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Precariedad tiene nombre de mujer

-La historia, la solemne historia real, no me interesa casi nada. ¿Y a usted?

-Adoro la historia

-¡Qué envidia me da! He leído algo de historia por obligación, pero no veo en ella nada que no me irrite o no me aburra: disputas entre papas y reyes, guerras o pestes en cada página, hombres que no valen gran cosa, y casi nada de mujeres.

(Jane Austen, en Northanger Abbey)

La historia de las mujeres es difícil de reconstruir a pesar de los esfuerzos de las historiadoras por restablecer los hechos lo más fidedignamente posible. Se han escondido partes fundamentales de la historia, partes que son nuestras, que son de todas, que son de las mujeres. Ya lo advirtió Virginia Woolf: “Anónimo, que tantos poemas escribió sin firmarlos, era a menudo una mujer”.

Cada 8 de marzo las mujeres salimos a las calles para recuperar partes invisibilizadas de la historia oficial, para homenajear a aquellas que empezaron el camino que hoy seguimos peleando, recordando y señalando a aquellos que nos quieren invisibilizar y que nos están robando nuestros derechos. Pero cada día es 8 de marzo, cada día luchamos por que se reconozca el conflicto y la desigualdad entre hombres y mujeres y para señalar que, lejos de ser un conflicto personal devaluado a la vida privada, es profundamente político. Se trata de resituar la lucha feminista donde siempre tuvo que estar, en el imaginario colectivo, pues esta se encuentra profundamente ligada a los principios democráticos: sin mujeres no hay democracia.

Las jóvenes de este país recogemos el testigo de esa lucha por la igualdad de las que nos han precedido, en el más amplio de sus sentidos. Sus luchas y reivindicaciones nos atraviesan enteras y si bien entendemos que sin ellas no estaríamos hoy donde estamos, somos conscientes de que el camino por la igualdad aun es largo. Hoy en día, por mucho que algunos traten de esconder las diferencias que existen entre las jóvenes y los jóvenes, somos conscientes de la desiguadad porque la sufrimos en primera persona. La precariedad tiene nombre de mujer.

La precariedad tiene nombre de mujer porque los recortes en ayudas sociales nos afectan sobre todo a nosotras, que somos a quienes se nos ha otorgado el arduo trabajo de los cuidados a personas mayores, a criaturas y a personas dependientes y enfermas. Estos recortes hacen que las mujeres tengamos que hacer malabares con el tiempo para poder compaginar empleo y el trabajo de cuidados a las personas que lo necesitan, pasando por el trabajo doméstico, que también recae sobre nuestros hombros. Además, las mujeres debemos trabajar 79 días más al año para tener el mismo salario que un hombre, los contratos a tiempo parcial son mucho más altos en mujeres que en hombres porque somos nosotras quienes compaginamos empleo y familia; y no olvidemos esa barrera que parece que tenemos encima, el llamado techo de cristal, que nos impide alcanzar altos cargos en el ámbito laboral. Por todo ello, la precariedad tiene nombre de mujer.

Los datos hablan por sí solos, y no son fruto de la casualidad ni de un fenómeno meteorológico fortuito. Se deben a que vivimos en una sociedad en la que, si eres mujer, tienes menos derechos y menos oportunidades por el mero hecho de serlo. Es en torno a esta precariedad vital como las jóvenes construimos nuestra identidad. Vivimos una juventud que, además, cada vez dura más, cada vez abarca una franja de edad mayor tras haberse alargado en el tiempo esta situación. Experimentamos un continuo estado de inestabilidad que ha terminado por determinar un estilo de vida donde la precariedad juega un papel protagonista. Y eso nos impide desarrollar un proyecto de vida digno, donde podamos tomar las riendas de nuestro futuro.

Por si todo esto fuera poco, nos han arrebatado también el significado del 8 de marzo. En el Día Internacional de la Mujer, no queremos flores, no queremos piropos; no queremos más que derechos, no queremos más que igualdad. Queremos poder desarrollar vidas dignas en igualdad y con derechos. Lo queremos todo el 8 de marzo y los 364 días restantes.

-La historia, la solemne historia real, no me interesa casi nada. ¿Y a usted?

-Adoro la historia