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“El cambio de uso de la ciudad nos lleva a considerar a los vecinos como consumidores del espacio público”

En Marina d'Or, la playa está hecha con arena de obra, el mármol de las columnas “del mayor balneario científico de agua marina de Europa” es en realidad pintura y los peces que engordan en los estanques son carpas japonesas flotando en su propia crisis existencial. La urbanización oropesana representa el sueño turístico del cambio de milenio, pero como los tiempos ahora sí que adelantan una barbaridad, su modelo ha quedado superado por lo que prometía su eslogan. Para qué inventarse una ciudad de vacaciones si podemos convertir la ciudad, cualquier ciudad, en un resort. Atrapar esa profecía como título para el libro que coordinan es el primer acierto de Claudio Milano y José Mansilla, pero no es el único.

Ciudad de vacaciones. Conflictos urbanos en espacios turísticos (Pol·len Edicions, 2019) es un recorrido que presenta doce casos de estudio de lugares de la península ibérica y América Latina escritos por distintos investigadores, un buen tratado para entender la magnitud de un fenómeno que está transformando el paisaje y la forma de vida en las ciudades. Y para entender, también, que es un fenómeno mucho más complejo de lo que tendemos a querer ver. En primer lugar, porque no es algo que suceda de forma natural, sino que tiene su origen en la evolución de una economía de mercado cada vez más concentrada, globalizada y financiera. Además, porque no le toca sólo a cuatro sitios más o menos desgraciados, no es cosa de Venecia, Barcelona y Lisboa sino que ocurre también en Granada, San Cristóbal de las Casas, Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires (que tienen cada una su capítulo en el libro). Y, por supuesto, porque va mucho más allá del impacto de las viviendas turísticas y participa en multitud de conflictos urbanos.

El libro es una oportunidad para plantear cuestiones a dos personas que llevan años en el análisis crítico de la industria turística, dos antropólogos que además son profesores en Ostelea Barcelona, una prestigiosa escuela de turismo a la que acuden estudiantes de todo el mundo y que, gracias a Claudio y a José (y a algunos otros profesores que andan por ahí y en la sede de Madrid), se llevan alguna duda del relato hegemónico que asegura que el turismo es, siempre y de cualquier manera, un gran invento.

Más de 700 de los 1.800 millones de llegadas internacionales en 2018 han sido en Europa, el continente que más visitantes atrae y el que más suele crecer, ¿hay que entender el turismo como algo inevitable y tratar de paliar sus impactos negativos o podemos todavía pensar otros modelos de ganarnos la vida?

José Mansilla: Ambas cosas son, de momento, necesarias. Desde hace décadas el turismo está presente en nuestras vidas. Es un tópico, lo sé, pero todos y todas somos o hemos sido, en algún momento, turistas. Dicho esto, también es verdad que el turismo hay que gobernarlo, como cualquier sector económico. El hecho de que, de forma tradicional, se haya considerado al turismo como una “industria sin chimeneas” no nos puede hacer olvidar que, como actividad productiva, genera externalidades, y hay que gestionarlas. Ahora bien, la economía de cualquier territorio no puede depender de un único sector, hay que diversificar. Creo que esos “otros modelos de ganarnos la vida” pasan, en el caso de Barcelona, por una apuesta decidida por cierta reindustrialización de amplias miras, evitando visiones irreales y fetichistas de cuestiones como las nuevas tecnologías.

Claudio Milano: Histórica y globalmente, los indicadores cuantitativos han representado la única manera de medir el éxito del fenómeno turístico. Sin embargo, en un mundo contemporáneo hipermóvil, con nuevas identidades en tránsito, los nómadas digitales, los residentes flotantes o la studentification de nuestras ciudades, es inevitable hablar de una turistificación intangible. Asimismo, es complicado desvincular lo que puede ser turístico de lo que no lo es. Lo que sí resulta necesario es entender que el turismo es una de las mayores fuerzas económicas y que está produciendo cambios en los espacios urbanos. Por tanto, precisa de políticas ad hoc que regulen una maquinaria que se alimenta de muchos otros sectores. Eso sí, al ser un sector que engloba múltiples ámbitos, no podemos relegar la resolución de sus impactos negativos sólo a los quehaceres turísticos, sino a las más amplias responsabilidades de las agendas políticas urbanas.

