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El consumo colaborativo hace temblar a la economía tradicional

Aprovechar una plaza libre en un viaje o alquilar una habitación que se queda vacía durante un tiempo, solo con un clic -o dos-. Si hace unos años únicamente era posible si uno se encontraba con un anuncio por palabras o gracias al boca a boca entre amigos, ahora la tecnología ayuda al nacimiento de un boom de aplicaciones y plataformas que ponen en contacto a vendedores y compradores a través de Internet o aplicaciones de móvil. El ahorro económico -en un momento de crisis profunda- combinado con un enfoque social y ecológico han permitido que plataformas como Airbnb, Uber o Blablacar se conviertan en una alternativa que pisa cada vez con más fuerza. Frente a este auge, algunas patronales y empresas tradicionales se cuestionan la legalidad del negocio de estas plataformas que no tienen regulación y las acusan de competencia desleal.

“El problema real es que todo esto nace y crece mucho más rápido de que lo podamos prever, parar o legislar como a muchos les gustaría. Para cuando algo consiga estar al gusto de todos nacerá otra plataforma capaz de saltárselo, y es que el problema de fondo es que la ”inteligencia social“ que nace de la capacidad de interacción rápida y eficiente entre individuos es más rápida que las propias instituciones”, explica el economista, Miguel Puente. Una opinión con la que coincide Albert Cañigueral. “Son innovaciones de base tecnológica que van a tal velocidad que deja la regulación atrás. La mayoría de actores hablan de que una regulación es necesaria”, añade este experto en consumo colaborativo.

“Se ha producido una explosión espectacular”, explica Cañigueral al hablar sobre este crecimiento de una economía que rompe con algunos intermediarios tradicionales. Este ingeniero de televisión decidió crear en 2011 la web consumocolaborativo.com -un portal donde se recogen las diferentes plataformas que posibilitan este contacto entre particulares- y a la que ahora se dedica a tiempo completo. “Varios expertos hablan ya de una transición desde la niñez del consumo colaborativo hacia la madurez”, señala y apunta que todavía faltan datos para poder medir el impacto económico y social de este sector. “Estamos intentando generar estudios independientes para medir el impacto”, apunta.

Este portal reúne en su directorio la posibilidad de transaccionar servicios muy variados. Desde compartir bici o plaza de aparcamientos, a puntos de encuentro de compra venta de entradas entre particulares, ropa, bancos de tiempo, micromecenazgo, coworking, compartir wifi o cuidado de mascotas. Prácticamente cualquier necesidad se puede cubrir de forma colaborativa y sobre todo, sin intermediarios. Menos costes y mayor rapidez. Una economía con menos peldaños.

Los datos sobre el tema señalan un fuerte incremento tanto de usuarios, como de negocio generado. La revista Forbes estimó el año pasado que los ingresos que se trasladan directamente desde la economía entre pares al bolsillo de quienes la practican superaron los 3.500 millones de dólares -2.500 millones de euros- a nivel global y lo que quizá sea más llamativo es que esta cifra representó un aumento del 25% frente al año anterior. En España, un 76% de los españoles ha alquilado o compartido un bien en algún momento de su vida, según una encuesta de la compañía de carsharing Avancar. Un porcentaje que se eleva hasta el 81% cuando se centra en la franja de edad entre los 35 y los 44 años.

De vacaciones, en casa de otro

“Uso Airbnb porque en general sale más económico, hay bastante oferta y te ofrecen garantías”, explica Irene, una treinteañera afincada en Barcelona que ha alquilado apartamentos a través de este sistema en lugares tan diferentes como Budapest o Menorca. Esta web de alquiler de viviendas entre particulares nació en 2008 y seis años después el fondo de inversión TPG -que entró recientemente en su accionariado- la valora en 7.200 millones de euros. El crecimiento exponencial de Airbnb es quizá el ejemplo más claro de cómo este consumo colaborativo se ha desarrollado en los últimos años.

Airbnb nació fruto de una doble necesidad. Por un lado, sus fundadores querían incrementar sus ingresos alquilando parte de su vivienda en San Francisco y por otro, una conferencia en la ciudad había hecho que todos los alojamientos colgaran el cartel de completo. Así, surgió esta plataforma que un año después de su nacimiento gestionó 100.000 reservas y en 2011 pasó a tramitar más de dos millones, tras haberse internacionalizado. En 2013, la compañía ingresó 250 millones de dólares gracias a las tarifas que cobra por hacer de intermediario entre inquilino y casero, lo que supuso duplicar los ingresos del año anterior.

