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Entrevista con Antonio Baños: “Estamos viviendo la revolución de los ricos”

“La economía ha reventado, ha agotado sus fuerzas, y con tanto trajín es incapaz de explicar la porción de realidad que se le había asignado”. El escritor y periodista Antonio Baños (Barcelona, 1967) describe en su último libro, 'Posteconomía. Hacia un capitalismo feudal', la muerte de la economía tal y como la conocíamos hasta ahora. Una economía que, pese al paso del tiempo, retrasa en lugar de avanzar y retrotrae a la sociedad a una época pasada. Baños la llama Nueva Edad Media (NEM): “Se trata de describir un paisaje que nos sirva para comprender el nuevo mundo que se está conformando ante nuestros ojos. Una sociedad señorial, basada en estamentos más que en clases. Profundamente dogmática, [...] una sociedad creyente en una teocracia econócrata, donde el beneficio, el fantasmagórico crecimiento, la veloz circulación de dinero y el eterno aumento de beneficios sean los mandamientos sagrados. Un mundo en el que la academia abandone su lugar crítico para adoptar el papel de respaldo intelectual de las élites, como hiciera la Iglesia en su día”.

¿Qué es la posteconomía?

Es lo que viene después de la economía que hemos conocido hasta ahora, una ciencia social que tenía unos instrumentos de análisis, un discurso, una concepción del mundo y una doble función: la normativa para describir el mundo y la prescriptiva para cambiarlo. Era una ciencia como cualquier otra, más o menos pomposa o irritante, pero servía para cambiar las cosas. Pues ahora ha colapsado. Los economistas ya no saben prever qué es lo que va a ocurrir. Ni siquiera saben describir los fenómenos que pasan mucho y mucho menos controlarlos. La economía ya no puede retratar el mundo que propone. Ha sido superada por los acontecimientos y por ella. Se convierte entonces en posteconomía. Lo que hace es dictar a la gente. Les dice lo que es posible lo que no. Les indica cómo vivir. Antes te decía: “No, no, deberíamos hacer esto por una serie de motivos racionales”. Ahora te dice: “Hay que hacer esto. ¿Por qué? Porque soy la posteconomía”. Es el paso de la ciencia social a la teología. Yo lo llamo la muerte de la economía.

En el libro la define como una dictadura teocrática. ¿Cuál sería el dios?

Ellos mismos. El problema es que un dios cristiano te putea pero luego al menos te deja ir al paraíso. Este te putea y ya. Luego solo hay muerte, no te ofrece ninguna redención. Esta teología es como un pastor de ovejas. Te marca los límites, acota la realidad, lo posible. A mí me llama la atención esa frase que utilizan muchos economistas y políticos: “Esto es inimaginable”. Es muy bestia esa palabra. ¿Cómo que inimaginable? Define muy bien a estos nuevos sacerdotes posteconómicos. Ellos determinan no solo lo que se puede vivir, sino ya lo que se puede imaginar. Por eso son sacerdotes, sobre todo porque no dan explicaciones. Simplemente debes hacerlo. Es igual que otra de las frases rectoras de la crisis: “Hay que hacer los deberes”. ¿Qué deberes? ¿Quién me los ha puesto? ¿Quién pone la nota? ¿Puedo copiar? “No no. Obedece y calla”.

Eso de arrimar el hombro.

Es el discurso propositivo. La barbaridad esta de reinventarse. “Si estás mal, la culpa no es del sistema, es tuya que estás mal adaptado”. Reinvéntate y adáptate mejor. Es el castigo del pensamiento positivo, justo lo contrario al pensamiento crítico. Yo no tengo que cambiar. El sistema es injusto, es él el que debe cambiar. Son todo formas teológicas, sin argumentos detrás. Has de arrimar el hombro, no criticar. “Con la que está cayendo y te pones a criticar en lugar de remar con los demás”. Son todo metáforas contra las que no puedes apelar. ¿Tengo que remar yo en las galeras? Allí todos remaban juntos y no era muy bueno... ¿Me van a pagar por remar? ¿Podré levantarme si no me gusta el lugar al que nos dirigimos?

