El pasado 27 de mayo el mar se tragó de una tacada a decenas de jóvenes marroquíes que intentaban llegar a Italia desde las costas libias. Nadie sabe cuántos son en total, pero una asociación marroquí de Béni Mellal –el área de procedencia de muchos de ellos– ha confirmado 49 desaparecidos, con nombres y fotos. Creen que son muchos más. Y creen que todos están muertos. Puede que estemos ante una de las mayores tragedias migratorias que ha sufrido Marruecos pero, salvo sus familias, nadie echa cuentas de estos jóvenes.
Quedaban muy pocos días para el comienzo del mes sagrado del ramadán y en Temara, a 14 kilómetros al sur de Rabat, la familia esperaba a Adil Chtoui. El joven de 17 años trabajaba en Libia desde hacía tres meses y había prometido a su padre volver a casa para celebrar la festividad con los suyos. “No le dijo a nadie que pensaba embarcarse camino de Italia”, explica su primo, Mohammed Boulakar. De los tres meses que pasó en Libia, sólo saben que Adil trabajaba como peluquero, el mismo oficio que tenía en Marruecos. “Creía que iba a hacer mucho dinero, pero nos dijo que allí se encontró con algo muy diferente. Las cosas no le iban bien”, relata.
Mohammed fue con su familia a Rabat a preguntar al Ministerio de Marroquíes Residentes en el Extranjero. Allí le enseñaron las fotografías de tres jóvenes marroquíes muertos en el naufragio que publicó el diario Akhbar al Youm. “No era ninguno de ellos. Los amigos que iban con él en el barco nos dijeron que Adil llevaba una camiseta blanca ese día”.
Desde entonces –hace ya más de 20 días desde la visita al Ministerio– no han vuelto a saber nada de las autoridades marroquíes, así que Mohammed ha abierto una página en Facebook para intentar obtener alguna información sobre Adil. De momento, ha servido para poco más que para publicar mensajes de ánimo de las familias que están pasando por lo mismo que la suya. En casi todos los comentarios se puede leer: “No sabemos nada” o “Ayúdenme a encontrar a mi hermano”. Algunos dejan un número de teléfono y una fotografía de la persona desaparecida.
Según el relato de los supervivientes a las familias de los desaparecidos, aquel 27 de mayo fatal salió de Sabratha, en la costa libia, un barco con 713 personas a bordo. Había gente en cubierta, en los compartimentos interiores y en el interior de la bodega. Cuando estaban a pocos kilómetros de la costa de Sicilia, llegó a rescatarles la marina italiana, comenzaron a repartir los chalecos salvavidas, cientos de inmigrantes corrieron hasta el extremo del barco donde repartían los chalecos, y el barco empezó a hundirse en el mar. Los dos barcos del Salvamento italiano sacaron de allí a unas 530 personas. El resto se quedó dentro del barco, en el fondo del mar. Y allí siguen.
El 7 de junio Anis Birou, el ministro encargado de los Marroquíes Residentes en el Extranjero, dijo en el Parlamento que oficialmente tienen identificados a dos muertos marroquíes y subrayó la dificultad del proceso de confirmación de los fallecidos debido a que los inmigrantes salieron desde un tercer país, Libia, recoge la agencia EFE. Según Birou, su departamento está en permanente contacto con las autoridades consulares en Palermo y siguen el caso a diario.
Sin contacto con las familias
Desde la Coalición Karama por los derechos humanos, que ha estado haciendo un recuento de los desaparecidos, Mehdi Amzziane asegura que el gobierno marroquí ni siquiera se ha puesto en contacto con las familias: “Creemos que hay 100 jóvenes en el interior del barco y muchos son marroquíes. Es el gobierno quien tiene que buscar información”, señala en conversación con eldiario.es.
