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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Carta a una ministra aventurera

Juventud Sin Futuro

César Octavio Domínguez Sánchez de la Blanca —

“Are you going to Spain for Christmas?” “Oh, yes, you can be sure!” Esta breve conversación se me repite últimamente con bastante frecuencia desde que El Corte Inglés y sus homólogos británicos nos venden que YA es navidad. A casa vuelve por Navidad, eso rezaba el anuncio. El problema es cuando uno ya no sabe cuál es su casa. Este será el octavo año que vuelva a casa por Navidad. Primero desde Alemania, luego desde Italia, luego desde Suiza y ahora desde Inglaterra. Sí, señora ministra, tiene usted razón, yo fui uno de esos jóvenes aventureros que se fueron de Erasmus y se engancharon al “rollito internacional”. El problema, señora ministra, es que después de tantas aventuras, 8 años y algunas incipientes canas más, mire usted por dónde, me apetecía a mí volver a España. No nos engañemos, a pesar de lo mucho que les criticamos su gestión, no todo en España es tan malo. Y aunque lo fuera, es mi cultura, es de donde soy, donde más a gusto me siento y donde tengo muchísima gente importante para mí, incluida mi familia. Y no se engañen. Es precisamente gracias al concepto de familia que tenemos los españoles que esta crisis se les está haciendo a ustedes mucho más fácil, no lo duden un momento.

Como ya se ha leído en muchas ocasiones, ustedes nos dijeron que cuanto más nos preparásemos, más fácil sería encontrar trabajo. Venga, fardemos un poco. Después de un doctorado en física hecho en el CERN (el mayor centro de aceleradores de partículas de mundo, en Ginebra, al que por cierto su gobierno por poco deja sin financiación española), hablar fluidamente 5 idiomas, tener el título del CAP, un grado profesional de música y experiencias muy variopintas en investigación y educación, simplemente quería dar clase en un instituto de secundaria, a ser posible en España. Creo firmemente que la educación es la única manera que tenemos de cambiar las cosas, y venía dispuesto a aportar mi granito de arena para ayudar a salir de la terrible situación en la que está el país. Pero parece que o no estaba suficientemente formado o es que simplemente no había trabajo ni en la escuela privada, ni en la concertada. Porque claro, de la pública ni hablamos, con las ridículas tasas de reposición que su gobierno ha impuesto. La indiferencia por parte de la mayoría de colegios e institutos en los que deposité mi currículum, créame, señora ministra, hace bastante daño psicológico. Así que acostumbrado ya al extranjero y sin ganas de esperar más por evitar esa inevitable frustración de no encontrar trabajo con las manos llenas de títulos y experiencia, hice las maletas y probé suerte fuera de nuevo. Esta vez en Inglaterra. Y esta vez al exilio, no a la aventura.

Y aquí debo reconocer que mi experiencia es muy distinta a la de muchísimos otros compatriotas exiliados. Para mí aquí todo han sido alfombras rojas, lo cual, después del daño psicológico mencionado, es muy gratificante. A todos nos gusta que nos reconozcan nuestros méritos. Pero aquí no sólo me los han reconocido sino que me han dejado a su cargo lo más preciado que tiene un país: su juventud. La juventud es el futuro de un país y es por tanto en la educación donde está la clave para su devenir. Ustedes no sólo están destrozando el presente deportando a “la generación más preparada”, esa que antaño era el futuro, y que ahora es el presente para otros países. Ustedes también están destruyendo el futuro, están desmantelando la educación, están condenando al fracaso a un país entero que, a pesar de ustedes y los que les precedieron, tiene muchas cosas buenas. Usted no se imagina las ganas que tengo de volver a Sevilla estas vacaciones. Usted no se imagina cómo se siente un exiliado echando de menos a su gente, el humor de su tierra, los cielos azules del sur de España. Usted no se imagina cómo me gustaría poder volver algún día a ser el presente de mi país.

“Are you going to Spain for Christmas?” “Oh, yes, you can be sure!” Esta breve conversación se me repite últimamente con bastante frecuencia desde que El Corte Inglés y sus homólogos británicos nos venden que YA es navidad. A casa vuelve por Navidad, eso rezaba el anuncio. El problema es cuando uno ya no sabe cuál es su casa. Este será el octavo año que vuelva a casa por Navidad. Primero desde Alemania, luego desde Italia, luego desde Suiza y ahora desde Inglaterra. Sí, señora ministra, tiene usted razón, yo fui uno de esos jóvenes aventureros que se fueron de Erasmus y se engancharon al “rollito internacional”. El problema, señora ministra, es que después de tantas aventuras, 8 años y algunas incipientes canas más, mire usted por dónde, me apetecía a mí volver a España. No nos engañemos, a pesar de lo mucho que les criticamos su gestión, no todo en España es tan malo. Y aunque lo fuera, es mi cultura, es de donde soy, donde más a gusto me siento y donde tengo muchísima gente importante para mí, incluida mi familia. Y no se engañen. Es precisamente gracias al concepto de familia que tenemos los españoles que esta crisis se les está haciendo a ustedes mucho más fácil, no lo duden un momento.

Como ya se ha leído en muchas ocasiones, ustedes nos dijeron que cuanto más nos preparásemos, más fácil sería encontrar trabajo. Venga, fardemos un poco. Después de un doctorado en física hecho en el CERN (el mayor centro de aceleradores de partículas de mundo, en Ginebra, al que por cierto su gobierno por poco deja sin financiación española), hablar fluidamente 5 idiomas, tener el título del CAP, un grado profesional de música y experiencias muy variopintas en investigación y educación, simplemente quería dar clase en un instituto de secundaria, a ser posible en España. Creo firmemente que la educación es la única manera que tenemos de cambiar las cosas, y venía dispuesto a aportar mi granito de arena para ayudar a salir de la terrible situación en la que está el país. Pero parece que o no estaba suficientemente formado o es que simplemente no había trabajo ni en la escuela privada, ni en la concertada. Porque claro, de la pública ni hablamos, con las ridículas tasas de reposición que su gobierno ha impuesto. La indiferencia por parte de la mayoría de colegios e institutos en los que deposité mi currículum, créame, señora ministra, hace bastante daño psicológico. Así que acostumbrado ya al extranjero y sin ganas de esperar más por evitar esa inevitable frustración de no encontrar trabajo con las manos llenas de títulos y experiencia, hice las maletas y probé suerte fuera de nuevo. Esta vez en Inglaterra. Y esta vez al exilio, no a la aventura.