La reciente decisión de la compañía de transporte estadounidense Uber de abandonar Fráncfort, Hamburgo y Düsseldorf muestra las dificultades que atraviesan algunos actores de la denominada “economía colaborativa” en Alemania, un mercado complicado para nuevos tipos de modelo de negocio. Por ahora, cada ciudad se está posicionando de forma muy diferente con los nuevos actores económicos. Uber funciona en Uber y Berlín, por ejemplo, pero se ha tenido que retirar de Fráncfort, Hamburgo y Düsseldorf. Sin embargo, Hamburgo incentiva el uso de Airbnb, una plataforma que casi no podrá operar a partir de mayo en Berlín por las restricciones a los alquileres vacacionales.
“Para poder sobrevivir en el mercado alemán uno tiene que entender la legislación y cuando Uber entró en el mercado alemán con su servicio UberPop falló debido a su falta de comprensión de la legislación”, cuenta Fassnacht, profesor en la Escuela de Gestión Otto Besheim. Según Müller, el profesor de la ESMT, ideas como las que están detrás de Uber o Airbnb son “muy sostenibles”, porque se hace negocio a partir de “compartir recursos existentes, ya sean coches, apartamentos o habitaciones”. Para él, es clave que estas empresas minimicen “los daños a terceras partes en los sectores en los que intervienen”.
En el caso de Uber, los terceros son los taxis tradicionales, defendidos en Alemania por la Asociación de Taxis y Coches de Alquiler. “El negocio del taxi en Alemania está muy regulado, por ejemplo, la tarifa no es algo que los taxistas puedan poner a su gusto, porque está definida por las ciudades”, subraya a este periódico Urs Müller, profesor de la Escuela Europa de Gestión y Tecnología de Berlín (ESMT, por sus siglas en inglés).
“Las autoridades pueden creer que la entrada en escena de Uber tiene efectos negativos en la industria del taxi”, señala este experto en ética de los negocios, no sin dejar de plantear muchas de las dudas que parece haber sembrado la empresa de transporte californiana en Alemania. “¿Los conductores de Uber son empleados de verdad? ¿o no? ¿son autónomos o falsos autónomos? Si entro en un taxi de Uber y el conductor tiene un accidente, ¿estoy asegurado?”, se interroga Müller. Sin poder – o saber – responder a este tipo de interrogantes ante consumidores y autoridades, Uber dejó a finales de 2015 Fráncfort, Hamburgo y Düsseldorf. Con todo, sigue presente en Múnich y Berlín.
Amor y odio a AribnB
Para Airbnb, no es tanto el sector hostelero – que también –, sino el mercado inmobiliario. Airbnb se encuentra jurídicamente en una “zona gris” en un punto clave del mercado alemán: Berlín. Aquí, esta plataforma cuenta con casi 8.000 apartamentos alquilables y otras casi 4.000 camas a disposición de sus usuarios, pese a que desde mayo de 2014 existe una ley muy estricta sobre alquilar pisos como lugar de vacaciones, para lo que se requiere un permiso especial so pena de fuertes multas. Entrará en vigor, después de un periodo de transición, el próximo mayo. Con ese texto se pretende poner fin a la carestía de viviendas que existe en la capital germana. Según señala a eldiario.es Giovanni Quaglia, responsable de la plataforma berlinesa de casas compartidas Wimdu, “las principales dificultades que encontramos en Alemania están en los gobiernos de algunas ciudades, que encuentran problemas en desarrollar bien y de forma justa el modo de regular este nuevos modelos de negocio”.
Julian Trautwein, responsable de comunicación en Alemania de Airbnb reconoce que lo tiene difícil para explicar su modelo en el país. “Tenemos que hacer mucha comunicación para explicar lo que es el home-sharing, los alemanes son siempre muy cautos”, expone Trautwein a este periódico. “Quieren ver cómo funciona algo nuevo y, si está bien, se usa; pero que mole tener a un extranjero en tu casa es algo de lo que todavía tenemos que convencer a los alemanes”, agrega Trautwein.
Con él coincide Martin Fassnacht, profesor en la Escuela de Gestión Otto Besheim, en Vallendar (oeste alemán). “Los consumidores alemanes no están generalmente abiertos a nuevos servicios, atendiendo a los comportamientos de consumo de la población alemana”, dice Fassnacht en declaraciones a eldiario.es. Aún así, hay toda una generación de jóvenes alemanes atraídos por los servicios de la “economía colaborativa”. “La generación que pasa usando varias horas al día su smartphone ha crecido con las nuevas tecnologías y, en consecuencia, está más a favor del uso de servicios innovadores”, agrega.
“En Berlín ha habido un gran debate porque el precio del suelo, que aquí era históricamente muy barato, llevó a mucha gente a invertir en apartamentos, que ahora sirven no para albergar a inquilinos, sino para ofrecer alojamiento en Airbnb u otras plataformas”, apunta Müller. Facilidades, en lugar de problemas, es lo que ha puesto a Airbnb la ciudad de Hamburgo. Allí hay una ley que permite, contando con una licencia, el alquiler de cuartos y ocasionalmente el apartamento si uno está de vacaciones. “Las autoridades en Hamburgo piensan que hacer posible el compartir la casa es una buena publicidad para la ciudad”, dice Trautwein.
Otras propuestas sin ánimo de lucro
Mientras, en Alemania han surgido otras ideas inspiradas en principios de economía colaborativa, del bien común o economía circular. Por ejemplo Leila, una tienda de préstamos a través de la cual se comparten objetos de todo tipo en el barrio del noreste berlinés de Prenzlauer Berg. “Aquí encuentras juguetes, herramientas de bricolaje, útiles de cocina y cualquier cosa que sólo se usa de forma temporal”, dice a eldiario.es Nikolai Wolfert, uno los cofundadores de Leila. Según explica este sociólogo de 33 años, su proyecto empezó hará unos seis años, “mucho antes de que se hiciera popular el concepto de 'economía colaborativa'”. En Leila, cuyas existencias vienen de donaciones de objetos usados, basta con hacerse socio pagando una cuota para poder tomar prestada cualquiera de las abundantes cosas que rodean a Nikolai en este local.
Este modelo de negocio, que para Nikolai es por el momento mitad trabajo y mitad hobby, se está expandiendo en el extranjero. Otros emprendedores están abriendo tiendas similares con el nombre de Leila en ciudades alemanas como Heidelberg o Karlsruhe y europeas como Viena o Bolonia. Nikolai y sus cinco socios en Leila no tienen pretensiones comerciales. Pero aunque sea a escalas totalmente diferentes, Nikolai está obligado a desarrollar, entre sus posibles nuevos socios, las mismas tareas de pedagogía que los nuevos actores de mercado, para convencer a los alemanes de que otros tipos de empresa son posibles.