Los cuellos de botella del comercio global se van deshaciendo. Se ha renovado el flujo de mercancías con una consecuencia: resta presión inflacionista a los conocidos como “bienes duraderos”. Estos productos son los que se exportan desde China y otros polos industriales y se importan en regiones económicas más volcadas a los sectores relacionados con los servicios, como es el caso del conjunto de la eurozona y, en concreto, de España. Estos “bienes duraderos” van desde electrodomésticos, muebles, distintos equipos o aparatos tecnológicos o piezas para el automóvil, hasta juguetes o ropa.
Los cuellos de botella fueron provocados por retrasos, costes elevados, reducción del stock, ausencia de trabajadores y otros problemas en los principales puertos industriales del mundo. Ahora, la descongestión del comercio modera o incluso frena las subidas de los precios de las importaciones de lavadoras, bicicletas, ordenadores o abrigos.
Distintos indicadores explican esta relajación de los cuellos de botella. Entre ellos, con bastante detalle, el índice de AFI, que muestra que los tiempos de entrega ya no se dilatan respecto a la media histórica, después de meses en los que las restricciones sanitarias por la COVID provocaron importantes retrasos en los puertos de origen.
Por otra parte, los stock han empezado a aumentar, tras mucho tiempo reduciéndose por el parón de la actividad en los confinamientos y la explosión de demanda a la que la oferta ha tardado en acoplarse. También hay menos problemas para encontrar trabajadores. Mientras, los precios de la energía y el coste del propio transporte siguen siendo los principales problemas, por la distorsión que supone la invasión rusa de Ucrania.
Esta última semana, Óscar Arce, director general de Economía del Banco Central Europeo (BCE), observó en una conferencia organizada por la APIE en Madrid que, efectivamente, la relajación de los cuellos de botella resta presión inflacionista sobre los “bienes duraderos”.
“Cabe esperar que los precios se aplaquen”, afirmó. Aunque añadió: “Además del factor positivo que supone la descongestión del comercio mundial, una parte se explica también por la desaceleración de la actividad económica global, y la menor tensión que sufre la oferta [de la industria] por la menor demanda”.
Inflación de oferta
Por otro lado, incidió en que la inflación de electrodomésticos, muebles, tecnología o ropa es mayoritariamente de oferta. Mientras que en los servicios, sobre todo en el ocio y el turismo, está más repartida con el recalentamiento de una demanda embalsada en la pandemia que ha explotado con el fin de las restricciones sanitarias.
“La eurozona es una economía muy abierta, que recoge lo que ocurre en el plano global. Es más sensible a los cuellos de botella. Y, por supuesto, es más dependiente energéticamente”, recordó el economista del BCE.
“La relajación de las tensiones en las cadenas de valor globales, sin duda, van a aliviar las presiones sobre los bienes de carácter más duradero, vía reducción de costes de producción”, coincide David Tinajero, analista en AFI. “Esto ya se ha podido apreciar con los datos de inflación de EEUU, donde la evolución del componente de bienes fue plana (crecimiento del 0% mensual)”, añade.
En España, también se puede apreciar ya esta tendencia en los ordenadores, lavadoras, frigoríficos o en la ropa, lo que es crucial en la temporada de invierno, en la que se venden las prendas más caras. En su última presentación de resultados, Inditex (matriz de Zara) reconoció que esta era una de las principales amenazas para el negocio del textil a corto plazo.
“El riesgo, no obstante, es que esta mejora de los cuellos de botella ya no sea suficiente (aunque sí necesaria) para ver una notable moderación de la inflación. Las presiones inflacionistas ya se han trasladado a otros componentes, como los servicios, y en Europa, además, seguimos con las tensiones en energía y alimentación por la guerra entre Rusia y Ucrania”, lamenta David Tinajero.
“El otro riesgo cercano, aquí en España, es la no concreción de un pacto de rentas”, concluye. Este acuerdo, que debe repartir el daño de la inflación entre las empresas y los trabajadores, está encallado en nuestro país. La teoría económica habla de la necesidad de limitar el crecimiento de los beneficios de las empresas que pueden trasladar los costes a los precios finales y, por la otra parte, de proteger el poder adquisitivo de las familias, sobre todo de las más vulnerables, sin crear una espiral de sueldos detrás de los precios.
Con el doble golpe que supone que el BCE haya decidido subir los tipos de interés para ahogar la economía y así luchar contra la inflación. Una estrategia que asume el riesgo de recesión, y de destrucción de empleo.
De momento, el Gobierno está haciendo ha puesto en marcha un paquete de medidas de choque que están moderando la inflación, y que suman ya casi 40.000 millones de euros de gasto, algo más de un 3% del PIB. Y ha conseguido un acuerdo de subidas salariales para los funcionarios, mientras que los pensionistas tienen garantizada una revalorización de cara a 2023 con el IPC de noviembre, que se prevé algo superior al 8%.
Óscar Arce, del BCE, señala que la inflación en la eurozona no es producto de “recalentamiento” de la economía, para lo que se refirió a un incremento moderado de los salarios, “de entre un 2,5% y un 3% según las subidas pactadas en los convenios”, o a que, principalmente en el sector industrial, la mayor parte de las presiones sobre los precios tienen que ver con la oferta (por la energía, los cuellos de botella en las cadenas de suministro del comercio mundial, la depreciación del euro...), y no con la demanda.
Perseguir a la Fed
La cuestión es que la crisis es muy diferente en Estados Unidos, donde su banco central, la Reserva Federal (Fed), comenzó antes y está siendo muy agresivo con su lucha contra la inflación, donde entre las causas sí aparece un recalentamiento de la economía —los salarios, por ejemplo, están subiendo a un ritmo del 7%, según apuntó Arce—. Las mayores subidas de tipos de la Fed favorecen que el dinero y las inversiones en los mercados financieros busquen la mayor rentabilidad que ofrecen los activos en dólares, lo que se traduce una depreciación el euro que precisamente encarece las importaciones de gas o petróleo.
De esta manera, el BCE está 'condenado' a perseguir a la Fed, pese al riesgo de recesión, o incluso pese a que la misma institución confíe en que la inflación se moderará hasta el objetivo del 2% en 2024 en el conjunto de la eurozona, tras el récord del 10% en septiembre.
Paradójicamente, sobre los planes fiscales de los gobiernos —este jueves el presidente Pedro Sánchez anunció el último— para paliar las consecuencias de la guerra en Ucrania y la subida de precios recalcó que deben ser “lo más focalizados posible” y dirigirse a aquellos colectivos más vulnerables. “Es el momento de hilar fino con la política presupuestaria”, destacó Arce, justo antes de comentar que la política monetaria es “más un machete de pescadería que un bisturí”, y que no puede actuar con mucha precisión.