- Hace un año finalizó la ofensiva israelí contra Gaza que la joven contó a través de Twitter
La conocida como “niña tuitera” del depauperado enclave costero, ha cambiado. La vida en la Franja, siempre dura desde que Israel impusiera el bloqueo en 2007 (una vez que el movimiento islamista Hamás se hiciera con el poder), le ha hecho madurar. Sus rizos ya no caen rebeldes sobre sus hombros. Farah ya no conserva la sonrisa de adolescente de un año atrás. A sus 17 primaveras esta joven ha madurado, ahora lleva hijab y estudia Administración de Empresas en la Universidad gazatí de Al Azhar. “Mi sueño era estudiar Derecho, pero aquí no se imparte la carrera en inglés, así que opté por estos otros estudios”, asegura Baker desde su casa en Ciudad de Gaza.
Hace algo menos de un año Farah quería ser abogada, “para defender los derechos de mi pueblo”, sentenció entonces. Casi doce meses después, la niña que inundó el papel cuché, las pantallas y las webs de medios de medio mundo por los tuits que escribió narrando en directo lo que veía durante el medio centenar de días que duró la peor de las últimas tres guerras con Israel (2008-2009, 2012 y 2014), se ha adaptado a lo acotado de las opciones educativas de las que disponen decenas de miles de jóvenes pre-universitarios en Gaza, pues a menudo terminan la carrera pero no tienen un mercado laboral flexible que pueda acogerles. La tasa de paro en la Franja es de casi el 45 %, incrementándose hasta el 66% entre los jóvenes, según datos de la Oficina de Asuntos Humanitarios (OCHA) de Naciones Unidas.
Sin embargo, Farah procura amoldar sus sueños a la medida de sus posibilidades, como hacen diariamente los casi dos millones de habitantes que ya tiene la Franja, un territorio de apenas 365 kilómetros cuadrados. Durante su primer semestre académico en la Universidad, la gazatí obtuvo en los exámenes finales una nota de 84.8 (sobre un máximo de 100), según tuiteó ella misma el pasado 5 de julio cuando agradeció a sus 177.000 seguidores las felicitaciones recibidas.
Tres días después, sus dedos volvían al teclado del ordenador para señalar una cifra mucho más siniestra, el primer aniversario del comienzo de la última guerra con Israel, que se saldó con 2,251 palestinos muertos (incluyendo a 1,462 civiles - 551 de ellos eran niños), junto a 73 muertos (67 de ellos soldados), según cifras de Naciones Unidas. “Aún recuerdo cómo empezó la guerra, el sonido de las bombas, el olor de la sangre y el humo”, tuiteaba Farah el 8 de julio de este año, añadiendo que a sus 17 años no quería sufrir un cuarto conflicto entre Hamás e Israel. “Tres guerras son suficientes”, asegura.
Afortunadamente, este año sí ha sido diferente para Farah. “El verano pasado pasé por una guerra. Este, aprendí a tocar la guitarra”, apuntaba recientemente en las redes sociales. Así es. Sin el estruendo provocado por el impacto de los misiles, ni las eternas noches del verano de 2014 -pensando que cualquiera de ellas podría ser la última- Farah ha podido hacer realidad uno de sus sueños. Igualmente ha logrado disfrutar de los pequeños placeres estivales propios de los jóvenes de su edad: ir con los amigos a la piscina, apuntarse a un campamento de verano o disfrutar con la familia en la playa, desde donde contemplar el siempre sobrecogedor atardecer de la costa de Gaza. “El año pasado no era seguro estar en la playa”, afirma Baker, quien perdió a cuatro de sus parientes mientras jugaban al fútbol en la playa cuando resultaron alcanzados por misiles israelíes “por confundirlos con milicianos de Hamás”, según la última versión del ejército en una de las escasas investigaciones internas abiertas, tras la que eximieron de responsabilidad a los autores del lanzamiento de los misiles aire-tierra.
La madre de Farah igualmente resultó herida cuando otro misil impactó sobre un coche que pasaba cerca de donde ambas se encontraban. La explosión provocó que los cristales de algunos comercios cercanos reventasen, insertándose varios de los fragmentos en el brazo de su madre. “Afortunadamente ella tenía solo heridas leves y ya han curado completamente, Alhamdulilá (Alabado sea Dios, en árabe)”, explica la joven desde el mismo lugar desde donde el año pasado tuiteaba la peor suerte que corrieron las decenas de heridos, a veces cientos, que llegaban diariamente al cercano hospital de Shifa, el más importante de la Franja. Desde allí su padre, médico en el centro, le informaba siempre que podía acerca de cuál era la situación en las peores noches de bombardeos, como aquella que nunca olvidará Farah, la de la madrugada del 29 de julio de 2014. Aquella noche en que pensò que moriría:
“Ya no hablo con mi padre de lo que pasa en Shifa”, explica esta gazatí con naturalidad. “Mi padre se marcha por la mañana al hospital y no vuelve hasta la tarde. Ahora no le pregunto”, añade. Pero la expresión de su padre en las fotos que la niña comparte habitualmente con lo que ve o hace en la Franja de Gaza muestran a un hombre cansado, con las secuelas evidentes de alguien demasiado acostumbrado a presenciar el sufrimiento ajeno, como el de muchos de esos más de 11.000 palestinos heridos que dejó la última contienda.
“Hay mucho dolor individual y colectivo”, apunta Farah. De acuerdo a los datos de la ONU, un millar de personas resultaron mutiladas en la guerra y cientos de miles sufren traumas psicológicos severos. La ONG Save the Children acota este dato, señalando en su último informe que el 75% de los niños del enclave costero se orina en la cama regularmente y que el 89% de los padres considera que sus hijos tienen miedo de forma constante.
La crisis energética que padecen los habitantes de Gaza tampoco ayuda. “Por ejemplo, nosotros no tenemos más que 6 horas de electricidad al día, que alternan con 12 horas de apagón eléctrico”, indica Farah. “Eso implica que nunca sabes cuándo se va a ir la luz, siendo los cortes a veces por las noches, obligando a los niños o a los jóvenes en la Universidad a estudiar solo con la luz de las velas o con linternas”, comenta.
Una escasez energética feroz que impide una vuelta a la normalidad desde la que intentar superar el sufrimiento generado por la guerra. Por eso, muchos gazatíes solo piensan en emigrar, en abandonar Gaza. No es el caso de Farah Baker. Ella sí quiere quedarse, pero le gustaría “poder viajar, conocer mundo, aunque luego siempre volviese a mi casa”, asevera.
Muchos de sus vecinos no comparten su deseo. A casi un año del término del último conflicto, de los 5.400 millones de dólares (algo más de 4.800 millones de euros) prometidos por los donantes internacionales durante la Conferencia de El Cairo en octubre de 2014, solo se ha desembolsado el 28% de los fondos. Y la crisis humanitaria continúa. “Israel no ha permitido que se cumpla ninguna de las condiciones de la tregua–reapertura del aeropuerto, creación de un puerto de mar, ampliación de la zona de pesca– lo que es muestra de cómo nos quieren tener dominados”, atestigua Farah con la misma madurez con la que dejó atónitos a decenas de miles de tuiteros el año pasado. Por el momento, ella quiere seguir aprendiendo nuevos acordes en sus clases de guitarra “Acordes que ayuden a animar el ritmo de una Gaza en paz, de una Gaza sin ocupación, libre, sin guerras. Esto es lo que quiero para mi tierra”.