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Verano-precario no son dos cosas unidas

Este verano no ha sido como el resto de mis veranos.

Como cada año, he venido a pasar dos meses a Israel, lugar donde nací, y este año he decidido aprovecharlo al máximo (entendiendo “aprovechar” en términos económicos y no en términos de goce o disfrute, faltaría más...) y dejar la toma de vacaciones reservada para otro momento, si fuera posible. Este curso, último de los estudios, ya avecinaba el fin de lo “bueno”, la llegada de ese momento en el que se arrastran los títulos universitarios por ahí buscando algo que hacer con ellos: trabajar. Ante la incertidumbre, ante la falta de oportunidades laborales en Madrid, y en España en general, ante un futuro incierto, y ante la necesidad de comer y pagar gastos, he decidido ponerme a trabajar para tener algo de dinero mientras busco trabajo a la vuelta. Como cientos de miles de jóvenes que aprovechan esta época vacacional y el elevado turismo, yo también me lancé un día a las calles del centro de la ciudad, a sus bares y a sus cafeterías, con el profundo deseo de que alguien estuviera dispuesto a colocarme tras una máquina de café durante dos meses. Y así fue. ¡Qué suerte!

Las esperanzas que tenemos en verano de encontrar un trabajo digno no son muy elevadas, y de hecho nos conformamos con bastante poco. Una se predispone a encontrar trabajo sin pensar antes qué condiciones son convenientes, cuándo dinero necesita o qué le apetecería hacer. Porque claro, ¿elegir? Eso es un privilegio, no un derecho. Y como es un privilegio, cuanto menos preguntes y cuanto menos rechistes, mejor. Y así pasa, que conoces solamente tu sueldo cuando recibes la nómina, en la que ves que, ¡oh vaya!, fingir amabilidad con los clientes durante casi 400 horas no te ha servido para nada porque te han descontado del sueldo mínimo las propinas que te han dado cada día. Y entonces una acepta levantarse a las cinco de la mañana para entrar a las seis a trabajar, y salir a las tres de la tarde, o que el descanso para el desayuno sea de 10 minutos, y el descanso para la comida sea de otros 10 porque “algo es algo, no habrá nada mejor para ti”, aunque sea por cuatro duros.

Se nos empuja a un mercado laboral en el que no tenemos la posibilidad de elegir y en el que las condiciones laborales de los trabajos que hay no son las que nosotros habríamos elegido, de haber podido hacerlo. Aceptar un trabajo porque “algo es algo” describe bien la situación en la que nos encontramos los jóvenes: hemos aprendido a concebir el trabajo como una cuestión de suerte, y no como una cuestión de derechos. Nos hemos acostumbrado o, más bien, nos han obligado a acostumbrarnos a sentirnos afortunados por encontrar un empleo, cualquiera que sea, y por haber dado con alguien que nos haya hecho el favor de contratarnos. Encima habrá que dar las gracias.

Seguimos siendo miles de jóvenes los que hemos estudiado una carrera, un máster, idiomas y mil cursos, pero que a pesar de eso a lo máximo que parece que podemos aspirar es a servir cafés o cañas, en verano sobre todo. Seguimos siendo el conjunto de la población que más paro sufre, a pesar de ser la generación mejor formada. Seguimos siendo muchos los que abandonamos nuestro país, nuestra familia y nuestros amigos. Seguimos siendo el 80% de los jóvenes que no podemos independizarnos por causas económicas, y los que sufrimos la precariedad laboral todos los meses del año.

Es probable que en septiembre se disparen las fotocopias de CV, y que muchos jóvenes nos acostemos sin saber muy bien qué nos duele más, si pensar que esas copias serán la llave para abrir la puerta de la precariedad, o el billete para nuestro exilio.

Pero en fin, por ahora voy a comer, que solamente dispongo de 10 minutos.