Violencia en nombre del budismo
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La mañana del 21 de marzo, Mo Hnin, una mujer musulmana de 29 años cuyo nombre he cambiado por razones de seguridad, vio impotente como una turba descontrolada de extremistas budistas mataba a golpes a su marido, un carnicero halal, en una madrasa de la ciudad de Meiktila, en el centro de Birmania. Mo Hnin había pasado la noche escondida entre unos arbustos cercanos, refugiándose de una oleada de violencia anti-musulmana que asoló la ciudad dejando decenas de muertos y barrios enteros arrasados.
La violencia estalló el día 20 de marzo por la mañana como consecuencia de una discusión en una joyería entre los dueños, musulmanes, y una clienta que trataba de vender una diadema de oro. Tras la riña, una muchedumbre de budistas enfurecidos destruyó la tienda. Aquella misma tarde, siete musulmanes supuestamente mataron a un monje budista y eso encendió definitivamente la violencia contra los musulmanes. Aquel pogromo se prolongó durante dos días sin que la policía hiciera nada para detenerlo.
Cuando intervino el ejército para restaurar el orden, 42 personas habían muerto y unas 60 habían resultado heridas, según el balance oficial, pero la cifra real es probablemente más elevada: sólo en la matanza que presenció Mo Hnin fueron asesinadas al menos 33 personas, además de su marido, según un informe de Physicians for Human Rights.
A principios de abril, cuando viajé a Meiktila para investigar la violencia, prácticamente no quedaban musulmanes en aquella ciudad de unos 100.000 habitantes. Unas 18.000 personas, la mayoría musulmanas, se habían visto obligadas a abandonar sus casas y vivían entonces en campos de desplazados internos improvisados en escuelas vigiladas por el ejército. Eran nuevos desterrados en su propia tierra, en un país en el que ya se cuentan por centenares de miles. El acceso a los campos oficiales estaba prohibido a los periodistas, pero era posible visitar un campo clandestino cerca de la ciudad con algo más de 3.000 desplazados musulmanes, entre ellos Mo Hnin y su familia. A día de hoy, sólo una pequeña cantidad de los desplazados ha podido regresar a sus casas.
No es un caso aislado
Los pogromos anti-musulmanes de Meiktila no son ni mucho menos un suceso aislado. Tras el comienzo de la campaña de limpieza étnica contra la minoría apátrida rohingya en el Estado de Arakan, en el oeste del país, este año la violencia islamófoba se ha extendido a muchas otras partes del país: los barrios musulmanes de al menos 14 localidades de la región de Bago en marzo; a finales de abril en Oakkan, un pueblo al norte de Rangún, la antigua capital y mayor ciudad del país; a finales de mayo en Lashio, en el Estado Shan.
En todos esos sucesos se pudo ver a monjes, o a hombres vestidos como tales, participando en los ataques o apoyándolos. Sin embargo, a pesar de que los ataques han sido fundamentalmente unilaterales y prácticamente todas las víctimas son musulmanas, la autoridades sólo han detenido a musulmanes, acusados de instigar la violencia.
Birmania es un país de mayoría budista de algo más de 50 millones de habitantes, un 4 y un 8 por ciento de la ellos musulmanes, según diferentes cálculos (hace años que no se realiza un censo en el país y todas las cifras son meramente aproximadas). La mayoría budista considera su religión una parte esencial de su identidad nacional y siempre ha mirado con desconfianza a los musulmanes, muchos de ellos de origen indio, descendientes de trabajadores llevados por los invasores británicos durante el periodo colonial. A diferencia de los rohingya, a quienes el Gobierno y una gran parte de la población birmana consideran inmigrantes ilegales pese a llevar viviendo en Arakan durante siglos, las víctimas de los pogromos recientes han sido ciudadanos birmanos reconocidos como tales.
El miedo de la comunidad musulmana birmana es palpable en el barrio de Mingalar Taungnyunt, el principal barrio musulmán de Rangún. Por las noches, los vecinos instalan barricadas en las calles y organizan patrullas ciudadanas para defenderse de un posible ataque de extremistas budistas. Algunos extremistas aprovechan la oscuridad para recorrer las avenidas en coches profiriendo insultos islamófobos y amenazas.
Los vecinos se sienten desprotegidos y aseguran que la policía no está vigilando el barrio. Nunca vi un solo policía durante varias visitas nocturnas al barrio en el mes de abril. Los musulmanes también se sienten abandonados por Aung San Suu Kyi, la célebre líder de la oposición democrática birmana, que hasta el momento no ha utilizado su autoridad moral para defender ni a los rohingya ni al resto de musulmanes birmanos.
