Los enchufes libres de la regleta que cuelga de la ventana del albergue municipal de Jaén capital empiezan a escasear con la caída del sol. Los de la cafetería de la estación de autobuses, primera parada de cualquier temporero migrante que acude en búsqueda de trabajo en la capital mundial del aceite de oliva, están sellados con cinta americana. Hasta 3 euros cobran en otros bares por cargar el móvil. Este dispositivo es la única forma de mantener el contacto con la familia y, a menudo, se convierte en la forma de entretenimiento con el que pasar los largos días de espera y búsqueda de un tajo en la aceituna.
Conforme se adentra la noche, la cola a las puertas del albergue de Jaén se va haciendo más larga. Para poder conseguir una de las preciadas plazas libres, la persona solicitante ha de conseguir una prueba PCR negativa que realiza una enfermera en el propio edificio.
En el caso de un eventual caso positivo, la persona quedaría aislada en una sala preparada en el propio albergue. Una gran traba para optar por una cama es la exigencia por parte de las autoridades locales, por petición de la policía nacional, de presentar un documento oficial o pasaporte como requisito necesario para poder ser aceptado en la instalación.
La dura situación de calle que viven cientos de migrantes en Jaén saltó a la actualidad a principios de noviembre cuando Jose Gaya y Deborah Grey, los dueños de una pizzería local, denunciaron en redes sociales la existencia de asentamientos de personas durmiendo en las calles de la capital.
Un mes después, estos dos cocineros emplean su día libre en preparar, como cada noche, 30 raciones de comida para distribuir por las calles de Jaén. Ellos, junto a los voluntarios de Cáritas y de Cruz Roja, son la única red de solidaridad que existe en Jaén capital para asistir a las personas que duermen cada noche en la calle. No tienen la misma suerte los otros cientos de personas que duermen en las calles de los pueblos de la provincia jiennense.
En toda la provincia de Jaén existen 14 albergues municipales con un total de 656 plazas, destinados a proporcionar un techo a los miles de migrantes que cada año acuden a los tres meses de recogida de la aceituna. Cada uno de los jornaleros tiene derecho a un máximo tres noches en cada albergue. Este año las restricciones de espacio y distancia impuestas por la emergencia sanitaria provocada por la COVID-19, han reducido el total de estas plazas a 300. Sólo el albergue de Jaén ha pasado de las 170 plazas que ofertaba el año pasado, a 71 (68 camas para hombres y 3 para mujeres).
Ante las denuncias de colectivos sociales, el Ayuntamiento decidió abrir una segunda nave municipal con 30 plazas nuevas. Aún así, durante las primeras semanas de campaña este dispositivo fue insuficiente y provocó que decenas de personas durmieran en Jaén capital. Conforme la campaña ha ido avanzando, la situación se ha trasladado a los pueblos productores de la provincia, donde la red de alojamiento público es casi inexistente y provoca que casi la mayoría de temporeros tengan que dormir en la calle.
“No pueden decir que no tienen más plazas cuando tienen polideportivos vacíos y cerrados. Siempre se debería encontrar una solución para evitar que las personas duerman en la calle”, denuncia Naima Belfakir, presidenta de Jaén Acoge (ONG local que ayuda a los temporeros migrantes).
Las organizaciones sociales recuerdan que la Junta de Andalucía tiene dos centros de evacuación para jornaleros que den positivo en COVID-19, en Jaén y Villacarrillo y con más de 100 camas, y que actualmente se encuentran con menos de diez personas en su interior cada uno, por lo que piden que se pongan a disposición del resto de personas que se encuentran en situación de calle.
Mamadou Lamarana tiene 28 años, sus padres emigraron de Guinea a Senegal, donde él nació. Llegó a España hace tres años después de pagar 2.500 euros para cruzar el estrecho de Gibraltar en una patera.
Su padre tuvo que vender una tienda que regentaba en la capital senegalesa para que su hijo se embarcara en la peligrosa travesía. Recuerda como una pesadilla el viaje que realizó junto a otras 35 personas y se emociona al recordar la llamada a su madre cuando Salvamento Marítimo les rescató y les dejó en el puerto de Motril, Granada.
Lama, como le llama todo el mundo, perdió su pasaporte durante los cinco días que las mafias lo tuvieron encerrado en una vivienda, sin comida ni agua, antes de subirse a la lancha neumática que lo trajo a Europa. Desde que llegó a España, ha trabajado en las diferentes campañas de verdura de los invernaderos almerienses. Este año ha decidido acudir a Jaén en búsqueda de un trabajo, ya que la cuarentena le dejó sin trabajo en los invernaderos.
