¿Ricos más ricos y pobres más pobres? Nuestra sociedad está llena de brechas que incrementan las diferencias entre unos y otros. (Des)igualdad es un canal de información sobre la desigualdad. Un espacio colectivo de reflexión, análisis y testimonio directo sobre sus causas, soluciones y cómo se manifiesta en la vida de las personas. Escriben Teresa Cavero y Jaime Atienza, entre otros.
La palma africana: ese aceite que no sabes que consumes
“Leche, cacao, avellanas y azúcar”. Muchas probablemente recuerden el pegadizo eslogan de los anuncios de Nocilla que durante años hemos visto en las televisiones españolas. Pero en el rítmico estribillo se les olvidaba un ingrediente: el aceite de palma, que supone hasta el 25 por ciento de la composición de este producto. Porque el aceite de palma apenas se ve, apenas se nombra, pero está presente en prácticamente la mitad de los productos que hay en un supermercado, desde alimentos procesados a jabones, velas y cosméticos; es también un producto en auge por su utilización para agrocombustibles.
El aceite de palma es el aceite más consumido del mundo, con aproximadamente un tercio de la producción mundial. Y su impacto no es baladí: ahí están, como una demostración lamentable, las humeantes junglas de Indonesia que cada año sucumben al fuego provocado para limpiar el terreno y plantar, sobre todo, palma aceitera. Los incendios son de tal magnitud que el humo ha llegado hasta el sur de Tailandia, a más de 2.500 kilómetros de distancia, y provocan tal contaminación que el Banco Mundial ha colocado a Indonesia como el tercer emisor mundial de gases de efecto invernadero, a pesar de que es un país considerado pobre.
Las selvas tropicales indonesias albergan una biodiversidad de valor incalculable. Especialmente preocupante es la situación en Sumatra, donde está en peligro el ecosistema Gunung Leuser, que acoge a algunas especies únicas, como el rinoceronte de Sumatra o el orangután. Este último, que también vive en la vecina Borneo, está condenado a la extinción en esta isla que comparten Malasia, Indonesia y Brunei debido a la rápida deforestación de los bosques, como denunció Naciones Unidas el pasado mes de julio.
Junto a Indonesia, Malasia es el otro gran productor mundial de aceite de palma; allí, las plantaciones llevan años asociadas a la esclavitud. El monocultivo es rentable gracias al trabajo de los migrantes, que en muchos casos no pueden abandonar el recinto porque sus pasaportes son retenidos. En Indonesia, por su parte, el trabajo lo hacen indonesios, pero a menudo las exigencias en la cantidad de frutos recolectados al día son tan altas que los hijos de los trabajadores están obligados a trabajar en las plantaciones.
El trabajo en la plantación es, además, duro y peligroso. El aceite de palma produce unos frutos rojos carnosos que se apilan en grandes racimos de hasta 40 o 50 kilos, que los trabajadores tienen que recolectar a varios metros del suelo. En algunos casos, se ha denunciado la falta de medidas de protección para los trabajadores que tienen que rociar con químicos las plantaciones como el Paraquat, que ha sido asociados con daños en riñones e hígado. Indonesia y Malasia son desde hace décadas los principales centros de producción, pero la palma africana o aceitera avanza con rapidez en América Latina y algunos países africanos. Sus defensores sostienen que la palma es el camino hacia el desarrollo, gracias a su alta productividad que da mayores beneficios a los propietarios de las plantaciones, pero sus críticos afirman que las consecuencias del monocultivo son igualmente devastadoras para la fertilidad de los suelos y para la supervivencia de millones de campesinos desplazados y despojados.
En Europa no somos ajenos a ello. La industria alimentaria nos ha llevado a consumir aceite de palma todos los días sin saberlo y, hasta el pasado mes de diciembre, las empresas ni siquiera estaban obligadas a especificar qué tipo de aceite estaban usando y podían esconderlo bajo la etiqueta “aceite vegetal”. Queda mucho por descubrir sobre este aceite y la industria que lo rodeo. Por eso, desde el proyecto Carro de Combate nos hemos propuesto investigar en profundidad los impactos sociales y medioambientales de esta materia prima. Para cubrir los costes básicos estamos buscando financiación a través de la plataforma Goteo. Si quieres colaborar, Puedes hacerlo aquí https://goteo.org/project/aceite-palma/home
“Leche, cacao, avellanas y azúcar”. Muchas probablemente recuerden el pegadizo eslogan de los anuncios de Nocilla que durante años hemos visto en las televisiones españolas. Pero en el rítmico estribillo se les olvidaba un ingrediente: el aceite de palma, que supone hasta el 25 por ciento de la composición de este producto. Porque el aceite de palma apenas se ve, apenas se nombra, pero está presente en prácticamente la mitad de los productos que hay en un supermercado, desde alimentos procesados a jabones, velas y cosméticos; es también un producto en auge por su utilización para agrocombustibles.
El aceite de palma es el aceite más consumido del mundo, con aproximadamente un tercio de la producción mundial. Y su impacto no es baladí: ahí están, como una demostración lamentable, las humeantes junglas de Indonesia que cada año sucumben al fuego provocado para limpiar el terreno y plantar, sobre todo, palma aceitera. Los incendios son de tal magnitud que el humo ha llegado hasta el sur de Tailandia, a más de 2.500 kilómetros de distancia, y provocan tal contaminación que el Banco Mundial ha colocado a Indonesia como el tercer emisor mundial de gases de efecto invernadero, a pesar de que es un país considerado pobre.