Escuelas y viviendas reducidas a ruinas. Ataques en mercados, funerales, bodas y hospitales. Ciudades fantasma. Gente que rebusca en la basura porque no consigue comida, que trata de salir adelante después de más de tres años de guerra en Yemen, la peor emergencia humanitaria del mundo. A miles de kilómetros de allí, en España, las ONG reclaman el cese total de la venta de armas a Arabia Saudí por el riesgo de que puedan ser utilizadas en el país árabe, asolado por años de ataques aéreos de la coalición que lidera el régimen saudí, que ha causado la mayoría de las muertes civiles contabilizadas estos años, según el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
Este lunes, la campaña Armas bajo control ha enviado una carta al Ejecutivo para pedir que se mantenga firme en la paralización del contrato de exportación de 400 bombas de precisión láser, tal y como anunció en un principio el ministerio de Defensa.
Pero la ministra Margarita Robles, ha evitado esclarecer qué ocurrirá con este contrato, a pesar de que hace una semana su departamento anunció que la decisión de anularlo contrato estaba tomada. “Está en trámite de estudio”, ha dicho en el Senado. El malestar de la monarquía saudí, que ya había desembolsado los 9,2 millones de euros pactados en 2015 ha derivado en una crisis interna en el Gobierno socialista.
Mientras, las cifras de la devastación en Yemen, uno de los países más pobres de Oriente Medio, se cuentan por millones: más de 22 millones de personas sobreviven gracias a la ayuda humanitaria que se ve dificultada por las restricciones puestas por las autoridades a la entrada de personal especializado.
A finales de agosto, un grupo de expertos de la ONU presentó un informe en el que acusó a todas las partes involucradas de haber cometido potenciales crímenes de guerra y recomendaba a la comunidad internacional “abstenerse de suministrar armas que podrían ser utilizadas en el conflicto de Yemen”. Desde el inicio del conflicto, según datos de Naciones Unidas, al menos 6.660 civiles han muerto y 10.563 han resultado heridos.
Estos son algunos de los nombres y los testimonios que se esconden detrás de estas cifras:
Fadia: “Nuestros hijos están asustados”
Fadia habla con rabia al recordar el sonido de los combates. Se vio forzada a escapar con lo puesto junto a sus hijos y otras ocho familias en un camión de la basura. Vivían en Hodeida, objetivo militar de las tropas lideradas por Arabia Saudí, que tratan de arrebatar este estratégico puerto en el mar Rojo a las milicias de los hutíes.
“Nos fuimos por los ataques aéreos y las bombas. No podíamos dormir. Caían cerca de nuestra casa, a los dos lados. Nuestros hijos están asustados, nos los trajimos aquí enfermos por el sonido de las bombas a nuestro alrededor y los disparos. Todos los días. Todas las noches y todas las mañanas. Los niños se escondían, nunca dormíamos”, explica la mujer en un testimonio recogido en vídeo por Oxfam.
Fadia y su familia viven ahora en el distrito de Abs, en la gobernación de Hajjah, al oeste de Saná. Lo hacen en una habitación abandonada “insegura y sin baño”, sostiene la ONG. Más de 50.000 familias se han desplazado desde el comienzo de la ofensiva el pasado junio en la localidad portuaria. “Las panaderías estaban cerradas, no teníamos nada que comer en Hodeida. Huimos y aquí estamos. Muriéndonos de hambre, desnudos. Solo vinimos con la ropa que llevábamos”.
Ahmed: “Cruzamos el desierto durante casi diez horas”
De Hodeida también huyó Ahmed. Se encontraba en casa de su tía, en la que pasó cuatro días refugiado de los combates, cuando decidió coger a sus hijos y marcharse ante los continuos enfrentamientos. Caminaron por el desierto durante casi 10 horas en medio de una tormenta de arena, sin nada alrededor. Solo llevaban dos botellas de agua. Su hija solo llevaba una taza de té en el estómago.
“Salimos de nuestras casas con tristeza, pero no tuvimos otra opción. ¿Por qué nos arriesgamos exponiendo a nuestros hijos a este peligro? Podíamos perder a alguno, pero huíamos para salvarlos”, relata en un vídeo de Oxfam. Ahora vive junto a ocho familias de refugiados en una pequeña casa. Cada noche, los niños duermen apelotonados. “Aquí nos sentimos inútiles, estamos en paro y no hacemos nada en todo el día. Queremos volver a nuestros hogares, a nuestros trabajos, reanudar nuestra vida normal y estar entre nuestra gente donde podamos sentirnos seguros. Nunca te sentirás seguro o libre en la casa de otra persona”.
Samir: “La metralla hirió a mi hija en el ojo”
Razan (nombre ficticio), de ocho años, trataba de huir en una moto con su padre de los combates en Hodeida cuando resultó gravemente herida. El ataque aéreo se produjo a pocos metros de donde se encontraban: golpeó a un vehículo blindado cercano y una pieza de metralla hirió a la niña en el ojo. “Razan estaba llorando y agarrándose a mí con miedo y dolor. No pude hacer nada por mi hija, así que le vendé los ojos con mi chal para intentar detener el sangrado y continuamos el viaje. En ese momento solo deseaba que me hubieran herido a mí, no a mi hija”, relata Samir, su padre, a Save The Children.