Robert Fletcher habla en el prólogo del libro de cómo, tanto los estudios turísticos como los de ciudad, han estado lentos a la hora de fijarse y analizar el actual impacto turístico en los paisajes urbanos. ¿Por qué creéis que ha sucedido?

JM: Por un lado, porque la realidad académica siempre es más lenta que la propia vida. Y, por otro, porque, como decía antes, no se ha sido capaz de ver las orejas al lobo, pese a que algunos y algunas llevaban tiempo advirtiéndolo desde hace tiempo. A esto hay que sumarle el hecho de que las medidas de corte neoliberal, como la desregulación del mercado inmobiliario y laboral, la privatización de bienes urbanos, etc., que tan gran impacto han tenido y seguirán teniendo en nuestras ciudades, se han introducido lentamente, quizás con un punto álgido en la reciente crisis de 2008, que ha servido para dar una última vuelta de tuerca al tema.

CM: Yo creo que el sensacionalismo mediático ha arrojado luz sólo recientemente sobre los conflictos urbanos en ciudades turísticas, aunque hace décadas los investigadores sociales ya venían denunciando las desigualdades y externalidades producidas por el sector en espacios rurales y urbanos. Tal vez antes hablábamos más de convivencia y de la relación desigual del binomio turismo y desarrollo. En la última década, nuevos neologismos tales como el anti-turismo y la supuesta turismofobia han hecho que se vuelva a hablar de conflictos turísticos. Sin embargo, clásicos como La Horda Dorada, el turismo internacional y la periferia del placer, de Louis Turner y John Ash, Turismo: ¿pasaporte al desarrollo? Perspectivas sobre los efectos sociales y culturales del turismo en los países en vías de desarrollo, de Emanuel De Kadt, o El turista, una nueva teoría de la clase ociosa, de Dean Mac Cannell, cuestionaban el desarrollo turístico ya en la década de los setenta.

Igual es que las cosas ahora van demasiado rápidas. Este bum turístico coincide, como otros, con ciclos económicos expansivos para salir de periodos crisis pero en un momento en que los capitales inmobiliarios y financieros se manejan en el tablero mundial con muchas más facilidades.

JM: Claro, a eso me refería con lo de las medidas de corte neoliberal. La reforma del capitalismo de finales de los setenta llevó, entre otras cuestiones, a una liberalización de los capitales: éstos han pasado a moverse casi libremente a nivel global. En un artículo publicado a comienzos de siglo por Neil Smith, hacía referencia a esta situación señalando que en Estados Unidos el mercado financiero generaba el 40% de las plusvalías de todo el país. Esta financiarización de la economía ha hecho, como señalan muchos autores, que los ciclos de expansión y crisis se hagan más cortos. Todo se ha acelerado.

CM: Si bien hay una aceleración del capital turístico transnacional, también hay jugadas que no podemos prever. Las mismas crisis periódicas que produce el capitalismo de tinte neoliberal se arreglan, utilizando el concepto de “arreglo espacial” de David Harvey, a través de la fijación del capital. En el marco del turismo internacional, esta fijación se produce mediante inversiones inmobiliarias y, más recientemente, con la emergencia de la inversión turística a través del capitalismo de plataforma.

Hay que mirar también a las administraciones. Las ciudades viven ahora una competición en la que el turismo es uno de los marcadores esenciales, parece como si se comportaran como influencers, deseosas de captar atenciones y miradas.influencers

JM: Efectivamente, las ciudades, al hilo de lo anterior, compiten a nivel internacional por la atracción de capitales, de talento, etc. Esto tiene múltiples y diversas características: medidas de control del espacio público, de espectacularizaciónde su paisaje urbano, museificación, etc., todo con el objetivo de conseguir mantener o incrementar el nivel de inversiones. Este hecho ya venía siendo advertido por gente como David Harvey a finales de los ochenta. El caso de Barcelona, por ejemplo, es paradigmático. Su puesta en el mapa a raíz de la celebración de los Juegos Olímpicos del 92 la introdujo en esta competición. Ahora bien, aunque a muchos ya les gustaría, la capital catalana sigue siendo una ciudad de segunda categoría, es decir, no compite con Londres o París sino, más bien, con Praga o Lisboa.

