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“La UE paga a Marruecos para que haga de policía feo que impida el paso a los migrantes”

Sonia Moreno

Rabat (Marruecos) —

Antes de convertirse en el primer obispo español en Rabat, Cristóbal López (Almería, 1952) se dedicó a la educación durante ocho años en una localidad cercana a la capital marroquí, Kenitra, que en árabe significa 'pequeño puente'. Ese es, dice, su objetivo en el nuevo cargo que desempeña desde diciembre de 2017: crear una “verdadera unión” entre África y Europa, entre los musulmanes y los cristianos, entre “los pobres y los ricos”. “Me sentía llamado a ser puente y a construir puentes”, asegura en una entrevista con eldiario.es. 

Por esta razón, López, periodista de formación, considera la migración una de las prioridades en su trabajo. Durante la conversación, se muestra preocupado por las redadas en las ciudades del norte de Marruecos, las expulsiones de los migrantes a zonas desérticas y las condiciones en las que sobreviven en los bosques y los montes. Y hasta allí se ha desplazado en varias ocasiones en estos meses para conocer de primera mano la difícil situación que sufren las personas subsaharianas en tránsito.

Este jueves, el Gobierno de Marruecos hizo oficiales las cifras relacionadas con la migración: 39.000 intentos de cruzar la frontera fueron “abortados” hasta finales de agosto. Desde la promesa del aumento de fondos europeos, las autoridades marroquíes han intensificado las redadas y detenciones para alejar a los migrantes de la frontera con España que han sido denunciadas por las ONG locales y Amnistía Internacionl. “La UE está pagando a Marruecos para que haga el servicio de policía feo que impide el paso”, sentencia López.

¿Cuál es su postura ante la acogida de migrantes, en un momento en el que Marruecos está intensificando sus redadas?

El Papa nos indica que debemos acoger, proteger e integrar a esas personas dentro de lo posible. Son personas que saben lo que quieren y tomarán sus propias decisiones; pero mientras tanto, si tienen hambre y nosotros podemos darles de comer, lo vamos a hacer; si necesitan vestidos y tenemos, los vamos a compartir; si necesitan, sobre todo, escucha o afecto, se lo vamos a dar; y si necesitan orientación jurídica para tener papeles, pues les vamos a apoyar en lo que necesiten. Así que nuestra misión no es ni decirles “seguid adelante hasta llegar a Europa”, ni “volveros para atrás”, ni “salid de vuestra tierra”. Eso no nos corresponde a nosotros; si no atenderles en sus necesidades básicas como personas humanas que son, y como hijos de Dios que sabemos que son. 

Usted ha visitado varios campamentos de migrantes subsaharianos en Marruecos en sus primeros seis meses en el cargo de Obispo en Rabat. ¿Qué lugar no puede olvidar?

Una ciudad que se llama Oujda, que está muy cerca de la frontera con Argelia. Allí tuve la oportunidad de escuchar las historias de unos ocho o nueve jóvenes, relatadas por ellos directamente. Digo jóvenes, pero algunos eran casi niños; unos tenían 13 y 14 años, y otros 15 y 16 años, y llevaban ya de uno a tres de camino cuando llegaron a Marruecos.

 ¿Qué historia recuerda en especial?

Me impresionó mucho cuando uno de ellos dijo: “Salimos de nuestra ciudad en un taxi que nos tenía que llevar a un lugar, pero el taxista nos traicionó y nos entregó a un grupo; y ellos nos robaron todo, nos dejaron solo con lo puesto, nos pegaron, nos violaron, y al final nos vendieron”. Fueron vendidos por 100 euros a unas personas que les llevaron a una casa, les pegaron y les pusieron un teléfono delante diciendo: “Llama a tus padres, llama a tu familia”. Cuando contestaron, les pegaban más para que gritasen y llorasen, y los familiares se diesen cuenta de las condiciones que padecían. Les obligaban a pedirles envíos de 200 o 300 euros, y hasta que no llegaba el dinero los retenían presos en esa casa.

Cuando se cansaron, los soltaron y tuvieron que atravesar a pie el desierto hasta llegar a Argelia, trabajar allí de tres meses a un año hasta juntar dinero para poder llegar de alguna forma a la frontera con Marruecos; sortear la frontera de Argelia con Marruecos, que está cerrada, y franquearla de forma clandestina con varios intentos, pasando dos o tres días sin comer, atravesando un foso grande que se ha hecho para impedir la entrada, cruzando por una tela metálica con pinchos que ha puesto Marruecos; y llegar a Oujda. 

Los dirigentes europeos se han reunido esta semana en Salzburgo para tratar la gestión de los flujos migratorios sin grandes avances. ¿Cuál cree que es la solución?

Para encontrar una solución tendrían que cambiar el orden económico mundial, las leyes del trabajo, los criterios comerciales, la organización mundial del comercio, y las relaciones internacionales. No se puede poner un parche a un boquete tan grande como es este, y se requiere rehacer un poco todo. No es que sea imposible, pero es necesaria mucha voluntad política de todos.

La Unión Europea (UE), en ese sentido, se está comportando con un egoísmo muy grande porque lo único que piensa es en protegerse, en pagar a Marruecos para que haga el servicio de policía feo que impide el paso. Podría sentarse con toda África, por ejemplo, para mantener un diálogo de cómo podemos hacer para que haya una migración organizada, para que sea para aquellos que lo deseen y no sea forzada, para solucionar los problemas en la raíz y no después, cuando ya están en los frutos.

