Tragedia en el canal de la Mancha mientras Reino Unido y Francia endurecen sus controles contra migrantes
Mohammad, de 12 años, cruzó el oscuro y gélido Canal de la Mancha junto a su madre y su hermana de ocho años en una balsa endeble tras huir de Afganistán en junio, antes de que los talibanes tomaran el poder. “Fue como una película de terror”, dice. Y eso que sucedió en verano, en lugar de bien entrado noviembre.
Mohammad y su hermana sobrevivieron al viaje de 34 kilómetros que hicieron de noche. Son dos de los miles de niños que, se estima, han cruzado el Canal en pequeñas embarcaciones en lo que va de año.
Algunos viajaron junto a sus padres, que podían abrazarlos y susurrarles que todo iría bien. Otros, adolescentes, viajaron solos. Al menos un menor iba a bordo del bote hinchable que este miércoles naufragó frente a la costa francesa y que causó la muerte de 27 personas en medio de las peligrosas condiciones meteorológicas invernales. Los equipos de rescaten recuperaron el cadáver de una niña, según las autoridades francesas.
No está claro en qué parte de la costa francesa estaban los pasajeros antes de subir a la embarcación. En Dunquerque hay más familias de refugiados que en Calais, muchas de ellas de origen iraní, iraquí y kurdo.
Hace unas semanas, la ministra de Interior de Reino Unido, Priti Patel, declaró ante una comisión parlamentaria que el 70% de los que cruzan en pateras son “migrantes económicos”. Pero un informe reciente del Consejo de Refugiados señala en realidad se trata de personas que han huido de zonas de guerra.
El creciente número de personas que intentan cruces muy peligrosos en barcas improvisadas y botes hinchables –yendo a la deriva en una de las rutas marítimas más concurridas y peligrosas del mundo– revela cómo los refugiados que luchan por sus vidas se enfrentan a un entorno hostil que se extiende más allá de Reino Unido y a través de Europa, y cómo tienen cada vez menos opciones.
Solo una pequeña minoría se dirige al norte de Francia para intentar cruzar a Reino Unido. Quienes lo hacen se encuentran con una situación cada vez más inhóspita, en la que la policía francesa desaloja campamentos de refugiados todas las mañanas.
Los más pobres no pueden permitirse pagar a los contrabandistas y prueban suerte con kayaks hinchables, que son aun más peligrosos que las lanchas neumáticas. La tienda de deportes francesa Decathlon anunció la semana pasada que dejaría de vender canoas deportivas en costa norte de Francia porque eran utilizadas para las travesías.
Los que pueden pagar por el cruce suelen ser llevados a la fuerza hasta la costa, a veces con pistolas apuntando a sus cabezas, incluso con un tiempo atroz. Aquellos que tienen demasiado miedo para subir a las embarcaciones son obligados a hacerlo de todos modos.
Hasta 2018, los camiones eran el medio preferido de los refugiados para llegar a Reino Unido. Pero los gobiernos francés y británico presumen del bloqueo esta opción mediante muros, altas alambradas, patrullas de seguridad y cámaras, lo que ha transformado el panorama cerrando el acceso al túnel del Canal de la Mancha. Esto ha empujado a la gente a una opción mucho más peligrosa: las pateras. Las ONGs locales dicen que nadie que tenga acceso a otras alternativas se subiría a una embarcación de este tipo.
Las trágicas muertes del miércoles suponen un nuevo hito en lo que a víctimas fatales se refiere. Se trata del mayor número de muertos desde que se registran cruces de pateras. Ya había pasado antes. En 2020, una familia de cinco kurdos iraquíes pereció cruzando el Canal de la Mancha hacia Inglaterra. El cuerpo del bebé de 15 meses, Artin, apareció en la costa de Noruega meses después.
¿Cómo se llegó hasta aquí?
Tras el cierre en 2002 del centro de refugiados de la Cruz Roja en Sangatte, que llegó a albergar a 2.000 personas, los migrantes que intentan llegar a Reino Unido tienen que dormir a la intemperie en casas “okupas”, tugurios y campamentos al aire libre, los cuales son arrasados por la policía antes de levantarse en otro sitio. Algunos, en pequeños grupos, dicen haber sido despertados por redadas policiales que tenían como objetivo echarlos y confiscar sus tiendas de campaña.
