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Las últimas horas en el Open Arms: “Nuestras vidas solo pueden ir a mejor”

Una de los personas rescatadas por el Open Arms en el Mediterráneo, rezando al saber que lo que se ve al fondo es Cabo de Gata, España.

Fabiola Barranco

A bordo del Open Arms —

“¡España! Mañana llegamos, si Dios quiere”, comentaban, entre ellos, varios chicos de Sudán a primera hora de la mañana, envueltos en mantas y sentados. Mantenían la mirada puesta en el horizonte. Por estribor, ya asomaba la silueta de la costa de Almería.

La conversación se repetía en árabe, en francés o en inglés por cada rincón del barco de rescate Open Arms, durante el que ha sido el último día de una larga travesía hasta Algeciras. Allí pisarán tierra firme este viernes por la mañana, según ha confirmado la ONG catalana, las 308 personas rescatadas en el Mediterráneo central, entre ellas 137 menores de edad, 70 mujeres y 241 hombres.

Llevan una semana en el mismo mar en el que se jugaron la vida y han recorrido más de 1.000 millas para poder llegar a puerto seguro, a menudo con mal temporal, tras el rechazo de otros lugares más cercanos como Malta o Italia.

Entre ellas no estará Sam, un bebé recién nacido que con tan solo unas horas de existencia se había embarcado junto a su madre en una de las rutas migratorias más mortíferas del mundo, el Mediterráneo central. A las pocas horas de ser rescatados, madre e hijo, fueron evacuados en helicóptero por la Guardia Costera de Malta. También faltará Le petit, como conocían aquí al pequeño Emran, un niño de 14 años, que viajaba solo y que también fue evacuado, por la Guardia Costera italiana, debido a una infección grave, que atribuía a la violencia a la que fue sometido en Libia.

Sin embargo, este último tramo también ha evocado lo vivido hace tan solo unos días, cuando quienes ahora están a bordo del barco de rescate se encontraban en una lancha de plástico en peligro en mitad del Mediterráneo. A lo largo del día, surcando el Mar de Alborán, el Open Arms se ha cruzado con los restos de dos botes de goma. “¿Hay gente dentro?”, preguntaba preocupado Aziz, uno de los rescatados procedente de Sudán.

Como broche final al esfuerzo perenne de la tripulación, que ha tratado de hacer lo más llevadera posible la travesía para que la gente “pudiera recuperarse de la barbarie que han vivido”, el capitán ha aprovechado las últimas horas de la misión para cumplir con una promesa a los más pequeños: visitar el puente, como se conoce a la zona donde están los mandos de la nave. Ha endulzado el momento con chocolate y turrón, como el 24 de diciembre, cuando recibieron regalos como lápices de colores, libros, peluches y chocolatinas, que llegaron bajo la manta del Tió de Nadal, el tronco mitológico protagonista de la tradición navideña catalana.

La visita al puente era la primera actividad en la que participaba Koné, un niño de 10 años procedente de Costa de Marfil, que viaja solo. Su paso por el Open Arms lo ha hecho sin ruido. Sin quejas. Desapercibido. Camuflándose entre los mayores o con su amigo Adam, otro chico de 15 años que le llama “hermano” y que también ha migrado sin la compañía de ningún adulto.

Koné temblaba de miedo cuando Javi, uno de los socorristas, le sacaba de la barca en mitad del mar y en la oscuridad de la noche. Días más tarde, volvía a temblar, pero esta vez de emoción, por el cariño con el que le arropa el equipo de la ONG.

“Sueño con gente que vi morir en el desierto”

Ridwah y Ashwaak, dos chicas de 16 y 17 años, también viajan solas, aunque se tienen la una a la otra. Aguardan con ilusión la llegada a España. “Necesito estudiar para tener un futuro. También quiero ayudar a los demás y advertir a la gente de que no vaya a Libia, no es un lugar seguro para nadie”, dice Ashwaak. Habla con conocimiento de causa. Entre lágrimas, esta adolescente asegura haber perdido a gran parte de su familia en un atentado terrorista en Mogadiscio.

Su testimonio describe un calvario para llegar hasta aquí. Salió de su país junto a Abdikadir, un amigo al que vio morir en la ruta que emprendieron juntos: Somalia, Yemen, Sudán, Libia. En esta última parada el horror se cebó con ella, en un testimonio que coincide con el “infierno” narrado por quienes logran cruzar el Mediterráneo tras pasar por este país.

“En Libia no nos tratan como a seres humanos”, lamenta con la voz rota. “Querían que llamara a mi familia para pedirles dinero, pero les dije, 'si me quieres matar, hazlo, no tengo familia”, rememora. Para escapar con vida, relata, tuvo que trabajar como “sirvienta” en una casa, donde conoció a Ridwah, que la acompaña y a Halima, otra chica que, según cuentan, fue asesinada.

Las heridas de estas dos chicas aún están abiertas. “Tengo pesadillas, sueño con gente que vi morir en el desierto”, dice con un hilo de voz Ridwah, la benjamina. Sin embargo, confían en que a partir de ahora sus vidas “solo pueden ir a mejor”. La mayoría de los migrantes rescatados por la ONG aseguran proceder de Somalia, un total de 101. También vienen de Costa de Marfil, Malí, Sudán, Nigeria, Guinea, Burkina Faso, Camerún, Chad, Egipto, Gambia, Senegal, Palestina, Ghana, Siria, Liberia, Togo, Níger y Sierra Leona, según detallan.

Ashwaak agradece la labor de Proactiva Open Arms “desde lo más profundo del corazón”. “No solo han salvado mi vida, también la de mucha gente”, sostiene en un mensaje de agradecimiento que se ha extendido entre el resto de rescatados. Este viernes, por fin, dará un paso más en esa ruta que emprendió para buscar una vida mejor lejos de Somalia.

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