Tras una hora de viaje, llegaron al distrito de Almrawah. La herida era difícil de tratar y tuvieron que buscar un centro especializado. Pero estaba lejos y no podían pagar lo que costaba el autobús para llegar ahí, así que pasaron cinco días en los que la niña no pudo ser tratada, perdiendo cada vez más la vista y con el ojo inflamado. “Le pregunté si todavía veía con su ojo herido. Ella mintió y dijo que sí. Subimos y le pedí que contara los pájaros que había afuera, mientras yo le cubría el ojo bueno. Dijo que eran dos, pero eran cuatro”, asegura su padre. Finalmente fue operada de urgencia por un médico de la ONG y se recupera poco a poco.
Fatimah: “Solo Dios sabe si mi hermano está vivo”
En un informe reciente, Amnistía Internacional ha denunciado cómo decenas de hombres han sido sometidos a “desaparición forzada” tras ser detenidos y recluidos “arbitrariamente” por fuerzas de los Emiratos Árabes Unidos y yemeníes. Muchos han sido torturados y se teme que algunos hayan muerto bajo custodia. Mientras, sus familiares intentan desesperadamente saber algo de ellos, como Fatimah (nombre ficticio), cuyo hermano fue detenido en la ciudad de Adén, al sur, a finales de 2016.
“No tenemos ni idea de dónde está, solo Dios sabe si está vivo. Nuestro padre murió con el corazón destrozado hace un mes. Murió sin saber dónde está su hijo. Solo queremos conocer la suerte de nuestro hermano [...]. Oír su voz y saber dónde está. ¿Para qué sirven los tribunales? ¿Por qué hacerlos desaparecer así?”, dice la mujer en una entrevista con AI.
Hanan: “Mi vida terminó el día que mi marido murió”
Hanan vive en Taiz, en el suroeste de Yemen, a una hora de distancia del Mar Rojo. Siempre ha residido en la ciudad, donde trabajaba como secretaria en la clínica odontológica de su marido. Pero poco queda de la que fue la capital cultural del país, un polo industrial y un centro de producción de café: calles en ruinas, escombros, coches quemados.
Su población ha sufrido las consecuencias de los bombardeos aéreos y los combates en la calle. También Hanan, que acababa de ser madre de una niña cuando su vida dio un vuelco. “Nuestra vida era muy feliz, hasta que estalló la guerra en la ciudad y todo cambió. No queríamos abandonar el lugar donde habíamos pasado toda la vida, así que decidimos quedarnos en la casa donde mi esposo tenía su clínica, a pesar de los intensos enfrentamientos. Todos nuestros vecinos se fueron, porque nuestra zona estaba llena de destrucción, sangre, miedo y soledad”, recuerda en un testimonio recopilado por el Comité Internacional de la Cruz Roja.
Un día, su marido salió a hacer algunas compras. Nunca volvió. “Cuando regresaba, un francotirador que se hallaba en un tejado cercano le disparó y lo mató. Ese día, mi vida terminó. Perdí a mi esposo, mi trabajo y mi casa. No podía pagar el alquiler y fui a vivir con mi familia. Mi padre, con sus escasos ingresos, mantiene a mis siete hermanos y a nosotras dos”, afirma. “Quiero un futuro mejor para mi hija, un futuro sin guerras ni muertes”.
Leila: “Una bomba mató a mi madre y mis 4 hermanos”
El 16 de junio de 2015 es una fecha grabada a fuego en la mente de Leila Hayel, residente en Taiz. Habían pasado pocos meses del inicio de la campaña militar de Arabia Saudí. Leila vivía a 600 metros de la casa de sus padres, que se habían marchado del barrio, como la mayoría de sus vecinos, por los continuos combates entre grupos armados. “Toda mi familia llevaba dos meses alojada en el barrio de Hawban. Solo habían regresado a casa una semana antes del atraque, a tiempo para el Ramadán”, recuerda la mujer en un testimonio difundido por AI.
Aquella noche, varios ataques aéreos golpearon su barrio por primera vez en la historia. Primero, una bomba alcanzó la escuela al-Arwa, situada a 30 metros de su vivienda. “Temiendo por sus vidas, mi familia se apresuró a abandonar la casa después de la explosión”. Después, el objetivo fue su casa. “Mientras mis hermanas y mi madre se ponían sus abayas [vestidos largos tradicionales que se usan al aire libre] y mi hermano Hani cerraba la puerta, una bomba cayó en medio de la casa. La fuerza de la explosión hizo que mis hermanas y mi madre volaran cinco metros, matándolas al instante. El cuerpo de Hani no fue localizado hasta 12 horas después”.
Su padre, Faisal, de 60 años fue el único superviviente. Sus hermanos tenían 10, 14, 23 y 25 años.
Ahmed Ali: “Toda mi familia enfermó de cólera”
Tres viajes de hora y media cada uno. Es lo que tuvo que hacer Ahmed Ali para poder desplazar a su hijo Qassem, de cinco años y otros 17 miembros de su familia desde la aldea Al-Aksh, en Hajjah a un centro de salud donde pudieran tratarlos de cólera. Todos los habitantes de la aldea bebían agua de pozos contaminados que trataban de purificar filtrándola a través de una tela. No tenían otra opción.
“No pude hacer nada para evitar que mi familia enfermara de cólera. Los bombardeos destruyeron casi todas las carreteras utilizaban los camiones cisterna. Somos muy pobres y si no tenemos acceso gratuito a agua potable, la enfermedad seguirá propagándose. Solo espero que la guerra se termine y dejemos de vivir estos días tan oscuros”, sostiene Ahmed a Oxfam. Las precarias condiciones en las que muchas personas sobreviven han provocado el estallido del cólera, del que se han detectado casi 120.000 casos en lo que va de 2018 tras el gran brote del pasado año.