Otros religiosos españoles también llevan tiempo alzando la voz en este sentido en Marruecos, como es el caso del Arzobispo Santiago Agrelo de Tánger, y parece que no los escuchan demasiado en España.

Sí, fui testigo de la llegada de Santiago Agrelo y estoy convencido de que a él, la inmigración le ha tocado de cerca, lo ha vivido directamente, le ha transformado y, en cierta manera, le ha convertido. Es decir, el contacto con esta realidad le ha cambiado interiormente y le ha llevado a tomar las posturas que son de conocimiento público -de apoyo incondicional a los migrantes, contra los políticos e, incluso, frente a la Iglesia-, pero es que cuando uno está día a día palpando estas situaciones no puede reaccionar de otra manera.

¿Cuántos migrantes subsaharianos estima que hay en Marruecos?

Es difícil de calcular. En toda la diócesis de Rabat, que es casi todo Marruecos excepto el norte, que es la arquidiócesis de Tánger, decimos que somos 30.000 católicos, de cien nacionalidades diferentes. Aquí debe de haber 25.000, de los cuáles prácticamente 18.000 deben de ser subsaharianos, el resto son europeos y unos pocos asiáticos. Todos los católicos que estamos en Marruecos somos extranjeros. Básicamente, la gran mayoría africanos subsaharianos; europeos, bastantes; algunos asiáticos, hay comunidades de filipinos y chinos.

De hecho, las iglesias en Marruecos siempre tienen una gran presencia de subsaharianos que participan también en las actividades parroquiales. 

Sí, son comunidades vivas. Como somos minoría tendemos a agruparnos y a conocernos. Esto pasa siempre que una comunidad es minoritaria en un lugar, se siente mucho más unida, más cohesionada que, por ejemplo, en España donde puede ir a una iglesia, entrar y salir, y nadie le saluda ni le habla. Aquí eso no sucede; nos acogemos, nos saludamos, nos conocemos, y eso da una calidez a la comunidad muy interesante, un espíritu de familia. Y como estamos lejos de nuestro país, cada uno busca también encontrar a sus compatriotas, compartir con ellos. En fin, es muy interesante la vida comunitaria que se tiene aquí, en las parroquias. Es muy viva porque el cristianismo de África es muy musical, muy danzante y animado, y eso le ha dado un cariz muy atractivo a todas las celebraciones en nuestros templos.

Defiende el diálogo interreligioso y compartir con musulmanes. ¿Ha leído el Corán?

Lo estuve leyendo hasta una cuarta parte, después no seguí más; pero es una de las cosas que me propongo. Quizás cometí el error de empezar por el principio. Los capítulos están ordenados, excepto el primero, del más largo al más breve. No están en un orden lógico, y empecé por el principio, que son los más largos y se hizo costoso. Ahora voy a hacerlo al revés, desde atrás para comenzar por lo más fácil. 

¿Cómo es ser marroquí y cristiano? Hay quien no ejerce el culto abiertamente.

En realidad la ley marroquí no prohíbe que un musulmán se haga cristiano. Lo que prohíbe que los no musulmanes, los cristianos por ejemplo, hagamos proselitismo. Prohíben que nosotros digamos, acosemos, persigamos o insistamos a un musulmán para que se haga cristiano. Esto yo no lo puedo hacer. Pero si un musulmán se hace cristiano, la ley no se lo impide ni le castiga. 

El problema no es la ley, es que si un musulmán se hace cristiano probablemente le van a dar la espalda sus compañeros, sus amigos y su misma familia. Ese es el problema, más de tipo social y cultural, que jurídico o político. En ese campo, yo creo que, poco a poco también se van a ir abriendo ventanas, van entrando otros aires; empezando por su majestad Mohamed VI, que en alguna ocasión ha hablado de este tema. En fin, vamos a ir viendo la evolución histórica. Nosotros somos respetuosos con las leyes de Marruecos, con su cultura y su religión, y lo que nos interesa es ese acercamiento de diálogo en el respeto mutuo y enriquecernos los unos a los otros con nuestra experiencia espiritual.

¿Realmente no hay espacio para acoger a las 34.000 personas que han llegado este medio año a España?

He vivido en España estos tres últimos años, y de parte de la Iglesia institucional ha habido reacciones muy buenas de disponibilidad para acoger a migrantes. Recuerdo cuando la crisis grave en Oriente Medio, que llegaron los sirios por centenares de miles a Europa. La Iglesia estaba dispuesta a recibir a los que viniesen. Sin embargo, ha sido el Gobierno -de Mariano Rajoy- el que se comprometió a acoger a 19.000 personas, y no sé si al final llegaron a acoger a dos o tres mil. Nos hemos quedado con casas preparadas para recibir y no ha sido posible porque los políticos no han querido acoger a más. 

¿Qué le diría a todos los españoles?

Animaría a todos a abrirse al diferente, a abrir las ventanas del cerebro a otros aires, a otras culturas, a otras religiones, a establecer lazos de unión. Dije en mi ordenación como obispo en Rabat que me sentía llamado a ser puente y a construir puentes, que es lo que significa la palabra Kenitra, localidad marroquí donde he vivido ocho años. Cada cristiano debería ser un pequeño puente entre las orillas diversas, entre Oriente y Occidente, entre norte y sur, entre Europa y África, entre cristianos y musulmanes. Si hubiese más personas dispuestas a tender puentes que a construir muros nuestro mundo cambiaría y sería muy distinto, y mejor.