“Cuando vi las imágenes sentí que mi cuerpo se derrumbaba”. Estas palabras salen de la boca de Aliou, un joven de Guinea Conakry que llegó a España hace cinco meses tras viajar, durante dos años, por diferentes países africanos, incluido Libia. Allí sobrevivió a seis meses de torturas, maltratos y todo tipo de vejaciones.
Las imágenes a las que Aliou se refiere son las publicadas en un reportaje de la cadena estadounidense CNN que muestra la venta de personas de origen subsahariano que llegan hasta Libia, un país con el que la Unión Europea (UE) mantiene acuerdos para frenar los flujos de migrantes y refugiados. El reportaje ha desatado la indignación de varios dirigentes africanos y una ola de protestas en todo el continente que han exigido que se ponga fin a la esclavitud de personas en Libia.
En el vídeo aparecen jóvenes africanos que se colocan en una fila mientras se escucha la voz de un hombre que lidera una subasta que arranca en 800 y cierra el negocio en 1100 dinares libios, unos 800 dólares. No se puja por muebles, obras de arte o cualquier otro producto, sino por seres humanos.
A las críticas también se sumó la ONU. El secretario general, António Guterres se declaró “horrorizado” tras la emisión del reportaje y han exigido una investigación urgente. Poco antes, el Alto comisionado para los derechos humanos había calificado de “inhumana” la cooperación de la UE con la guardia costera libia, que incluye una dotación de 130,8 millones de euros.
Pero no es la primera vez que las denuncias sobre el cruel mercado de esclavos en el país norteafricano saltan a la esfera pública. Numerosas ONG vienen alertando de esta situación, así como del tráfico y la trata de seres humanos.
El pasado mes de abril, la Organización Mundial de Inmigración (OIM) sacó a la luz un recopilatorio de testimonios de personas de origen subsahariano que habían conseguido escapar de esta práctica inhumana y convertirse en supervivientes de la esclavitud en pleno siglo XXI. Sin embargo, en esta ocasión, el escándalo ha tenido un mayor impacto al tratarse de un material gráfico que ha corrido como la pólvora por Internet y ha empujado a las autoridades libias a iniciar una investigación sobre estas subastas de seres humanos.
África se levanta para condenar la venta de esclavos
“Es nuestra responsabilidad colectiva detener estos crímenes”, señaló Guterres ante el Consejo de Seguridad. A su vez, la alta representante de la Unión Europea (UE) para la Política Exterior, Federica Mogherini, y el presidente de la Unión Africana, Alpha Condé, condenaron el trato “inhumano” y la “esclavización” de migrantes en Libia, y pidieron el “fin inmediato a estas prácticas y otros actos criminales de tráfico de seres humanos”, según se informó en un comunicado.
La indignación ha calado hondo en África, donde Gobiernos como el de Burkina Faso, Malí y Níger han mostrado su repulsa y han pedido a la comunidad internacional que intervenga. Otros, como el de Camerún o Costa de Marfil, han repatriado a los conciudadanos que se encontraban en Libia. Las autoridades de Ruanda también han ofrecido apoyo logístico para los migrantes ruandeses que deseen regresar y han asegurado que están “preparadas” para acoger a más de 30.000 personas de diferentes países africanos atrapadas en Libia.
Los gestos de condena han llegado a los estadios de fútbol. Jugadores como Paul Pogba del Manchester United y Cheick Doukouré, del Levante, celebraron sus goles con los brazos unidos simulando tener las manos encadenadas. Al finalizar el partido del domingo ante el Espanyol, el centrocampista del Valencia, Geoffrey Kondogbia, lució una camiseta en la que se podía leer “Fuera del fútbol, no estoy en venta”.
La movilización ciudadana también ha mostrado su repulsa al trato inhumano cometido en Libia. Desde que salieran a la luz las imágenes, se han celebrado protestas frente a las embajadas libias en ciudades como Conakry, Bamako o París, donde cientos de personas salieron a la calle bajo el lema 'Non à l'esclavage' [no a la esclavitud] en una manifestación que los oficiales de la policía francesa disolvieron con gas lacrimógeno.