No tenía ningún documento que acreditara su identidad y por eso se vio obligado a dormir en las calles de la capital durante dos noches, hasta que el Ayuntamiento relajó las exigencias para poder acceder a una cama. Tras una semana en la capital jiennense, buscó suerte en la localidad de Alcalá la Real, donde lleva más de diez días durmiendo con otras 20 personas en una nave industrial abandonada, aguantando temperaturas por debajo de los cinco grados.
El oro líquido
El 40% del aceite de oliva producido en España se produce en tierras jiennenses, convirtiendo a este territorio en el mayor productor mundial del “oro líquido”. Aún así, el sector se encuentra en una fuerte crisis desde hace años, debido a los bajos precios del aceite de oliva provocado por la proliferación del cultivo de olivo de intensivo y mecanizado, y la inclusión de nuevos competidores como los países del Magreb.
A pesar de eso, la buena cosecha estimada para este año, gracias a las lluvias de primavera, auguran un buen horizonte laboral en la recogida de la aceituna. La consejera de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible, Carmen Crespo, anunció en noviembre que la producción en la provincia de Jaén sería de un 69% mayor con respecto al año pasado. En cuanto a los trabajadores, Naima Belfakir de Jaén Acoge tiene claro que además de que la campaña se presente esperanzadora, este año “está viniendo más gente porque los meses de confinamiento han provocado que mucha gente no pudiera trabajar y ahora haya más necesidad”.
Durante la campaña de la aceituna de este año, las previsiones estipulan que se generarán 5,6 millones de jornales para recoger las 3,9 millones de toneladas de aceituna que producirá este año el campo jiennense. Sin cifras oficiales de cuántos de estos jornales van destinados a mano de obra migrante, la falta de regulación que exija a los empresarios ofrecer alojamiento para sus trabajadores, provoca que cada año miles de personas tengan que dormir en viviendas, fábricas y naves industriales abandonadas en una provincia serrana que alcanza temperaturas mínimas bajo cero.
A esta realidad se le suma la negativa generalizada de la población local de alquilar una vivienda o una habitación a los jornaleros migrantes por miedo al contagio de la COVID-19, tal y como confirma Natalia, trabajadora social de Jaén Acoge, “el problema más serio de este año es la imposibilidad de que puedan alquilar una vivienda, la gente tiene mucho miedo”.
Cada mañana una procesión de coches de alta gama y de extintos Land Rover Santana acuden a la gasolinera de Villanueva del Arzobispo, localidad que ocupó los titulares tras las últimas elecciones generales del 2019, al ser Vox la fuerza más votada del municipio.
Los “jefes” acuden a ofrecer, al mejor postor, un tajo a los centenares de personas que amanecen bajo los soportales. A pesar de que el convenio del campo del 2020 estipula que un vareador para seis horas y media de jornada percibirá 53,96 euros, muchos empresarios regatean jornadas de hasta 10 horas y una media de 35 euros al día. Al finalizar la jornada, los trabajadores son abandonados a su suerte en el mismo lugar de donde fueron recogidos. Esta es la fotografía que se repite cada amanecer en la mayoría de los pueblos productores de la provincia de Jaén, unas prácticas instauradas desde hace años que conforman un sistema inhumano para miles de jornaleros migrantes.
“Esto se solucionaría fácilmente si se obligase por ley a los empresarios a dotar de una vivienda digna a sus trabajadores”, señala Curro Moreno, portavoz del Sindicato Andaluz de Trabajadores, mientras recuerda que “no son ni más ni menos que derechos humanos fundamentales de las personas que hacen posible que exista ese aceite de oliva del que tanto alardeamos”.
“Muchos dicen que hay que echar a los inmigrantes pero, si eso pasa, los primeros en llorar serán nuestros jefes”, cuenta Ibrahima, de 38 años y también procedente de Senegal. Este soldador con más de diez años de experiencia, lleva más de tres años sin ver a su familia y aún no conoce a su hijo Daura que nació cuando él ya estaba arreglando los tejados de los invernaderos almerienses.
Para Ibrahima es el segundo año que viene a Jaén a trabajar los olivos. El año pasado pudo trabajar gracias a que un amigo les prestó sus papeles, este año no ha tenido la misma suerte, explica mientras prepara los cartones sobre los que dormirá esa noche frente a la estación de autobuses de Jaén.
“No entiendo por qué nadie nos quiere pero, sin embargo, todos necesitan nuestro trabajo”, se queja Ibrahima. “Si trabajamos legalmente podemos mandar dinero a nuestras familias, vivir tranquilos y pagar impuestos aquí en España”, añade Lama, mientras ayuda a su compatriota a proteger su refugio nocturno. “Yo no quiero pedir comida, quiero comer de lo que trabajo. Ahí es cuando estoy feliz. Yo he venido a trabajar duro para poder explicarle a mi familia que me he ganado la vida dignamente”, explica mientras cuenta el dinero para comprar un billete de autobús e ir el día siguiente a otro pueblo de la provincia para seguir probando suerte.