Habla de “ellos”. Una expresión que se parece a esa de “los mercados”. ¿Quienes son ellos?

Juego un poco a eso. ¿Ellos? Son los malos. Como se niegan a definirse, yo hago lo mismo. El otro día leí, por ejemplo, una noticia que decía: “Los empresarios exigen a Hollande...” Pero, ¿quienes son? ¿Quién les ha dado autoridad? El hecho de que tengas la Renault no te debe dar autoridad para decidir el rumbo de una República. Ellos mismos se definen de forma nebulosa.

La soberanía ha pasado a ser económica y empresarial.

Es el capitalismo feudal. Pero siempre ha sido así. Los ricos son los que han hecho las leyes. Pero al menos antes hacían leyes. Gobernaban y tenían la decencia de hacer leyes. Ahora se las saltan, les da igual. Es un paso más del autoritarismo. No necesitan la carcasa de una democracia burguesa y parlamentaria. Ya ni siquiera necesitan el lobby sobre la política, ¡son los mismos políticos! El mito de la puerta giratoria: el político que se va de la política y luego asesora a Endesa, o el tipo de Lehman Brothers que ahora es ministro de Economía. La ficción del millonario en la sombra ha desaparecido. Ya tocan el poder. Se sienten tan poderosos que ya no necesitan ni esconderse tras formalidades democráticas. “Mandamos y ya. Obedece. Se acabó lo de poner partidos”.

En uno de los capítulos recuerda una frase de Nancy Pelosi, expresidenta de la Cámara de Representantes de EEUU: “La fiesta se ha acabado” ¿Cómo será la resaca?

Lo peor es que ni nos han invitado a la fiesta. Yo no estuve en el yate, ¿por qué tengo que recoger los platos? “Vomito yo, limpias tú”.

Pero Pelosi se refería a Lehman Brothers.

Sí, pero en el libro recuerdo también otra frase parecida, pero del lado contrario. De Isak Andic, el fundador de Mango: “Los derechos se han acabado. La fiesta se ha terminado y hay que pagarla”. Es obsceno hablar de la fiesta. ¡La gente está empezando a suicidarse!

Escribe sobre el manifiesto que firmaron en su día economistas de la Sorbona, que defendían que la economía debía centrarse en las personas y ya no lo hacía. Se puede relacionar con lo que ha sucedido aquí en España con las cajas de ahorros. ¿Cómo se puede traer a la economía de vuelta?

En la Sorbona lo llamaban la economía postautista. ¿Cómo traerla de vuelta? Metiéndole de nuevo moral a los actos económicos. Antes de la invención de la economía, había cosas que eran pecado, como la usura. Hay cosas que son inmorales. Pero ahora parece que cualquier cosa que dé beneficios deja de ser inmoral, porque el beneficio en sí mismo es un bien por encima de todo. Eso es lo que defiende el capitalismo. Hasta aquí hemos llegado. La manera más eficaz de traerla de vuelta es volver a meterle moral. Hay intercambios que no se pueden hacer, mercados que no pueden existir. Por ejemplo, no puede existir un mercado global sobre las materias primas. No digo regularlo, directamente no puede existir.

Pero, ¿quién será el que establezca esa moral?

Se trata de una moral natural. Es cierto que va un poco a contracorriente. Si ya el derecho a la vida se pasa por el forro, si ya cuando no tienes un papel de residencia puedes morirte en la calle... Imagínate moralizar las prácticas económicas. Hablo de una cierta moral natural. No se puede hacer algo que por un beneficio proporcione unos daños irreparables a terceros. No se puede matar a nadie para ganar dinero, es un asesinato. Hay que reeditar la idea de moral. Es lo que decía el manifiesto de la Sorbona y la llamada economía crítica: no puedes hacer economía sin historia, sin sociología. Y no se puede hacer economía sin ética.

