¿Ricos más ricos y pobres más pobres? Nuestra sociedad está llena de brechas que incrementan las diferencias entre unos y otros. (Des)igualdad es un canal de información sobre la desigualdad. Un espacio colectivo de reflexión, análisis y testimonio directo sobre sus causas, soluciones y cómo se manifiesta en la vida de las personas. Escriben Teresa Cavero y Jaime Atienza, entre otros.
Bailaremos porque es nuestra revolución
Esta vez no han sido grupos radicales. Uno de los bancos más potentes del mundo, el Credit Suisse, lo confirma: el 1% de la población mundial posee el mismo patrimonio que el 99% restante. El siglo XXI avanza consolidando una obscena desigualdad que ya no solo acrecienta la brecha entre unas personas y otras, sino que coloca a la mayoría al borde del abismo de manera permanente.
Soplan vientos favorables a los intereses privados de las élites que hacen y deshacen a su antojo. Las políticas giran al ritmo marcado por corporaciones internacionales ávidas de capitales y recursos sin límites; mientras, gobiernos cómplices les acompañan en el baile. El resultado es la imposición de un modelo que permite que la minoría privilegiada continúe enriqueciéndose a costa de arrasar el planeta y los derechos humanos de la mayoría.
Como bien dice Gilberto Gil “de un lado este carnaval; del otro, el hambre total”. El planeta es un esperpento. Una mueca grotesca a los derechos humanos y al respeto de la casa común que habitamos. Las bacanales se celebran a puerta cerrada, a espaldas de la ciudadanía; todo con tal de continuar engordando y engordando las arcas de unos pocos. En Europa se negocia, con una enorme opacidad, el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP); y en otros rincones del planeta se avanza con otros acuerdos similares que pondrán en jaque los derechos más básicos de la ciudadanía –particularmente, los de las mujeres.
Mientras el carnaval continúa, las políticas sociales se han debilitado profundamente: educación, sanidad, igualdad, cooperación, medio ambiente, dependencia o empleo han visto sus fondos más y más exprimidos. Medidas de fiscalidad justa y redistribución de la riqueza brillan por su ausencia. Y el modelo que se impone fortalece los intereses privados en detrimento de lo público.
Acabamos de estrenar la Agenda2030 que guiará las políticas internacionales en la lucha contra la pobreza y la desigualdad y la protección del medio ambiente durante los próximos 15 años. Debemos estar vigilantes para que los compromisos asumidos no se los lleve el viento. En el ámbito doméstico, las elecciones generales están a la vuelta de la esquina y con ellas, la oportunidad de ejercer con responsabilidad nuestro derecho al voto. El nuevo gobierno que salga de las urnas tendrá muchos retos por delante en lo que a la lucha contra la pobreza y la desigualdad se refiere. Como sociedad civil, se los recordaremos.
Decía Emma Goldman que “si no puedo bailar, no es mi revolución”. Entrar en ese baile de máscaras no nos interesa; o tal vez sí, pero solo para poder desenmascarar a quienes danzan a nuestra costa y comenzar otro bien distinto en el que todo el mundo tenga su espacio. Luchar contra la pobreza y la desigualdad supone luchar contra sus causas y responsables. Llevamos décadas denunciando los atropellos a los derechos humanos y lo hemos hecho de la mano de organizaciones de la sociedad civil de todo el mundo. Ahora debemos hacerlo más que nunca. Porque, si algo debería enseñarnos este S.XXI -aún adolescente-, es que, sin cooperación entre los pueblos y respeto por nuestra casa común que es el planeta, no hay futuro posible.
En la semana de lucha contra la pobreza estamos saliendo de nuevo a las calles para exigir que las personas y el planeta estén por encima de las multinacionales. El sábado 17, Madrid acogerá la manifestación a las 18h de Atocha a Cibeles. Os esperamos.
Esta vez no han sido grupos radicales. Uno de los bancos más potentes del mundo, el Credit Suisse, lo confirma: el 1% de la población mundial posee el mismo patrimonio que el 99% restante. El siglo XXI avanza consolidando una obscena desigualdad que ya no solo acrecienta la brecha entre unas personas y otras, sino que coloca a la mayoría al borde del abismo de manera permanente.
Soplan vientos favorables a los intereses privados de las élites que hacen y deshacen a su antojo. Las políticas giran al ritmo marcado por corporaciones internacionales ávidas de capitales y recursos sin límites; mientras, gobiernos cómplices les acompañan en el baile. El resultado es la imposición de un modelo que permite que la minoría privilegiada continúe enriqueciéndose a costa de arrasar el planeta y los derechos humanos de la mayoría.