Junto con la expansión de Airbnb han llegado los problemas legales. En Nueva York, la empresa terminó por llegar a un acuerdo para ceder los datos fiscales de sus arrendadores, aunque sin nombres, después de varias semanas de tiras y aflojas con la Fiscalía que lleva a cabo una investigación para controlar el alquiler ilegal en la ciudad. Incluso en su ciudad de origen, San Francisco, se están planteando un aumento de la normativa. En España, la polémica también ha llegado y las asociaciones empresariales exigen regulación de lo que consideran “alojamientos ilegales”. Frente a esto, la empresa se defiende. “Airbnb gestiona todos los pagos a través de transferencias bancarias de tal manera que todas las transacciones quedan registradas. Por eso, más que un problema nos consideramos una solución”, apuntó hace unas semanas Jeroen Merchiers, director general de Airbnb España y Portugal.

Por lo pronto, en Francia ya ha habido una primera sentencia que pone en alerta en modelo. Un casero, de los de toda la vida, ha demandado a su inquilino por haber subarrendado a su vez las habitaciones en la popular página. El juez le ha dado la razón en que había utilizado la vivienda para lucrarse (algo que habitualmente está prohibido en los arrendamientos de vivienda entre particulares) y le ha condenado a pagar 2.000 euros al propietario. Airbnb no se responsabiliza de la legalidad de los pisos que se promocionan en su web.

¿Competencia desleal?

La última batalla legal se ha librado en el transporte. Tras la reciente llegada de Uber, una aplicación con inversores como Google que pone en contacto a conductores con viajeros y que se autodefine como la “mejor alternativa al taxi”, el Sindicato de Taxistas en Cataluña (STAC) ha pedido su retirada. Consideran que son “taxis ilegales” y que suponen un riesgo para los usuarios. La patronal del taxi de Londres ha pedido esta misma semana a un juez que paralice la legalidad de la apps y en Bélgica ya se multa a los conductores que recojan en un aeropuerto a pasajeros sin tener licencia de taxi como contestación al fenómeno.

No es el único enfrentamiento en este terreno, la patronal de autobuses Fenebus pidió el cierre de Blablacar, una plataforma de origen francés que pone en contacto a conductor y viajeros para compartir los gastos del coche. Una denuncia que aseguran que solo han recibido en España a pesar de operar en doce países, explicó Vicent Rosso country manager de España y Portugal en una entrevista. Respecto a la legislación, se mostró de acuerdo en que es necesaria una normativa para regular el sector y puso como ejemplo el caso de Francia donde la regulación entiende que no existe competencia desleal porque los usuarios no ganan dinero, sino que solo comparten gastos.

Frente a estas demandas, la Comisión Europea (CE) se mostró esta pasada semana contraria a prohibir los servicios de transporte en vehículos compartidos por particulares como Uber y BlaBlaCar, en plena polémica por la competencia desleal que las asociaciones de taxistas aseguran que representan para su gremio.“Nadie dice que los conductores de Uber no deban pagar impuestos, respetar las normas y proteger a los consumidores. Pero prohibir Uber no les da la oportunidad de hacer las cosas bien”, señaló el portavoz comunitario de agenda digital, Ryan Heath, a la agencia Efe.

Mientras se debate sobre cómo debe regularse, cada vez hay más usuarios que las utilizan. “Desde la primera vez, en verano de 2013, he hecho unos 10 viajes a través de BlaBlaCar. Me parece una forma más rápida y económica de viajar que el tradicional bus y un buen sistema para aprovechar los huecos libres que se le quedan a muchas personas en sus viajes”, explica Santi, un joven de 27 años residente en Madrid. Si repite es porque la experiencia es positiva. “La gente suele ser bastante responsable y cumple las normas básicas. Además, suele haber predisposición a tener conversaciones agradables y hablar de cosas en común, aunque los perfiles sean distintos”, añade.

No solo el componente económico pesa a la hora de tomar la decisión. “En el consumo entre pares, el componente social engancha a la gente. Es una manera de consumir más humana y apetecible. A esto se unen ventajas medioambientales como, por ejemplo, en el caso de Blablacar donde se emite menos C02 al compartir vehículo o en las compras de segunda manos porque se fabrican menos productos”, explica Cañaguel. “Una cosa no toma tanta escala, si no va bien”, concluye.