“La paz no es algo que ocurre, es algo que se construye, requiere crear consensos y romper la desconfianza”. Sergio Jaramillo lleva negociando la paz con las FARC seis años y es un estratega fundamental del proceso en Colombia. El alto comisionado para la Paz, es un hombre lúcido y paciente. Un hombre que, en este siglo de la prisa extrema, se toma casi un minuto de reflexión antes de responder.
Por su inmensa empatía resulta fácil imaginarlo negociando con los comandantes de las FARC. “Es imposible cooperar si uno no entiende la lógica del otro, tienes que entender de dónde viene, cuáles son sus preocupaciones, sus miedos, sus necesidades”, apunta Jaramillo, quien visitó Barcelona para participar en el seminario War & Peace in the 21st Century, organizado por CIDOB.
No parece sentir la necesidad de gloria política tanto como de ver los frutos de su larga y minuciosa labor diplomática. Cuatro años de viajes a La Habana, entrevistas, negociaciones, equilibrios y encaje de bolillos gramático con palabras de gran calado filosófico para acabar con un conflicto de más de medio siglo. No en vano Jaramillo es filósofo graduado por la Universidad de Toronto y por Cambridge.
Tras una larga etapa europea, en 1999 volvió a Colombia. Desde entonces, desde puestos clave como el de asesor del ministro de Asuntos Exteriores encargado de la Diplomacia para la Paz, director de la Fundación Ideas para la Paz o viceministro de Defensa para las Políticas y Asuntos Internacionales, no ha cejado en su convicción.
Tras el rechazo de los Acuerdos de La Habana en el plebiscito el 2 de octubre, la aprobación por la vía rápida por parte del Congreso del Acuerdo Final en diciembre dio luz verde a la implementación. “La gran oportunidad de Colombia en décadas”, en palabras de Jaramillo. Solo lamenta que los partidarios del 'no', liderados por el expresidente Álvaro Uribe, exijan ahora un pacto nacional que califica de “invención” y no reconozcan que el Gobierno ha cumplido.
¿Cree que del 'no' ha salido un acuerdo mejor para Colombia?
Sí, nos dio la oportunidad de corregir y precisar ciertas cosas y de darle mayor tranquilidad a los colombianos. Fue un ejercicio muy intenso porque nos sentamos durante una semana entera en el Ministerio con los representantes del 'no' en sesiones de diez horas diarias, tomamos nota de todas sus observaciones y con ellas nos fuimos otra vez a La Habana y nos sentamos con las FARC, que asumieron todo esto con una gran madurez. En cerca de dos semanas de negociaciones sin pausa día y noche logramos hacer esas modificaciones.
Volvieron con las modificaciones pero no hubo beneplácito del 'no'.
Es muy triste que los representantes del 'no' no tuvieran el valor después de esta nueva negociación de reconocer que el Gobierno había cumplido.
¿Por qué cree que salió el no? ¿Faltó pedagogía? ¿O realmente no era el mejor de los acuerdos posible?
El 'no' ganó por una diferencia ínfima. Hay explicaciones casuísticas de lo que ocurrió ese día. Pero es cierto que no hicimos suficiente pedagogía durante el proceso. También es cierto, aunque esto lo sabíamos por lo ocurrido con el Brexit, que un referéndum es un instrumento muy volátil. La gente tiende a asimilarlo a unas elecciones y es muy distinto.
En unas elecciones hay partidos políticos con propuestas, en los referéndum la gente se confunde con facilidad. Lo cual no quiere decir que los que votaron 'no' tuvieran derecho y eso fue lo primero que dijimos, incluso desde La Habana con las FARC reconocimos el resultado, y por eso tuvimos que volver a la mesa de negociaciones.
¿Cuáles son los cambios reales de este acuerdo?
Hicimos precisiones y aclaraciones de cosas que habían quedado ambiguas y causaban preocupación. Sobre todo en el punto de Justicia se hicieron unos cambios muy importantes para aclarar el sistema de la Justicia Transicional y de la Jurisdicción para la Paz y para aclarar cómo las FARC van a cumplir las sanciones y cómo van a reparar a sus víctimas.
¿Cuál era el principal escollo?
Una parte importante del problema que tenemos es que el 'no' comparaba el resultado de la negociación con lo que ocurre en un país en paz, donde hay justicia y si uno comete un delito, va a la cárcel. Pero, si uno compara el acuerdo sobre las víctimas con otros acuerdos de paz, no conozco ni un solo ejemplo donde una guerrilla haya acordado ponerle la cara a los crímenes que ha cometido, ir a un tribunal y reparar a las víctimas con sus propios bienes. ¡Fuimos mucho más allá de lo que se ha logrado en cualquier negociación y eso no lo supimos explicar bien!