CM: La actual relación entre ciudad y turismo parece indestructible. Junto al cambio de uso de la ciudad, la reestructuración espacial y las transformaciones regulatorias de finales de los setenta, el turismo urbano o, si queremos utilizar un término técnico de la economía turística, el citybreak viene a llenar el vacío dejado por este cambio de uso. Las ciudades han pasado de ser lugares para la reproducción social y se han vuelto parte integrante y fundamental de las dinámicas de producción y consumo. Ahí el turismo resulta un dispositivo fundamental para que la maquinaria funcione. En este caso, esta relación de producción y consumo ocurre a través de la brandización de las ciudades como propios productos y atractivos turísticos.

Y esa obsesión por generar marcas e identidades propias al final logra el efecto contrario: la uniformización de los lugares, las experiencias y hasta los conflictos. ¿Puede ocurrir que el turismo llegue a tapar los problemas de fondo?

JM: El turismo tiene una parte ideológica, en el sentido marxista, es decir, de generación de falsa conciencia. En el libro, esto queda muy patente en el caso de San Cristobal de las Casas, Chiapas, México. Es un caso paradigmático porque las políticas turísticas están dirigidas a desmontar y desactivar la lucha y los avances del zapatismo. Pero no es único, el turismo lleva años vendiéndose como una estrategia barata y accesible de desarrollo. En cuanto a lo que señalas de uniformización, etc., ésa es una de las contradicciones que genera el capitalismo en las ciudades: para competir hay que diferenciarse, pero a medio plazo, no hay nada más parecido al centro de una ciudad global... que el centro de otra ciudad global.

CM: Este fenómeno es lo que podríamos llamar el círculo vicioso del malestar social que genera el turismo. Si bien la tendencia histórica que ha caracterizado las motivaciones turísticas ha sido la búsqueda de una supuesta autenticidad, cuanto más se turistifican los espacios urbanos, más se parecen entre sí. Es decir, buscamos lugares auténticos y poco masificados y, así, la parafernalia turística a través de la especialización del tejido comercial, la airbnización de las viviendas y la residencialidad flotante, entre otras prácticas, acaba por uniformarlos. Es justamente una de las paradojas turísticas y del propio tardo capitalismo.

Se habla repetidamente en el libro de cómo la revalorización de los barrios del centro a través de proyectos de regeneración y protección del patrimonio ha ejercido como catalizador del turismo urbano. ¿Tiene sentido mejorar la ciudad para que no la disfruten los ciudadanos?

JM: Claro que tiene sentido, esto nunca se puede perder de vista. Pero también es verdad que estas mejoras tienen que venir acompañadas de medidas que permitan que éstas sean disfrutadas por los vecinos y vecinas de la zona. En el caso del Estado español, es realmente complicado, entre otras cosas, porque el reparto competencial actual impide a los Ayuntamientos controlar el precio de los alquileres o intervenir de manera decidida en el mercado inmobiliario.

CM: Es importante que las regeneraciones urbanas estén pensadas para los ciudadanos y no exclusivamente para procesos de higienización urbana que tengan el objetivo de atraer capitales e inversiones turísticas. El cambio de uso de la ciudad nos ha llevado a considerar los propio vecinos y vecinas como usuarios y consumidores del espacio público. Un espacio que tiene que ser desconflictivizado para ser consumido.

En ese aspecto, el texto sobre Río de Janeiro es esclarecedor cuando muestra cómo la pacificación de las favelas no la acaban disfrutando los moradores originales sino gente de más poder adquisitivo y turistas.

JM: Exacto. La gentrificación, en este caso, lleva hasta espacios que se pensaron nunca podían ser gentrificados. En este sentido, las experiencias empíricas parecen darle la razón a autoras como Loretta Lees cuando usa el término “gentrificación planetaria”, esto es, las dinámicas de desplazamiento socio-espacial que generan ciertas políticas urbanas con la ayuda del capital internacional sólo tienen un límite: el propio planeta.

CM: Esta parece ser otra paradoja del sistema capitalista. Generamos desigualdades que luego acaban por ser atractivos turísticos. La curiosa “mirada turística”, utilizando el concepto del sociólogo John Urry, llega hasta barrios y lugares fuera de la “burbuja turística”, así llamada por Dennis Judd. Por tanto, acabamos no teniendo unos limites entre lo que es turístico y lo que no lo es. En definitiva, todo puede ser turístico y, la turistificación, así como la gentrificación, supera las fronteras simbólicas y física de los propios centros turísticos.

Uno de los valores del libro son los textos sobre las realidades de ciudades latinoamericanas en las que aún no está tan extendida la visión de la masificación turística como un problema, sino casi más bien como un anhelo. ¿Cómo serán en ellas los procesos que ya se han vivido en las europeas?