“Nadie del gobierno marroquí nos ha llamado; en Italia tampoco nos ayudan. Tienen que hacer algo, tienen que sacarles del barco”, suplica Abdelhalim El Aaraj, que busca a su hermano Hicham, de 27 años. Cuando se enteró del naufragio, Abdelhalim hizo la maleta, cogió un autobús de Granada a Málaga y un avión a Barcelona y otro a Roma y otro a Sicilia, y sin hablar una palabra de italiano pasó una semana haciendo preguntas, con la ayuda de uno de los amigos de su hermano. Volvió con pocas respuestas: “La policía me dijo que no podían sacarles del barco”.
Todavía no se ha atrevido a decirle a su madre que lo más probable es que Hicham haya muerto: “Yo lo llevo muy mal, no puedo ni trabajar. Si se lo digo a mi madre, dejará de comer y morirá también, y entonces habremos perdido a un hermano y a una madre”.
Abdelhalim es de Kalaat, cerce de Béni Mellal, y vive en España desde hace 9 años. En 2007 se escondió en un camión que cruzaba en ferry a la Península y llegó Granada, donde se las arregla vendiendo verduras. Su hermano quiso seguir sus pasos y se fue a Libia en 2011, antes de la guerra. Allí Hicham trabajó en la construcción, hasta que decidió probar suerte en Europa. “Le dije que lo olvidara y que regresara a Marruecos. Él ganaba dinero en Libia y aquí en Europa, con la crisis, las cosas no nos van bien, pero los jóvenes no escuchan”, se lamenta.
Salidas desde zonas deprimidas
“¿Por qué quería irse? Pues por lo mismo que todo el mundo que se ha ido: para buscar un futuro mejor. Ya sabes cómo es Marruecos”, explica desde Béni Mellal Hassan Ihadode, el hermano de Abdelmalek, de 26 años, otro de los desaparecidos en el naufragio. Abdelmalek no terminó los estudios. En Béni Mellal vendía cigarrillos y hacía pequeños trabajos que no le bastaban para vivir, así que se fue a Libia, donde pasó tres meses y medio antes de embarcarse en el barco naufragado frente a las costas de Sicilia.
Del centro de Marruecos, de la región de Béni Mellal, salieron miles de inmigrantes marroquíes que llegaron a Francia en los años setenta. En los noventa, miles más dejaron sus casas para ir a Francia y a España. Es una de las regiones más pobres del país, que no tuvo aeropuerto hasta 2014 y que hace un año abrió la autopista que la conecta, al fin, con el resto del país. Hasta entonces, todo eran carreteras secundarias mal asfaltadas y peor iluminadas.
El gobierno anunció a principios de año un plan de inversiones de 6.900 millones de euros en la región que incluye llevar agua corriente y electricidad a las aldeas, ampliación de las redes de comunicaciones, apoyo a la agricultura y construcción de carreteras rurales pero, sin trabajo, los jóvenes sólo quieren usarlas para salir de allí.
Las autoridades marroquíes han sellado el norte del país, por lo que miles de jóvenes marroquíes han tomado la ruta hacia Libia y de allí, a Italia, una travesía más peligrosa aún. En la última semana de mayo, según cifras de la Organización Internacional de Migraciones, 1.100 migrantes perdieron la vida intentando llegar a Europa.
La mayoría de las familias les dan por muertos, y quieren recuperar sus cuerpos. A principios de junio, Karama organizó una manifestación en Béni Mellal para reclamar ayuda al gobierno. “El gobierno es responsable de la falta de oportunidades en la región. Los jóvenes tienen que irse a morir en barcos, en manos de traficantes y ellos, en sus despachos, no hacen nada”, señalaba la ONG en un comunicado. Las madres salieron a la calle con los retratos de sus hijos desaparecidos para pedirle al rey Mohammed VI que interceda para que traigan sus cadáveres y poder enterrarlos y descansar.
Mohammed está convencido de que su primo Adil está muerto. Su amigo, que sobrevivió al naufragio, les llamó desde Italia para decirles que él no había visto a Adil, pero que quizás estaba en el otro barco de rescate de la marina italiana. “En realidad lo dijo para darnos algo de esperanza. No se atrevió a decirnos que también piensa que Adil está muerto en el fondo de ese barco”.