Un blog de Juventud Sin Futuro pensado por y para los jóvenes que viven entre paro, exilio y precariedad. Si quieres mandarnos tu testimonio, escríbenos a nonosvamosnosechan@gmail.com.
¿La generación más preparada de la historia o aprendices medievales?
- La Oficina Precaria trabaja desde hace varios años visibilizando y denunciando la precariedad laboral a la que nos han condenado.
- Su campaña “No más becas por trabajo” pone sobre la mesa el hecho de que se ha condenado a la juventud a ser eternos becarios, al menos en sueldo y derechos laborales porque no en volumen de trabajo y responsabilidades, quitándonos así la oportunidad de poder construir una vida digna.
Dicen que formamos parte de la generación más preparada de la historia, esa que se creyó que el esfuerzo y la preparación eran la promesa de un futuro para el que ahora hacemos cola en una lista de espera interminable.
Se ha escrito mucho de nosotras y nosotros: que nos echan y que tenemos que buscar fuera el empleo que no tenemos dentro, que no podemos emanciparnos, que de nuestra indignación han nacido nuevas fuerzas políticas que aspiran a cambiar desde las instituciones lo que nos ha llevado a nuestra situación actual.
Queremos llamar la atención sobre otra de las situaciones que nos atraviesan: somos una generación-becaria. Nuestro acceso al mundo laboral se da desde el limbo de las prácticas en empresas, que no están reconocidas como empleo y casi siempre suponen fraude de ley.
¿Cuántas veces hemos oído la famosa frase “que lo haga la becaria”? En libros, series y películas la becaria es la última persona en llegar a la oficina y hace los recados que nadie quiere. La realidad nos habla de otra cosa: las y los becarios suelen hacer las mismas tareas que el resto de empleados.
Hacer el mismo trabajo que el resto implica asumir responsabilidades, no recibir formación y estar doblemente desprotegido: sin un salario digno (a veces directamente inexistente) y quedando fuera de la legislación laboral, porque curras pero sobre el papel eres estudiante. El abuso es tan flagrante que llega al fraude de ley la mayoría de las veces. A pesar de ello, es tan habitual y está tan extendido que se normaliza.
Parecemos aprendices medievales, que entran en el mundo del trabajo a través de la formación por salarios de miseria y profesando la máxima obediencia. Solo que nosotras no saldremos con un empleo estable ni recibiremos la formación que en teoría justifica nuestras infames condiciones.
¿Por qué no decimos que no? Nadie que esté a punto de terminar la carrera o que acabe de hacerlo está en casa rechazando ofertas: no hay curro y lo necesitamos. Las empresas lo saben y se aprovechan. Contratando personal en prácticas se ahorran sueldo y cotizaciones y por eso, con la excusa de la crisis, las prácticas se han extendido a todo tipo de empleos. También a los que no requieren una capacitación específica.
Los empresarios usan las becas fraudulentas para compensar los “recortes de personal” y por eso algunos de los puestos de empleo destruidos no se recuperarán. Donde antes había trabajadores con derechos ahora hay becarios y becarias vitalicios o en cadena: mano de obra gratuita o esclavitud moderna, en la Oficina Precaria lo llamamos becarización del mercado laboral.
Quienes hemos encadenado unas prácticas con otras sabemos que trabajar a cambio de nada o de muy poco implica no tener independencia económica y renunciar o posponer cualquier vida autónoma. En la Unión Europea tres de cada cuatro personas que reciben un “salario” por sus prácticas considera que es insuficiente para cubrir los gastos básicos, por eso el 48% están sustentados por sus familias.
En España el paro y la precariedad azotan a nuestra generación, pero también a la de nuestros padres, por lo que parece difícil que podamos permitirnos trabajar gratis. Es la enésima barrera para que personas no privilegiadas accedan algunos puestos de trabajo.
El “ascensor social”, que ya estaba averiado por una universidad mercantilizada y por la caída de las becas de estudio continúa su deterioro por culpa de las prácticas pobre o nulamente remuneradas.
Que nuestro acceso al empleo se haga desde un limbo sin derechos y con salarios (si hay) de basura tiene implicaciones en cómo pensamos los y las jóvenes el mundo laboral. No faltará quien compre la idea de que trabajar gratis para iniciarte en el empleo es un mal menor, que es necesario empezar por (muy) abajo para hacer poco a poco una carrera. Es lógico que se difunda: nos machacan con ella desde todas partes a edades cada vez más tempranas.
Las becas terminan por adiestrarnos en lo que será nuestra precariedad futura. Son el primer eslabón de una cadena de montaje que fabrica profesionales sumisos que saben que “lo normal” es carecer de derechos y de una remuneración justa.
Es hora de decir basta, no queremos volver a renovar la enésima beca pagando trescientos euros a centros de formación de dudosa legalidad. No queremos seguir regalando nuestro trabajo. No queremos que nuestras compañeras de clase se queden fuera porque sus padres no pueden complementar un sueldo de doscientos euros.
Queremos que nuestro empleo valga, que nuestro acceso al mundo laboral sea digno y con derechos. Por eso seguimos denunciando a las empresas que se creen impunes mientras trafican con nuestros derechos y elaborando propuestas concretas para que las prácticas en empresas se regulen con respeto a nuestros derechos. Seguimos luchando para que no nos hagan elegir entre susto o muerte, entre no currar o hacerlo gratis.
- La Oficina Precaria trabaja desde hace varios años visibilizando y denunciando la precariedad laboral a la que nos han condenado.
- Su campaña “No más becas por trabajo” pone sobre la mesa el hecho de que se ha condenado a la juventud a ser eternos becarios, al menos en sueldo y derechos laborales porque no en volumen de trabajo y responsabilidades, quitándonos así la oportunidad de poder construir una vida digna.
Dicen que formamos parte de la generación más preparada de la historia, esa que se creyó que el esfuerzo y la preparación eran la promesa de un futuro para el que ahora hacemos cola en una lista de espera interminable.