“Es difícil romper la imagen mediática de los budistas como fuerza de paz. La idea de un monje budista extremista incitando al asesinato de minorías religiosas es difícil de asimilar para la gente de fuera de la región”.
Así comenzaba su intervención Wai Wai Nu, abogada y defensora birmana de los derechos humanos, en el foro de libertad de expresión y religión de Asia del Sur celebrado en Jakarta entre el 3 y el 5 de junio. El foro, organizado por la Asociación por el Progreso de las Comunicaciones y Bytes for All, entre otras organizaciones regionales, reunió a 70 defensores de derechos humanos, activistas y periodistas de la región, en un contexto de aumento de las tensiones entre libertad de expresión y religiosa.
“El propio hecho de estar en este encuentro, con nuestros vecinos, como rohingya, es un acto de resistencia”, afirma Wai Wai Nu en entrevista con eldiario.es, en Jakarta. “Nombrarnos es un acto de resistencia, frente los intentos de deshumanizarnos e invisibilizarnos”.
Tanto la presencia de Wai Wai Nu en el foro como la incorporación de la causa rohingya en el programa desafían la postura del régimen birmano, para el que los rohingya, una comunidad de alrededor de 1.300.000 personas que forma parte de la minoría musulmana residente desde hace siglos en el país, no existen. Desposeídos de la nacionalidad birmana en 1982, el gobierno se refiere a esta comunidad como “bengalíes”, considerándolos emigrantes irregulares procedentes de Bangladesh y no nativos de Birmania.
En marzo de 2014 las autoridades prohibieron el uso del término, obligando a los miembros de esta comunidad a registrarse como “bengalíes” en el censo de ese año. La consideración del término como tabú se ha ido extendiendo a actos públicos de países vecinos como la cumbre sobre inmigración irregular celebrada el 29 de mayo en Tailandia, en la que las referencias a los “rohingya” fueron sustituidas por “inmigrantes irregulares” y “gente de los barcos”.
A consecuencia de la violencia sectaria entre rohingyas y budistas arakaneses que estalló en 2012, unos 140.000 rohingyas viven en campos de desplazados internos que, según organizaciones de derechos humanos, se asemejan a campos de concentración en los que esta comunidad vive en condiciones deplorables y privada de libertad de movimiento. La alternativa por la que han tomado muchos es la de ponerse en manos de traficantes de personas para huir del país en barco.
Una especie de Dalai Lama rohingya
Después de pasar siete años en la cárcel y tras su liberación en 2012, Wai Wai Nu se ha convertido en una figura clave de la defensa tanto de las minorías religiosas como de los derechos de las mujeres en Birmania. Una especie de Dalai Lama rohingya, en un momento en que esta minoría sufre una limpieza étnica por parte de las autoridades birmanas, según denuncian organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch.
Wai Wai Nu sufre amenazas y visitas frecuentes de las autoridades, asegura a eldiario.es. “Pero tengo que seguir trabajando porque estoy en una posición privilegiada para hablar contra estas injusticias. Yo creo en la democracia, y la verdadera democracia no es la dictadura de la mayoría sino la protección de los derechos de todos”.
Insiste en definirse como demócrata. En la promoción de la democracia se enmarca todo su trabajo en Birmania, país alabado por sus reformas democráticas a pesar de haberse ido alejando progresivamente de ese proceso democrático iniciado en 2012, tras décadas de dictadura militar. Para algunos analistas, el proceso democrático fue un simple lavado de imagen de cara a la comunidad internacional y su estancamiento demuestra que los generales no tienen intención de avanzar en esa dirección.
El activismo de Wai Wai Nu es el resultado de los siete años que pasó encarcelada como represalia por la actividad política de su padre, Kyaw Min, que fue elegido miembro del parlamento en las elecciones de 1990 y figura clave del Comité Representante del Parlamento Popular del país. Toda la familia de Kyaw Min fue arrestada en 2005, incluida su mujer y sus dos hijos. Wai Wai Nu tenía 18 años.
Desde su liberación, trabaja dentro y fuera del país en combatir las políticas racistas de las autoridades, espoleadas por grupos de monjes extremistas que han ido cobrando fuerza en los últimos años. Es fundadora de la Red de Mujeres por la Paz de Arakan, desde la que trabaja por los derechos de las mujeres y los niños. Internacionalmente, promueve la visibilidad de la minoría rohingya en las Naciones Unidas y con gobiernos de otros países. A nivel local, gestiona proyectos educativos y de sensibilización en construcción democrática, respeto a la diversidad y transformación de conflictos. La última campaña, “my friend” (mi amigo/a), promueve el acercamiento entre miembros de distintas comunidades religiosas, que hasta hace poco habían convivido pacíficamente.
Leyes pensadas para controlar a las minorías
“En Birmania se acaba de aprobar una ley que está pensada para controlar a la minoría musulmana, en especial la rohingya, pero también es una violación de los derechos de las mujeres”, asegura Wai Wai Nu. Se refiere a la nueva regulación de la natalidad y el matrimonio interconfesional aprobada por el presidente, el ex-general Thein Sein, e impulsada por los monjes nacionalistas budistas para tratar de frenar el crecimiento de la población musulmana.
Bajo el amparo de esta ley, los gobiernos regionales podrán, entre otras medidas, forzar a las mujeres de las distintas localidades del país a guardar períodos de tres años entre parto y parto. No es la primera en un país en el que los musulmanes han sido sometidos a diferentes medidas de control de la natalidad en los últimos años, y tampoco parece que vaya a ser la última, con dos nuevas leyes pendientes de aprobación, entre ellas una que requerirá el permiso de las autoridades para quien quiera cambiar de religión.
“Todas estas leyes aumentan el riesgo de discriminación contra las minorías, además de suponer un golpe para los derechos de las mujeres en Birmania. Ahora que miles de personas rohingya están huyendo del país en barco, la legislación envía el peor mensaje a estas comunidades”, decía el 27 de mayo la enviada especial de la ONU para los derechos humanos en Birmania Yanghee Lee, que también ha sufrido ataques de las autoridades budistas por pronunciarse contra las violaciones de derechos humanos en el país. El monje Wi Ra Thu, aclamado por muchos como héroe nacionalista, llegó a decir públicamente que si a Yanghee Lee se le ocurría acercarse al país, “tendría que reunirse con sus sandalias”.
“Estas medidas están empujando a la población rohingya a los barcos de la muerte que vemos a diario en las noticias”, insiste Wai Wai Nu, en referencia a los miles de refugiados rohingya que han vagado durante meses a la deriva en el Mar de Andamán, y a los cerca de 100.000 que se han lanzado al mar desde mediados de 2014. “Hay una relación de efecto-causa entre las políticas racistas y el drama humanitario que estamos viviendo”.
Sin embargo, esta misma semana las autoridades denunciaban en Rangún el “complot mediático internacional contra Birmania”, y negaban tener responsabilidad alguna en lo referente a “la gente de los barcos”.
“La tensión en Birmania y en el resto de la región no es entre budistas y musulmanes”, concluye Wai Wai Nu. “Es una lucha de ciertos grupos para aferrarse al poder, utilizando el racismo para dividir a la población. El régimen militar lleva años siguiendo esta estrategia, para continuar acumulando poder y evitar un verdadero proceso democrático”.