En el pequeño grupo hay hombres de Etiopía y Eritrea. No llevan zapatos y están tiritando en Calais. Han estado a punto de morir ahogados en el Canal de la Mancha solo unas horas antes. Trataban de cruzar a Reino Unido cuando el motor de su embarcación falló. Sus pantalones vaqueros están acartonados por la arena y el agua del mar.
“Llamamos a los guardacostas franceses para que nos rescataran, pero nos dijeron que llamáramos a los guardacostas ingleses. Al final, los franceses nos rescataron y nos trajeron de vuelta a Calais”, dice uno de ellos. “Estudié Ciencias Políticas en la universidad en mi país y quiero trabajar y aportar en Reino Unido. No sé qué puedo hacer ahora; no puedo volver atrás y no puedo avanzar; hay mucho racismo en esta situación. Tenemos que encontrar la paz; sin paz no hay vida”.
Se cumplen cinco años del día en que unos trabajadores de cascos blancos y monos naranjas llegaron con mazos y excavadoras para demoler el campo de refugiados bautizado como la 'jungla' en esta ciudad de la costa norte de Francia.
Los 3,9 kilómetros cuadrados de esta paupérrima zona de matorrales se habían convertido en un símbolo de la crisis migratoria después de que más de un millón de personas desesperadas escaparan por mar a Europa, en muchos de los casos huyendo del conflicto en Siria, durante 2015, según datos de la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur).
La 'jungla' ha desaparecido, pero los migrantes permanecen. Según un informe elaborado por la ONG Human Rights Watch a partir de información recabada por organizaciones sociales locales, todavía hay unos 2.000 migrantes, de los cuales 300 son menores no acompañados, “en zonas boscosas, dentro de almacenes abandonados y cerca de ellos, y bajo los puentes de Calais y sus alrededores”. Hay varios centenares más acampados en un bosque cerca de Dunkerque.
Hostilidad, desalojos y tormenta política
Los migrantes que esperan en estas zonas están en el centro de una tormenta política. En Reino Unido se vislumbra el draconiano proyecto de ley de nacionalidad y fronteras de la ministra de Interior, que incluye planes para castigar a solicitantes de asilo que crucen el Canal de la Mancha en pequeñas embarcaciones con penas de cárcel y prohibición de recibir fondos estatales.
La hostilidad hacia los migrantes también crece en el lado francés, con la Policía de Calais desalojando todos los días los campamentos destartalados que sustituyeron a la 'jungla'. El Brexit ha reducido el envío de ropa y de otros artículos de primera necesidad y las autoridades francesas incluso han colocado grandes rocas en varios de los puntos de distribución habituales para impedir que las furgonetas que brindan ayuda aparquen.
En una parcela de tierra sin vegetación que todos llaman Viejo Lidl –en su día, allí había una tienda de Lidl–, decenas de jóvenes, en su mayoría sudaneses, se reúnen para reponer sus reservas de agua y cargar sus teléfonos con grandes baterías portátiles.
Se ríen y bromean, pero parecen cansados, con líneas de expresión prematuras en algunos de sus jóvenes rostros. Los vaqueros holgados les bailan en las piernas. Todos pesan menos de lo que deberían.
Uno de ellos lleva a los periodistas a una pequeña zona de bosque donde un grupo de jóvenes duerme en un claro, rodeados de basura. Uno de ellos dormita en una caja de cartón abierta. Otro está tumbado en el suelo con las piernas cubiertas por mantas. Dice que le cuesta caminar porque la Policía lo golpeó con fuerza.
“Nuestra rutina es la misma cada día y cada noche”, dice un tercer hombre. “Si podemos, intentamos dormir algo durante el día. Nos vamos a la cama sobre las 20:00 horas y a medianoche nos levantamos y tratamos de cruzar el Canal. Intentamos encontrar una embarcación en la que podamos cruzar nosotros mismos porque no tenemos dinero para pagar a los traficantes. Normalmente, no lo conseguimos. Volvemos aquí a toda prisa a las 6:00 para poder esconder las pocas pertenencias que tenemos antes de que venga la Policía a desalojarnos cada mañana. Entonces vuelve a empezar el mismo círculo”.
Jugarse la vida
Procedentes de Sudán, Eritrea, Kurdistán y, más recientemente, de Vietnam –en este último caso, se dice que acompañados de traficantes–, los migrantes aquí presentes no han variado un ápice sus planes de buscar seguridad en Reino Unido. Aunque el número de solicitudes de asilo en Gran Bretaña se redujo en 2020 a 29.456 peticiones (bastante menos que las 93.475 presentadas en Francia y las 121.955 en Alemania), las travesías de migrantes en pequeñas embarcaciones desde el norte de Francia a Reino Unido están en niveles récord.
Estos jóvenes sudaneses no son optimistas sobre sus posibilidades de llegar a Reino Unido. Uno de ellos, que vino a través de Libia, muestra en su teléfono la fotografía de un chico sudanés de 16 años conocido como Yasser. Murió el 28 de septiembre intentando subirse a un camión en Calais. Tenía la esperanza de poder entrar en Reino Unido sin que lo vieran, agarrándose al vehículo.
“Era mi amigo”, dice el joven mostrando la foto del chico. “Era muy pequeño. Como todos nosotros, lo único que quería era vivir en un lugar seguro. A Priti Patel [ministra de Interior de Reino Unido] la llamamos 'Madame No' porque no nos permite hacerlo”.
Los medios de comunicación franceses han informado de una segunda muerte en circunstancias similares de un joven migrante que intentaba subirse a un camión con destino a Reino Unido el 21 de octubre. “Lo único que nos queda es cruzar el Canal”, dice el joven. “Me ha crecido el pelo, he dicho que no me lo cortaré hasta que llegue a Reino Unido”.