Durante los últimos 20 años, los refugiados se han arrojado al peligro de dormir a la intemperie en el gélido descampado de Calais, sin acceso a instalaciones sanitarias adecuadas –descritas por un hombre afgano como “no aptas para animales”–, mientras intentaban ir de polizones o esconderse bajo los camiones que atravesaban el túnel del Canal de la Mancha.
Un nigeriano de 25 años murió por inhalación de humo en su tienda de campaña después de encender un fuego para intentar calentarse. En 2014, al menos 15 migrantes fallecieron en el puerto de Calais y sus alrededores: un hombre murió tras intentar saltar desde un puente sobre una autopista a un camión en marcha y otros dos murieron en Dunquerque cuando el camión en el que se escondían empezó a arder. En 2015, un eritreo murió atropellado por un tren de mercancías cuando intentaba encontrar una forma de llegar a Reino Unido.
Pero, a partir de 2018, el factor de peligro aumentó drásticamente a medida que los más desesperados recurrían a la ruta marítima.
En medio de un debate político cada vez más hostil en torno a la inmigración y el asilo, las travesías de las pequeñas embarcaciones –y la forma de vigilarlas y prevenirlas– se han convertido en un componente de la actual fricción política post Brexit entre Reino Unido y Francia.
La semana pasada, el ministro del Interior francés, Gérald Darmanin, acusó a Reino Unido de utilizar a Francia como “saco de boxeo” en sus disputas políticas internas sobre inmigración. En Francia, se considera que el Gobierno británico de Boris Johnson, como dijo recientemente el ministro francés de Asuntos Exteriores en la radio francesa, está tomando un giro “populista”. Pero en París existe desde hace meses el verdadero temor de que la crisis de las pateras pueda resultar en un gran número de muertes en alta mar, algo inaceptable para el electorado francés.
Políticas migratorias distintas
Cuando en septiembre la ministra británica Patel sugirió que las pequeñas embarcaciones que transportan migrantes podrían ser enviadas de regreso a Francia, las autoridades rechazaron la idea por considerarla contrario a la legislación marítima y tremendamente peligrosa. Quedaba claro que las muertes en el Canal de la Mancha eran una tragedia que no sería tolerada en Francia.
Un portavoz del Ministerio de Interior dijo este otoño que Francia quería evitar “hacer del Canal de la Mancha un nuevo teatro de tragedias humanas, como se ha visto en otros mares”. Las imágenes de los cientos de muertos en el Mediterráneo han ocupado las primeras páginas de los periódicos.
Este mes, los servicios de rescate franceses han sacado del mar a muchos pasajeros subidos a botes y lanchas. El 12 de noviembre, 71 migrantes fueron salvados entre Dunquerque y Boulogne-sur-Mer. El día anterior, tres personas habían sido declaradas desaparecidas tras intentar cruzar desde la costa de Calais en kayak.
El Ministerio del Interior francés colabora estrechamente con Reino Unido e insiste en que está logrando impedir la salida de pequeñas embarcaciones, con más de 600 policías y gendarmes trabajando a diario en la costa norte del país. Según datos del Gobierno francés, en 2021 se frenó el 62,5% de las salidas, frente al 50% del año pasado.
Pero mientras el clamor por las rutas seguras y legales para aquellos cuyas vidas están en riesgo se vuelve cada vez más fuerte, la respuesta de Reino Unido es cada vez más airada y politizada.
El motivo de la decisión de cerrar todas las rutas hacia la seguridad para las personas que huyen de la persecución –más allá de la opción de las pateras– es el temor, tanto del Gobierno británico como de la oposición laborista, de ser vistos como “blandos” en su tratamiento de los más vulnerables. Pero los votos no pueden ser más importantes que las vidas, se quejan los activistas.
Si bien en lo que va de año se ha triplicado con creces el número de personas que ha cruzado el Canal de la Mancha en pateras en comparación con todo el año pasado –pasando de 8.469 en todo 2020 a 25.700 en lo que va de 2021–, el número total anual de solicitudes de asilo ha descendido un 4% durante los últimos 12 meses respecto a junio de 2020. El discurso que afirma que los recién llegados son “migrantes económicos” alimenta las reacciones de los grupos de extrema derecha.
Un solicitante de asilo iraní que llegó hace poco a Reino Unido dice: “Los británicos viven aquí en sus casas con sus familias y con sus coches y su ropa en el armario. En Irán yo tenía todas esas cosas. Si mi vida hubiese sido segura en Irán, ¿hubiese dejado mi país para venir a Reino Unido? La respuesta es no”.
Traducción de Julián Cnochaert.
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