¿Es Colombia un modelo de proceso de paz?
Estamos en un momento crítico que es pasar de la firma de un acuerdo a su implementación y no quisiera pretender que este momento tenemos muchas cosas que recomendar. Hay que contarlo con humildad pero sí creo que se pueden sacar lecciones de muchas cosas, y sí creo que es un acuerdo muy integral.
¿Cuáles son los retos de la implementación?
Hay retos obvios como ocurre en todas partes, que no hay suficientes recursos, que los Gobiernos no tienen suficiente capacidad de gestión para poner en marcha la implementación con la rapidez necesaria. Pero a mí me interesa más el reto de asegurar que se comparte una visión sobre la construcción de la paz y el de movilizar a la ciudadanía.
Que todos los colombianos entendamos que no podemos ser espectadores sino actores y constructores de la paz y que depende de nosotros que lo que quedó en el papel se lleve a la realidad, que la paz no es una cosa que simplemente van a hacer el Gobierno y las FARC.
¿Cuáles son los puntos clave del sistema de Justicia, Verdad y Reparación, la columna vertebral de este acuerdo?
En 2004 la ONU formuló por primera vez cómo debe ser la justicia transicional y dijo que hay que utilizar diferentes instrumentos.
Se puede otorgar una amnistía a los guerrilleros, pero se deben juzgar los crímenes más graves -crímenes internacionales de guerra y lesa humanidad-, pero dice también que hay que asegurar instrumentos extrajudiciales, como comisiones de la verdad o medidas de reparación para responder de la manera más amplia posible a los derechos de las víctimas. Y esa doctrina en ninguna parte se ha llevado tan lejos con tanta riqueza y profundidad como en este acuerdo.
¿Qué ocurre con las penas de cárcel?
Se acordó un acuerdo de incentivos donde quienes hayan cometido los delitos más graves tendrán que presentarse ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y contar toda la verdad sobre lo ocurrido. Si lo hacen y así lo valora el tribunal, tendrán una sanción de hasta ocho años que no consistirá en cárcel, sino en estar en unos puntos geográficos determinados no más grandes de una “vereda” donde desarrollarán actividades de reparación de las víctimas.
¿Es lo más justo?
Es una fórmula para matar varios pájaros de un tiro porque cumple con una sanción, responde a las víctimas y a la vez contribuye a los fines del acuerdo de paz.
Pero si el tribunal determina que no ha contado toda la verdad, se enfrentará a un juicio clásico y podrán cumplir hasta 20 años en prisión. En el primer escenario tendrán la responsabilidad de contribuir a los diferentes componentes del sistema e ir a la comisión de la verdad, participar en programas de reparación.
La reparación va a depender del grado de perdón de las víctimas.
La cuestión del perdón es muy delicada, cada uno tiene su corazón. Pero lo que yo me he encontrado es que quienes más dispuestos están a perdonar son las víctimas. Lo que no significa que estén renunciando a sus derechos, porque perdonar no quiere decir que los victimarios no tengan la obligación de ir a un tribunal, contar la verdad y reparar. Pero, por lo que yo he visto, para la víctima el perdón es una liberación, es una manera de no seguir sometido a ese odio a su victimario.
¿El no haber hecho un nuevo plebiscito puede restar legitimidad?
Hay que entender la refrendación como un proceso. La aprobación en el Congreso fue sumamente importante pero forma parte de un proceso que tiene otros componentes.
¿Cuáles?
La participación en la implementación. Será la gente la que decida cómo se implementan los acuerdos, hemos hecho el mayor esfuerzo posible para que nadie sienta que esto es una imposición. Y todo el modelo de construcción de paz acordado que yo llamo de “paz territorial” parte de la idea de crear procesos de participación con la gente y con las comunidades, acordar con ellos cómo lo que está en el papel se debe llevar a la realidad.
¿Están preparados para este paso los colombianos?
A medida que se vayan viendo los avances que hagan concreto el proceso, como la entrada de las FARC a las 26 zonas donde van a dejar las armas, yo creo que la realidad va a hacer crecer la confianza. Pero tenemos que hacer mucho más…
El país está muy polarizado.
Justo. Al día siguiente al plebiscito se publicó un mapa de la votación, se veía como el centro había votado el 'no' y en la periferia el 'sí'. Fue ahí cuando me dije: perdimos por poco, pero esa votación nos da la razón porque lo que queremos resolver con este proceso es justamente la fragmentación del país.