La desesperación es igual de palpable en la vecina Dunkerque. En el campamento de Grande-Synthe viven varios cientos de migrantes, muchos de ellos kurdos. También han pasado por viajes difíciles. Algunos estuvieron años atrapados en campos de Grecia.
El sol brilla sobre el campamento durante la visita. El aire otoñal sigue siendo cálido en esta zona del bosque. Los caminos de tierra están secos en este momento, pero cuando lleguen la lluvia y la nieve será traicionera para caminar.
Los refugiados barberos cortan el pelo a amigos y familiares; hay tenderos no oficiales vendiendo refrescos en mesas plegables; y la música kurda suena a todo volumen. Es un grupo con más probabilidades de disponer de dinero para pagar a los traficantes, por lo que suelen pasar menos tiempo aquí antes de cruzar a Reino Unido. Algunos tienen suficiente dinero para comprar algunos productos básicos en el supermercado cercano.
La situación puede empeorar
Navid es kurdo y habla un perfecto inglés. Se vio forzado a abandonar Irán tras participar en protestas contra el Gobierno, una acción que se castiga con la muerte, y ser llamado a comparecer ante un tribunal. “Estudié Ingeniería Mecánica en una de las mejores universidades de Irán”, dice. “Viajé por nueve países para llegar hasta aquí, hice el viaje a pie gran parte del tiempo. Duró meses. Espero poder cruzar pronto el Canal de la Mancha hasta Reino Unido. Somos refugiados, no tenemos otro camino”.
Una mujer de Eritrea se sienta en el suelo con su bebé de cinco meses. Sus dos hijos mayores juegan cerca. Como muchos, huye de más de un problema. Cuando era niña escapó de Eritrea con su familia para crecer en Sudán, país del que finalmente también tuvo que escapar. Llegó a Alemania en busca de refugio y allí se casó con un hombre que se fue haciendo cada vez más violento y amenazante, por lo que se vio obligada a huir de nuevo, esta vez con tres niños pequeños a cuestas. “Todo es una mierda”, dice. “No tengo otras palabras para describir mi situación”.
Mientras los grupos y políticos antimigrantes aumentan la presión sobre Patel para que adopte una línea dura con las personas que tratan de llegar a Reino Unido, los defensores de los derechos humanos sostienen que los planes de la ministra de Interior de hacer “inviable” el cruce del Canal de la Mancha no hacen más que poner en peligro más vidas, porque a la gente desesperada no le queda más remedio que seguir intentando cruzar, a pesar de todo.
Se prevé que la situación de los migrantes que esperan para cruzar empeore. Choose Love, una de las principales fuentes de financiación, va a dejar de sufragar al menos a siete organizaciones locales en Calais y Dunkerque que proporcionan a los migrantes alimentos, agua, ropa, materiales para refugios básicos, leña para cocinar y no pasar frío, y carga para los teléfonos móviles. Choose Love es una de las organizaciones benéficas más conocidas que apoyan a los refugiados del norte de Francia. Entre los que han contribuido a recaudar fondos para ella figuran Dua Lipa, Olivia Colman, Jude Law, Stella McCartney y el grupo Coldplay.
Mientras tanto, los desalojos policiales siguen en marcha. Según la organización Human Rights Observers, la Policía llevó a cabo más de 950 operaciones rutinarias de desalojo en Calais y al menos 90 en Grande-Synthe en 2020, incautando casi 5.000 tiendas de campaña y lonas, así como de cientos de mantas y sacos de dormir.
Los periodistas fueron testigos de uno de esos desalojos matutinos en Calais. Aparecen cinco furgonetas de la Policía, los migrantes recogen sus camas y se apartan. Los camiones de la limpieza vienen en busca de las pertenencias que quedan y los migrantes regresan al mismo lugar para volver a acostarse, a la espera de un nuevo intento de cruce del Canal. Hoy el camión de la limpieza se va vacío. A los migrantes no les queda ninguna pertenencia que quitarles.
A los refugiados se les niega un techo, agua corriente, y electricidad, como si estuvieran en zona de guerra. A escasos metros de ellos viven ciudadanos franceses con acceso a todo eso en sus hogares de las afueras. La desigualdad no pasa desapercibida para los defensores de los derechos humanos en la zona. Han iniciado una huelga de hambre que no detendrán, dicen, hasta que las autoridades francesas detengan los desalojos.
“Intentamos dialogar y protestar en la calle, pero nada cambió, así que tuvimos que tomar medidas radicales”, dice Anaïs Vogel, una de las huelguistas de la organización Secours Catholique, creada en la iglesia San Pedro de Calais. “Queremos que cesen los desalojos; todos somos humanos y todos somos iguales”.
De vuelta a Grande-Synthe, está Rashid, de 45 años, kurdo de Irak. Lleva solo dos días en Dunkerque, pero le ha costado varios años llegar hasta este campamento. Trabajaba como informático y guardia de seguridad y asegura que le pidieron que participara en la corrupción del Estado. Se negó y tuvo que huir.
De Turquía cruzó a Grecia, donde estuvo tres años atrapado. “Intentamos cruzar a Albania desde Grecia, pero en todas nos hicieron retroceder”, dice. “Al fin llegamos a Albania y pasamos 50 horas caminando por las montañas; estábamos muy cansados y queríamos parar, pero no podíamos. Aquí, mi ropa está mojada porque el agua entra en nuestra tienda, pero mi vida está a salvo. En este país no tengo miedo de dormir en la calle”.
Traducido por Francisco de Zárate.