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La frugalidad es la nueva austeridad en la Unión Europea

Históricamente la austeridad era un concepto que reivindicaba la izquierda, en oposición a la ostentación. La austeridad era el espejo de quien necesitaba poco para vivir, frente a quienes derrochaban en lujos. Tan es así, que los pensadores premarxistas acuñaron un aforismo que intentaba resumir los principios de la sociedad socialista: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.

Pero 150 años después, el término 'austeridad' ya no fue asociado a una vida sin elementos superfluos. Sino que fue un significante cooptado por el significado que no quería verbalizar: recortes. Del mismo modo que se llamaba “crecimiento negativo” a las “pérdidas o recesiones”; los teóricos que impusieron la salida de la crisis por la vía de los recortes en gasto público bautizaron los tijeretazos como “austeridad”.

Pero a día de hoy nadie en Bruselas usa la palabra “austeridad”, porque ya es sinónimo de intervención del país, de caída de las pensiones, de supresión de prestaciones por desempleo, de rebaja de salarios públicos.

Muerta la austeridad, viva la frugalidad.

La frugalidad históricamente, como el carácter austero, ha sido considerada un valor, de quien come y bebe lo justo, huyendo de banquetes, excesos y empachos. Y es el calificativo que han elegido Austria (Sebastian Kurz), Dinamarca (Mette Frederiksen), Suecia (Stefan Lofven) y Holanda (Mark Rutte) para definirse a sí mismos frente a los “amigos de la cohesión”. Los dos extremos que pugnan en las negociaciones por el presupuesto de la UE para 2021-2027.

Los cuatro frugales cuentan con dos aliados, Alemania y Finlandia, y no es tanto 'coman poco y beban poco' –si bien el primer ministro holandés, Mark Rutte, presumía de llevar solo una manzana para cenar el jueves en la primera noche de la cumbre europea en Bruselas–, es que son enemigos de los presupuestos expansivos, de los fondos de cohesión y de seguir ayudando a la agricultura. En definitiva, austeros; es decir, recortadores: que el presupuesto de la UE sea el 1% de la Renta Bruta Nacional de la UE, cuando en el anterior periodo era el 1,16%.

No en vano, tres de los cuatro frugales son miembros de la Nueva Liga Hanseática, un club de ocho países, algunos de los denominados vikingos o de las tierras del “mal tiempo”, pero no solo: Finlandia, Suecia, Dinamarca, Estonia, Letonia, Lituania, Holanda, Irlanda, República Checa y Eslovaquia –Dinamarca y Suecia no son del euro–.

La vocación de los hanseáticos es la de ser un contrapeso al empuje carolingio de Francia y Alemania; su inspiración, la alianza comercial ideada hace casi diez siglos por Enrique el Léon; y su credo, un remedo de aquel espíritu librecambista medieval: la ortodoxia fiscal, el liberalismo a ultranza, el equilibrio presupuestario, el déficit y la deuda saneada y nada de veleidades expansivas.

Un contrapeso, eso sí, fundamentado en principios económicos ortodoxos y en una regla básica: los tiempos de bonanza no son para gastar más, sino para ahorrar más con vistas a la próxima crisis. Por eso en Bruselas se les llama halcones o, como dijo un negociador en una cumbre del euro, “más talibanes que los talibanes”.

Como ha escrito Elisabeth Braw, del Royal United Services Institute (RUSI), la Liga Hanseática es hoy en día “la moderna encarnación de lo que imaginó Enrique el León en 1161, ”un mosaico de cooperación entre los pequeños Estados bálticos y algunos vecinos cercanos. La lección es que un bloque no necesita ambiciones federales o supranacionales para ser exitoso, y no necesita que sea tampoco muy numeroso. De hecho, en una época en la que los ciudadanos está muy alejados de las instituciones y las grandes alianzas pelean bajo el peso de su diversidad, el modelo pragmático de la región báltica entre países de cosmovisiones semejantes tiene potencial para otras regiones donde los vecinos están unidos por amenazas y oportunidades regionales“.

Y así son los cuatro frugales también: no son países grandes, ni con peso histórico; simplemente son países con economías saneadas, sin problemas de cohesión territorial ni con un sector agrario que requiera de cuidados intensivos. Y no quieren invertir en un mercado que, como recordaba el Parlamento Europeo, les devuelve con creces los gastos en cohesión y PAC.