El eco de estas protestas ha resonado en Madrid. Aliou participó en la primera concentración contra el mercado de esclavos, frente a la embajada Libia en la capital. Este domingo volverá a acudir al mismo lugar a las cuatro de la tarde para mostrar su repulsa. “La esclavitud no puede repetirse, tiene que ser algo del pasado”, argumenta en una conversación con eldiario.es.
El joven de 17 años quiere, dice, que acciones como esta congreguen cada vez a más personas y sirvan para que la Unión Africana y otras instituciones actúen. “Los que ya llegamos a Europa hemos sufrido antes todo tipo de maltrato, pero hay que luchar para que liberen a nuestros hermanos que están allí (en Libia)”, explica.
“En Malí nos vendieron por 50 euros”
El periplo de Aliou, que repasa con una voz tímida y un ritmo pausado, tuvo como punto de partida Guinea Conakry, su país natal, cuando tenía 15 años. Tras fallecer su padre, exiliarse su hermano y no dilucidar futuro debido a las disputas étnicas entre malinkes y susus, Aliou salió con la intención de llegar algún día a España, lugar que tenía de referencia por su pasión por el fútbol.
“Al principio pensaba que llegar a Europa sería fácil”, confiesa. Esta idea se esfumó pronto. Bastó con cruzar a Malí. “Ahí comenzaron a vendernos”, narra sin levantar la mirada de un punto fijo. “Los rebeldes en Malí nos separan en función de nuestro origen y nos venden por unos 50 euros”, apunta. Entonces, dice, comenzó la extorsión a sus familiares. “Los compradores se dedican a torturarnos y a llamar a nuestras familias para pedir el rescate por 250 euros por persona. Hasta que tu familia no consigue el dinero, te torturan, te encierran, casi no te dan de comer”.
Tres meses después pudo huir tras pagar la cuantía exigida. Viajó a Argelia donde pasó cinco meses en la capital hasta que, con el fin de llegar a Libia, se adentró el desierto del Sáhara, una de las etapas más mortíferas y peligrosas en las rutas migratorias desde África hasta Europa. “La gente no sabe lo difícil que es sobrevivir al desierto, por eso se acercan rebeldes libios en unos carros para recogernos. Si no te recogen no puedes sobrevivir”, relata.
De esta manera alcanzó Trípoli, donde fue vendido a un grupo de traficantes para cruzar el Mediterráneo, según su testimonio. Sin embargo, la guardia costera libia impidió que el bote saliera a navegar. El mar tuvo que esperar. “Fue entonces cuando nos llevaron a un lugar donde nos torturaban. Me dieron golpes en los brazos y en las manos hasta dejarme inmóvil”. Casi 20.000 personas estaban detenidas en centros bajo libios a principios de noviembre, frente a las 7.000 registradas a mediados de septiembre, según el Departamento libio de Lucha contra la Inmigración Ilegal.
De nuevo, y coincidiendo con otros testimonios recopilados por ONG, los traficantes pidieron dinero a sus familiares. Un allegado de Aliou pagó 1.000 euros por su libertad, una deuda que aún le pesa y ha de pagar, pero que en aquel entonces le permitió abandonar Libia para regresar a Argelia. “Durante ese tiempo, nunca dormimos en una casa, siempre en la calle o en edificios abandonados, o en edificios a medio hacer donde trabajábamos en la obra. El trato era horrible, en una ocasión la policía quemó todas mis cosas”, recuerda.
Finalmente llegó a Marruecos donde, después de muchos meses, un caluroso día de verano y Ramadán, da con un traficante que le permite subir en una patera por una cantidad inferior a la habitual. Es así como cruza el Mar de Alborán y llega a Almería. A pesar de ser consciente del peligro, Aliou no sintió miedo. “He sufrido demasiado como para tener miedo”, admite con templanza y dolor a partes iguales.
Ahora, el joven vive en uno de los 11 pisos de acogida que la Fundación la Mercé Migraciones tiene en Madrid. La entidad le brinda apoyo en los trámites burocráticos para que pueda regularizar su situación. Mientras, Aliou trata de reanudar su vida e intenta curar sus heridas refugiándose en la música. Y este domingo volverá a protestar por la libertad de las personas que están atrapadas, como él lo estuvo, en Libia y para exigir que la venta de esclavos sea, dice, “cosa del pasado”.