¿Deberían los bancos hacer frente a una responsabilidad penal en el tema de los suicidios por desahucios?

La culpa penal la tienen ya antes del suicidio. Aunque sin leyes explícitas en ese sentido no sé qué se podrá hacer. Como decía antes, la usura había sido pecado hasta 1830. Pues que vuelva a ser pecado. No se puede exigir a una persona que no puede pagar su deuda, que haga frente a más deudas y además se le eche de casa para que esta pase a un banco malo. Es que además todo esto está en el artículo 47 de la Constitución: derecho a una vivienda digna. Si se cumpliera, no habría que tocar una coma en ningún sitio. Bastaría con que la Policía, en lugar de ir hacia dónde va, se diese la vuelta y fuera en la otra dirección. Es decir, en lugar de ir del banco a la casa, fuese de la casa al banquero. Pero no lo va a hacer ni se la espera. No sé como pueden dormir tranquilos después de los desahucios.

¿Se ha vivido realmente por encima de nuestras posibilidades?

Técnicamente no se puede vivir por encima de posibilidades que no tienes. Es una frase muy fea e insultante. Lo que pasó es que nos hicieron creer cosas que no eran verdad. “Nadie te obligó a coger aquella hipoteca”, insisten. Eso es mentira porque nadie me obligó tampoco a amputarme el pie. Fue el médico el que me lo dijo. Yo no reconozco al médico como un igual, sino como una autoridad. Yo fui al banco no a tratarlo como un igual, sino pensando que era una autoridad en la materia. Confié en su honestidad, en que trabajaban por mi bien, por el cliente. El fraude no es tuyo por haberte endeudado de más, es del banco por haberte mentido y engañado. Si hemos vivido por encima de lo que podíamos pagar ha sido porque alguien nos dijo que no pasaba nada. No es que haya una culpa colectiva. Luego vale, sí es verdad que surgió un poco eso de ver quién tenía el Audi más grande... Pero son derivados. Era el banco el que no debía dar créditos si no ibas a poder pagarlos. O decirle a aquella jubilada ciega de Galicia que no invirtiera en eso. Pero no lo hicieron. La culpa no es de ella, sino de la persona que engañó. Es como si un médico te quita un riñón y te dice que no pasa nada, que aún tienes otro. Es mala praxis y se le metería un puro. Todavía estoy esperando a que metan a alguien en la cárcel. Y no solo a un banquero, también a un bancario.

¿Pasará?

Igual de aquí a unos años meten a alguien en la cárcel si la cosa se caldea demasiado. Pero a toro pasado y solo para enfriar una posible agitación social.

Ha escrito el libro sin gráficos, datos. De hecho, dice que debe tomarse como una especulación. ¿El objetivo es despertar el pensamiento crítico?

La idea es rescatar la economía o el pensamiento económico de los economistas ortodoxos o postcapitalistas. Lo tienen todo cerrado en la oscuridad. A partir del dato, la gráfica, la palabra técnica o la metáfora interesada, han secuestrado la realidad económica. Solamente ellos la gestionan, la interpretan, la transmiten. La idea que tenía era la de no usar sus armas. Si uso gráficas estaría utilizando las armas del enemigo. Los gráficos los generan ellos y solo les interesan a ellos. Quería sustituirlos por un lenguaje cómico y metáforas nuevas.

¿Hace falta más humor para sobrellevar esto?

Yo siempre que alguien en una discusión dice eso de “venga, seamos serios”, cojo y me voy. Si un argumento aguanta la broma es que no es válido. Como el lenguaje económico siempre es serio quiere decir que es falso. Si no se puede someter al humor es que se vende mal. Si alguien no puede explicar algo de forma que lo entiendas, es que no es verdad. Todas las verdades se pueden explicar de forma comprensible. Lo del humor es precisamente porque es lo contrario que se espera de los economistas. Y también un poco por recuperar la temática económica para el cachondeo. Hay que darse cuenta de que la economía también es nuestra.