Los monjes que predican el odio
Resulta imposible no vincular la violencia a una campaña emprendida por varios monjes budistas para proteger la nación de una supuesta amenaza islamista. La campaña se llama 969, tres números que representan las “tres joyas” del budismo: los nueve atributos del Buda, los seis atributos del Dhamma (sus enseñanzas) y los nueve atributos de la Sangha (la comunidad monástica budista). A lo largo y ancho del país se pueden ver pegatinas con el símbolo de la campaña en tiendas y taxis. Su propósito es identificar los negocios en los que los “buenos budistas” deben gastar su dinero. El mensaje implícito es que los budistas deben evitar las tiendas de los kalar, un término ofensivo similar al inglés nigger con el que los birmanos se refieren a los descendientes de indios en general y a los musulmanes en particular.
Ashin Wirathu es la cara más visible del movimiento 969. Este monje de 45 años, que se autodenomina el “Bin Laden birmano” por su discurso ultra-nacionalista, se ha hecho famoso hasta el punto de ser la portada de la revista Time, lo que ha provocado una gran polémica en Birmania. En abril le entrevisté en su monasterio de Mandalay. Sentado en una silla, y con varios retratos enormes de sí mismo a su espalda, me habló de la conspiración para conquistar Birmania a lo largo de este siglo que, según él, han urdido los musulmanes y los acusó de obligar a mujeres budistas a casarse con ellos y convertirse al islam. “Según mis investigaciones, el 100 por cien de las violaciones de Birmania son cometidas por musulmanes”, sentenció.
Wirathu rechaza cualquier vínculo con la violencia. Sin embargo, los disturbios en Meiktila se produjeron poco después de que se difundiera por todo el país un video en el que advertía que los musulmanes estaban tomando la ciudad.
Aunque Wirathu es el más conocido, no es el único monje islamófobo de Birmania. El movimiento 969 nació el pasado mes de octubre en Moulmein, la capital del Estado Mon, en el este de Birmania. El monje Ashin Sada Ma, secretario general del 969 y diseñador del logo, afirma que se trata de una mera campaña para promover el budismo entre la población. Según él, la campaña fue lanzada por un grupo de monjes del Estado Mon, que no trabajan a nivel nacional, pero realizan giras por el país para difundir su mensaje, y cualquiera puede utilizar el símbolo “para sus propios fines”. Cuando le entrevisté, Sada Ma trató de distanciarse de Wirathu asegurando que actúa de forma independientemente del 969 original, pero su discurso islamófobo no se diferenciaba demasiado de los sermones del “Bin Laden birmano”.
Monjes que denuncian a otros monjes
Monjes que denuncian a otros monjesSon muchos los que sospechan que elementos del Gobierno y el ejército están detrás de la violencia y la campaña antimusulmanas. Los monjes y laicos que incitan al odio y perpetran la violencia están actuando con total impunidad y esta crisis está brindando al ejército oportunidad de presentarse como la única institución capaz de mantener el orden en un momento en el que está emprendiendo una transición a un Gobierno civil tras cinco decenios de dictadura militar.
No todos los monjes budistas predican el odio. No faltan quienes piensan que Wirathu y el movimiento 969 violan los preceptos budistas. Uno de ellos es Ashin Pumna Wontha, un monje de Rangún que pertenece al Peace Cultivation Network, una organización dedicada a promover el diálogo interreligioso y a coexistencia pacífica. Pumna Wontha es uno de los pocos birmanos que me dicho que los rohingya deberían ser considerados ciudadanos de pleno derecho y cree que Wirathu no es más que un títere preso de sus propios delirios de grandeza manipulado por los multimillonarios que controlan la economía birmana y elementos del ejército y el Gobierno.
En cualquier caso, el mensaje de monjes como Pumna Wontha no disfruta de la difusión de los sermones islamófobos de Wirathu y otros monjes extremistas. Según un diputado al que entrevisté en Meiktila, los videos de Wirathu se pueden ver en los autobuses de las empresas del ejército y sus videos se pueden encontrar en cualquier mercado del país. En estas circunstancias, en las que la religión budista se ha convertido en un instrumento de movilización nacionalista, es perfectamente posible que vuelvan a repetirse matanzas como la del pasado mes de marzo en Meiktila.