Todo está pensado desde la lógica de la integración, desde programas que integren esos territorios al país y tiendan puentes. ¿Cómo? Haciendo cosas prácticas como un voluntariado para que los estudiantes puedan salir y participar en estas regiones. Tenemos muchas dificultades, simplemente de transporte, ir de un lugar a otro. En Colombia hay personas que nacieron en un lugar y jamás salieron de allí, crecieron como en una isla. Esto hace que no exista un imaginario compartido, que es lo que creo que está cambiando y que va a cambiar con el proceso de paz.
Más que un proceso de paz es un rediseño del país.
Siempre decimos que el hecho de que las FARC dejen las armas es una condición necesaria para la paz pero no suficiente. Por eso en las negociaciones secretas del 2012 llegamos a un acuerdo marco con cinco puntos que tienen como propósito cambiar las condiciones que han facilitado que perdure la violencia.
Por eso acordamos hablar con la guerrilla de desarrollo rural. Tuvimos muchos críticos que nos decían: ¿qué hacen ustedes hablando con la guerrilla de esto? Es que el punto no es la guerrilla, el punto es que si no lo hacemos no vamos a estabilizar la región y no vamos a crear oportunidades y los jóvenes van a acabar en un grupo armado ilegal porque es la única oportunidad que existe para ellos. No es una justificación es una realidad.
¿Cómo?
Por eso acordamos diferentes mecanismos de participación política y ciudadana. Por eso acordamos un nuevo programa para tratar de forma más inteligente el problema de los cultivos ilícitos y por eso gastamos tanto tiempo en montar un sistema de justicia transicional para reparar a las víctimas, arrancarles esos odios y dar el paso adelante. ¡Es la gran oportunidad que tiene Colombia en esta generación, la gran oportunidad en décadas!
¿Cómo ve la negociación con el ELN para conseguir esa paz integral?
Es una guerrilla muy diferente y hay que abordarlo con esa claridad. Pero el hecho de que haya esta estructura creada y que se vayan a poner en marcha esos programas en los territorios va a facilitar el proceso en los territorios. Esa visión de la paz territorial corresponde con lo que es el ELN: una guerrilla que tiene presencia limitada en el país pero muy aferrada a ciertos territorios. Deberían tener gran interés en contribuir a este proceso de construcción de paz.
¿Cómo puede influir la llegada de Trump a la Casa Blanca en la implementación del proceso de paz? llegada de Trump a la Casa Blanca
Evidentemente es una Administración con otras prioridades, pero no hay apenas ningún ejemplo de política exterior estadounidense tan exitosa como la política con Colombia, llevan más de 15 años de apoyo bilateral. Un apoyo que logró asistir a Colombia en recuperar la seguridad y en hacer proceso de paz clásico que puso fin a una guerra de 50 años.
¿Qué más puede uno pedir? ¿Dónde más ha ocurrido eso? EEUU sabe que Colombia es su socio más estable en la región. Colombia no solo se ha beneficiado de la cooperación sino que también está cooperando con otros países especialmente en seguridad, ayudando a los países centroamericanos en la violencia del narcotráfico y los países caribeños. Esa coincidencia de intereses es tan grande que yo creo que va a asegurar la estabilidad de nuestra relación con Estados Unidos.
¿Qué ha aprendido usted en estos años de negociaciones?
Uno aprende mucho… Es imposible hacer una negociación como esta con éxito si uno no es capaz de entender la lógica del otro, de dónde viene, sin entender sus preocupaciones, sus miedos, cuáles son sus necesidades. También uno aprende mucho sobre sí mismo porque lo están mirando todo el tiempo cómo se comporta tiene efectos no solo con la contraparte sino también con sus compañeros.
Es difícil describir como es una negociación como esta, es de una intensidad indescriptible. Es como la cocina de un restaurante a las 10 de la noche, tiene que ser efectivo en ese momento, si no se puede caer todo, solo que no son 3 horas son 4 años y medio sin parar.
¿Cuándo comenzó a soñar que la paz era posible?
Desde que llegué a Colombia en 1999 todo lo que he hecho ha estado relacionado con la paz. Cuando el presidente Santos me llamó en el 2010 para que le acompañara en el Gobierno, él tuvo la visión de empezar las conversaciones secretas con las FARC.
Para ese momento tenía la convicción de que iba a funcionar porque era la solución mas conveniente para todos. Eso sí, con todos los riesgos, claro. Para el presidente Santos lo más fácil hubiese sido seguir gobernando sin correr estos riesgos, pero es intolerable que un país de 48 millones de habitantes en el siglo XXI tenga aún un conflicto que ha producido millones de desplazados y cientos de miles de muertos. ¡Eso había que terminarlo ya!