los bebés con defectos físicos están al alcance de cualquiera”, declara María del Carmen San Martín, coordinadora del Registro Único de Adopción de Mendoza (Argentina).
Según Julio César Ruiz, presidente de la Fundación Adoptar, la actual ley de adopciones efectúa entregas legales de recién nacidos (de 0 a 1 año) tan sólo en un 25%. El resto, el 75%, son ilegales. La misma fundación viene señalando desde 2006 que la provincia de Mendoza encabeza un territorio más amplio que forma “la tercera fábrica de bebés argentina” para exportación al mundo.
Las ONG advierten de que muchas mujeres vulnerables que viven en el desconcierto y la inseguridad ante un embarazo inesperado, recurren a parteras o médicos vinculados con organizaciones que venden a sus bebés o se los dan a matrimonios para que los inscriban como hijos propios a través de distintos vericuetos legales.
Estas prácticas no suponen un delito en el Código Penal, por lo que los implicados quedan exentos de culpa mientras ese niño puede haber sido adquirido con fines de prostitución o pornografía infantil, explotación laboral, tráfico de órganos, narcotráfico o trata de personas.
El problema se agrava todavía más cuando la apropiación de bebés se da a partir de sustracciones contra la voluntad de las madres, como en el caso de Patricia y las mujeres que denuncian el robo de sus hijos.
“Me durmieron sin decirme que estaba de parto”
“La partera me dijo que el bebé respiraba mal y no paraba de preguntarme si estaba sola”. “Me dijeron que se había muerto, pero no la tuve nunca en mis brazos ni viva ni muerta”. “Lo quería ver y no me dejaron, me decían que me iba a impresionar”. “Me ataron y me durmieron, sin decirme nunca que ya estaba de parto”.
Son declaraciones que coinciden en los testimonios de mujeres como Alicia, Gloria, Lucía, Claudia y María. Todas ellas fueron al mismo hospital, el conocido Lagomaggiore, un sanatorio que arrastra sospechas desde la época militar. En 2010 tuvo lugar una investigación derivada de la denuncia por parte de un legislador de la provincia, que reveló la existencia de suficiente información para acreditar que una red de tráfico de bebés estaba operando en Mendoza, Buenos Aires y países limítrofes con dicho hospital.
Según la Fundación Adoptar, cada año se incrementan los promedios de desaparición de recién nacidos en Argentina. En la actualidad las estadísticas son de 12 recién nacidos por semana, que se sustraen a través de 12 pistas clandestinas que no poseen ni control policial ni radares.
En busca de la verdad
“Siempre he pensado que hay un pedacito de mí en este mundo dando vueltas. Lo único que quiero es saber la verdad”, cuenta Miriam Patricia Mujica, que denuncia el robo de su pequeña, dada por muerta sin hacer entrega del cuerpo, en 1987.
El pasado agosto se celebró la primera reunión entre madres que buscan a sus hijos e hijos que buscan su verdadera identidad de la ciudad de Mendoza. Allí, Dora Aguilar comparte su historia: “Yo empecé la búsqueda yendo al centro de salud donde me atendían durante la gestación y me dijeron que las historias clínicas habían sido quemadas. Luego fui al hospital al que trasladaron los informes del que yo di a luz, que ya no existe, y me dijeron que necesitaba un abogado. Entonces, fui a la fiscalía de la nación a poner la denuncia”.
Lleva 38 años buscando a una de sus hijas mellizas que los médicos negaron que hubiera dado a luz. Ahora, a sus 62 años y gracias al apoyo de Patricia y de otras mujeres, ha retomado la lucha para descubrir el paradero de su hija.
“Tengo unas fotos de Nora, que es la hija que criamos, su hermana. Como son mellizas, repartimos afiches con su rostro por las calles para ver si alguien la reconoce. En realidad, lo que deseo es poder hallar a mi hija y agradecerle a la gente que la tuvo, que la crió bien, que la cuidó. Sé que me robaron muchas cosas, toda su infancia, el poder tenerla, quererla, cuidarla… hasta el besarle una rodilla. Pero no importa, mientras que a ella la hayan criado bien, no importa. Ahora que ya somos grandes, lo único que importa es poder encontrarla”, suspira Dora.
Bebés robados de Argentina en democracia from Vanessa Escuer on Vimeo.