Cito un fragmento de su libro: “Como Norma Desmond, una vieja gloria del cine mudo que fue desplazada por el sonoro, la economía ha empezado a delirar: crea modelos matemáticos cada vez menos realistas, imagina sistemas que nunca podrán aplicarse y se ensimisma hablando un extraño lenguaje que ni siquiera entre sus lunáticos fans es ya comprensible”. ¿Cuál es ahora el cine sonoro?

Esta posteconomía chillona. Todo es un show casi futbolístico. Parece que estemos escuchando Carrusel Deportivo: sube la prima, baja la prima... En el fondo se trata de intoxicar mediante superabundancia de mensajes.

“Hay un proyecto, quizá inconsciente, de manufacturar ciudadanos que no sean malos, pero sí tontos”. Un fragmento de una columna de Eduardo Mendoza que retoma en el libro.

Exacto, que sean sabios pero tontos. Miguel Brieva -ilustra la portada del libro- decía que cada vez le dan más espacio en los telediarios al tiempo. Pero es que hasta la información económica es meteorológica: la que está cayendo, las oleadas... E insisto, también tiene que ver con la información futbolística: a veces se gana, a veces se pierde, mal resultado, una prima que se puede remontar... Hay una mezcla perversa del lenguaje y de los mensajes. Se analiza absolutamente todo para que nada sea importante. Además está la educación en el entretenimiento. Hemos llegado al punto de ver un temporal, cambiar, ver la prima, cambiar, ver el fútbol, cambiar... Todo son colorines.

¿Y ahora mismo el mapa es solo de borrascas?

Sí, pero es que podemos ver un mapa del tiempo casi como si fuera la bolsa pero sin trascendencia. Son colorines, datos.

¿Vendrá algún anticiclón?

Tendría que llegar en forma de resistencia. Siempre ha habido ricos, pero es que siempre ha habido también resistencia a esos ricos. Y algunas muy poderosas y constantes. El movimiento obrero. Aparecía una realidad, aparecía una resistencia. Lo que ahora me da miedo es que la nueva realidad, infinitamente más opresiva, no ha generado una resistencia en proporción, sino una aún débil y un poco despistada.

¿Despistada?

Nos han despistado, mareado.

¿Nos hemos dejado despistar?

Hemos dejado que todo fuera banal. Antes de la crisis, si ibas a un bar y hablabas con alguien de política te echaban.

Pero eso sí ha cambiado.

Ojalá no sea solo una cuestión de trendy y que se haga solo porque ahora se lleva la política. Quiero decir que se había banalizado todo tanto que tu propia vida no tenía un sentido por sí misma, sino según la tendencia del momento. No había una preocupación real. Nos habían dicho que todo iría bien. No se puede culpar a la gente de que le han robado la educación, pero sí de no haber sabido transmitir los valores de la cultura de la resistencia, de desconfianza al poderoso. Llegó un momento en que el rico era el bueno.

En España está eso de la Cultura de la Transición (CT).

El término lo inventó Guillem Martínez, un amiguete. Es una idea muy chula. Después de la Guerra Civil se dijo: “Bueno, anulemos la política y disfrutemos, que venimos de una guerra”. ¿Para qué vas a pensar en justicia social si puedes comprarte un Audi? Entonces parecía razonable. ¿Voy a dedicarme al estudiar el marxismo si puedo estar en La Manga del Mar Menor? Lo peor es que les funcionó. Se instaló la exaltación del consenso, que parecía bueno pero significó el exilio absoluto del disenso. Si todos estaban de acuerdo más o menos en una cosa, como la cultura del consenso era tan extensa, se hacía. Ahora nos hace falta gente que diga que no, que disienta, que no pase.