JM: No sólo en América Latina, también podemos ver eso aquí, en nuestra propia casa. El turismo, como hemos señalado antes, se sigue apareciendo como una posibilidad blanda de desarrollo. Creo que las dinámicas de turistificación y gentrificación tienen una base común que se hace presente de forma específica cuando toma tierra a nivel territorial. Por ejemplo, en América Latina, autores como Daniel Hiernaux han popularizado el término “gentrificación criolla”, ya que allí la gentrificación no es sólo un proceso que se puede explicar en términos de clase, sino también en base a cuestiones étnicas, etc.

CM: En el libro analizamos diferentes casos de América Latina y de la península ibérica. Sin embargo, la cuestión turística es global. El sector turístico y, en muchas ocasiones las entidades gubernamentales, se han dedicado a promover atractivos turísticos en lugar de gestionar, planificar y poner en marcha mecanismos de gobernanza turística participativa. Si no planificamos un destino estaremos inevitablemente planificando el fracaso del mismo. Si pensamos a la ciudad de Barcelona, por ejemplo, el primer plan estratégico de turismo se aprobó en 2010. Casi dos décadas después de que la marca y el destino Barcelona empezara a promocionarse: el Consorcio de Turisme de Barcelona, el cual se dedica a la promoción de la ciudad como destino turístico, se creó en 1993.

Justo en el capítulo dedicado a Barcelona que escribís vosotros, citáis a Horacio Capel cuando dice que las Olimpiadas fueron un mito ciudadano con un simbolismo que generó muy poca contestación. De alguna manera, ha sucedido lo mismo hasta ahora con el turismo, que es un relato hegemónico muy poco puesto en duda.

JM: Sí, es cierto. Pero creo que esa época se ha acabado. Las nuevas propuestas de celebración de estos mega-eventos, afortunadamente, ya no son recogidas entre aplausos, sino, más bien, entre grandes críticas. Los Juegos Olímpicos de Invierno, por ejemplo, han sido ya rechazados por varias ciudades y las recientes propuestas, de ciertos candidatos a la alcaldía de Barcelona, por celebrar otros o una Exposición Universal, no están siendo recibidos con los brazos abiertos.

CM: Igualmente, creo que, si bien el mito de los grandes eventos sigue siendo valorado como el maná caído del cielo, esta época está llegando a su fin. Esta visión simplista de desarrollo económico medido sólo con indicadores cuantitativos necesita una reinterpretación. En el mismo sector turístico hemos medido los éxitos del sector según las llegadas turísticas. En este sentido necesitamos un profundo cambio de paradigma en la manera en que valoramos los éxitos del turismo en nuestras ciudades.

En Marina d'Or, la playa está hecha con arena de obra, el mármol de las columnas “del mayor balneario científico de agua marina de Europa” es en realidad pintura y los peces que engordan en los estanques son carpas japonesas flotando en su propia crisis existencial. La urbanización oropesana representa el sueño turístico del cambio de milenio, pero como los tiempos ahora sí que adelantan una barbaridad, su modelo ha quedado superado por lo que prometía su eslogan. Para qué inventarse una ciudad de vacaciones si podemos convertir la ciudad, cualquier ciudad, en un resort. Atrapar esa profecía como título para el libro que coordinan es el primer acierto de Claudio Milano y José Mansilla, pero no es el único.

Ciudad de vacaciones. Conflictos urbanos en espacios turísticos (Pol·len Edicions, 2019) es un recorrido que presenta doce casos de estudio de lugares de la península ibérica y América Latina escritos por distintos investigadores, un buen tratado para entender la magnitud de un fenómeno que está transformando el paisaje y la forma de vida en las ciudades. Y para entender, también, que es un fenómeno mucho más complejo de lo que tendemos a querer ver. En primer lugar, porque no es algo que suceda de forma natural, sino que tiene su origen en la evolución de una economía de mercado cada vez más concentrada, globalizada y financiera. Además, porque no le toca sólo a cuatro sitios más o menos desgraciados, no es cosa de Venecia, Barcelona y Lisboa sino que ocurre también en Granada, San Cristóbal de las Casas, Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires (que tienen cada una su capítulo en el libro). Y, por supuesto, porque va mucho más allá del impacto de las viviendas turísticas y participa en multitud de conflictos urbanos.