¿Hay que ser intolerante a veces?

No debes tolerar que contigo hagan cosas que no deben. Si todo es consenso, falta disenso. Volvemos al pensamiento crítico. Y en España claro, como las ideologías trajeron la guerra, pues vamos a pasar de ellas.

¿Falta educación económica?

Más bien política. Yo vivo en un barrio en Sant Andreu que era muy obrero. Había un montón de ateneos obreros entonces para la autoeducación obrera. Lo que falta ahora es justamente eso: educación política y social. Eso que llamaban afectos, sentir que uno pertenece a una comunidad política. Esa es la cultura que falta también. Tú no eres Gandía Shore o Jersey Shore, eres el crío de un currante. Solo asumiendo eso nace la solidaridad entre asalariados, entre explotados, los verdaderos valores. La educación económica ya vendrá después. Al fin y al cabo, la economía consiste en que no te roben. Con eso ya vale.

Pero eso determina la existencia de un problema sistémico, que hay alguien que quiere robar.

Pero al menos así generas una resistencia. Te alías, creas un sindicato.

Termina el libro al grito de “a-anti-anticapitalista”. ¿Qué sistema deberíamos tener que no fuese el capitalismo?

Justamente ese, el anticapitalismo. Caemos mucho en el error de pensar ya en otro sistema. Yo no quiero proponer otro sistema. Cuando te están pisando el cuello, lo que quieres es que te dejen de pisar el cuello. El problema es que todo lo anti está mal visto. “Has de ser pro”. Volvemos de nuevo a lo del disenso. Yo disiento del sistema y no tengo por qué proponer otra cosa, simplemente quiero que me dejen de pisar el cuello. Y luego ya hablaremos. En el libro pongo los ejemplos del antinazismo y del antiesclavismo. Cuando Europa estaba ocupada por los nazis a nadie se le ocurría preguntar qué otra cosa proponíamos en lugar de los nazis. No, había que acabar con el nazismo. Igual con el esclavismo. En algunos países, España por ejemplo, el esclavismo representaba el 50% del Producto Interior Bruto (PIB). ¿Te imaginas que alguien dijese ahora que no podemos poner fin a un sistema que representa la mitad del PIB? Entonces también se dijo que sería una ruina, pero había que eliminarlo. Luego ya encontraremos otras maneras de producir. Lo que pido es que el anticapitalismo no se reduzca al perro, a la flauta y a la rasta. Un señor de derechas y de misa diaria debería ser un anticapitalista. Lo mismo un liberal. Hasta un católico.

En la acampada del 15M había un cartel desde el principio que decía: “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”.

Es que la revolución la están haciendo ellos. Ellos son los revolucionarios. Ellos han roto las reglas. Ellos se han cargado la democracia. Se han sentido fuertes. Ellos son la revolución, nosotros los reaccionarios. Estética e intuitivamente es raro porque todos creemos que la revolución ha de venir siempre del pueblo, pero ahora estamos viviendo la revolución de los ricos. Tienen el lenguaje, la épica y el entusiasmo de la revolución. Por eso son tan rápidos y tan fuertes. Se sienten revolución. Si ves declaraciones de brokers parece que viven en la Revolución Francesa. Sienten que están creando un mundo nuevo. Nos ha costado mucho entender ese paisaje. Antes pensábamos que era el obrero el que debía quitarle el Mercedes Benz al rico. Pues ahora resulta que el rico se baja de su Mercedes Benz, te roba el Opel Corsa y se va con los dos. Nunca pensamos que pasaría.

¿Qué mas debe pasar para que que se produzca el verdadero estallido social?

El escritor Montero Glez decía que solo había dos soluciones: huelga general o huelga general revolucionaria. ¿Qué tiene que pasar? Yo estoy ahora con el viejo adagio comunista de cuanto peor, mejor.

Pero, ¿qué sería peor que lo que ya hay?

No, no que estemos peor nosotros, sino que debemos crear un clima de empeoramiento, de tensión. Hay que romper algo. Es lo de la CT, como la mierda del consenso no te deja plantarte, hay que ser radical. Ahora es que llaman radical a un tío que se sienta y no se deja coger por un policía. Incluso va a ser delito. Si no hay cierto, y entiéndaseme bien, temor por parte de los dominantes, nunca aflojarán su dominio. Con temor me refiero a que deben temer por algo. No digo secuestrar a sus hijos... Porque básicamente no hay pisos para guardarlos [bromea]. Debemos hacer algo para que sientan que no va a ser fácil. Amenazarles con algo. Puede ser una huelga de consumo o hasta una desobediencia a ver la televisión. Pero que sientan que pueden perder algo en esta lucha.

¿Puede ser que la gente aún no salga a la calle por temor?

Es muy normal. ¿Estás tú dispuesto a chuparte unos meses de cárcel? ¿O a pagar una multa de 6000 euros? ¿Y yo? ¿Estoy dispuesto a hacerlo? Todos los movimientos revolucionarios han triunfado después de que miles de personas pasaran por la cárcel. Estaban dispuestos a ello. O a que les multaran, que les expulsaran de sus facultades.

A morir, incluso.

Mejor no ponerse dramáticos, pero sí, incluso dispuestos a morir. Se supone que en este siglo no pasará algo así. Pero sí pueden perder su trabajo. No hay que ir muy lejos ni ser tan heroico. Hace poco leí un artículo que analizaba cómo podíamos compaginar nuestra militancia con nuestro horario normal. El rollo ese de que las manifestaciones sean después de nuestros compromisos de gimnasio. No es culpa de nadie, es un clima normal, pero hay que resistir, sobrevivir. Y tenemos que empezar a pensar hasta dónde somos capaces de llegar para ello. Ver si estamos dispuestos a asumir autoinculpaciones, cajas de resistencia.

El otro día ya se dijo que habría una caja de resistencia para pagar las multas.

Es lo que hay que hacer. Y nos pegarán. Pero intentaremos que nos peguen por el lado en el que no está el hígado. O llevaremos cascos. No podemos decir eso de si nos pegan, no vamos. O si nos ponen multas, tampoco. Hay que entender que la exposición ha de ser física y personal porque eso acojona al que manda. Si tú no tienes miedo, ellos no tienen poder.

¿La reacción ha de ser pacífica o debe contener violencia?

Es que ellos ya consideran que un simple estornudo es violencia. Si lo que ellos llaman violento lo es, entonces sí hay que ser violento. ¡Mover una valla es radical y violento! Lo que sí es verdad es que una buena resistencia debe quebrar las leyes, ser ilegal. Debe acarrear exposición de vida y hacienda, que decían antiguamente.

¿Acabarán las cosas bien?

A largo plazo estaremos todos muertos, decía Keynes. Pero sí depende de nosotros, de la resistencia ahora. Todo lo que hemos perdido no lo vamos a recuperar tan fácilmente. La idea de que cuando pase la crisis, la sanidad volverá a ser pública... Olvidémoslo. Ni la educación será como antes. Ni siquiera habrá una socialdemocracia potente para hacerlo.

¿Habrá que rehacer el camino andado?

Es la historia de la lucha obrera. Idas, venidas, victorias, derrotas.

La lucha de clases.

Pero a saco. Militancia a tope. Lo que pasa es que ahora las clases son diferentes, ya no podemos hablar de burguesía y proletariado. Ahora el proletariado somos casi todos. Y la burguesía ya no es intermedia, son poderes muy complejos, el Estado mismo. Pero hay lucha de clases claro. En el libro recuerdo aquello que dijo el multimillonario Warren Buffett: “Claro que hay lucha de clases, la empezamos nosotros y vamos ganando”. Pues es verdad, ellos han empezado ahora. Y sí, van ganando.